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jueves, 23 de abril de 2020

30. Una autoridad en pesadillas

“Pues si los optimistas no pueden curarte, por qué no me dejas presentarte a una autoridad en pesadillas?” me preguntó Michael.  

Michael y sus alumnos tenían que entrevistar a alguien famoso para su clase de inglés. Glorvina había sugerido que entrevistasen al Sr. Edgar Allan Poe, autor favorito de la hermandad de banshis, que le llamaban cariñosamente el señorito Eddy.

Michael recelaba de entrevistar al señorito Eddy. Era supersticioso y no le atraían los mundos oscuros. Pero sus alumnos estaban entusiasmados y se documentaron extensamente para realizar esta entrevista y para saber exactamente que preguntar al Sr. Eddy.

Cuando yo llegué al bosque donde habíamos quedado, Don Alonso se estaba comportando como un hipocondríaco porque acababa de leer La Máscara de la Muerte Roja. Se había abierto la camisa y subido las mangas y andaba buscando ronchas rojas en sus brazos y piernas.

“Venga, Alonso, lo único que te pasa es que te involucras demasiado en lo que lees,” le dijo Michael. “Tápate antes de que pilles una neumonía y realmente tengas razón de sentirte febril. Nuestra entrevista es a medianoche, pero uno nunca sabe lo que va a tardar en llegar a otra parte asi que lo mejor será que nos vayamos hacia allí ya mismo.”

El sol se estaba poniendo cuando llegamos a la casa de ladrillos rojos dónde había vivido el señorito Eddy en Baltimore. Nos quedamos de pie cerca de la puerta blanca esperando que dieran las doce. Cuanto más oscurecía, más asustado estaba Michael.

“¡Tonterías! Eres por lo menos tan valiente como mi ama de llaves,” le aseguró Don Alonso. “Los dos vagáis por un antiguo campo de batalla infestado de almas de soldados violentos y terriblemente mutilados en lo más oscuro de la noche  ¿Cómo puede eso no dar más miedo que encontrarse con un amigo a medianoche?”

Una luz se encendió de pronto en la ventanita del ático. Todos escuchamos como la puerta se desatrancaba. A la luz de una farola que había junto a la casa, vimos que no tendríamos que empujar esa puerta para poder entrar. Pero llamamos de todos modos, aunque no estábamos seguros de si eso era lo correcto en un lugar como ese. Sancho alzó la voz y gritó “¡Gente de paz!” Esa es una manera de asegurar a los de dentro que los que van  a entrar tienen buenas intenciones.

Como respuesta, la puerta se abrió del todo y entramos en un lugar donde no había ni luz ni oscuridad, pero de algún modo podíamos ver un montón de nubes, algunas compactas como sofás y otras casi transparentes y deshilachadas, parecidas a una bruma.

                                        
                                                “Tut tu rut tut!”

Un ángel que brillaba ante nosotros había sacudido sus alas, hechas de atrompetadas flores de datura en vez de plumas, que al moverse habían producido ese inquietante clamor.
  
 ¡Es Israfel!” suspiré. “¡El ángel de la música!” Y recordé con un escalofrío que escuchar su trompeta significaba que uno estaba a punto de morir.

“Ese no era el sonido de mi trompeta,” dijo el ángel con voz grave y melodiosa.”Ese sonido lo hacen mis alas.”

Para demostrárnoslo, desplegó sus alas de verdes hojas y blancas flores una vez más, produciendo el mismo estruendo.

“Nadie morirá aquí esta noche. Os esperan arriba. Subid a una nube oronda y os llevará allí.”

Agradecimos al ángel su consejo y elegimos una nube adecuada que hiciese de ascensor. Nos depositó dentro del ático. 


Y allí, a la luz de una lamparita de aceite, la distinguida figura de un caballero vestido de negro estaba escribiendo en una mesa.

El olor de café recién hecho impregnó el aire enrarecido y vimos que junto al escritorio había una mesita más pequeña, redonda y de ébano, sobre la que se hallaba un juego de café de porcelana blanca con rosas rosadas, las tacitas y sus platitos peligrosamente amontonados.

Un alarmante batir de alas nos permitió ver el intento que hizo un cuervo negro como la noche de posarse sobre la ardiente, humeante cafetera.

             
Ay!”se quejó el cuervo, alejándose de la tapa. “¡Nunca más! Nada de posar sobre una cafetera. ¡Nunca más!

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