Cuando la
Sra. Parry comprendió por qué su hijo había
mencionado un coche, empezó a echarle una bronca a mi madre.
“¡Titania, eres una
irresponsable! ¿Cómo puedes permitir que tus hijos se acerquen a coches? No, no
me vale lo aparcados que puedan estar. A esas maulas las mueve el demonio. ¡Cuando
menos te lo esperas! Niños, alejaos de los coches en cuanto los diviséis. ¡O serán vuestro trágico fin!”
“¡Yo lo intento!” se
justificó Mamá, cómo si la hubiesen pillado en una falta terrible. “Le ofrezco
una casa de ensueño pero prefiere un miserable coche en una ciudad llena de
delincuentes mortales.¡Eso todavía me preocupa más!”
“¡Desgracia! ¡Desgracia!” tañía la
Sra. Parry. “El día que les vi inventar la rueda supe que
se había acabado para nosotros.”
Se refería, por supuesto, a
los humanos. Eran ellos los que buscaban nuestra desgracia y habían cometido
felonía semejante.
“No tienen alas, como
nosotros,” intervino mi padre, que no pierde oportunidad de discutir con gente
conservadora y quedar como tolerante y moderno. “La necesidad es la madre de la
invención. Admito que evolucionan para nuestro mal, pero venga, Sra. Parry, que
las ruedas llevan milenios existiendo y nosotros no nos hemos extinguido.”
“¡Memo! ¡Qué las cosas tarden en ocurrir no quiere decir que no
vayan a hacerlo.”
“¿Qué tal si cambiamos de
tema?” sugirió Alpin. “Tengo una pregunta para usted, Sra. de Oberón. Eres una
reina, ¿no es así? ¿Significa eso que puedes conceder gracias y mercedes?”
“¿Una gracia? ¿Quieres que
te conceda algo, niño lanzado? Pues tu pide y verás que pasa.” Mamá sólo se
dignó a contestar a Alpin porque sí que la convenía cambiar de tema.
“Y si ella no te concede lo
que pidas, verás cómo yo sí,” interrumpió mi padre jovialmente. Al contrario
que Mamá, no tenía ni idea de quién era Alpin. “¿Qué te gustaría, caballerete? ¿Una
docena de gominolas?”
“Quiero a tu hija Brezo y a doscientas otras
chicas tan guapas como ella si es que las hay,” dijo Alpin.”Y sobre todo quiero
el dragón de Henbeddestyr. Domadle para mi mientras estáis en adquirilo.”
“Erh...¡heh, heh! ¿A que son
graciosos los niños?!” murmuró Papá.
“¡No lo digo en broma! ¡Tú lo prometiste! Esa fue la promesa de un rey. Y un rey ha de
cumplir sus promesas.”
“Henbeddestyr, rápido,” dijo
Mamá, “dale a esta criatura un sedante. Haz que duerma hasta navidad. Mejor
aun, hasta reyes.” Había acudido en ayuda de mi padre porque se estaba haciendo
tarde y era ella la que quería descansar.
“¿Y me despertaré en reyes
con todo lo que os he pedido en mi zapato?” preguntó Alpin. “¡Venga ese
sedante!”
“Te daré una bolsa de
caramelos para la tos si te vas de aquí tan rápido como puedas,” le dijo
Henbeddestyr a Alpin.
“¡Tendrá que ser bien grande!”
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