Una vez concluidos nuestros negocios en la cantera, almorzamos haciendo un picnic en un campo cercano a las sidrerías. Estas son uno de los lugares de interés turístico, como los cuatro círculos feéricos, el club de los bardos, el Balneario de Luz, la real biblioteca, la Colina del Cáliz, el Bosque Silencioso, los estadios de fútbol y otros lugares maravillosos.
Apenas acabamos de comer lo que habíamos traído con nosotros cuando Michael dijo que teníamos que volver al puerto del sur. Las chicas le suplicaron que las dejase ver, aunque fuese de lejos, los fabulosos invernaderos de las nueve reinas, famosos por sus huertos cubiertos, llenos de manzanos que daban flores y frutos a la vez. Michael no cedió, pero cuando estábamos siguiéndole de vuelta al puerto, remoloneando todo lo que podíamos, topamos nada menos que con las mismísimas nueve reinas de Isla Manzana.
La reina de los
tréboles
La
reina de las violetas
La reina de los lirios
La reina de los robles
La reina de la hiedra
La
reina de los manzanos
La reina del acebo
La reina de las rosas
La
reina de los viñedos
Estas nueve señoras aparecieron
de la nada y se cogieron de las manos y cerraron un círculo a nuestro
alrededor, saludándonos cada una por turno.
“¡Hola!” “¿Qué hay?” “¿Qué tal?”
“¿Cómo va eso?” “¿Cómo estáis?” “¡Buenas tardes!” “Bienvenidos!” “¡Saludos!” “¡Cucú!”
Era mareante y me sentí
aliviado cuando dejaron de girar como peonzas en torno a nosotros. Mejor, como
planetas alrededor del sol, pero a gran velocidad.
“¿Os ibais sin decir adiós?” preguntó la reina
de la Hiedra.
“¡No podéis hacer eso!”
protestó la reina de los Viñedos, y ambas se pusieron a abrazarnos con zarcillos
verdes.
La reina de las Rosas señaló
a Fiona y Brana con una rosa blanca de tallo largo y las preguntó si eran las
chicas que iban a ser sus nuevas vecinas.
“Sois tan bienvenidas como
las flores en mayo,” dijo la reina de los Lirios.
“Las flores son bienvenidas
aquí todo el año,” dijo la reina de las Violetas.
“¿Tenéis pulgares verdes?” preguntó
la reina de los Tréboles. Ella y la reina del Acebo cogieron a Fiona y Brana
por los pulgares y se pusieron a examinarlos.
“¡Oh, claro que los tienen!”
exclamó la reina de los Manzanos.
Y entonces la reina de los
Robles se paró delante de Don Alonso y le sonrió con sus hermosos ojos
castaños. Él se sintió halagado e hizo una profunda reverencia y preguntó,
“¿Quiénes son estas bellísimas damas que me recuerdan un recuerdo que no puedo recordar?
Siempre a sus pies, hermosísimas señoras.”
“Tenemos un regalo para este
caballero,” dijo la reina de los Robles. “Acéptelo, señor, se lo ruego.”
Le entregó a Don Alonso un
pequeño cofre de plata brillante. Pero antes de que pudiese abrirlo, Michael le
cogió de un brazo.
“Seguro que le encanta, pero
nos tenemos que ir antes de que eso ocurra. Lo
abrirá en casa, si no os importa. ¡Nos tenemos que ir! ¡Nos vamos, todo el
mundo! ¡Vamos, que nos vamos! ¡Nos fuimos!”
“¿Qué?” exclamó la reina de
los Robles. “¿No os vais a quedar a bailar con nosotras esta noche? La fiesta es en el tercer círculo feérico. ¡Quedaos! ¡Venid con nosotras! ¡Venid
a bailar!”
Las nueve reinas volvieron a
girar como peonzas a nuestro alrededor, todas coreando a la reina de los
Robles.
“¡Quedaos! ¡Venid con nosotras! ¡Venid a bailar!”
“¡Corred!” gritó Michael,
tirando a Don Alonso del brazo. “¡Corred todos al puerto!”
“¿Y yo que?” protestó Alpin.
“¡Aún no me han dado un regalo!”
Michael le cogió del brazo
también. Yo agarré a Sancho y salimos pitando para el desembarcadero. Don
Alonso daba las gracias a gritos repetidos durante todo el camino hasta llegar
allí, pero los ahogaban los adioses nueve por nueve de las nueve reinas que
resonaban tras nosotros. “¡Adiós, pero volved! ¡Volved! ¡No
nos olvidéis! ¡No os vayais! ¡Os queremos! ¡Os esperamos! ¡Aquí estaremos!
¡Hasta pronto!¡Regresad! ¡Qué sea está noche!”
“¡Esperadnos!” gritaba también la nevera de Alpin. “¡A mí y a los zapatos de léprecan!”
Por suerte, cuando llegamos
al puerto la barca estaba ahí. Si no, jamás hubiésemos podido regresar de Isla
Manzana tan fácilmente. Porque si te involucras en algo que está sucediendo
allí, una cosa lleva a la otra y no logras irte nunca.
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