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jueves, 23 de abril de 2020

28. La Sirena Celosa

  La Sirena Celosa 
    El Pub de las Maravillas del Mar de Lira Anadiómena

28. La Sirrena Celosa

El pub nuevo estaba jutno al mar. Tenía un cartel espectacular con una sirena y unos peces, pintado sobre cristal marino por el gran artista y amigo personal de la dueña Alys Possun. Había una sirena en el cartel porque el pub pertenecía a Lira Anadiomena, la patológicamente celosa cuñada de Michael, esposa de Finbar O’Toora, el juguetero adicto a su trabajo.

El psiquiatra de Lira la había aconsejado que encontrarse alguna ocupación que la distrajera de su obsesión con vigilar a su marido. Por eso había abierto un pub para marineros hundidos. Como la Sra.Parry pronto comentó, ¿qué otro negocio podría abrir Lira?

Si, la Sra. Parry estaba ahí, vestida de morado con un collar de estrellas fugaces de oro macizo cayendo en cascada por su pecho. La Sra. Parry siempre lleva collares preciosos. Y siempre tiene el pelo más túmido y mas platinado.

“¿Está usted diciendo algo desagradable sobre mi prima?” preguntó Alpin al escuchar este comentario. “Porque si lo está haciendo, quiero enterarme para contárselo a mi madre. La encantará saberlo.”


La Sra. Parry abrió su boquita de piñon pintadita de rosa para contestar, pero nada salió de esta. Fue la hermana sabia Sabática la que contestó por su amiga.
               

“Lo que estamos diciendo,” Sabática, siempre la muy maestra, le explicó a Alpin, “es que uno hace bien en abrir un negocio que conoce. Bien, pues lo que acabo de decir es información que vale dinero, así que toma nota y recuerda esto si algún día quieres dedicarte al comercio.”

“Yo no veo demasiados marinos ahogados por aquí,” dijo Alpin, recorriendo el lugar con la mirada. Y cierto era que sólo había uno. Se trataba de Nauta, el fantasma romano.

De lo que si estaba lleno el pub era de lucecitas navideñas que parpadeaban iluminando las ondas de las paredes pintadas de verde mar, los muebles hechos con madera de deriva y restos de naves y las hermosas lámparas de enormes y exóticas conchas y los delicados candeleros de nácar y coral.

“Los sirenos son maridos muy celosos que mantienen encerrados a los hombres ahogados en jaulas en el fondo del mar para que no se relacionen con sus esposas.”

“Quieres, decir, sabionda Sabática, que Lira ha abierto un pub para clientes que no tienen acceso a él?” preguntó Alpin. “Explícate. Quiero saber que sentido tiene eso. ¿Esto es lo que sabe de este negocio? ¿Qué es mejor que no vengan por aquí gentes bulliciosas y conflictivas a romperlo todo?”  

“Bueno, no todos los marineros muertos caen en manos de sirenos casados. Y los que se encuentran en jaulas pueden encargar comida por teléfono y recibirla  por delfines mensajeros. En cualquier caso, que este negocio haga dinero no es lo que le interesa a Lira. No lo necesita. Su padre es el rey de los mares. Sus riquezas son infinitas.”   

“Lira debió quedarse en casa contándolas,” sugirió Alpin con desprecio.

En la barra, junto a la silenciosa caja registradora, se hallaba una enorme bola de cristal recogida como una perla dentro de una enorme ostra de mármol. Si mirabas dentro de la bola, veías al juguetero Finbar trabajando diligentemente.


“Finbar creó este artículo para mi para que pueda vigilar cada uno de sus movimientos desde aquí. Esto me ayuda a concentrarme en mi trabajo,” Lira le explicaba a la hermana sabia llamada Espiridula.


“No sabes la suerte que tienes,” dijo Espiridula. Tenía junto a ella el televisor que había llevado a la merienda que dio Glorvina. Le dijo a Lira que irremediablemente perdido dentro del aparto estaba su marido, Donaldo. Ese televisor era tan antiguo como la misma televisión, uno de los primeros aparatos creados. Donaldo se había metido en él para estudiar las posibilidades docentes de la tele y nunca había vuelto a salir de ahí.

“¿Nunca le has vuelto a ver?” exclamó Lira horrorizada.

“No,” suspiró Espiridula. “Pero de vez en cuando oigo su voz. Siempre dice algo educativo. Al igual que a Finbar, le gustaba mucho su trabajo.”

“Oh, Espiridula, no sabes cómo deseo que algún día vuelva contigo! ¡Sería tan estupendo que volviese hoy mismo a casa por Navidad!”

“A los que no debe gustarles demasiado su trabajo es a ese grupo de vagos sentados en esa mesa,” dijo Alpin, apuntando directamente con el dedo a las personas a las que criticaba. “¿Qué estáis haciendo aquí, zánganos? Es vuestra temporada alta. ¡Deberíais estar trabajando!”

“¡Es momento de estar alegres!¡Fa la la la la la la la la!”contestaron los remolones.                              
                                       

                                                             ¡Wuf!

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