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domingo, 26 de abril de 2020

4. Los zapatos perdidos

    
La próxima vez que vi a Michael, me saludó con la mano y apuntó a sus pies.

“Sí, sólo llevo un zapato,” me dijo. “Y la culpa es de mi padre.”

Pues esto es mucho más grave de lo que suena,  porque los zapatos de un léprecan no son como cualquier otro par de zapatos. Son la envidia de las botas de siete leguas. Pueden hacer que llegues a cualquier parte en nada de tiempo. Pero hacen falta dos léprecanes para hacer un par de estos zapatos. Ningún léprecan puede hacer más de un zapato de un par. La razón de esto es que así aprenden estos duendes a cooperar. Los léprecans son seres más bien solitarios. Muchos son gruñones y muy suyos y prefieren su propia compañía a la de los demás. Por eso necesitan recordar de vez en cuando que los demás existen. Pero hay que admitir que sí son solidarios cuando llega el momento de serlo.  

“En verdad he perdido ambos zapatos,” dijo Michael. “Pero he podido hacerme uno nuevo. Es el que llevo puesto, claro. Pero he perdido mi par original. Nosotros los léprecanes recibimos un par cuando nacemos, y estos crecen con nosotros. Es muy complicado fabricarlos. Yo me he hecho este, pero mi padre está enfadado conmigo y se niega a hacerme el que me falta. Así que voy a todas partes saltando a la pata coja.”

El padre de Michael es Fergus MacLob O´Toora. Es un léprecan de la vieja escuela. Es un tío broncas y presume de ello. Últimamente suele montar números en pubs durante y después de un buen partido de fútbol. Con frecuencia le toca a Michael ir a recoger a su padre por si está...diremos que demasiado cansado… para encontrar su camino a casa solo.

En estas ocasiones, Michael se adentra en noches oscuras con nada más que su linterna de luciérnagas para guiarle. Rara vez hay menos de una docena de luciérnagas en esa linterna. Cuatro viven allí perenemente. El resto son amigos y parientes que vienen de visita. Estas luciérnagas mágicas comenzaron en la vida alimentándose de lapas y caracoles y cosas parecidas, pero desde que viven con Michael se han vuelto vegetarianas. Ahora se pasan la vida mordisqueando trocitos de caña de azúcar y agradecen cualquier dulce que puedas ofrecerles. Les encanta el dulce.

Una noche particularmente fea, el dueño de un pub telefoneó a Michael para aconsejarle que viniese a recoger a su padre. Michael penetró en la oscuridad para cumplir con su deber. No había luna, la niebla y las nubes cubrían las estrellas y la lluvia estaba pensando si se decidía a caer o no esa noche. Las luciérnagas de Michael se habían largado con Fergus a un importante partido de fútbol, sobornadas con la promesa de palomitas de caramelo. Aunque no podía ver ni torta, Michael creía que iba a conseguir llegar al pub porque lo único que tenía que hacer era caminar por una carretera estrecha y recta contando hasta mil quinientos. Después de este número de pasos, debería ver las luces del pub.

Había contado hasta cuatrocientos cinco cuando los bulliciosos vientos comenzaron a abofetearle en serio. Pronto el granizo se unió a sus crueles esfuerzos. Cuando Michael iba por el paso ochocientos nueve, algo mucho más grande le golpeó. Arrollado, voló dando tumbos en un campo que había a un lado de la carretera.y al fin ahí cayó con un sonoro golpe.

Una linterna de luciérnagas se iluminó de pronto, y  Michael vio que había sido atropellado por la calesa irlandesa de su padre.

“¿Por qué conduces sin luces?” espetó Michael.

¡No! ¿Por qué te deslizas silenciosamente por la oscuridad sin anunciar tu presencia como la muerte o un ladrón?”

“¡No deberías estar conduciendo! Tenías que haber esperado. ¿No te dijeron que vendría a por ti?”

“¡Y tú tardando lo tuyo!”

Michael se puso de pie y comprobó que seguía teniendo pies, pero no zapatos. Miró a su alrededor y sólo vio que sería imposible ocuparse de su padre y de buscar sus zapatos a la vez. Levaría tiempo encontrarlos. Un accidente más grave tenía que ser evitado. Decidió volver a por los zapatos al amanecer.

Michael me dijo que llevaba ya varios días buscando sus zapatos desesperadamente, pero no hallaba ni rastro de ellos. No sólo estaba harto de cojear por todas partes. También le preocupaba que pudiesen haber caído en manos equivocadas.

Por supuesto, yo me ofrecí a ayudarle en su búsqueda. Recorrimos todos los campos a ambos lados de la carretera donde el accidente había ocurrido. Revisamos cientos de campos que no estaban ni cerca de esa carretera, dejando toda clase de anillos mágicos en ellos. Mistificamos a los humanos que vieron los anillos, pero no encontramos los zapatos.

Buscamos en los establos y las granjas de los alrededores y también en tiendas de segunda mano de la zona. Todo fue inútil. Rebuscando, encontramos toda clase de cosas extrañas. Pero no. No encontramos los zapatos. 

¡Ah! Y poteen es whisky irlandés. Nadie debe beber si va a conducir.

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