“Eres un vago, Henbeddestyr
Parrry, y lo más probable es que también seas un inútil. Tu negocio va a
quebrar antes de que el año gregoriano termine, y faltan pocos días para ello,
pues ya estamos en diciembre. Tienes una horda de clientes esperando aquí a que
les atiendas y si me has preguntado a mí, que soy el que tiene la vez, qué es
lo que necesito, pues será algo para curar la sordera, porque no te he oído. Bien,
pues no me hagas perder más tiempo y dime lo que debo comprar para curar dos
catarros ordinarios.”
“¿Tan ordinarios como tú?”
venturó Taffy.
Alpin iba decir que él no
tenía nada de común ni de ordinario. Y hubiese dicho la verdad, pues
afortunadamente, no es un tipo corriente, algo que nos hace felices a
todos, porque si hubiese muchos como él… Pero antes de que pudiese responder,
Henny le soltó una tríada.
Una tríada no es un dardo
venenoso, ni nada violento. Es costumbre de los galeses vincular tres cosas
siempre que pueden. Lo que decía el cartel en el escaparate de la apoteca era
ejemplo de una tríada. Y ahora Henbeddestyr ofreció otra a su cliente sobre cómo
evitar un catarro.
“Tres cosas son enemigas de
un catarro: la ropa adecuada, una dieta adecuada y las uñas cortas.”
“¿Lo ves? Eres un pésimo
vendedor. No puedo comprar nada de eso aquí. Muéstrame una poción por la que te
daría buen dinero, prima donna incompetente. ¿Qué es todo eso que tienes ahí.”
Jugueteando con unas raíces
que colgaban de la pared, Henbeddestyr contestó, “Ginseng. Podrías probar con
ginseng, porque reduce ciertas infecciones respiratorias. Pero tiene efectos
secundarios. Puede afectar a tus hormonas y a tu presión sanguínea, causar
insomnio y empeorar tu ansiedad si te lo tomas con té o café.”
“Lo dicho. ¡Qué no sirves
para nada! Pones a tus clientes más enfermos de lo que están.”
“Para empezar, tú no te has
resfriado, ¿verdad? Si crees que vas a coger un catarro, sugiero que te
tomes una taza bien caliente de té de jengibre, que puede cortar un catarro de
raíz. O puedes probar con astrágalo. Si te tomas un cuenco de astrágalo una vez
a la semana durante los meses con r, no es probable que te contagies. También
ayuda comer col fermentada, como sauerkraut
o kimchi. Estando expuesto, como
lo estás, a gente acatarrada, yo tomaría dos o tres gotas de equinácea para
evitar el contagio.”
“¿Cómo sabes que estoy
expuesto a contagiarme?” dijo Alpin.
“Dale a Taffy la nota que tienes
en la mano y te traerá todo lo que haya apuntado en ella quien te haya mandado
aquí.”
“¿Sabes por qué no necesito
de tus servicios ahora y por qué nunca los necesitaré? Porque tomo muchísima
vitamina C. Tomó cien docenas de naranjas todas las mañanas para desayunar. Les
lleva a mi madre y mis hermanas aproximadamente una hora preparar mi zumo de
naranja. ¿Ves cómo me quiere mi mamá? ¿Qué hay en esa botella con la que estás
jugueteando?”
“Aceite esencial de orégano. Pones un poco de
agua en un difusor y añades unas gotas de esto y enciendes una velita debajo y
eso produce una niebla que te ayuda a respirar cuando estás congestionado. Es
lo primero que hay apuntado en tu lista. También han apuntado ajos. Te puedo
ofrecer ajo negro que no huele, por si lo va a utilizar alguien que no gusta de
la dieta mediterránea. A ver, que más hace falta. Hmm. Miel. Própolis. Sidra de
manzanas, aceite esencial de eucalipto. Vamos a empaquetar todo esto, Taffy.”
“¡Ha!” exclamó Alpin, dándose la vuelta para ver cómo los demás
clientes estaban llevando la espera. “¡Tal y como te dije! Se ha ido todo el mundo.
Tus clientes se han largado, tu tienda está vacía. ¡Vas a quebrar! No hay quién
te salve, Henbeddestyr.”
“La gente vino para escuchar
la música,” dijo Henbeddestyr. “Nos gusta compartir nuestra comida para el
alma.”
“¿Gratis? Claro. ¿Quién te
daría algo por berrear en una lengua alternativa? Me he fijado en que no te han
tirado peniques, ni nada. No es que te merezcas dinero, en mi opinión.”
“Yo sigo aquí, Sr. Parry. ¿Debería
darle a usted una moneda?” dijo una dulce vocecita desde el gran banco verde.
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