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miércoles, 22 de abril de 2020

48. Una de las fiestas de Halloween de Michael: el discurso anual

No me gusta tener que pedir ayuda a mis padres. No es porque hace que me sienta inmaduro. Es porque casi siempre sólo me lo ponen más difícil y su intervención trae todavía más problemas. Pero esta era una de esas veces en las que era absolutamente necesario avisarles. Así que hice todo lo que podía para concentrarme y alcanzarles por telepatía donde fuese que estuviesen. Y ese donde fuese era la fiesta de Halloween de Michael O’Toora.

Por Don Alonso luego supe como había ido la fiesta. No estaba seguro si había ido mejor o peor que otros años. Pero había comenzado algo mejor de lo que estas fiestas suelen comenzar.

Primero llamó la cuñada de Michael, la sirena celosa, para decirle que iba a llegar tarde porque tenía que asistir a una subasta por narices. Don Alonso encuentra a esta belleza de ojos de color turquí y cabello azabache muy hermosa, pero también recela de ella porque tiene una voz que puede partir cristal cuando la alza. Su marido, Finbar el juguetero, llegó a la fiesta poco después  de esta llamada, sin acompañante alguno. Por una vez pudo disfrutar de la fiesta tranquilo.

Y hubo aun más suerte para Finbar, porque  Darcy el Guapo decidió honrar a Michael con su presencia ese año y las chicas sólo tenían ojos para él y sus ojazos oscuros, y pasaron la noche bailando jigas a su alrededor, de forma que la Señorita Lira no podría haber acusado después a ninguna de intentar flirtear con su marido.

El pobre Grogui, el Grogoch, siempre sucio y desaseado, mandó aviso de que no podría asistir porque tres de sus vacas iban a dar a luz esa noche, así que la casa de Michael sólo olía a romero y canela en vez de apestar como un establo atiborrado.

Garth, el puca, cuya presencia siempre garantiza broncas, se aburría tanto sentado bajo su puente esperando que pasase algún transeunte solitario al que asustar que decidió matar el tiempo aprendiendo a hacer punto y resultó ser todo un artista en ello. Obsesionado con su nuevo hobby, parecía que esa noche no iba a hacer más que tejer una capa de una lana de merino bautizada como brócoli morado con una gran franja verde esmeralda para su tío Nil, el Hombre Gris, Señor de las Nieblas.

Pero desafortunadamente, el morado y el verde son los colores del Ye Fay Club de Fútbol, uno de los dos mejores del mundo de las hadas.

Los colores de la capa recordaban a los hinchas de estos equipos el último partido de la pasada temporada. El Ye Fay F.C. había vencido al Sidhe Band F.C.dos a uno, gracias a la pericia del fantasma romano Artemio, Guardian del Bosque Triturado.  Los hojitas del Bosque Triturado son todos rábidos hinchas del Ye Fay, y fueron ellos los que convencieron a Artemio para que jugase con ese equipo. Resultó ser un jugador espectacular, y todos los Ye Fayeros se pusieron a cantar sus alabanzas al ver la capa.

Pero el Tío Nil era hincha del equipo contrario y empezó a gritar que aunque apreciaba en gordo la labor de su sobrino, jamás se pondría una capa traicionera. Le pidió al puca que le hiciese otra, esta vez en amarillo y oro, porque esos eran los colores de su club, el Sidhe Band.

Garth respondió que ya llevaba más de una hora de trabajo y preferiría llevar a Brian Boru de paseo a comenzar de nuevo. Por si no estáis enterados del mal rollo entre Brian Boru y el puca, os diré que Brian fue un rey de Irlanda que intentó que los pucas  dejasen de meterse con los transeuntes solitarios. Cuando uno de estos espíritus se convirtió en un caballo desbocado, Brian lo montó valerosamente hasta que el puca dejó de intentar tirarle al suelo y patearle.

Un hojita dijo entonces que el amarillo era el color de la cobardía y el oro el de la avaricia. El Hombre Gris debería sentir vergüenza de usuarlos.

