La próxima vez que vi a
Michael, me saludó con la mano y apuntó a sus pies.
“Sí, sólo llevo un zapato,”
me dijo. “Y la culpa es de mi padre.”
Pues esto es mucho más grave
de lo que suena, porque los zapatos de
un léprecan no son como cualquier otro par de zapatos. Son la envidia de las
botas de siete leguas. Pueden hacer que llegues a cualquier parte en nada de
tiempo. Pero hacen falta dos léprecanes para hacer un par de estos zapatos.
Ningún léprecan puede hacer más de un zapato de un par. La razón de esto es que
así aprenden estos duendes a cooperar. Los léprecans son seres más bien solitarios. Muchos
son gruñones y muy suyos y prefieren su propia compañía a la de los demás. Por
eso necesitan recordar de vez en cuando que los demás existen. Pero hay que
admitir que sí son solidarios cuando llega el momento de serlo.
“En verdad he perdido ambos
zapatos,” dijo Michael. “Pero he podido hacerme uno nuevo. Es el que llevo
puesto, claro. Pero he perdido mi par original. Nosotros los léprecanes
recibimos un par cuando nacemos, y estos crecen con nosotros. Es muy complicado
fabricarlos. Yo me he hecho este, pero mi padre está enfadado conmigo y se
niega a hacerme el que me falta. Así que voy a todas partes saltando a la pata
coja.”
El padre de Michael es
Fergus MacLob O´Toora. Es un léprecan de la vieja escuela. Es un tío broncas y
presume de ello. Últimamente suele montar números en pubs durante y después de
un buen partido de fútbol. Con frecuencia le toca a Michael ir a recoger a su
padre por si está...diremos que demasiado cansado… para encontrar su camino a
casa solo.
En estas ocasiones, Michael
se adentra en noches oscuras con nada más que su linterna de luciérnagas para
guiarle. Rara vez hay menos de una docena de luciérnagas en esa linterna.
Cuatro viven allí perenemente. El resto son amigos y parientes que vienen de
visita. Estas luciérnagas mágicas comenzaron en la vida alimentándose de lapas
y caracoles y cosas parecidas, pero desde que viven con Michael se han vuelto
vegetarianas. Ahora se pasan la vida mordisqueando trocitos de caña de azúcar y
agradecen cualquier dulce que puedas ofrecerles. Les encanta el dulce.
Una noche particularmente
fea, el dueño de un pub telefoneó a Michael para aconsejarle que viniese a
recoger a su padre. Michael penetró en la oscuridad para cumplir con su deber.
No había luna, la niebla y las nubes cubrían las estrellas y la lluvia estaba pensando si se decidía a caer o
no esa noche. Las luciérnagas de Michael se habían largado con Fergus a un
importante partido de fútbol, sobornadas con la promesa de palomitas de
caramelo. Aunque no podía ver ni torta, Michael creía que iba a conseguir
llegar al pub porque lo único que tenía que hacer era caminar por una carretera
estrecha y recta contando hasta mil quinientos. Después de este número de
pasos, debería ver las luces del pub.
Había contado hasta cuatrocientos
cinco cuando los bulliciosos vientos comenzaron a abofetearle en serio. Pronto el
granizo se unió a sus crueles esfuerzos. Cuando Michael iba por el paso
ochocientos nueve, algo mucho más grande le golpeó. Arrollado, voló dando
tumbos en un campo que había a un lado de la carretera.y al fin ahí cayó con un
sonoro golpe.
Una linterna de luciérnagas
se iluminó de pronto, y Michael vio que
había sido atropellado por la calesa irlandesa de su padre.
“¿Por qué conduces sin luces?”
espetó Michael.
“¡No! ¿Por qué te deslizas silenciosamente por la oscuridad sin
anunciar tu presencia como la muerte o un ladrón?”
“¡No
deberías estar conduciendo! Tenías que haber esperado.
¿No te dijeron que vendría a por ti?”
“¡Y
tú tardando lo tuyo!”
Michael se puso de pie y
comprobó que seguía teniendo pies, pero no zapatos. Miró a su alrededor y sólo
vio que sería imposible ocuparse de su padre y de buscar sus zapatos a la vez. Levaría
tiempo encontrarlos. Un accidente más grave tenía que ser evitado. Decidió
volver a por los zapatos al amanecer.
Michael me dijo que llevaba
ya varios días buscando sus zapatos desesperadamente, pero no hallaba ni rastro
de ellos. No sólo estaba harto de cojear por todas partes. También le preocupaba
que pudiesen haber caído en manos equivocadas.
Por supuesto, yo me ofrecí a
ayudarle en su búsqueda. Recorrimos todos los campos a ambos lados de la
carretera donde el accidente había ocurrido. Revisamos cientos de campos que no
estaban ni cerca de esa carretera, dejando toda clase de anillos mágicos en
ellos. Mistificamos a los humanos que vieron los anillos, pero no encontramos
los zapatos.
¡Ah! Y poteen es whisky irlandés. Nadie debe beber si va a conducir.
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