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jueves, 23 de abril de 2020

32. Al rastrillo de Urraca

Y así pasamos una noche bruja muy entretenida con el Sr. Eddy. Estaba amaneciendo cuando descendimos del ático y la nube nos depositó junto a la farola, ya a punto de apagarse. Antes de irnos, pude preguntar al Señorito Eddy que podía hacer con mis pesadillas.

“Exteriorízalas. Ponlas en papel. Escribe sobre esto. Conviértelas en literatura.” Entonces se río y dijo, “Algunas personas parece que han podido convertir las mías en dinero. Eso hace que las pesadillas asusten menos, ¿verdad? ¿O tal vez no? Supongo que depende de lo mucho que te de por pensar sobre esto. La mayoría de la gente no pensaría mucho. Sólo gastaría el dinero.”

Y para pelear contra mis pesadillas decidí escribir unos versos. Y cuando lo había hecho, los lleve a casa de Michael. Pero no pude enseñárselos porque el tenía sus propios planes ese día. Estaba haciendo de canguro de Alpin y estaba a punto de llevarle a un mercadillo. Me invitaron a ir con ellos.

Por si no sabéis lo que un rastrillo de garaje es, os explicaré que hay un hada llamada Urraca, de moral algo ambigua y mal vista por todos los miembros honrados del gremio de comerciantes, que tiene una tienda enorme con forma de nido que está llena de toda clase de cosas adquiridas de maneras sobre las que es mejor no hacer demasiadas preguntas. Dos veces al año limpia su tienda y organiza unas rebajas en el garaje de la misma con el objeto de deshacerse de muchos objetos y así hacer sitio para mercancía nueva. En estas ocasiones, los precios de Urraca son tentadoramente bajos, lo que esta hada se puede permitir porque probablemente estos objetos no la hayan costado un céntimo partido por la mitad a ella.

La mayoría de nosotros hacemos nuestras compras en el Mercado de Luz de Luna, centro comercial que abre todas las noches salvo las de luna nueva. Pero cuando buscamos algo que hemos perdido misteriosamente, vamos al Nido de Urraca.

“¿Qué me vas a comprar?” Alpin preguntó con entusiasmo a Michael.

“Sólo voy al rastrillo de Urraca porque me han dicho que cabe la posibilidad de que encuentre allí el zapato que perdí,” le explicó Michael.

“Ya tienes un nuevo par,” dijo Alpin. “Un zapato te lo hiciste tú y el otro te lo hizo tu padre. Y además mi hermana encontró uno de los zapatos que perdiste. Eso quiere decir que tienes tres zapatos. Si es que sé contar, y sí que sé, tú tienes un zapato más que cualquier léprecan. No necesitas tres zapatos. Sólo tienes dos pies. Insistir en encontrar un cuarto es avaricia. Se generoso y deja que otra persona se quede con el cuarto, Michael.”

“No, no es avaricia. Es prudencia. Mi zapato de léprecan con sus poderes especiales no puede caer en manos de cualquiera.”

“Sigo pensando que debes comprar algo para mí en lugar de buscar un zapato viejo.”

“Si lo veo, no lo voy a comprar. Lo voy a reclamar. Puedo demostrar que es mío.”

“Si ella es tan mala como dicen, no te lo devolverá. Seguro que hay pelea. Podría resultar interesante ver eso, pero sigo queriendo que me compres algo antes de que os matéis. Además, si me compras algo, puede que ella no te saque los ojos con su pico por reclamar tu zapato. Por cierto, ¿Urraca ofrece refrescos a los compradores?”

“No,” replicó Michael. “Pero si tenemos bronca por lo del zapato, la sugeriré que lo haga.”

Para distraer a Alpin, que estaba muy pesado con lo de que le comprasemos algo, Michael sugirió que nos entretuviésemos cantando canciones camino del rastrillo de Urraca.

                           
“¡Estaba la pájara pinta sentadita en el verde limón!” cantaba Alpin camino del rastrillo.

“¡Con su pico recoge la hoja, con su pico recoge la flor!” continuó el hada Polilla. Los dos habían aprendido esta canción de la Señora Estrella.

Polilla era una gran amiga de Michael, que siempre la pedía que le acompañase cuando iba de compras. Ella era muy pija y daba consejos muy buenos sobre lo que estaba de moda. Esto le venía muy bien a Michael, porque él nunca sabía que comprar.

“Preferiría que no cantaseis canciones de pájaros ahora que nos acercamos al territorio de Urraca” dijo Michael, algo nervioso. No había hecho más que hablar cuando un señor de las Indias Occidentales pasó por nuestro lado cantando su propia canción de pájaros.


“¡Pájaro amarillo, ahí arriba en lo alto del banano! ¡Pájaro amarillo, estás tan sólo como lo estoy yo!”

Se interrumpió a si mismo para soltar una risita capciosa y tras guiñarnos un ojo siguió por su camino. Pero antes de que pudiésemos comentar sobre lo ocurrido, dos caballeros victorianos pasaron por nuestro lado cantando resueltamente.


“En un árbol junto al río un  parito cantaba “¡Sauce, ay, sauce!¡ Ay, sauce!””

Saludaron a la vez con sus sombreros a Michael y se fueron dando saltitos y sacudiendo sus bastones.

Y entonces todos escuchamos unas risitas detrás de nosotros y nos volvimos para ver quién se reía. Y la dama Murasaki comenzó a cantar.


“¡Al ciruelo viene la curruca para cantar toda la primavera!”

La Dama Morada es una gran amiga de Don Alonso, porque él admira su novela sobre el caballero japonés Genjii. Es la primera novela escrita en el mundo. Y a la dama le encanta la novela de la que es protagonista Don Alonso. Además, Murasaki es amiga de Michael, porque les encanta tomar el té juntos en noches de luna llena. En estas ocasiones se turnan tocando música. Ella toca el konghou y él su harpa. Así que nos saludó, y nosotros a ella, y se fue por su camino rodeada de tres jovencitas con parasoles.

“¿Será que soy un aguafiestas?” se preguntó Michael, todavía más incómodo por las canciones de pájaros.

“Yo puedo superar a todos,” cacareó Alpin. Y nos ofreció algo de folclore:

“Una es tristeza,
Dos alegría,
Tres, viene una niña,
Cuatro, será niño,
Cinco, habrá boda,
Seis, lloverá oro,
Siete es un secreto que jamás podrá ser revelado,
Ocho, un deseo cumplido,
Nueve, un beso,
Diez es un pájaro que no puedes ignorar.
¡Urraca!”

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