“Debería llegar en cualquier
momento. ¿Estáis todos listos?”
Michael guardó el folleto
con los horarios del barquero de Isla Manzana en el bolsillo de su chaqueta. Le
había tocado acompañarnos a la
Isla de los Benditos, también conocida como Isla Manzana.
Supuestamente eso era porque
el padre de Alpin rara vez se podía permitir vacaciones y la Sra. Dulajan estaba demasiado consternada
para mostrarse en público. Pero yo creo que eligieron a Michael para esta
empresa porque es tranquilo y diplomático y todos saben que rara vez tiene
enfrentamientos con otros. Todo lo contrario que los Dulajan. Basta con que se
dejen ver para que los demás se pongan en guardia.
Era un grupo relativamente
grande el que dirigía Michael. No sólo íbamos Alpin y yo. Fiona y Brana también
querían ver sus casas. Y cuando Don Alonso supo que íbamos a visitar el lugar
en el que descansaba el Rey Arturo, suplicó que le llevásemos con nosotros. En
cuanto a Sancho, ¿cómo iba a perderse poder estudiar el funcionamiento de una
isla tan bien gobernada?
“¡Qué bueno es nuestro profe irlandés!”cantaban Don Alonso y Sancho.
“¡Que buenos es, pues nos lleva de excursión
de inglés!”
“Unas palabras de
advertencia antes de que nos subamos a la barca y dirijamos al paraíso,” dijo
Michael severamente.
“¡Somos todo oídos!”
respondimos, riéndonos.
“El propósito de este viaje
es reclamar los hogares de los jóvenes Dulajan. Y queremos hacer eso sin causar
problemas a los nativos y sin tenerlos nosotros. ¡Estas son las normas! Nada de
flirtear.”
Michael miro muy de cerca a
las mellizas cuando dijo eso.
“Dejadlo para otra ocasión.
Nada de detenerse para hacer amigos. Nada de vacilar en los prados ni de camino
a donde sea. Nada de perseguir a los ciervos. Nada de piropear a las
mariposas.”
Las mariposas de Isla
Manzana son posiblemente las más bonitas de los dos mundos, y lo saben, pero
jamás se cansan de oírlo decir. Por eso nos estaba prohibido pelotearlas. Si
uno lo hace, le persiguen exigiendo más y más y más piropos. Nunca tienen
suficiente.
“Nada de intentar cazar
mariposas para venderlas cuando volvamos a casa. Nada de negocios turbios de
cualquier tipo. Ni de negocios limpios cual agua clara y serena. Ahí están
estrictamente prohibidos. Nada de asir a los unicornios por sus cuernos. Son
animales tímidos y les gusta elegir a quien acercarse.
“Y,” siguió Michael mirando
fijamente a Don Alonso, “nada de parar para escuchar el canto de los pájaros.
Podría llevar siglos. Una vez que alguien para para escuchar a los pájaros
cantar, lo que sale volando es el tiempo, que se va para otro siglo antes de
que alcen el vuelo los pajaritos.
“Absolutamente nada de
penetrar en alguno de los cuatro círculos feéricos direccionales. Uno no puede
salir simplemente bailando de allí. Las nueve reinas se tendrían que reunir en
asamblea para votar si dejan a quien sea salir o no. Nada de crear nuestros
propios círculos feéricos tampoco. Quien crea un círculo feérico ha de responder
de los que se puedan quedar atrapados dentro.”
“¿Cómo se crea un cículo
feérico? ¿Acaso no es esto algo que yo debería saber hacer?” preguntó Alpin.
“Como no eres alumno mío,
ignoraré tu pregunta,” respondió Michael.”Se la harás a tu padre. Nada de beber vino de diente de león, ni aguamiel, ni hidromel. Ni
siquiera agua de las fuentes cristalinas.”
Creo que todo eso de beber
iba más bien dirigido a Sancho.
“Y absolutamente nada de
probar los productos locales. Ni siquiera la famosísima sidra y las ricas rosquillas. El que come algo ahí se
queda ahí para siempre. No hay forma de que se pueda ir. Nunca volverá a casa,
y yo tengo que depositaros a todos sanos y salvos en casa esta tarde. Así que
sólo comeremos y beberemos lo que hemos traído con nosotros. Ni olisqueéis los
productos típicos. Nada de-”
“¡Nada
de divertirse!” interrumpió Brana. Y todos se riéron.
