El Pub de las Maravillas del Mar de Lira Anadiómena
El pub nuevo estaba jutno al
mar. Tenía un cartel espectacular con una sirena y unos peces, pintado sobre
cristal marino por el gran artista y amigo personal de la dueña Alys Possun. Había una sirena en el cartel porque el pub pertenecía a Lira
Anadiomena, la patológicamente celosa cuñada de Michael, esposa de Finbar
O’Toora, el juguetero adicto a su trabajo.
El psiquiatra de Lira la
había aconsejado que encontrarse alguna ocupación que la distrajera de su
obsesión con vigilar a su marido. Por eso había abierto un pub para marineros
hundidos. Como la Sra.Parry
pronto comentó, ¿qué otro negocio podría abrir Lira?
Si, la Sra. Parry estaba ahí,
vestida de morado con un collar de estrellas fugaces de oro macizo cayendo en
cascada por su pecho. La
Sra. Parry siempre lleva collares preciosos. Y siempre tiene
el pelo más túmido y mas platinado.
“¿Está usted diciendo algo
desagradable sobre mi prima?” preguntó Alpin al escuchar este comentario.
“Porque si lo está haciendo, quiero enterarme para contárselo a mi madre. La
encantará saberlo.”
“Lo que estamos diciendo,” Sabática,
siempre la muy maestra, le explicó a Alpin, “es que uno hace bien en abrir un
negocio que conoce. Bien, pues lo que acabo de decir es información que vale dinero,
así que toma nota y recuerda esto si algún día quieres dedicarte al comercio.”
“Yo no veo demasiados
marinos ahogados por aquí,” dijo Alpin, recorriendo el lugar con la mirada. Y
cierto era que sólo había uno. Se trataba de Nauta, el fantasma romano.
De lo que si estaba lleno el
pub era de lucecitas navideñas que parpadeaban iluminando las ondas de las
paredes pintadas de verde mar, los muebles hechos con madera de deriva y restos
de naves y las hermosas lámparas de enormes y exóticas conchas y los delicados
candeleros de nácar y coral.
“Los sirenos son maridos muy celosos que mantienen encerrados a los hombres ahogados en jaulas en el
fondo del mar para que no se relacionen con sus esposas.”
“Quieres, decir, sabionda
Sabática, que Lira ha abierto un pub para clientes que no tienen acceso a él?”
preguntó Alpin. “Explícate. Quiero saber que sentido tiene eso. ¿Esto es lo que
sabe de este negocio? ¿Qué es mejor que no vengan por aquí gentes bulliciosas y
conflictivas a romperlo todo?”
“Bueno, no todos los marineros
muertos caen en manos de sirenos casados. Y los que se encuentran en jaulas
pueden encargar comida por teléfono y recibirla
por delfines mensajeros. En cualquier caso, que este negocio haga dinero
no es lo que le interesa a Lira. No lo necesita. Su padre es el rey de los
mares. Sus riquezas son infinitas.”
“Lira debió quedarse en casa
contándolas,” sugirió Alpin con desprecio.
En la barra, junto a la
silenciosa caja registradora, se hallaba una enorme bola de cristal recogida como
una perla dentro de una enorme ostra de mármol. Si mirabas dentro de la bola,
veías al juguetero Finbar trabajando diligentemente.
“Finbar creó este artículo
para mi para que pueda vigilar cada uno de sus movimientos desde aquí. Esto me
ayuda a concentrarme en mi trabajo,” Lira le explicaba a la hermana sabia
llamada Espiridula.
“No sabes la suerte que
tienes,” dijo Espiridula. Tenía junto a ella el televisor que había llevado a
la merienda que dio Glorvina. Le dijo a Lira que irremediablemente perdido
dentro del aparto estaba su marido, Donaldo. Ese televisor era tan antiguo como
la misma televisión, uno de los primeros aparatos creados. Donaldo se había
metido en él para estudiar las posibilidades docentes de la tele y nunca había
vuelto a salir de ahí.
“¿Nunca le has vuelto a
ver?” exclamó Lira horrorizada.
“No,” suspiró Espiridula. “Pero
de vez en cuando oigo su voz. Siempre dice algo educativo. Al igual que a
Finbar, le gustaba mucho su trabajo.”
“Oh, Espiridula, no sabes
cómo deseo que algún día vuelva contigo! ¡Sería tan estupendo que volviese hoy
mismo a casa por Navidad!”
“A los que no debe gustarles
demasiado su trabajo es a ese grupo de vagos sentados en esa mesa,” dijo
Alpin, apuntando directamente con el dedo a las personas a las que criticaba. “¿Qué
estáis haciendo aquí, zánganos? Es vuestra temporada alta. ¡Deberíais estar
trabajando!”
“¡Es
momento de estar alegres!¡Fa la la la la la la la la!”contestaron los
remolones.
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