Hay una isla de ensueño que
va creciendo lejos del alcance de los mortales en una parte del mundo en que
viven las hadas. Mi madre decidió convertir esta isla en un lugar todavía mejor
de lo que era. Allí empezó a construir, hace unos años, casas de granito o
ladrillo para cada miembro de la comunidad de las hadas.
Casas nuevas también se
construyen para hadas nuevas conforme van naciendo. Estas casas son hogares
ideales. Han sido diseñadas para ser todo lo que sus dueños desean que sea su
hogar. Vienen con dos robustos ponis y diez hermosas ovejas. Porque mi padre
insistió en ello, los dueños también reciben una chaqueta con bolsillos que
siempre están llenos de monedas de oro feérico. Si alguno desea algo más, ya
depende de él o ella conseguirlo. Esto quiere decir que si quieres que pavos
reales paseen por tu jardín en vez de ovejas, puedes importar tus propios pavos reales. Pero
lo cierto es que las hadas rara vez desean tener más que una casa, dos ponis y
diez ovejas. Pocas son ambiciosas.
¿Supone esta política de mi
madre un problema? Pues podría decirse que sí, al menos para algunos. Isla
Manzana es, como ya he dicho, una isla de ensueño. Y ha de seguir siéndolo. Por
eso también la llaman la tierra de la puerta fuerte.
Tienes que desear paz para
poder entrar en Isla Manzana. Muchas hadas se han negado a reclamar las casas
que les han sido construidas allí porque como una vez expliqué, no todo el
mundo quiere ceder su antiguo territorio, ese que llevan tiempo compartiendo
con los mortales, a los humanos. Así que se niegan a mudarse a la isla de
ensueño. Se quedan donde siempre han estado para luchar por su espacio. Este es
el caso de muchas hadas forestales, como mis amigos los hojitas. Ni siquiera se
dignan a ver lo que mi madre ha preparado para ellos en la isla de ensueño.
Sin embargo, este no era el
caso de los Dulajan. El señor y la señora Dulajan están tan felizmente casados
que podrían perfectamente pasar el resto de sus vidas disfrutando en la isla de
ensueño. Si no fuese por El No Cambiadito,
claro. Alpin es la razón por la que habitan en la frontera de ambos mundos, tan
cerca de los humanos.
Bien, pues dos semanas
después del rastrillo de Urraca, yo estaba de pie frente a la puerta de Alpin,
temiendo entrar por lo que podía escuchar que estaba pasando dentro. Desde la
lejanía ya había podido escuchar a Alpin sollozando cual un poseso,
probablemente en su dormitorio de la segunda planta. Pero esto no era nada
nuevo. Lo que daba miedo era ver y escuchar a través de la ventana de la cocina
a la Sra. Dulajan
despotricar contra la política de casa, ponis y ovejas de mi madre.
“¡Mal hayan todos los estadistas!” escupía, apretando los puños. “¡Entrometidos,
líantes, meticones y manipuladores! ¿Por qué no pueden dejar las cosas como
están?”
De su boca salieron palabras
que se convirtieron en sapos y culebras. Vi como estos se arrastraron y
saltaron por la ventana y se dirigieron a los jardines de los vecinos.
“Si yo pierdo a mis hijos,
ella se queda sin su Oberón. ¡Juro que
iré a por él! ¡Y que la mujer más fatal gane!”
“Sólo sentimos curiosidad
por ver como son nuestras casas,” la interrumpió Brana muy mansamente. “No
vamos a abandonarte.”
“¡Oh, sí que lo haréis! ¡En
cuanto veáis esas casas! ¡Sí! ¡Sí! Os
van a encantar esas casas. Están diseñadas para cumplir los deseos de vuestros
corazones. Os encantarán, igual que a mí me encantó la mía.”
“Pero tú dejaste la tuya,
Mamá. ¿Por qué?” preguntó Fiona.
“Todo el mundo allí está
repugnantemente feliz. No puedes soportarlo si no estás muy feliz tú también. Vosotras
encajaréis. Perfectamente. Como vuestro hermano Darcy. ¿Dónde creéis que vive?”
“Por eso nunca nos ha dejado
visitarle. Y nosotras pensando que era por alguna razón siniestra.”
“Siniestra. ¡Ja! No importará que seáis vampiresas. Sois niñas
bien educadas. Los de allí os darán casas cerca de la costa o de algún portal,
para que podáis salir y entrar sin que nadie lo note ni se fije en vuestras
sombras oscuras. Pronto estaréis tan contentas que no os hará falta salir. No
volveréis a ejercer, y os convertiréis en seres de una luz resplandeciente.”
“Mamá, cuando decidimos no
cambiar a Alpin por un niño más agradable, te prometimos que te ayudaríamos a
cuidarlo. Y siempre lo hemos hecho. ¿Acaso todo este follón es porque tienes
miedo de perderle a él también? ¿Es que no se volverá más bueno también cuando
viva ahí, como dices que lo haremos nosotras? ¿Poquito a poco?”
“Ningún cambiadito ha podido
cruzar la Puerta Fuerte
jamás. Algunos lo han intentado, cuando se han dado cuenta de quienes realmente
eran y abandonado a sus familias mortales. Pero ninguno ha conseguido entrar.
La puerta no se abre para ellos. Alpin no podrá ir allí. Bastante es que hayan
consentido que se quedase aquí fuera con nosotros.”
“Pues entonces tendrá que
ver eso él mismo. Tendrá que ver cómo la puerta se cierra de golpe para él,
porque está empeferrascado en ir allí, y es de este barrio del que nos van a
echar si sigue gritando noche y día que quiere ver su casa y no hay manera de
callarle.”
Yo llamé tímidamente a la
puerta de los Dulajan y se hizo a un lado para que pudiese pasar porque siempre
esta abierta para mí. Todavía en el umbral, me ofrecí voluntario para llevar a
Alpin a Isla Manzana.
“Si se coloca justo a mi
lado y los dos saltamos para dentro a la vez cuando se abra la puerta para mí,
y lo hará, porque siempre lo hace, puede que los dos consigamos colarnos
dentro.”
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