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jueves, 23 de abril de 2020

33. Un secreto que jamás debía ser revelado

Para cuando Alpin terminó su actuación, estábamos ante un cartel enorme que anunciaba el mercadillo de Urraca. 

“¡Gran Rastrillo de Garaje! 
¡Artículos Mortales A Estrenar! 
¡Artículos Mágicos de Segunda Mano!”

“¡Arrrrrrrrrrgh!”

Todos nos volvimos para ver quién había gritado. Tras nosotros estaba la Sra. Parry, pálida y temblorosa y apuntando con un dedo acusador a la palabra Garaje del cartel.

“¡Santo cielo, Sra. Parry! ¿Está usted bien?” preguntó Michael.

“¡Nadie me dijo que este rastrillo se iba a celebrar en un garaje!”

“En realidad parece ser que se celebra en el parking de la tienda de Urraca,” dijo Alpin. “¿A que eso es todavía peor?”

La zona de aparcamiento que había ante la tienda de Urraca estaba repleta de puestos colmados de mercancía. Media docena de coches se hallaban apiñados en la esquina izquierda del aparcamiento.

“¡Calla, Alpin!” le reprochó Michael. “No creo que ninguno de esos coches aparcados aquí vaya a moverse,” le dijo a la Sra. Parry para animarla. “No tienen espacio para hacerlo. ¿Por qué  no se une a nosotros?”

“Sí, es más seguro ir en grupo,” añadió Alpin, fingiendo ser útil. Y entonces preguntó, “¿Por qué hay un coche de la policía humana aparcado aquí?”

“Es de los mortales. No nos incumbe,” dijo Michael.

“¿Qué va a hacer usted si enciende su sirena, Sra. Parry?” Alpin le preguntó a la aterrorizada venerable gran dama. “¿Gritará  usted más fuerte que la sirena? Podríamos hacer apuestas y ganar dinero para poder comprar cosas aquí.”

Noté que le costó a Michael no arrearle dos yoyas a su primo. Pensé que yo podría ayudar y me puse a charlar con la Sra. Parry, animándola a participar en la conversación y así tranquilizarse. Empecé por preguntarla por su hijo Henny, y la dije que tenía muchas ganas de quedar con él para recolectar hierbas la noche de San Juan, pues una vez me había invitado a acompañarle.

“Siete clases de plantas debemos recolectar, y también agua de siete fuentes, para tener buena suerte todo el verano. Yo sé que uno debe recolectar rosas silvestres, hierbabuena, helechos, lavanda, romero, hierba luisa y, por supuesto, hipérico o hierba de San Juan. Pero si no encontramos alguna de estas plantas, ¿servirá otra? Laurel,  por ejemplo.”

“Tienes que arrancar las plantas por la raíz. Tendrías que arrancar todo el árbol para coger el laurel,” me explicó la Sra. Parry, distraída al hablar de un tema que la apasionaba. “Prueba con trébol. O salvia. O ruda.”
         
                                        
                                          “Vaya, si es Polilla.”

La mismísima Urraca del Páramo Malva se acerco a saludar. Era un hada con aspecto de pájaro que tenía una larga y sedosa melena azul y ojos fríos como el hielo que te miraban con intención. Esta vez sus ojos estaban fijos en Polilla.

“¡Qué lista! Vienes adornada con tus mariposas de diario para que mis vendedores no se aprovechen de ti pensando que eres rica. Y tu novio es más listo aun, con esa vulgar camiseta a la que sólo le faltan unos manchurrones de lodo y algún agujero. Perfecta para un mercadillo sabático de fruta, grano y semillas.”

Polilla estaba a punto de responder con brío, pero antes de que pudiese, Urraca trasladó su impertinente atención a la venerable Sra. Parry. Achinando sus ojos para estudiar a la anciana, la ofreció lo que parecía ser consejo profesional.