“¿Queréis que os devuelva a
casa ahora mismo? ¿No? Pues ya me habéis oído. No tengo nada más que decir. Con
esto ya os he leído la cartilla. Ahora os toca a vosotros cumplir las normas. O
nos volvemos a casa.”
“¡Nada de molestar al
barquero!” bramó una voz ronca y profunda antes de que pudiésemos suplicar que
Michael no nos devolviese a casa. “U os atizará con el remo y caeréis de la
barca a las aguas de las olas de oro y seréis despedazados por los tiburones de
los dientes de perla.”
“Eh... ¡Hola!”
dijo Michael. “Somos cinco hadas, dos personajes de novela y...un frigorífico.”
“Pero..¿qué en el nombre de
los psicopompos es eso?” gruñó el
barquero, contemplando horrorizado la mastodóntica nevera de Alpin que relucía
blanca bajo el sol, decorada con coloridas notitas y curiosos imanes. Es lo
bastante grande para alimentar a un ejercito de quinientos guerreros
hambrientos de proporciones heroicas.
“Eso es el frigorífico de mi
primo. Tiene que viajar con nosotros porque es vital para la salud mental de
este niño.”
“Tú estás como unas maracas si te crees que yo voy a consentir que
esa montaña de metal se suba a mi barca.Antes transportaría al Mont Blanc que a
eso. Pero cómo habéis podido traerla hasta aquí?”
“Si te fijas bien, verás que
hay cincuenta pares de zapatos de leprecanes debajo del aparato. Lo han cargado
hasta aquí. Muy valientemente.”
“¡Ya lo veo! Y sin acabar aplastados,” dijo
Barinto. Ese era el nombre del fornido barquero de barba marrón y ojos rojos. “¿Cómo
has conseguido los cincuenta pares?”
“Los he pedido prestados a
los miembros del club de ajedrez de mi padre. Tienen un maratón este fin de
semana y no los necesitan mientras están sentados jugando. Lo que llevan puesto
mientras juegan son cincuenta pares de zapatillas de seda china, elegantemente
bordadas. Yo se las regalé a cambio de este favor.”
“Admito que me tienes
impresionado. Pero ese monstruo no va a hundir mi nave. Los zapatos se lo
pueden volver a llevar por donde vinieron. Nada de exceso de equipaje!”
“Los zapatos de léprecan
pueden caminar sobre el agua. También pueden flotar, y lo hacen siempre en la
dirección correcta. Tal vez podamos encadenar la nevera al mástil y arrastrarla
tras nosotros, empujada y guiada por los zapatos. Tanto ella cómo ellos son impermeables.
Y las cosas grandes suelen flotar de maravilla. Pero cuando lleguemos a la otra
orilla habremos de tener cuidado para que la nevera no quede varada en la
arena. Los zapatos tendrán que comenzar a cargarla antes de que lleguemos a
tierra.”
“¡Yo o heave ho! Yo o heave ho!” cantaban los zapatos de léprecan al
cargar el frigorífico a aguas profundas. Una vez encadenado y a flote, saltaron
a la barca.
“Esos zapatos tendrán que
comprar un billete si piensan viajar en barca. Es como llevar a cincuenta
personas más,” dijo Barinto.
“Cóbrame como si se tratase
de niños menores de siete años y pagaré el pasaje,” suspiró Michael. “Puede que
pedirles que naden tras nosotros sea demasiado pedir.”
“¡Hecho!” exclamó Barinto. “Porque
tienes toda mi simpatía.” Y miro hacia Alpin con el rabillo del ojo.
“¡Todos a bordo!” grito
Barinto. “¡Barca partiendo para Isla Manzana en siete segundos! ¡Siete es un
número de la suerte!”
“¡Yo o heave ho! ¡Yo o heave ho!” cantaban los zapatos de léprecan, colocandose en primorosas filas de diez.
“¡Ey, ukhnyem! ¡Ey, ukhnyem!”
“¡Nada de cantar la canción
de los barqueros del Volga! ¡Dejad de crujir y ni penséis en bailar una jiga
irlandesa a bordo! ¡Yo soy el que
está a cargo de entretener al público durante este viaje! Mi show comienza en
tres segundos. También es interactivo. Todos tenéis que gritar ¡Viva! siempre que yo pare para respirar.”
