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jueves, 23 de abril de 2020

36. El viaje es la mitad de la diversión

“Debería llegar en cualquier momento. ¿Estáis todos listos?”

Michael guardó el folleto con los horarios del barquero de Isla Manzana en el bolsillo de su chaqueta. Le había tocado acompañarnos a la Isla de los Benditos, también conocida como Isla Manzana.

Supuestamente eso era porque el padre de Alpin rara vez se podía permitir vacaciones y la Sra. Dulajan estaba demasiado consternada para mostrarse en público. Pero yo creo que eligieron a Michael para esta empresa porque es tranquilo y diplomático y todos saben que rara vez tiene enfrentamientos con otros. Todo lo contrario que los Dulajan. Basta con que se dejen ver para que los demás se pongan en guardia.

Era un grupo relativamente grande el que dirigía Michael. No sólo íbamos Alpin y yo. Fiona y Brana también querían ver sus casas. Y cuando Don Alonso supo que íbamos a visitar el lugar en el que descansaba el Rey Arturo, suplicó que le llevásemos con nosotros. En cuanto a Sancho, ¿cómo iba a perderse poder estudiar el funcionamiento de una isla tan bien gobernada?

¡Qué bueno es nuestro profe irlandés!”cantaban Don Alonso y Sancho. “¡Que buenos es, pues nos lleva de excursión de inglés!”

“Unas palabras de advertencia antes de que nos subamos a la barca y dirijamos al paraíso,” dijo Michael severamente.

“¡Somos todo oídos!” respondimos, riéndonos.

“El propósito de este viaje es reclamar los hogares de los jóvenes Dulajan. Y queremos hacer eso sin causar problemas a los nativos y sin tenerlos nosotros. ¡Estas son las normas! Nada de flirtear.”

Michael miro muy de cerca a las mellizas cuando dijo eso.

“Dejadlo para otra ocasión. Nada de detenerse para hacer amigos. Nada de vacilar en los prados ni de camino a donde sea. Nada de perseguir a los ciervos. Nada de piropear a las mariposas.”

Las mariposas de Isla Manzana son posiblemente las más bonitas de los dos mundos, y lo saben, pero jamás se cansan de oírlo decir. Por eso nos estaba prohibido pelotearlas. Si uno lo hace, le persiguen exigiendo más y más y más piropos. Nunca tienen suficiente.

“Nada de intentar cazar mariposas para venderlas cuando volvamos a casa. Nada de negocios turbios de cualquier tipo. Ni de negocios limpios cual agua clara y serena. Ahí están estrictamente prohibidos. Nada de asir a los unicornios por sus cuernos. Son animales tímidos y les gusta elegir a quien acercarse.

“Y,” siguió Michael mirando fijamente a Don Alonso, “nada de parar para escuchar el canto de los pájaros. Podría llevar siglos. Una vez que alguien para para escuchar a los pájaros cantar, lo que sale volando es el tiempo, que se va para otro siglo antes de que alcen el vuelo los pajaritos.

“Absolutamente nada de penetrar en alguno de los cuatro círculos feéricos direccionales. Uno no puede salir simplemente bailando de allí. Las nueve reinas se tendrían que reunir en asamblea para votar si dejan a quien sea salir o no. Nada de crear nuestros propios círculos feéricos tampoco. Quien crea un círculo feérico ha de responder de los que se puedan quedar atrapados dentro.”

“¿Cómo se crea un cículo feérico? ¿Acaso no es esto algo que yo debería saber hacer?” preguntó Alpin.

“Como no eres alumno mío, ignoraré tu pregunta,” respondió Michael.”Se la harás a tu padre. Nada de beber vino de diente de león, ni aguamiel, ni hidromel. Ni siquiera agua de las fuentes cristalinas.”

Creo que todo eso de beber iba más bien dirigido a Sancho.

“Y absolutamente nada de probar los productos locales. Ni siquiera la famosísima sidra y  las ricas rosquillas. El que come algo ahí se queda ahí para siempre. No hay forma de que se pueda ir. Nunca volverá a casa, y yo tengo que depositaros a todos sanos y salvos en casa esta tarde. Así que sólo comeremos y beberemos lo que hemos traído con nosotros. Ni olisqueéis los productos típicos. Nada de-”

“¡Nada de divertirse!” interrumpió Brana. Y todos se riéron.

