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sábado, 25 de abril de 2020

24. Curas para un resfriado común

El dragón y el apotecario cantaron durante toda una hora, terminando la última de sus canciones con una reverencia cuando el reloj dio la una. Para entonces Alpin había dejado de protestar y se había tapado los oídos. También había intentado sentarse en el banco, pero no pudo, porque la apoteca se había llenado de gente que había ocupado los pocos asientos disponibles. Algunos de los presentes hasta habían unido sus voces a los cantores, sobre todo cuando cantaban los estribillos. Y cuando la función acabó, todos salvo Alpin aplaudieron a rabiar y gritaron bravo un montón de veces. 

“Eres un vago, Henbeddestyr Parrry, y lo más probable es que también seas un inútil. Tu negocio va a quebrar antes de que el año gregoriano termine, y faltan pocos días para ello, pues ya estamos en diciembre. Tienes una horda de clientes esperando aquí a que les atiendas y si me has preguntado a mí, que soy el que tiene la vez, qué es lo que necesito, pues será algo para curar la sordera, porque no te he oído. Bien, pues no me hagas perder más tiempo y dime lo que debo comprar para curar dos catarros ordinarios.”

                                        
“¿Tan ordinarios como tú?” venturó Taffy.

Alpin iba decir que él no tenía nada de común ni de ordinario. Y hubiese dicho la verdad, pues afortunadamente, no es  un  tipo corriente, algo que nos hace felices a todos, porque si hubiese muchos como él… Pero antes de que pudiese responder, Henny le soltó una tríada.

Una tríada no es un dardo venenoso, ni nada violento. Es costumbre de los galeses vincular tres cosas siempre que pueden. Lo que decía el cartel en el escaparate de la apoteca era ejemplo de una tríada. Y ahora Henbeddestyr ofreció otra a su cliente sobre cómo evitar un catarro.

                                           
“Tres cosas son enemigas de un catarro: la ropa adecuada, una dieta adecuada y las uñas cortas.”

“¿Lo ves? Eres un pésimo vendedor. No puedo comprar nada de eso aquí. Muéstrame una poción por la que te daría buen dinero, prima donna incompetente. ¿Qué es todo eso que tienes ahí.”

Jugueteando con unas raíces que colgaban de la pared, Henbeddestyr contestó, “Ginseng. Podrías probar con ginseng, porque reduce ciertas infecciones respiratorias. Pero tiene efectos secundarios. Puede afectar a tus hormonas y a tu presión sanguínea, causar insomnio y empeorar tu ansiedad si te lo tomas con té o café.”

“Lo dicho. ¡Qué no sirves para nada! Pones a tus clientes más enfermos de lo que están.”

“Para empezar, tú no te has resfriado, ¿verdad? Si crees que vas a coger un catarro, sugiero que te tomes una taza bien caliente de té de jengibre, que puede cortar un catarro de raíz. O puedes probar con astrágalo. Si te tomas un cuenco de astrágalo una vez a la semana durante los meses con r, no es probable que te contagies. También ayuda comer col fermentada, como sauerkraut o kimchi. Estando expuesto, como lo estás, a gente acatarrada, yo tomaría dos o tres gotas de equinácea para evitar el contagio.”

“¿Cómo sabes que estoy expuesto a contagiarme?” dijo Alpin.

“Dale a Taffy la nota que tienes en la mano y te traerá todo lo que haya apuntado en ella quien te haya mandado aquí.”

“¿Sabes por qué no necesito de tus servicios ahora y por qué nunca los necesitaré? Porque tomo muchísima vitamina C. Tomó cien docenas de naranjas todas las mañanas para desayunar. Les lleva a mi madre y mis hermanas aproximadamente una hora preparar mi zumo de naranja. ¿Ves cómo me quiere mi mamá? ¿Qué hay en esa botella con la que estás jugueteando?”

 “Aceite esencial de orégano. Pones un poco de agua en un difusor y añades unas gotas de esto y enciendes una velita debajo y eso produce una niebla que te ayuda a respirar cuando estás congestionado. Es lo primero que hay apuntado en tu lista. También han apuntado ajos. Te puedo ofrecer ajo negro que no huele, por si lo va a utilizar alguien que no gusta de la dieta mediterránea. A ver, que más hace falta. Hmm. Miel. Própolis. Sidra de manzanas, aceite esencial de eucalipto. Vamos a empaquetar todo esto, Taffy.”

¡Ha!exclamó Alpin, dándose la vuelta para ver cómo los demás clientes estaban llevando la espera. “¡Tal y como te dije! Se ha ido todo el mundo. Tus clientes se han largado, tu tienda está vacía. ¡Vas a quebrar! No hay quién te salve, Henbeddestyr.”

“La gente vino para escuchar la música,” dijo Henbeddestyr. “Nos gusta compartir nuestra comida para el alma.”

“¿Gratis? Claro. ¿Quién te daría algo por berrear en una lengua alternativa? Me he fijado en que no te han tirado peniques, ni nada. No es que te merezcas dinero, en mi opinión.”

“Yo sigo aquí, Sr. Parry. ¿Debería darle a usted una moneda?” dijo una dulce vocecita desde el gran banco verde.

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