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jueves, 23 de abril de 2020

42. Un misterioso ladrillazo

Aunque tenía su casa ideal en Isla Manzana, como cualquier otra hada respetable y respetuosa de la comunidad feérica, Michael solía vivir en una casa árbol que tenía en el Bosque Triturado. No era muy grande, pero tenía cierto encanto. Y fue a este sitio al que acudió para descansar tras la excursión. Muy estresado por haber tenido que vigilarnos todo el día, se fue directo a la cama.

Justo antes de que pudiese empezar a roncar, algo atravesó ruidosamente uno de los agujeros nudosos que servían de ventanas. Demasiado cansado para levantarse y averiguar que estaba pasando, Michael decidió ignorar lo que fuese aquello hasta la mañana siguiente. “Espero que no me coma, sea lo que sea,” murmuró medio dormido.

Cuando se levantó por la mañana, se le había olvidado este incidente. Después de todo, iba a estar muy ocupado ese día.

Michael pasaba la mayor parte del verano celebrando su cumpleaños, que era el veintisiete de julio. Daba varias fiestas a lo largo de esta estación y ese día le tocaba celebrar con los hojitas que vivían en las ramas de su árbol. Estaban todos invitados a una cena de cumpleaños esa noche.

Mientras limpiaba su casa en preparación para la cena, pensaba que le gustaría encontrar en algún rincón un objeto que había echado en falta. No era un zapato mágico, ni el dueño de una moneda de oro, ni nada que había estado buscando o que habitualmente se traspapelase. Era su muy apreciada copia de la Mitología de Bulfinch. 

Este libro regordete con tapas de un verde botella adornadas con dos pequeñas manzanas de oro en una esquina había crecido unas bonitas alas de un azul celeste. Desde entonces, se iba volando por ahí de vez en cuando, por razones suyas, pero siempre volvía a su lugar de honor en la librería de Michael. Esta vez, sin embargo, estaba tardando demasiado en regresar.

“No estaba en mi casa de Isla Manzana,” musitó Michael. “Y estoy seguro de que no se lo he prestado a nadie últimamente. Me estoy preguntando si debería sentirme preocupado.”

Amaba a este libro por encima de muchos otros y siempre celebraba el cumpleaños del Sr. Bulfinch, que es el quince de junio. Ese había sido el día en que echó el libro en falta. Él, el libro, y Nauta siempre bebían cava a la salud del autor en esa ocasión. Sí, el libro tenía una boquita, y unos ojos muy grandes y tiernos, aunque algo cortos de vista. Donde iba el cava sin mojar para nada las páginas era un misterio.

Mientras barría el suelo detrás del sofá, Michael encontró algo raro. Envuelto en un papel magullado había un ladrillo rojo.

“¿Pero qué puede ser esto?” se preguntó Michael. Y entonces recordó el ruido que había escuchado casi en sueños la noche antes.

Había algo escrito en la parte interior del papel en el que venía envuelto el ladrillo.

                    
“Tu blog es audaz, incisivo y un avance genuino,” leyó Michael.

Bien, pues Michael había empezado un blog para la instrucción y diversión de sus dos alumnos. Pero...

“¿Por qué iba alguien a lanzar un ladrillo por mi ventana para decirme que le gusta mi blog?” pensó Michael. “Cualquiera que lee blogs sabe de seguro como enviar un comentario a la sección que hay para esto. La nota no puede ser la razón del ladrillazo. Tal vez esta nota ni siquiera sea para mí. ¿Pero por qué iba dirigido a mí el ladrillo? Si lo fue, claro.”

Intentar adivinar de que iba aquello no ayudaba nada a esclarecer el asunto, y tenía demasiado que hacer para entretenerse en esto. Así que sacó el ladrillo fuera y lo guardó cuidadosamente detrás de un arbusto que crecía junto a su árbol. Estaría bien allí hasta que hiciese falta para algo.

“Les preguntaré a los hojitas si han notado algo raro anoche. Puede que sepan quién es el responsable de esto.”

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