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jueves, 23 de abril de 2020

37. La Puerta Fuerte y el mapa de Isla Manzana


A Alpin no le pareció gran cosa la puerta de madera verde que se sostenía en pie sóla tras el grupo de tejos del que había hablado Barinto.

“¿Es esta la Puerta Fuerte que obstruye el paso a la Isla de los Felices? Pero si parece la puerta del huerto del Tío Fergus. Y hasta es del mismo color. ¿Por qué todas esas historias de oro y gemas cuando todo lo que hay aquí es esta caca?”

“Todas esas cosas son símbolos,” explicó Don Alonso. “Y en esta humilde puerta también los hay. Mira las aldabas.Tienen forma de margaritas. Las margaritas son la flor más perfecta. Totalmente simétricas, son un símbolo de perfección y equilibrio.”

“Así es, Don Alonso,” dijo Branna. “Me gustan las matemáticas, así que yo sé algo de eso. Está usted hablando de la proporción áurea. La belleza es cuestión de números. De medidas.”

“¡Bah!” se burló Alpin. “Proporcionada o no, apuesto a que puedo tumbar esa puerta de una patada.”

Para demostrarlo, dio a la puerta verde una patada y acto seguido fue lanzado contra la tejeda.

“Eso te enseñará a dar patadas a las cosas, como una mula rabiosa,” dijo Michael. “Y saca esas hojas de tejo de tu boca. Todo lo que es de los tejos es puro veneno, aunque hay quién lo sabe usar como medicina.”

“No necesito darle una patada. Sólo tengo que pasar tranquilamente por sus lados. No hay paredes, ni muros.”

Resultó que el muro aparentemente ausente que protegía Isla Manzana de intrusos sí que estaba allí. No había manera de que Alpin pudiese cruzar hasta el otro lado de la hierba que crecía a los lados de la puerta.

“Lo que sí es cierto es que la hierba que hay al otro lado del muro invisible parece más verde,” dijo Brana. “Tiene un brillo especial.”

“Nunca he entrado por esta puerta antes,” dijo Michael, estudiándola cuidadosamente. “Hay por lo menos otras tres, que yo conozca.”

Intentamos llamar utilizando las aldabas para que alguien nos abriese desde dentro. Cuando empezábamos a pensar que jamás conseguiríamos entrar, apareció la cara del Sr. Binky, sonriendo como si estuviese encantado de vernos. Sí, el primer ministro Binky. Parecía otro. No iba de gris, como acostumbra a hacer. Llevaba una camisa amarilla y una corbata azul y morada. Tanto la camisa como la corbata llevaba motas de colores, y, para colmo, tenía florecitas tatuadas en la cara. Del bolsillo de su camisa asomaba un pañuelo doblado para parecer una rosa.

                                  
“Pasaportes, por favor,” dijo todo risueño. Menuda sonrisa lucía.

“¿Pasaportes? ¿Desde cuando?” gritó Michael indignado.

En teoría, una vez que has llegado hasta Isla Manzana, tú mismo te conviertes en una llave que abre sus puertas. Si has estado ahí antes, las puertas te reconocen y se abren inmediatamente para ti, siempre que no hayas sido desterrado. Si es tu primera vez ahí, te miden, y se abren si creen que mereces entrar.

“¡No es posible!” suspiró Brana, pensando que no íbamos a poder entrar.

“Así es, señorita. No es posible. No hacen falta pasaportes,” el Sr. Binky sonrió todavía más. Tanto que relucía. “Sólo os tomaba el pelo. Lo único que los burócratas hacen aquí es tomar café. Desayuno aquí los sábados.”

Y nos dejó pasar sin más. Así que no era para tanto todo aquello de que Alpin jamás podría entrar en la isla.

“Si estáis aquí para reclamar vuestras casas, sugiero que vayáis directamente a la cantera. Habéis llegado por el Puerto del Sur, así que la cantera os pilla aquí al lado, como podéis comprobar en este mapita para turistas que hice imprimir hace un mes.”


Nos dio a cada uno un papelito con un mapa rudimentario de los sitios de interés turístico que se podían visitar en la isla por estar abiertos al público.

Cuatro ramas de manzano formaban una cruz en las cuatro direcciones de esta isla con forma de flor de manzano. Las ramas salían de una pequeña flor de manzano dibujada en el centro del mapa. Pequeñas manzanitas colgaban de cada rama indicando los lugares que podíamos visitar. En la S del Sur se hallaba la manzana que indicaba que lo que más cerca teníamos era precisamente la cantera.

“Ahora, sujetad el mapa y fijaos en que el nombre de un lugar a la derecha o a la izquierda del mapa significa que es allí donde este se encuentra. Mirad fijamente el nombre del lugar elegido y desead estar allí. Entonces dad un paso al frente. Eso es todo lo que hace falta para llegar ahí. ¡Venga! ¡Id!”

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