Todos los ladrillos llegaban envueltos en notas. Algunas eran halagadoras. Otras totalmente ilegibles. Estas últimas
tenían extraños signos y barras dibujados en ellas y Michael no tenía ni idea
de lo que esos garabatos siniestros podían significar.
Una tarde a finales de septiembre, la banshí Glorvina y Kevin, el
hermano de Michael y bufón amante del caos vinieron a la casa árbol a tomar el
té. No pudieron evitar fijarse en la cicatriz que Michael tenía en la frente.
“¿Estás diciendo que tiene que ver con todos esos ladrillos que tienes
amontonados junto a los arbustos?”
“Alguien tiene una manera hostil de comunicar conmigo,” dijo Michael. “Pero
cuando esas notas dicen algo inteligible, siempre es halagador. Me piden que
siga con mi buen trabajo y cosas así. No sé por qué el que las escribe no puede
simplemente mandar un comentario por Internet al blog si es que quiere
felicitarme. Y no hay quien explique los garabatos aparentemente sin sentido de
los otros mensajes.”
“Tienes que poner fin a esto,” dijo Kevin. “Los ladrillos van a acabar
con tu árbol. No tiene por qué soportar que le traten con tanta rudeza. ¿A qué
no, Glorvina?”
Los hojitas que compartían
el árbol con Michael estaban de acuerdo. Estaban hasta el gorro de que les
asustasen las misivas voladoras. Y había rumores de que alguien había sido
derribado y casi aplastado.
“Mensajes ligados a
ladrillos siempre son amenazas,” pronunció Kevin. “Lo que tienes es un enemigo.
Las palabras amables deben ser sarcasmo. Alguien quiere que dejes de escribir
tu blog.”
“¿Qué? Pero si a nadie le
interesa mi blog. No es nada popular. Sólo lo leen mis dos
alumnos. Y no creo que pueda haber ofendido a nadie.”
“Entonces tienes un enemigo
majareta,” dijo Kevin. “¡Qué suerte tienes! Son los mejores. No hay quien les
detenga. No se puede razonar con ellos. Espero que sea terrible y de mucho
miedo. A la gente también se la mide por sus enemigos. Cuanto peor sea, mejor
quedarás tú cuando le derrotes.”
“¿Qué?
No quiero es un enemigo. No sabría lo que hacer con él.”
“Pues hacerle morder el
polvo. ¿Para qué otra cosa? ¿Tú no quieres ser famoso como Juanito, el de las
habichuelas, o ese niño inglés con la cicatriz en la frente? ¿O como los
hobbits y ese tío que quería mangonear a todo el mundo con unos anillos? ¡Jamás
serás alguien de peso sin un enemigo!”
Mientras los hermanos
discutían sobre los posibles beneficios de tener enemigos, Glorvina, como era
una mujer de acción, ya estaba telefoneando al Dr. Watson. El doctor era amigo
personal de la banshí. En ocasiones habían coincidido junto al lecho de algún
moribundo al que él atendía y por él que ella estaba plañiendo. El doctor
apareció con la celeridad con la que un buen médico visita a un paciente amigo.
Y con él vino también el espabiladísimo Sr. Holmes.
“Estas notas no las ha escrito una única persona. Al menos se trata de
dos.”
Eso proclamó el Sr. Holmes
tras examinar las misivas, y los hojitas aplaudieron. Ellos habían llegado a la
misma conclusión.
“La mano que escribe las
palabras amables no es responsable de los garabatos. El garabatero es casi sin
duda el responsable de la desagradable manera de entrega de estos mensajes. Me atrevo a decir que es algún tipo de idiota.”
Y el Sr. Holmes tenía algo
más que decir. Sugirió que Michael visitase la Real Biblioteca
del Santo Job si quería encontrar al lanzaladrillos.
“¿Por qué la biblioteca del
Santo Job? Eso está en Isla Manzana.”
“Uno de los trocitos de
papel tiene parte de una marca de agua que lo identifica como perteneciente a
la colección de folios utilizados por la bibliotecaria.”
Quiero contaros algo sobre la Real Biblioteca
del Santo Job. Fue fundada en las edades bárbaras, por un humano llamado Job
Hob, que estaba tan interesado en estudiar a las hadas que la decana de nuestro
mundo, la Sra. Aureabel
Parry, le invitó a vivir entre nosotros. Se mudó a Isla Manzana y trajo con él
una colección de manuscritos que no tenían precio, y todos, incluso mis padres,
han estado donando textos a la biblioteca desde aquel entonces. Muchos tesoros
que han desaparecido de famosas bibliotecas, como la desafortunada Biblioteca
de Alejandría, se hallan ahora allí.
“Michael, te voy a dar una
semana de licencia para que vayas a averiguar quién es el abominable
lanzaladrillos y le pongas en su sitio acabando con su intolerable forma de
proceder,” dijo Glorvina.
“No puedo causar baja ahora
mismo. Al menos no hasta noviembre,” dijo Michael. “Estoy sobrecargado de
trabajo y además tengo que organizar mi fiesta de Halloween.”
“Estoy cumpliendo con mi
deber.”
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