34. Los temores de una madre
“¡No!” exclamó Polilla. “Eso tú te lo imaginas. Ella es mala y ya está. Chincha a todos sus clientes.”
Estaban en la cocina de la Sra.Dulajan ,
merendando y comentando cómo les había ido en el rastrillo. Hasta entonces
nadie había dicho palabra alguna tras abandonar aquel lugar. Salvo Alpin, que
no cesaba de repetir “¿Yo tengo una casa?”
“Tú la oíste vacilarme con
esas botas que me podían llevar de vuelta a Kansas. No tengo nada contra los de Kansas. El mago de Oz me es simpático. Pero no soy de Kansas.”
“Tú llevabas tu sombrero
verde, pero vestías una camiseta blanca con un dibujo de un campo de maíz,
bermudas verdes demasiado anchos y deportivas gastadas. Como si fueses a plantar maíz. Ella quería humillarte
para que comprases ropa cara.”
"Iba a un mercadillo, no al baile de la noche de San Juan."
“¿Yo tengo una casa?”
preguntó Alpin.
“Estoy convencido de que
tiene mi zapato,” Michael tomó otro sorbito de té. “Es un peligro que esté en
sus manos.”
“¿Yo tengo una casa?” preguntó
Alpin.
“No veo por qué los
léprecans pensáis que fabricáis zapatos tan estupendos. Si no saben volver a
casa como las palomas mensajeras, no serán tan buenos.”
“¿Yo tengo una casa?”
preguntó Alpin.
“No sé por qué la gente
sigue comprándole cosas a esa horrible mujer. No hay más que oír cómo insulta a
los clientes para querer evitarla. Anda que no hay tiendas con gente agradable en otras partes,”dijo Michael.
“Ofrece productos buenos que
no podemos encontrar o permitirnos comprar en otra parte y nosotros estamos
desesperados por conseguirlos. Ni siquiera la Sra. Parry ha dicho que
iba a boicotear a Urraca cuando la cantó las cuarenta. Y vaya que si le cantó
las cuarenta. ¡Estaba indignada!”
“¿Yo tengo una casa?”
preguntó Alpin.
Alpin estaba sentadito en la
cocina también, con un tazón de té y un plato enorme cargado de galletas de
azúcar ante él. Mucho más grande que el de los demás, era.
Yo dejé de mirar a Alpin y
miré en mi bolsillo en vez.
“Tengo un hueso del deseo
vegetariano, Alpin. ¿Quieres que juguemos? Puedes elegir lado.”
“No intentes cambiar de
tema, que te conozco. ¿Yo tengo una casa?”
Me callé y estreché la mano
para coger una galleta.
“¡Pero, Arley! ¡Si tus dedos
están manchados de azul!”
Me sonrojé.
“Lo siento,” dije. “Me he
lavado las manos pero esto no se quita. Es tinta de un rotulador. Es que he
escrito unos versos.”
“¡Me encantaría escucharlos!
¿Puedo? ¿Por favor?”
“¿Yo tengo una casa?” dijo Alpin, alzando un la
voz.
Pero todos secundaron
a la Sra. Dulajan
e insistieron en oír mis versos.
“Puede que no sean muy
adecuados. Van de unos miedos que tengo. Me aconsejaron que los exteriorizase y
una manera era escribir un poema sobre ellos. Tal vez no queráis oir eso.”
“¿TENGO UNA CASA?” interrumpió Alpin.
Todos gritaron que sí que
querían escuchar mis versos.
Muy nervioso, pero también
algo emocionado, porque era la primera vez que leía en público, saqué un
papelito de mi bolsillo, tosí para aclararme la garganta y me puse a leer lo
que había escrito.
Tengo una
pesadilla.
Noche tras noche, el Miedo
Se sienta en mi barbilla
y se inclina para mirarme a los ojos.
Si se tratase
de algún conocido de Mamá,
ella podría pedirle
que se largase.
Pero ella no conoce el miedo,
o es que no se dirigen la palabra.
Así que no me extrañaría nada que se quedase
y qué noche tras noche se enfundase
en mi almohada.
Noche tras noche, el Miedo
Se sienta en mi barbilla
y se inclina para mirarme a los ojos.
Si se tratase
de algún conocido de Mamá,
ella podría pedirle
que se largase.
Pero ella no conoce el miedo,
o es que no se dirigen la palabra.
Así que no me extrañaría nada que se quedase
y qué noche tras noche se enfundase
en mi almohada.
Y desde allí
me susurrase,
quitándome el
sueño,
haciendo que
tema dormir.
Papá dice que no pasa nada.
Sólo tengo que reírme de él y se irá.
Pero no, no se va,
Ni despacio ni deprisa.
Se queda, y abre la boca intentando
hacer eco de mi risa,
Y a mi sólo me queda elegir
Si le prefiero amenazador o burlón.
No se va a ir.
Papá dice que no pasa nada.
Sólo tengo que reírme de él y se irá.
Pero no, no se va,
Ni despacio ni deprisa.
Se queda, y abre la boca intentando
hacer eco de mi risa,
Y a mi sólo me queda elegir
Si le prefiero amenazador o burlón.
No se va a ir.
Pensasen lo que pensasen de mi obra, cuando terminé, todo el mundo aplaudió.
“¡Qué idea más genial! ¡Y tan bien
expresada! ¡Bravo! ¿Puedo ponerlo en
la nevera?” Y me pidió que se lo dedicase.
“Sé que podría escribir uno muchísimo
mejor para usted, si me lo permitiese,” le dije a la señorita Aislene. No sé
cómo me atreví a decir eso, pero sabía que era cierto.
“¿Tengo una casa?”
“Mamá, Alpin está cambiando de color. Se
está poniendo morado.”
“¡Oh, Arley! ¿Harías eso por mí? ¡Hace
tanto que nadie me dedica poemas! Pondremos los dos en la nevera. Este ahora
mismo.”
Y la
Novia Diabólica se levantó y colocó mis versos en el
centro de un corazón de papel rojo que había en la gigantesca nevera que
ocupaba casi todo el espacio de la cocina y estaba decorada con multitud de
imanes de formas y colores muy diversos. Esa nevera era un tesoro mágico que
almacenaba una fuente tan inagotable de comida como la de cualquier caldero, cesto
o cuerno de la abundancia. Hacia posible convivir con Alpin.
“¡Dame ese dichoso hueso del deseo, Arley!”
dijo de pronto Alpin. “Voy a desear tener una casa y tú vas a desear que yo tenga
una casa y así cuando tiremos de las dos puntas y se parta el hueso no
importará quién tenga el lado más largo y yo no podré perder.Tendré mi propia
casa. Sí o sí.”
Desolado,
miré a la Sra. Dulajan.
Esa no había sido mi intención al ofrecerle el hueso a Alpin. Todo lo
contrario. Quería distraerlo.
“Mamá,” preguntó Fiona muy bajito, “¿es cierto que tenemos casas?”
“Temía que llegase este día.”
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