El tío Nil contestó que el amarillo era el color de la luz y el oro el color de la nobleza. Su equipo era tan grandioso como el sol en todo su esplendor, mientras que el verde era el color de la envidia y el morado el de la ira.Y eso es lo que sentían los rivales de su equipo. Odio e ira, por lo buenos jugadores que eran los Sidhe Band.

Los invitados de un equipo comenzaron a lanzar insultos y crudités a los invitados del otro equipo. Cuando alguien lanzó un plato de la preciosa vajilla Beleek de Michael, el léprecan se dio cuenta de que era menos peligroso que los invitados hablasen de política que de fútbol. Era hora de que el Sr. Binky diese un golpecito con su cucharita de plata en su copa de cristal de roca facetado y comenzase su primer discurso anual.

El primer ministro Binky se había fijado en que la mayoría de los líderes de las naciones mortales daban un discurso al año en una noche señalada, como la Nochebuena o la Nochevieja. Aprovechaban el que su gente estuviese toda reunida y de buen humor para comunicar todo lo que se había hecho para el pueblo durante ese año y lo que esperaban hacer el siguiente. Por eso quiso seguir su ejemplo y dar un discurso el treintaiuno de octubre, que es el último día del año feérico.

Como se trataba de una fiesta de Halloween, el Sr. Binky había venido disfrazado. Estaba vestido según su idea de cual debería ser el aspecto de un funcionario infernal. Pensaba que los demás apreciarían su sentido del humor y como el primer ministro sabía reírse de si mismo. Don Alonso, que no se fiaba de criaturas infernales, advirtió al Sr. Binky de que los invitados, a pesar de sus muchas virtudes, no destacaban precisamente por su comprensión y tolerancia e igual breaban al primer ministro al verle de esa guisa. Pero para su sorpresa todos siguieron el consejo de Fergus MacLob O’Toora y dieron al primer ministro la oportunidad de hablar y explicarse.

                                     
El Sr. Binky habló como un maestro de la oratoria. Se podría decir que su discurso era hasta precioso. Sus vocales inglesas eran impecables, vocalizaba como un actor shakesperiano y argumentaba como el mejor de los demagogos. Para sorpresa de Don Alonso y alivio de Michael hasta los hojitas le aplaudieron y aclamaron. Ante tanto entusiasmo, el alivio de Michael se convirtió en otra cosa. El léprecan se volvió a Don Alonso y susurró que su fiesta iba demasiado bien. Iba tan bien que algo tenía que estar yendo mal.

Michael y Don Alonso miraron a su alrededor intentando encontrar la razón por la que hasta los hojitas estaban entusiasmados con Binky. Y vaya que si la encontraron. Había comida por todas partes. Era evidente que los invitados se habían hartado de comer. Parecían muy satisfechos y contentos. Y, aun así, quedaban toneladas de sobras. Esto sólo podía querer decir una cosa. Alpin no había asistido a  la fiesta.

Así fue como todos se dieron cuenta de que habíamos desaparecido. Yo soy muy independiente y había elegido vivir por mi cuenta desde los siete años, así que no era de extrañar que mis padres no se hubiesen dado cuenta enseguida de que yo no estaba presente. Pero el caso de Alpin era distinto. Sus padres se pasan la vida preocupándose por él. Pero he de decir que a pesar de todo lo que la Sra. Dulajan se preocupa por Alpin, cuando no le tiene cerca aprovecha para respirar.

Ahora que ella había caído en que no le había visto durante demasiado tiempo, soltó un grito que heló la sangre de todos los presentes.

“¡Mi hijoooooooo!”

Y por una vez mi madre no se hizo la valiente. Lo que hizo fue eco del grito de la Sra. Dulajan. Sólo que añadió la palabra guapo.

“¡Mi hijo guapoooo!”

Entonces las dos se abrazaron y comenzaron a gritar todavía más. Sus gritos hicieron que el grito de Munch pareciese una risita tonta.

                                  
El Sr. Dulajan y mi padre inmediatamente intentaron tranquilizar a sus esposas. Y afortunadamente para todos, Puck intentó contactar conmigo por telepatía y como yo también intentaba alcanzarle, conectamos rápidamente.

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