“Soy Earl,” dijo el hombre.
“Si habéis venido a reclamar vuestras casas será mejor que habléis con
Ludovica, la arquitecta adivinadora. Está en la oficina.” Y apuntó hacía un
cuchitril de madera que había detrás de él.
“¿Ya son las diez? Os estaba
esperando.”
Ludovica era realmente un
hada azul. Su piel era del color de las aguamarinas y sus alas estaban hechas
de nácar rosa en vez de plumas. El vestido que llevaba estaba ricamente bordado
con conchas y caracolas, guijarros y cantos rodados, trocitos de coral y cristales
de mar y piedrecitas de muchos colores. Desde el escritorio en el que estaba
sentada, nos hizo una señal para que nos acercásemos a ella.
“Siempre que me entero de
que un bebé hada va a nacer, saco mi bolsita de conchas de caurí y las echo
para adivinar cómo va a ser el hada nueva.”
Apuntó hacía una bolsita de
terciopelo azul atada con cintas rojas que había sobre su escritorio, lleno de
planos y dibujos para la construcción. En otra mesa, más grande, había cuatro
maquetas de casas diseñadas por el hada y construidas por el conde. Ludovica se
trasladó hasta esta mesa y puso una mano sobre una de las maquetas.
“Sois los hijos del Ilustre
Cochero de La Muerte ,
¿no es así? Pues comenzaré con las casas de las gemelas. A ver, la chica rubia. Fiona, ¿verdad? Pues para ti tenemos una casa de
granito rosa.”
Conforme hablaba, Ludovica
mostraba la maqueta de esta casa.
“Tiene ventanas francesas
con cristal tintado de un rosa muy pastel. También tiene un gran rosetón sobre
la puerta principal, enmarcado en madera de palo de rosa. Tiene un salón enorme
y un comedor todavía mayor y seis dormitorios muy espaciosos. El dormitorio
principal tiene un vestidor con una docena de armarios decorados con rosas
labradas y pintadas en sus puertas. Los baños son de mármol rosa y de coral
rojo. Todos tienen bañeras con forma de corazón. La cocina está llena de
alacenas para guardar tarros de especias y moldes para tartas, galletas y
gelatinas. El jardín tiene una piscina turquesa, también con forma de corazón,
que está llena de agua de rosas. Hay rosales por todas partes, siempre en flor.
En el establo habitan diez ovejitas, todas con lana rosa que parece algodón de
azúcar, pero no es nada pegajosa.”
Ludovica cogió uno de los
corderitos de muestra que había en la maqueta para enseñárnoslo. Estaba hecho
de mazapán.
“Que nadie intente comerse
estas muestras,” dijo frunciendo el ceño y mirando a Alpin. “Y tus dos ponis
son uno de color fresa y otro rubio platino. Ahora, mirad todos hacia el
norte,” dijo el hada arquitecta depositando el modelo en la maqueta, “y desead
estar en el número mil setecientos once de la Avenida del Resplandor Rosado.”
Y ahí estábamos, justo
delante de la casa que había descrito
Ludovica.
“¿Hemos acertado?” preguntó
Ludovica a Fiona “¿Es esta la casa de tus sueños?”
Al principio Fiona no podía
ni contestar. Pero por fin pudo soltar su respuesta. “¡No
me lo puedo creer! ¿Todo esto es mío?”
“Para
poseer y disfrutar. Sólo la cocina está amueblada porque queremos que disfrutes
decorando la casa tú misma.”
Tras un recorrido por la
casa y su jardín, era el turno de Brana.
“¡No! Me toca a mí!”
protestó Alpin.
“Tú quieto parado, bonito
mío,” dijo el hada con voz dulce pero ojos amenazadores. “Ella ha nacido antes
que tú y ha esperado más tiempo. Ahora vamos a visitar el número mil setecientos once del
Camino de la Vía Lactea.
O sea, la
esquina. Es esta casa de al lado.”
Mientras paseábamos por la
casa de Brana, Ludovica describía sus características.
“Brana, como a muchos
aficionados a las matemáticas, también te interesa la astronomía. Así que te
hemos construido una casa con la forma de una estrella de doce puntas que tiene
el techo de cristal. Así podrás vivir bajo las estrellas y saberlo. Una
escalera en espiral que se puede doblar y desdoblar te llevará a una torre sin
techo por encima del tejado cuando tu lo quieras. Hemos instalada un telescopio
profesional en la torreta para que puedas observar las estrellas más de cerca.
Tu jardín está lleno de toda clase de flores blancas y de pozos y lagunitas con
las formas de las distintas fases de la luna, que en estos podrás ver
reflejada. Tus ovejas son todas irlandesas, blancas con caritas negras. Los
ponis son negros y alados y ambos tienen estrellas blancas en sus frentes. La
casa que hace esquina con la tuya es la de tu hermana, pero una nebulosa cubrirá
tu hogar siempre que necesites estar sola.”
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