Para cuando Alpin terminó su
actuación, estábamos ante un cartel enorme que anunciaba el mercadillo de Urraca.
“¡Gran Rastrillo de Garaje!
¡Artículos Mortales A Estrenar!
¡Artículos
Mágicos de Segunda Mano!”
“¡Arrrrrrrrrrgh!”
Todos nos volvimos para ver
quién había gritado. Tras nosotros estaba la Sra. Parry , pálida y
temblorosa y apuntando con un dedo acusador a la palabra Garaje del cartel.
“¡Santo cielo, Sra. Parry! ¿Está
usted bien?” preguntó Michael.
“¡Nadie me dijo que este
rastrillo se iba a celebrar en un garaje!”
“En realidad parece ser que
se celebra en el parking de la tienda de Urraca,” dijo Alpin. “¿A que eso es
todavía peor?”
La zona de aparcamiento que
había ante la tienda de Urraca estaba repleta de puestos colmados de mercancía.
Media docena de coches se hallaban apiñados en la esquina izquierda del aparcamiento.
“¡Calla, Alpin!” le reprochó
Michael. “No creo que ninguno de esos coches aparcados aquí vaya a moverse,” le
dijo a la Sra. Parry
para animarla. “No tienen espacio para hacerlo. ¿Por qué no se une a nosotros?”
“Sí, es más seguro ir en
grupo,” añadió Alpin, fingiendo ser útil. Y entonces preguntó, “¿Por qué hay un
coche de la policía humana aparcado aquí?”
“Es de los mortales. No nos
incumbe,” dijo Michael.
“¿Qué va a hacer usted si
enciende su sirena, Sra. Parry?” Alpin le preguntó a la aterrorizada venerable
gran dama. “¿Gritará usted más fuerte
que la sirena? Podríamos hacer apuestas y ganar dinero para poder comprar cosas
aquí.”
Noté que le costó a Michael
no arrearle dos yoyas a su primo. Pensé que yo podría ayudar y me puse a
charlar con la Sra. Parry ,
animándola a participar en la conversación y así tranquilizarse. Empecé por
preguntarla por su hijo Henny, y la dije que tenía muchas ganas de quedar con
él para recolectar hierbas la noche de San Juan, pues una vez me había invitado
a acompañarle.
“Siete clases de plantas
debemos recolectar, y también agua de siete fuentes, para tener buena suerte
todo el verano. Yo sé que uno debe recolectar rosas silvestres, hierbabuena,
helechos, lavanda, romero, hierba luisa y, por supuesto, hipérico o hierba de
San Juan. Pero si no encontramos alguna de estas plantas, ¿servirá otra? Laurel,
por ejemplo.”
“Tienes que arrancar las
plantas por la raíz. Tendrías que arrancar todo el árbol para coger el laurel,”
me explicó la Sra. Parry ,
distraída al hablar de un tema que la apasionaba. “Prueba
con trébol. O salvia. O ruda.”
“Vaya, si es Polilla.”
La mismísima Urraca del
Páramo Malva se acerco a saludar. Era un hada con aspecto de pájaro que tenía
una larga y sedosa melena azul y ojos fríos como el hielo que te miraban con
intención. Esta vez sus ojos estaban fijos en Polilla.
“¡Qué lista! Vienes adornada
con tus mariposas de diario para que mis vendedores no se aprovechen de ti
pensando que eres rica. Y tu novio es más listo aun, con esa vulgar camiseta a
la que sólo le faltan unos manchurrones de lodo y algún agujero. Perfecta para
un mercadillo sabático de fruta, grano y semillas.”
Polilla estaba a punto de
responder con brío, pero antes de que pudiese, Urraca trasladó su impertinente atención
a la venerable Sra. Parry. Achinando sus ojos para estudiar a la anciana, la
ofreció lo que parecía ser consejo profesional.
“Sra. Parry, pase por el
puesto de maquillaje. Tendrá mucho mejor aspecto si cubre su cara con algo de
eso. La mayoría de las viejas insomnes están de mejor ver si se pintan. ¡Ah!