“Sra. Parry, pase por el puesto de maquillaje. Tendrá mucho mejor aspecto si cubre su cara con algo de eso. La mayoría de las viejas insomnes están de mejor ver si se pintan. ¡Ah! También tenemos alguna pocioncilla que la haga dormir, pero…” Urraca bajo la voz y le puso una mano en el hombro a la Sra. Parry. “Para eso tendría que pasar a la trastienda. Por cierto,” continuó, hablando otra vez en alto y acercándose a un puesto de prendas de lana, “tengo toneladas de cositas de punto para sus siete veces tataranietos. Me imagino que sus manos ya no estarán como para tejer. En verdad, siempre es invierno para usted ahora, ¿no es así?”

Y de repente volvió a atacar a Polilla.

“¿Qué te va a comprar tu novio, Polilla? Si es un tío espléndido, tengo una esmeralda de cuarenta quilates que se rumorea que perteneció al Mago de Oz. Es perfecta para un anillo de compromiso vulgarmente grande, si es que él va en serio, claro. Viene con una rosa roja gratis. De tallo largo. Te gustará, aunque al cargarla parecerás más bajita de lo que ya eres.”

“Nos han dicho que vendes zapatos de hombre. ¿Dónde están?” respondió Polilla, muy seca.

“Hmm. Así que eres tú la que va a comprar para él. ¿Qué tal estas botas de vaquero? Podrá volar de vuelta a Ciudad Esmeralda con ellas. O a Kansas, si le va mejor.”

“No soy de Kansas,” dijo Michael.

“Oh. ¡No me digas! Estabas ojeando los CDs paletos.”

“Sí que me gusta la música country,” admitió Michael.

“Entonces tal vez Polilla debería comprarte  otra guitarra.”

Antes de que Michael pudiese responder que él no tocaba la guitarra, pero sí el violín y el harpa, Urraca señaló un puesto cargado de instrumentos musicales. Destacaba una bonita harpa parlante de oro y marfil. Las harpas parlantes son muy sensibles, y lloran mucho si no tienen dueños que las merecen. Esta no parecía muy feliz.

                           
 ¡Compradme! ¡Por favor, compradme!” suplicaba.

“¡Oh, yo lo haré!” exclamó la Sra.Parry, con ansias de rescatarla. “Para Taffy, el dragón de mi hijo.”

“Hay muchas cosas que puede hacer usted en lugar de malcriar dragones. Incluso a su edad, querida,” Urraca le dijo a la Sra. Parry, cogiéndola por el brazo e intentando apartarla del harpa. “Compra algunos pinceles para pintar acuarelas si tus manos no tiemblan demasiado. O un paraguas para bailar bajo la lluvia, si te lo permiten tus huesos. O un yacuzzi, si es que crees que podrás salir de él después de usarlo.”

No ofende quien quiere sino quien puede. La Sra. Parry se portó como la gran dama que era y no se dejó provocar. Compró el harpa. Y eso a pesar de que Urraca dijo que se alegraba de que la Sra. Parry hubiese anunciado su intención de comprar antes de preguntar por el precio. “Así son mis clientes favoritos,” sonrió Urraca con sorna. Y entonces sus ojos se fijaron en nosotros, los jovencitos presentes. Y...entonces se iluminaron al reconocer al menos a uno de nosotros.   

“¿Qué tenemos aquí? Dos niños calladitos. ¿Cuantos años tenéis? ¿Siete recién cumplidos?” Urraca nos preguntó sonriendo con malicia. “Sé exactamente lo que vais a querer. Muebles para vuestras casas.”

“Mi madre compra eso,” dijo Alpin. Había estado muy callado porque no quería perderse ninguno de los desagradables comentarios de Urraca.

¡No, no! No para su casa. Para vuestras propias casas en Isla Manzana. ¿Son de ladrillo o de granito? Mirad este sofá tan molón. O esta tele cañosa.”

“¿Yo tengo una casa?” dijo Alpin, muy sorprendido.

“¿Cómo te atreves? exclamó la Sra.Parry.  

Pues Urraca había ido demasiado lejos. Acababa de revelar un secreto que había sido guardado con gran cuidado, para que Alpin, el No Cambiadito, no se enterase de que tenía derecho a un hogar en la isla de los benditos.

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