“Claro que yo hubiese
preferido que mis hijos no se hubiesen enterado de que tenían casas en ese…
lugar, pero puesto que ha tenido que ser así, debo decir que todo ha salido mejor
de lo que esperaba. Mis hijas dicen que no se mudarán definitivamente hasta dentro
de unos años, sólo pasarán alguna noche allí de vez en cuando y la casa de
Alpin está aquí mismo, en el terreno de sus padres, como debe ser. Por supuesto
que no se me escapa que esos constructores, por llamarles algo, han
intentado fastidiarme plantando la casa justo encima de mi rincón de violetas,”
dijo Aislene.
“¿No pensarás que lo
hicieron a propósito?” exclamó Brana.
“Oh, no! ¿Por qué iban a hacer eso?” Aislene
sonrió haciéndose la boba. “A ver si me acuerdo de mandarles a esos un pequeño
detalle que muestre mi gratitud porque han hecho felices a mis hijos. Creo que
le regalaré al conde uno de esos cascos que llevan los obreros de la construcción.
Trabajar en una cantera con sólo un pañuelito anudado en la cabeza debe ser
ilegal. O por lo menos ese tal Binky así lo consideraría, ¿no?”
“El conde no es mortal, Mamá.
No creo que necesite un casco,” dijo Fiona.
“Pero debe estar
infringiendo alguna de las normas de seguridad de Binky.”
“Vimos al Sr. Binky en Isla
Manzana. Él fue quien nos abrió la Puerta Fuerte. Fue muy amable. Dice que todo lo
que él hace allí es relajarse.”
“Las
cosas pueden cambiar. En cuanto a Ludovica, ya pensaré en algo que se
merezca.”
“En lo que deberías pensar
es en amueblar mi casa,” dijo Alpin. “Empieza por el salón de audiovisuales. Quiero la tele mortal con la pantalla más grande que haya.”
“¡Oh,
no! Eso te haría igual que los mortales. Cada uno en su casa y tele
mortal en la de todos. Niñas, meted unas magdalenas en la boca de Alpin. A veces
me gustaría que Binky fundase de una vez esa escuela con la que nos amenaza.
Podría ser un lugar al que mandar a Alpin cuando me duele la cabeza.”
“¡Mi Casa Necesita Muebles!”
“Qué hay en esa cofrecillo que
ha traído usted de la isla?” preguntó la Señora Estrella a Don Alonso
para cambiar de tema.
Don Alonso abrió la cajita
muy respetuosamente. Dentro había un pequeño rollo de pergamino. Era la
escritura de una cueva de granito junto al mar, en aquella isla de los benditos,
para que pudiese retirarse a meditar allí cuando quisiese.
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