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jueves, 23 de abril de 2020

40. Las nueve reinas


Una vez concluidos nuestros negocios en la cantera, almorzamos haciendo un picnic en un campo cercano a las sidrerías. Estas son uno de los lugares de interés turístico, como los cuatro círculos feéricos, el club de los bardos, el Balneario de Luz, la real biblioteca, la Colina del Cáliz, el Bosque Silencioso, los estadios de fútbol y otros lugares maravillosos.



Apenas acabamos de comer lo que habíamos traído con nosotros cuando Michael dijo que teníamos que volver al puerto del sur. Las chicas le suplicaron que las dejase ver, aunque fuese de lejos, los fabulosos invernaderos de las nueve reinas, famosos por sus huertos cubiertos, llenos de manzanos que daban flores y frutos a la vez. Michael no cedió, pero cuando estábamos siguiéndole de vuelta al puerto, remoloneando todo lo que podíamos, topamos nada menos que con las mismísimas nueve reinas de Isla Manzana.



La reina de los tréboles 
    

La reina de las violetas


       La reina de los lirios         


La reina de los robles


La reina de la hiedra    


           La reina de los manzanos           


La reina del acebo   


La reina de las rosas


             La reina de los viñedos              
  
Estas nueve señoras aparecieron de la nada y se cogieron de las manos y cerraron un círculo a nuestro alrededor, saludándonos cada una por turno.

“¡Hola!” “¿Qué hay?” “¿Qué tal?” “¿Cómo va eso?” “¿Cómo estáis?” “¡Buenas tardes!” “Bienvenidos!” “¡Saludos!” “¡Cucú!”

Era mareante y me sentí aliviado cuando dejaron de girar como peonzas en torno a nosotros. Mejor, como planetas alrededor del sol, pero a gran velocidad.  

 “¿Os ibais sin decir adiós?” preguntó la reina de la Hiedra.

“¡No podéis hacer eso!” protestó la reina de los Viñedos, y ambas se pusieron a abrazarnos con zarcillos verdes.

La reina de las Rosas señaló a Fiona y Brana con una rosa blanca de tallo largo y las preguntó si eran las chicas que iban a ser sus nuevas vecinas.

“Sois tan bienvenidas como las flores en mayo,” dijo la reina de los Lirios.

“Las flores son bienvenidas aquí todo el año,” dijo la reina de las Violetas.  

“¿Tenéis pulgares verdes?” preguntó la reina de los Tréboles. Ella y la reina del Acebo cogieron a Fiona y Brana por los pulgares y se pusieron a examinarlos.

“¡Oh, claro que los tienen!” exclamó la reina de los Manzanos.

Y entonces la reina de los Robles se paró delante de Don Alonso y le sonrió con sus hermosos ojos castaños. Él se sintió halagado e hizo una profunda reverencia y preguntó, “¿Quiénes son estas bellísimas damas que me recuerdan un recuerdo que no puedo recordar? Siempre a sus pies, hermosísimas señoras.”

“Tenemos un regalo para este caballero,” dijo la reina de los Robles. “Acéptelo, señor, se lo ruego.”

Le entregó a Don Alonso un pequeño cofre de plata brillante. Pero antes de que pudiese abrirlo, Michael le cogió de un brazo.

“Seguro que le encanta, pero nos tenemos que ir antes de que eso ocurra. Lo abrirá en casa, si no os importa. ¡Nos tenemos que ir! ¡Nos vamos, todo el mundo! ¡Vamos, que nos vamos! ¡Nos fuimos!”

“¿Qué?” exclamó la reina de los Robles. “¿No os vais a quedar a bailar con nosotras esta noche? La fiesta es en el tercer círculo feérico. ¡Quedaos! ¡Venid con nosotras! ¡Venid a bailar!

Las nueve reinas volvieron a girar como peonzas a nuestro alrededor, todas coreando a la reina de los Robles.

“¡Quedaos! ¡Venid con nosotras! ¡Venid a bailar!”

“¡Corred!” gritó Michael, tirando a Don Alonso del brazo. “¡Corred todos al puerto!”

“¿Y yo que?” protestó Alpin. “¡Aún no me han dado un regalo!”

Michael le cogió del brazo también. Yo agarré a Sancho y salimos pitando para el desembarcadero. Don Alonso daba las gracias a gritos repetidos durante todo el camino hasta llegar allí, pero los ahogaban los adioses nueve por nueve de las nueve reinas que resonaban tras nosotros. ¡Adiós, pero volved! ¡Volved! ¡No nos olvidéis! ¡No os vayais! ¡Os queremos! ¡Os esperamos! ¡Aquí estaremos! ¡Hasta pronto!¡Regresad! ¡Qué sea está noche!”

¡Esperadnos!” gritaba también la nevera de Alpin. “¡A mí y a los zapatos de léprecan!”

Por suerte, cuando llegamos al puerto la barca estaba ahí. Si no, jamás hubiésemos podido regresar de Isla Manzana tan fácilmente. Porque si te involucras en algo que está sucediendo allí, una cosa lleva a la otra y no logras irte nunca.

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