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jueves, 23 de abril de 2020

27. Sobrecargado


       
                                                 “¡Ufff!¡ Arrghh!”

Alpin tenía un dilema. El saco de caramelos de limón que el apotecario le había regalado era del tamaño de un gigante de dos años. Cargarlo hasta casa durante una tormenta de nieve no era trabajo fácil. Había intentado arrastrarlo, pero las piedras y rocas que había bajo la nieve habían agujereado el saco y parte de los caramelos había caído. Además, la bolsa se estaba mojando. Y también los caramelos.

“Tendré que sacrificar parte de los caramelos si quiero llegar a casa esta noche. Pero no quiero hacer eso. No quería comérmelos hasta que mi madre hubiese visto lo que me han regalado.Pero tendré que sentarme bajo un árbol y comerlo todo. Entonces no me podré mover bien durante un rato. Y me congelaré sentado aquí mientras digiero todo esto. Quedaré enterrado bajo la nieve, pues está cayendo mucha. Soy un niño, asi que alguien tendrá que venir a buscarme. Pero como estaré bajo el manto blanco, no me hallarán hasta la primavera. Eso significa que me voy a perder las comilonas de Navidad y mis regalos.”

Pensar en todo eso hacía que se sintiese tan deprimido que empezó a llorar.
                     

“¡No llores, Alpin! Hemos encontrado todo lo que has perdido. Lo tenemos aquí con nosotros para dártelo.”

Mi hermana Brezo no sólo se refería a los caramelos que habían caído de la bolsa. Lo primero que había hecho Alpin cuando vio lo cargado que iba fue deshacerse de los encargos que le había hecho Michael.

                                                          

“¡Deja de lloriquear y ponte en pie!” regañó mi otra hermana, Cardo. “Te ayudaremos a llegar a casa pero nosotros también tenemos que llegar a la nuestra.”

Como Brezo, Cardo también es muy guapa, pero más briosa. Tiene grandes ojos verdes como la hierba y su pelo es morado, rosa o amarillo dependiendo de la ropa que lleva ese día. Y da un poco de miedo a la gente porque es algo agresiva.

“¿Os  habéis comido algunos de mis caramelos? Porque sabéis que no deberíais. Son míos, no vuestros. ¡Tendréis que reponerlos!”

Antes de que pudiésemos contestar a la acusación de haber robado caramelos, el sonido mágico de un diminuto órgano de madera llenó el aire, de pronto rarificado. Y un pequeño coro de voces menudas de unió al órgano para cantar anhelante.     

  

El acebo y la hiedra
Sólo quieren vivir en paz
Y los pinos y abetos
Dicen que les maltratáis.
El muérdago sólo por manos
De druidas se ha de cortar
En un bosque a luz de luna
Donde las hadas a salvo puedan bailar.
Nos alegra que améis estas plantas
Querer tenerlas cerca es algo ancestral
Pero id a vivir junto a bosques
Y vedlas crecer en libertad.
No deberían criarse en jaulas
Para ser vendidas en el todo a cien
En supermercados, gasolineras…
Eso no está nada bien.
No las ahoguéis con pintura,
Pegamento, purpurina y nieve artificial
No electrocutéis árboles con luces
Todo eso está muy mal. 
Vale, tíos, son Pascuas.
Pues toca amar y ayudar
No tiréis mañana a la basura
Lo que en el bosque ha de estar.   
¡Os deseamos unas Pascuas cuerdas!
¡Os deseamos unas Pascuas cuerdas!
¡Os deseamos unas Pascuas cuerdas!
¡Pero dejadnos en paz!

“¡Pero si sois la Coral Hojuela del Bosque Triturado!” exclamó Brezo aplaudiendo con entusiasmo. “¡He oído hablar de vosotros!”

Diez pequeños hojitas y su organista, negruzcos debido al frío y húmedo invierno, hicieron una reverencia algo tiesa por lo congelados que estaban.Todos eran miembros de una tribu que tiende a tomar la forma de sámaras, frutos secos y alados. Mis hermanas y yo nos encogimos de tamaño para estar al nivel de los hojuelas. Alpin se encogió también, pero para ponerles verdes. 

“Es invierno. Sois hojas. ¡Deberíais estar muertas! No perturbando la paz del bosque aullando canciones raras con toda vuestra misera fuerza. Además, apestáis. No afináis. La letra que cantáis no rima bien. No casa con la música. Y yo creo que estáis más guapos callados. Aunque lo de guapos es un decir, que menuda pinta de desperdicios tenéis en invierno.”

“¡Ten piedad, Alpin! Es navidad. O te descorcho de un piñato.”

Cardo puede no parecerlo, peo es muy dura. Bufando por sus delicadas fosas nasales, sus cabellos morados tiesos como pinchos, hubiese cumplido con su amenaza.

“Como sois una coral, seguro que sabéis un montón de canciones,” dijo Cardo. Me dio un golpe con el codo y añadió, “Pregúntales, Arley.”


“¿Sabéis alguna de las canciones que suele cantar un léprecan llamado Fergus MacLob O’Toora?” pregunté a los hojuelas.
                      
                                    
“Hmm. Un buen tenor irlandés sí que es,” asintieron. Y añadieron con algo de suspicacia, “¿Por qué preguntáis por Fergus?”

“Tengo una alergia y el apotecario Henbeddestyr Parry  dice que cantar alguna de las canciones de este léprecan podría curarla.”

                                 
“Fergus es mi tío,” dijo Alpin. “Y debería estar por aquí formando parte de un grupo de  rescate antes de que me congele. Pero sí, es más probable que esté cantando en una taberna. ¿Por qué le ha dado a todo el mundo por berrear últimamente?”

 “Alpin,” dijo Cardo, “podemos intercambiar favores. Tú nos llevas al pub de tu tío y nosotros te ayudaremos a cargar todos tus bultos hasta allí.”

“No es mala idea. Salvo que no quiero que ninguno de vosotros ande toqueteando mis pertenencias. Aunque no me importaría cederle a Brezo un caramelo o dos. No parece que sea muy comilona. ¿Eres anoréxica, Brezo?”

“¡Por supuesto que no!” saltó Cardo antes de que Brezo pudiese contestar. “¡Come todas sus verduras! ¡Dame esa bolsa, memo!” Y tiró de la bolsa sobrecargada de Alpin y se la echo al hombro a pesar de ser bastante más  enjuta que Brezo, que a veces parece muy grácil y otras agradablemente gordita.

“¡En marcha!” ordenó Cardo. 

Como había dicho Alpin, no era mala la idea de Cardo, pero como su familia había hecho todo lo posible para que Alpin jamás pisase un pub, mi amigo no tenía ni idea de donde llevarnos.  

Brezo sacó su bola de cristal de bolsillo. Estas funcionan como los móviles de los humanos y son muy útiles cuando hay una emergencia. Nadie la había presentado a Fergus, así que Brezo no se atrevió a contactar con él directamente. Entró en una red llamada Busca Feérica. Allí, algún alma caritativa podría ayudarnos.

                                      
Esta vez el alma caritativa fue Luxviminda, la guardiana del salmón mágico. Dijo que Fergus se encontraba en la inauguración de un pub. Ella misma había sido invitada a la inauguracíón e iba para allí. Hizo más que explicarle a Brezo cómo llegar al nuevo pub. Brotó de la bola de cristal y nos acompañó hasta el mismo.

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