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sábado, 25 de abril de 2020

26. La amenaza de la rueda



La Sra. Parry era una de las hadas más ancianas y también una de las más respetadas. Hasta mi madre cedía ante ella como una niña dócil ante una abuela dominante. El apotecario, sin embargo…el sonrió, pero no dijo nada.

Cuando la Sra. Parry comprendió por qué su hijo había mencionado un coche, empezó a echarle una bronca a mi madre.

“¡Titania, eres una irresponsable! ¿Cómo puedes permitir que tus hijos se acerquen a coches? No, no me vale lo aparcados que puedan estar. A esas maulas las mueve el demonio. ¡Cuando menos te lo esperas! Niños, alejaos de los coches en cuanto los diviséis. ¡O serán vuestro trágico fin!

“¡Yo lo intento!” se justificó Mamá, cómo si la hubiesen pillado en una falta terrible. “Le ofrezco una casa de ensueño pero prefiere un miserable coche en una ciudad llena de delincuentes mortales.¡Eso todavía me preocupa más!”  

¡Desgracia! ¡Desgracia!” tañía la Sra. Parry.  “El día que les vi inventar la rueda supe que se había acabado para nosotros.”

Se refería, por supuesto, a los humanos. Eran ellos los que buscaban nuestra desgracia y habían cometido felonía semejante.

“No tienen alas, como nosotros,” intervino mi padre, que no pierde oportunidad de discutir con gente conservadora y quedar como tolerante y moderno. “La necesidad es la madre de la invención. Admito que evolucionan para nuestro mal, pero venga, Sra. Parry, que las ruedas llevan milenios existiendo y nosotros no nos hemos extinguido.”

¡Memo! ¡Qué las cosas tarden en ocurrir no quiere decir que no vayan a hacerlo.”

“¿Qué tal si cambiamos de tema?” sugirió Alpin. “Tengo una pregunta para usted, Sra. de Oberón. Eres una reina, ¿no es así? ¿Significa eso que puedes conceder gracias y mercedes?”

“¿Una gracia? ¿Quieres que te conceda algo, niño lanzado? Pues tu pide y verás que pasa.” Mamá sólo se dignó a contestar a Alpin porque sí que la convenía cambiar de tema.

“Y si ella no te concede lo que pidas, verás cómo yo sí,” interrumpió mi padre jovialmente. Al contrario que Mamá, no tenía ni idea de quién era Alpin. “¿Qué te gustaría, caballerete? ¿Una docena de gominolas?”

 “Quiero a tu hija Brezo y a doscientas otras chicas tan guapas como ella si es que las hay,” dijo Alpin.”Y sobre todo quiero el dragón de Henbeddestyr. Domadle para mi mientras estáis en adquirilo.”

“Erh...¡heh, heh! ¿A que son graciosos los niños?!” murmuró Papá.

“¡No lo digo en broma! ¡Tú lo prometiste! Esa fue la promesa de un rey. Y un rey ha de cumplir sus promesas.”

“Henbeddestyr, rápido,” dijo Mamá, “dale a esta criatura un sedante. Haz que duerma hasta navidad. Mejor aun, hasta reyes.” Había acudido en ayuda de mi padre porque se estaba haciendo tarde y era ella la que quería descansar.

“¿Y me despertaré en reyes con todo lo que os he pedido en mi zapato?” preguntó Alpin. “¡Venga ese sedante!”

“Te daré una bolsa de caramelos para la tos si te vas de aquí tan rápido como puedas,” le dijo Henbeddestyr a Alpin.

“¡Tendrá que ser bien grande!”

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