“¿Queréis que os devuelva a casa ahora mismo? ¿No? Pues ya me habéis oído. No tengo nada más que decir. Con esto ya os he leído la cartilla. Ahora os toca a vosotros cumplir las normas. O nos volvemos a casa.”


“¡Nada de molestar al barquero!” bramó una voz ronca y profunda antes de que pudiésemos suplicar que Michael no nos devolviese a casa. “U os atizará con el remo y caeréis de la barca a las aguas de las olas de oro y seréis despedazados por los tiburones de los dientes de perla.”

 “Eh... ¡Hola!” dijo Michael. “Somos cinco hadas, dos personajes de novela y...un frigorífico.”

“Pero..¿qué en el nombre de los psicopompos es eso?” gruñó el barquero, contemplando horrorizado la mastodóntica nevera de Alpin que relucía blanca bajo el sol, decorada con coloridas notitas y curiosos imanes. Es lo bastante grande para alimentar a un ejercito de quinientos guerreros hambrientos de proporciones heroicas.

“Eso es el frigorífico de mi primo. Tiene que viajar con nosotros porque es vital para la salud mental de este niño.”

estás como unas maracas si te crees que yo voy a consentir que esa montaña de metal se suba a mi barca.Antes transportaría al Mont Blanc que a eso. Pero cómo habéis podido traerla hasta aquí?”

“Si te fijas bien, verás que hay cincuenta pares de zapatos de leprecanes debajo del aparato. Lo han cargado hasta aquí. Muy valientemente.”

 “¡Ya lo veo! Y sin acabar aplastados,” dijo Barinto. Ese era el nombre del fornido barquero de barba marrón y ojos rojos. “¿Cómo has conseguido los cincuenta pares?”

“Los he pedido prestados a los miembros del club de ajedrez de mi padre. Tienen un maratón este fin de semana y no los necesitan mientras están sentados jugando. Lo que llevan puesto mientras juegan son cincuenta pares de zapatillas de seda china, elegantemente bordadas. Yo se las regalé a cambio de este favor.”

“Admito que me tienes impresionado. Pero ese monstruo no va a hundir mi nave. Los zapatos se lo pueden volver a llevar por donde vinieron. Nada de exceso de equipaje!”

“Los zapatos de léprecan pueden caminar sobre el agua. También pueden flotar, y lo hacen siempre en la dirección correcta. Tal vez podamos encadenar la nevera al mástil y arrastrarla tras nosotros, empujada y guiada por los zapatos. Tanto ella cómo ellos son impermeables. Y las cosas grandes suelen flotar de maravilla. Pero cuando lleguemos a la otra orilla habremos de tener cuidado para que la nevera no quede varada en la arena. Los zapatos tendrán que comenzar a cargarla antes de que lleguemos a tierra.”

¡Yo o heave ho! Yo o heave ho!” cantaban los zapatos de léprecan al cargar el frigorífico a aguas profundas. Una vez encadenado y a flote, saltaron a la barca.

“Esos zapatos tendrán que comprar un billete si piensan viajar en barca. Es como llevar a cincuenta personas más,” dijo Barinto.

“Cóbrame como si se tratase de niños menores de siete años y pagaré el pasaje,” suspiró Michael. “Puede que pedirles que naden tras nosotros sea demasiado pedir.”

“¡Hecho!” exclamó Barinto. “Porque tienes toda mi simpatía.” Y miro hacia Alpin con el rabillo del ojo.

“¡Todos a bordo!” grito Barinto. “¡Barca partiendo para Isla Manzana en siete segundos! ¡Siete es un número de la suerte!”

“¡Yo o heave ho! ¡Yo o heave ho! cantaban los zapatos de léprecan, colocandose en primorosas filas de diez. “¡Ey, ukhnyem! ¡Ey, ukhnyem!”

“¡Nada de cantar la canción de los barqueros del Volga! ¡Dejad de crujir y ni penséis en bailar una jiga irlandesa a bordo! ¡Yo soy el que está a cargo de entretener al público durante este viaje! Mi show comienza en tres segundos. También es interactivo. Todos tenéis que gritar ¡Viva!  siempre que yo pare para respirar.”

De algún modo, Barinto consiguió que sonase música celestial. No lográbamos ver de dónde venía, pero era un buen acompañamiento para la letanía lírica que comenzó a recitar.

