Eran las ocho en punto y
estaba más oscuro que de costumbre fuera de la casa árbol de Michael. En vez de
llamar a la puerta principal, dos hojitas estaban escalando hasta uno de los
muchos agujeros ventana. Les llevaría directamente a la segunda planta, que era
donde Michael estaba celebrando su cumple. Michael oyó un ruido mucho más
fuerte que cualquiera de los que solían hacer los hojitas. Miró por la ventana central. Algo se arrastraba por los arbustos. Y ¡pam!
Tumbado de espaldas en el
suelo con una docena de hojitas consternados en torno a él, Michael se dio
cuenta de que le había dado en la frente algo que le estaba haciendo sangrar.
“Las heridas de la cabeza
son muy escandalosas, sí que lo son,” decía el hojita Malcolfus. “Sangran
muchísimo, si señor.”
“¡Qué alguien le ponga una
almohada debajo de la cabeza!” ordenó Robertus, un hojita de tejo. “¡Y que
traigan hielo!”
Otros hojitas ya estaban
jadeando y resoplando mientras arrastraban una servilleta llena de cubitos de
hielo hasta la frente de Michael.
“¿Otro
ladrillo? ¡No me lo puedo creer!” exclamó Michael, cuando le enseñaron lo que le
había golpeado.
“Y está envuelto en una
especie de nota, pero no hay quien entienda lo que dice. ¿Se podrá descifrar?”
“Me
alegro de que no diga ‘feliz cumpleaños,’” suspiró Michael. “Eso habría sido
muy triste.”
Nadie había visto nada. Y
nadie vio nada tampoco cuando fueron llegando más ladrillos. Esto sucedió
durante todo el verano sin que nadie pudiese hacer nada al respecto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario