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jueves, 23 de abril de 2020

41. La Cueva de Piedra

 Michael pudo devolvernos a casa sanos y salvos. Tanto la Señora Dulajan como Doña Estrella le dieron mil gracias por esto. Estaban muy contentas con cómo había ido la excursión.

“Claro que yo hubiese preferido que mis hijos no se hubiesen enterado de que tenían casas en ese… lugar, pero puesto que ha tenido que ser así, debo decir que todo ha salido mejor de lo que esperaba. Mis hijas dicen que no se mudarán definitivamente hasta dentro de unos años, sólo pasarán alguna noche allí de vez en cuando y la casa de Alpin está aquí mismo, en el terreno de sus padres, como debe ser. Por supuesto que no se me escapa  que esos constructores, por llamarles algo, han intentado fastidiarme plantando la casa justo encima de mi rincón de violetas,” dijo Aislene.

“¿No pensarás que lo hicieron a propósito?” exclamó Brana.

Oh, no! ¿Por qué iban a hacer eso?” Aislene sonrió haciéndose la boba. “A ver si me acuerdo de mandarles a esos un pequeño detalle que muestre mi gratitud porque han hecho felices a mis hijos. Creo que le regalaré al conde uno de esos cascos que llevan los obreros de la construcción. Trabajar en una cantera con sólo un pañuelito anudado en la cabeza debe ser ilegal. O por lo menos ese tal Binky así lo consideraría, ¿no?”

“El conde no es mortal, Mamá. No creo que necesite un casco,” dijo Fiona.

“Pero debe estar infringiendo alguna de las normas de seguridad de Binky.”

“Vimos al Sr. Binky en Isla Manzana. Él fue quien nos abrió la Puerta Fuerte. Fue muy amable. Dice que todo lo que él hace allí es relajarse.”

“Las cosas pueden cambiar. En cuanto a Ludovica, ya pensaré en algo que se merezca.”

“En lo que deberías pensar es en amueblar mi casa,” dijo Alpin. “Empieza por el salón de audiovisuales. Quiero la tele mortal con la pantalla más grande que haya.”

“¡Oh, no! Eso te haría igual que los mortales. Cada uno en su casa y tele mortal en la de todos. Niñas, meted unas magdalenas en la boca de Alpin. A veces me gustaría que Binky fundase de una vez esa escuela con la que nos amenaza. Podría ser un lugar al que mandar a Alpin cuando me duele la cabeza.”

“¡Mi Casa Necesita Muebles!”             

“Qué hay en esa cofrecillo que ha traído usted de la isla?” preguntó la Señora Estrella a Don Alonso para cambiar de tema.


Don Alonso abrió la cajita muy respetuosamente. Dentro había un pequeño rollo de pergamino. Era la escritura de una cueva de granito junto al mar, en aquella isla de los benditos, para que pudiese retirarse a meditar allí cuando quisiese.

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