De algún modo, Barinto consiguió
que sonase música celestial. No lográbamos ver de dónde venía, pero era un buen
acompañamiento para la letanía lírica que comenzó a recitar.
“¡La siguiente y única parada es la Isla de las
Manzanas, ínsula bendita de los más afortunados, alegre tierra de la juventud
renovada y eterna, tierra donde la perfección es posible, cáliz del amor
universal, corazón de los universos, creación de los hechizos de nuestras
madres!”
“¡Viva!” gritamos
todos.
“¡Hogar de rugientes hornos
y diestros herreros! ¡Tierra de hábiles sanadores! ¡Tierra de luces
resplandecientes donde los rayos del sol convergen con la luz de las estrellas
para dar calidez al elixir de la vida y sanar a cualquiera que no se encuentre
demasiado bien y sea sugestionable, y todos los que estamos en esta barca
estamos orgullosos de serlo!”
El barquero me miró fieramente.Yo
fingí no darme cuenta. Pero me pasé el resto del viaje intentando no
estornudar. Oh, y todos volvimos a gritar “¡Viva!”
“¡Tierra de sueños y mitos,
leyenda flotante, espejo de las estrellas, hogar del alma y del espíritu, asilo
de bardos jubilados y prejubilados, que siguen ejerciendo a su antojo!”
“¡Viva!”
“¡Tierra
de rosas sin espinas, tierra sin arduo trabajo, tierra de verdes Colinas que
ruedan en el horizonte y de prados que resuman flores olorosas, de invernaderos
plenos de bosques de árboles enjoyados que dan manzanas de oro y plata y
rojizos melocotones, de viñas que dan voluptuosas uvas de color amatista y jade
claro y de bayas que son la envidia de los rubíes y el berilo azul!”
“¡Viva!”
“¡Lugar
de reposo de aguas vivas que suspiran y cantan y tocan harpas de oro y platino
con sus ondulados dedos de espuma blanca como el encaje!”
“¡Viva!”
“¡Campo
de granos dorados que se cosechan a sí mismos y cocina con hornos en los que se
hace solo el pan antes del alba, patria de los salmones de la sabiduría y de
lanudos corderos negros, marrones, blancos y de tonos pastel! Refugio de
tímidos unicornios que se esconden de la extinción!”
“¡Viva!”
“¡Planicie
del regocijo, puerta a la dehesa del violinista, tierra de las canciones del
crepúsculo, nido de alondras y ruiseñores, lago donde los cisnes enamorados se
abrazan pero jamás cantan su última canción!”
“¡Viva!”
“¡Tierra de la esperanza lograda y de deseos
cumplidos! ¡Caja fuerte de los trece tesoros y reino de las nueve hermanas!
¡Solar de ciudades de cristal con colores del arco iris y castillos de vidrio y
casas gratis de ladrillo y granito!”
“¡Y ovejas y ponis gratis, no te olvides de eso,
que nos han sido prometidos!” añadió Alpin antes de que pudiésemos volver a
gritar ¡Viva! una vez más.
“¡Hemos
llegado!”
“¡Vivaaaaaaaaaaaaaaa!”
Y
así era.
“Tenéis dos minutos para
bajar de la barca. Voy con retraso y tengo prisa. No os olvidéis de dejar
vuestras espadas y hachas y otras armas que sirven a la muerte y la guerra a
bordo. Os las devolveré después si decidís hacer el viaje de vuelta. Dejad
vuestras lenguas también, si son venenosas y no podéis controlarlas.”
Todos bajamos a tierra sanos
y salvos y cuando lo hicimos, Don Alonso cayó de rodillas y besó la tierra.
Había lágrimas en sus ojos que rodaron por sus mejillas y se fundieron con la
arena. Era conmovedor verlo.
Barinto asintió con la
cabeza, aprobando la conducta del viejo caballero y le dijo a Michael, que era
el líder de la expedición, “Recuerda que debes llamar tres veces a la puerta
fuerte. Hazlo saltando sobre el pie izquierdo, tapándote las orejas con ambas
manos y respirando sólo por la boca.”
“¿Pero que tonterías son estas?” gritó Michael.
“¿Desde cuando hay que hacer el tonto para entrar ahí? Yo nunca he tenido que
hacer nada de eso antes para entrar!”
Y desapareció en una niebla súbita.
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