“¡Mamá! ¡Me han secuestrado!” Alpin se apresuró a gritar, saltando de los arbustos y creciendo hasta
su tamaño habitual.
La
muchedumbre enmudeció. Sólo Alpin rompió el helador silencio para apuntar
un dedo acusador a Cascarrabias y acusarle de secuestrarnos. El dedo de Alpin
temblaba convulsivamente, y su voz estaba ronca de rabia.
Yo también creí oportuno
hablar, y en cuanto terminamos de explicarnos, Aislene, la madre de Alpin, aulló
“¡Juicio feérico!”
Puesto que el secuestro es probablemente
el más serio de los crímenes entre las hadas, que prefieren morir a perder su
libertad, a Aislene la secundaron diversas de las hadas presentes, y pronto
toda la muchedumbre aullaba enardecida “¡Juicio
feérico! ¡Justicia
feérica! ¡Tribunal feérico!”
“Será mejor que hagamos algo
antes de que linchen a alguien,” Papá le susurró a Mamá.
“¿Sugieres que no estoy
haciendo nada? Porque he sido la primera en gritar Juicio feérico!” espetó Mamá.
“No,
esa fue Aislene. Ella fue la primera. Es mejor calcetera que tú. ¿Lo negarás?”
“¿Estás diciendo que soy
vulgar? ¿Por defender a mi hijo con dientes y uñas?”
El Sr. Binky intervino para
poner fin a la discusión entre mis padres y organizar el juicio.
“Nos llevará algún tiempo
encontrar el jurado adecuado para este juicio. Sugiero que sus majestades dejen
a un lado sus diferencias y colaboren para que podamos avanzar.”
Mamá chasqueó los dedos y ella y Papá aparecieron vestidos con togas negras y pelucas blancas de esas del siglo XVIII que llevan algunos jueces.
Mi padre chasqueó los dedos
y una sala apareció ahí mismo en el parque, delante de la biblioteca del Santo
Job.
“Primero tenemos que nombrar
un fiscal,” dijo el Sr. Binky.
“Yo seré el fiscal,” gruño Ernesto
Dulajan, Cochero de la Muerte.
“¡Ni hablar!” cloqueó
Basiliska, cual gallina histérica. “Es el padre de una de las supuestas
victimas y por lo tanto no será objetivo.”
“Pues los jueces son los
padres del otro niño raptado,” comentó el Sr. Binky.
“No me importa que esos sean
jueces,” dijo Basiliska. “Son más incompetentes que severos y eso me podría favorecer.
¡Uy! Lo que quiero decir es que son más clementes. ¿No
es así, majestades? Ustedes son muy clementes.”
El Sr. Binky ignoró el
comentario de Basiliska y miró a su alrededor. Fueron los hojitas los que
llamaron su atención, ya que estaban saltando ansiosos por todas partes.
“¿Tal vez alguno de ustedes,
caballeros...?” preguntó.
“Puedes ahorcar a Basiliska
si lo ves bien,” replicó Malcolfus, “pero ninguno de nosotros va a acusar a
Cascarrabias Finn, bondadosísimo benefactor de nuestras tribus.”
“¿Qué? ¿Cuándo ha hecho
Cascarrabias algo por vosotros?” preguntó atónito mi padre. Él y el Sr. Binky intercambiaron miradas perplejas.
“Desde que ha metido al No
Cambiadito en una jaula, que es donde debería estar, lejos y sin acceso a las
nueces y bayas de nuestro maltratado bosque. Gracias a Finn este año estamos
disfrutando de buenas cosechas, y hemos
podido llenar nuestras pequeñas despensas de reservas para el duro y pelado
invierno. Eso es más de lo que usted o su bonita esposa han hecho por
nosotros.”
“Ah. Ya veo,” dijo Papá. “Pero
Finn ha secuestrado a mi hijo también. Y a ese librito inocente que revolotea
junto a él, pobrecillo. Si hay algo que me repugna es el secuestro de libros.
Si algo debe ser libre, ha de ser la literatura. ¡Qué vuele la imaginación!”
“Quiero dejar una cosa clara,”
interrumpió el Sr. Binky, “y es que no vamos a ahorcar a nadie. Lo más que puede
hacer nuestra justicia es desterrar a los ofensores.”
“Yo voy a ser fiscal y voy a
llevar a esos criminales en mi carruaje a donde acostumbro a llevar a la gente.
¡Y no se hablé más!” rugió el Cochero
de la Muerte.
“Bueno, pues sea usted
fiscal. Cualquiera se lo discute. Ahora tenemos
que nombrar un abogado defensor,” dijo el Sr. Binky. Miró a su alrededor
buscando a la persona adecuada para llevar la defensa y una vez más vio saltar
y brincar por doquier a los hojitas.
“¡Yo! ¡Yooooooooo!” gritaban los
hojitas del Bosque Triturado. “¡Yo, por favor! ¡Uno de nosotros! ¡Cualquiera de
nosotros!”
“No, no lo creo,” dijo el Sr.
Binky. “Sois demasiado emocionales. Vuestros esfuerzos podrían provocar el resultado
contrario al que buscáis. Podríais echar la defensa a perder.”
“Entonces que el defensor
sea Fergus MacLob O’Toora. Le pagaremos con tantas bellotas de nuestras
despensas como nos pida. Por una vez están llenas, y
todo gracias a Cascarrabias.”
“No, tampoco lo creo,” dijo
el Sr. Binky. “Nadie que Fergus haya defendido
ha sido condenado. No habría posibilidad de una condena y eso no sería justo. ¡Ya lo sé! Nombraremos a Michael O’Toora. El hijo de Fergus nunca ha
defendido un caso, así que no tendremos ni idea de cuál podría ser el
veredicto.”
“¡Protesto! Soy una de las
victimas de Cascarrabias,” exclamó Michael. “Me ha dado con un ladrillo en toda la frente.Y
ha llovido ladrillos sobre mi casa árbol. Eso es acoso y agresión con lesiones,
¿no es así?”
“Sabe de lo que habla,” dijo
el Sr. Binky. “Esa es una buena señal. Michael,
tú eres el defensor público.”
“Procuraré tomarme esto con calma,” dijo
Michael con resignación.
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