También tenemos alguna pocioncilla que la haga dormir, pero…” Urraca bajo la
voz y le puso una mano en el hombro a la Sra. Parry. “Para eso tendría que
pasar a la trastienda. Por cierto,” continuó, hablando otra vez en alto y
acercándose a un puesto de prendas de lana, “tengo toneladas de cositas de
punto para sus siete veces tataranietos. Me imagino que sus manos ya no estarán
como para tejer. En verdad, siempre es invierno para usted ahora, ¿no es así?”
Y de repente volvió a atacar
a Polilla.
“¿Qué te va a comprar tu
novio, Polilla? Si es un tío espléndido, tengo una esmeralda de cuarenta
quilates que se rumorea que perteneció al Mago de Oz. Es perfecta para un
anillo de compromiso vulgarmente grande, si es que él va en serio, claro. Viene
con una rosa roja gratis. De tallo largo. Te gustará, aunque al cargarla parecerás más bajita de lo que ya eres.”
“Nos han dicho que vendes
zapatos de hombre. ¿Dónde están?” respondió Polilla, muy seca.
“Hmm. Así que eres tú la que
va a comprar para él. ¿Qué tal estas botas de vaquero? Podrá volar de vuelta a
Ciudad Esmeralda con ellas. O a Kansas, si le va mejor.”
“No soy de Kansas,” dijo Michael.
“Oh. ¡No me digas! Estabas
ojeando los CDs paletos.”
“Sí que me gusta la música country,”
admitió Michael.
“Entonces tal vez Polilla
debería comprarte otra guitarra.”
Antes de que Michael pudiese
responder que él no tocaba la guitarra, pero sí el violín y el harpa, Urraca
señaló un puesto cargado de instrumentos musicales. Destacaba
una bonita harpa parlante de oro y marfil. Las harpas parlantes son muy sensibles, y lloran mucho si no tienen dueños que las merecen. Esta no parecía muy feliz.
“¡Oh, yo lo haré!” exclamó
la Sra.Parry, con ansias de rescatarla. “Para Taffy, el dragón de mi hijo.”
“Hay muchas cosas que puede
hacer usted en lugar de malcriar dragones. Incluso a su edad, querida,” Urraca
le dijo a la Sra. Parry, cogiéndola por el brazo e intentando apartarla del
harpa. “Compra algunos pinceles para pintar acuarelas si tus manos no tiemblan
demasiado. O un paraguas para bailar bajo la lluvia, si te lo permiten tus
huesos. O un yacuzzi, si es que crees que podrás salir de él después de usarlo.”
No ofende quien quiere sino
quien puede. La Sra. Parry
se portó como la gran dama que era y no se dejó provocar. Compró el harpa. Y
eso a pesar de que Urraca dijo que se alegraba de que la Sra. Parry hubiese
anunciado su intención de comprar antes de preguntar por el precio. “Así son
mis clientes favoritos,” sonrió Urraca con sorna. Y entonces sus ojos se
fijaron en nosotros, los jovencitos presentes. Y...entonces se iluminaron al reconocer al menos a uno de nosotros.
“¿Qué tenemos aquí? Dos niños calladitos. ¿Cuantos
años tenéis? ¿Siete recién cumplidos?” Urraca nos preguntó sonriendo con
malicia. “Sé exactamente lo que vais a querer. Muebles para vuestras casas.”
“Mi madre compra eso,” dijo
Alpin. Había estado muy callado porque no quería perderse ninguno de los desagradables
comentarios de Urraca.
“¡No, no! No para su casa. Para vuestras propias casas en Isla Manzana. ¿Son de ladrillo o de granito? Mirad este sofá tan molón. O esta tele cañosa.”
“¿Yo tengo una casa?” dijo Alpin,
muy sorprendido.
“¿Cómo te atreves?” exclamó la
Sra.Parry.
Pues Urraca había ido
demasiado lejos. Acababa de revelar un secreto que había sido guardado con gran
cuidado, para que Alpin, el No Cambiadito, no se enterase de que tenía derecho
a un hogar en la isla de los benditos.
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