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jueves, 23 de abril de 2020

38. Las casas de las mellizas

“Preguntad por el conde de la Perla o por el hada azul Ludovica!” la voz del Sr. Binky se desvaneció en la distancia cuando seguimos sus instrucciones y deseamos llegar a la cantera.

                       
 Dimos un paso hacia adelante y vimos que efectivamente habíamos llegado a lo que parecía ser una cantera de granito. Un hombre con una gota de sudor que brillaba en su frente nos saludó. La gota cayó, convirtiéndose en una perla. El suelo estaba lleno de ellas y Alpin se pusó a recoger unas cuantas. Otra gota se formó en la frente del  hombre y cayó también.   

“Soy Earl,” dijo el hombre. “Si habéis venido a reclamar vuestras casas será mejor que habléis con Ludovica, la arquitecta adivinadora. Está en la oficina.” Y apuntó hacía un cuchitril de madera que había detrás de él.

“¿Ya son las diez? Os estaba esperando.”

                 
Ludovica era realmente un hada azul. Su piel era del color de las aguamarinas y sus alas estaban hechas de nácar rosa en vez de plumas. El vestido que llevaba estaba ricamente bordado con conchas y caracolas, guijarros y cantos rodados, trocitos de coral y cristales de mar y piedrecitas de muchos colores. Desde el escritorio en el que estaba sentada, nos hizo una señal para que nos acercásemos a ella. 

“Siempre que me entero de que un bebé hada va a nacer, saco mi bolsita de conchas de caurí y las echo para adivinar cómo va a ser el hada nueva.”

Apuntó hacía una bolsita de terciopelo azul atada con cintas rojas que había sobre su escritorio, lleno de planos y dibujos para la construcción. En otra mesa, más grande, había cuatro maquetas de casas diseñadas por el hada y construidas por el conde. Ludovica se trasladó hasta esta mesa y puso una mano sobre una de las maquetas.
    
“Sois los hijos del Ilustre Cochero de La Muerte, ¿no es así? Pues comenzaré con las casas de las gemelas. A ver, la chica rubia. Fiona, ¿verdad? Pues para ti tenemos una casa de granito rosa.”

Conforme hablaba, Ludovica mostraba la maqueta de esta casa.

“Tiene ventanas francesas con cristal tintado de un rosa muy pastel. También tiene un gran rosetón sobre la puerta principal, enmarcado en madera de palo de rosa. Tiene un salón enorme y un comedor todavía mayor y seis dormitorios muy espaciosos. El dormitorio principal tiene un vestidor con una docena de armarios decorados con rosas labradas y pintadas en sus puertas. Los baños son de mármol rosa y de coral rojo. Todos tienen bañeras con forma de corazón. La cocina está llena de alacenas para guardar tarros de especias y moldes para tartas, galletas y gelatinas. El jardín tiene una piscina turquesa, también con forma de corazón, que está llena de agua de rosas. Hay rosales por todas partes, siempre en flor. En el establo habitan diez ovejitas, todas con lana rosa que parece algodón de azúcar, pero no es nada pegajosa.”

Ludovica cogió uno de los corderitos de muestra que había en la maqueta para enseñárnoslo. Estaba hecho de mazapán.     

“Que nadie intente comerse estas muestras,” dijo frunciendo el ceño y mirando a Alpin. “Y tus dos ponis son uno de color fresa y otro rubio platino. Ahora, mirad todos hacia el norte,” dijo el hada arquitecta depositando el modelo en la maqueta, “y desead estar en el número mil setecientos once de la Avenida del Resplandor Rosado.”     

Y ahí estábamos, justo delante de la casa  que había descrito Ludovica.

“¿Hemos acertado?” preguntó Ludovica a Fiona “¿Es esta la casa de tus sueños?”

Al principio Fiona no podía ni contestar. Pero por fin pudo soltar su respuesta. “¡No me lo puedo creer! ¿Todo esto es mío?”

“Para poseer y disfrutar. Sólo la cocina está amueblada porque queremos que disfrutes decorando la casa tú misma.”

Tras un recorrido por la casa y su jardín, era el turno de Brana.

“¡No! Me toca a mí!” protestó Alpin.

“Tú quieto parado, bonito mío,” dijo el hada con voz dulce pero ojos amenazadores. “Ella ha nacido antes que tú y ha esperado más tiempo. Ahora vamos a visitar el número mil setecientos once del Camino de la Vía Lactea. O sea, la esquina. Es esta casa de al lado.”

Mientras paseábamos por la casa de Brana, Ludovica describía sus características.

“Brana, como a muchos aficionados a las matemáticas, también te interesa la astronomía. Así que te hemos construido una casa con la forma de una estrella de doce puntas que tiene el techo de cristal. Así podrás vivir bajo las estrellas y saberlo. Una escalera en espiral que se puede doblar y desdoblar te llevará a una torre sin techo por encima del tejado cuando tu lo quieras. Hemos instalada un telescopio profesional en la torreta para que puedas observar las estrellas más de cerca. Tu jardín está lleno de toda clase de flores blancas y de pozos y lagunitas con las formas de las distintas fases de la luna, que en estos podrás ver reflejada. Tus ovejas son todas irlandesas, blancas con caritas negras. Los ponis son negros y alados y ambos tienen estrellas blancas en sus frentes. La casa que hace esquina con la tuya es la de tu hermana, pero una nebulosa cubrirá tu hogar siempre que necesites estar sola.”

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