“¡La siguiente y única parada es la Isla de las Manzanas, ínsula bendita de los más afortunados, alegre tierra de la juventud renovada y eterna, tierra donde la perfección es posible, cáliz del amor universal, corazón de los universos, creación de los hechizos de nuestras madres!”

“¡Viva!” gritamos todos.

“¡Hogar de rugientes hornos y diestros herreros! ¡Tierra de hábiles sanadores! ¡Tierra de luces resplandecientes donde los rayos del sol convergen con la luz de las estrellas para dar calidez al elixir de la vida y sanar a cualquiera que no se encuentre demasiado bien y sea sugestionable, y todos los que estamos en esta barca estamos orgullosos de serlo!”

El barquero me miró fieramente.Yo fingí no darme cuenta. Pero me pasé el resto del viaje intentando no estornudar. Oh, y todos volvimos a gritar “¡Viva!”

“¡Tierra de sueños y mitos, leyenda flotante, espejo de las estrellas, hogar del alma y del espíritu, asilo de bardos jubilados y prejubilados, que siguen ejerciendo a su antojo!”
 
“¡Viva!”

“¡Tierra de rosas sin espinas, tierra sin arduo trabajo, tierra de verdes Colinas que ruedan en el horizonte y de prados que resuman flores olorosas, de invernaderos plenos de bosques de árboles enjoyados que dan manzanas de oro y plata y rojizos melocotones, de viñas que dan voluptuosas uvas de color amatista y jade claro y de bayas que son la envidia de los rubíes y el berilo azul!”

 “¡Viva!”

“¡Lugar de reposo de aguas vivas que suspiran y cantan y tocan harpas de oro y platino con sus ondulados dedos de espuma blanca como el encaje!”

“¡Viva!”

“¡Campo de granos dorados que se cosechan a sí mismos y cocina con hornos en los que se hace solo el pan antes del alba, patria de los salmones de la sabiduría y de lanudos corderos negros, marrones, blancos y de tonos pastel! Refugio de tímidos unicornios que se esconden de la extinción!”

“¡Viva!”

“¡Planicie del regocijo, puerta a la dehesa del violinista, tierra de las canciones del crepúsculo, nido de alondras y ruiseñores, lago donde los cisnes enamorados se abrazan pero jamás cantan su última canción!”

“¡Viva!”

“¡Tierra de la esperanza lograda y de deseos cumplidos! ¡Caja fuerte de los trece tesoros y reino de las nueve hermanas! ¡Solar de ciudades de cristal con colores del arco iris y castillos de vidrio y casas gratis de ladrillo y granito!”

 “¡Y ovejas y ponis gratis, no te olvides de eso, que nos han sido prometidos!” añadió Alpin antes de que pudiésemos volver a gritar ¡Viva! una vez más.

“¡Hemos llegado!”

“¡Vivaaaaaaaaaaaaaaa!

Y así era.

“Tenéis dos minutos para bajar de la barca. Voy con retraso y tengo prisa. No os olvidéis de dejar vuestras espadas y hachas y otras armas que sirven a la muerte y la guerra a bordo. Os las devolveré después si decidís hacer el viaje de vuelta. Dejad vuestras lenguas también, si son venenosas y no podéis controlarlas.”

Todos bajamos a tierra sanos y salvos y cuando lo hicimos, Don Alonso cayó de rodillas y besó la tierra. Había lágrimas en sus ojos que rodaron por sus mejillas y se fundieron con la arena. Era conmovedor verlo.

                    
Barinto asintió con la cabeza, aprobando la conducta del viejo caballero y le dijo a Michael, que era el líder de la expedición, “Recuerda que debes llamar tres veces a la puerta fuerte. Hazlo saltando sobre el pie izquierdo, tapándote las orejas con ambas manos y respirando sólo por la boca.”

 “¿Pero que tonterías son estas?” gritó Michael. “¿Desde cuando hay que hacer el tonto para entrar ahí? Yo nunca he tenido que hacer nada de eso antes para entrar!”

Barinto sonrió, guasón. “Te estaba vacilando. La Puerta Fuerte está detrás de esos tejos. Sólo da un par de golpes y te contestarán. Te veré luego. Bueno, tal vez. Yo estaré aquí. Pero... ¿y tú?” 

 Y desapareció en una niebla súbita.

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