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miércoles, 22 de abril de 2020

49. Michael O’Toora para la defensa

Justo cuando Lira estaba a punto de alzar su tridente para defenderse de los pujadores enrabietados que iban a por ella, Mamá y Papá aparecieron ante nosotros. Tras ellos se alzaba la aterradora presencia del Cochero de la Muerte, y la de su delicada pero feroz esposa. Y detrás de los padres de Alpin estaban todos los invitados de la fiesta de Michael, y el mismo Michael también.

“¡Mamá! ¡Me han secuestrado!” Alpin se apresuró a gritar, saltando de los arbustos y creciendo hasta su tamaño habitual.

La muchedumbre enmudeció. Sólo Alpin rompió el helador silencio para apuntar un dedo acusador a Cascarrabias y acusarle de secuestrarnos. El dedo de Alpin temblaba convulsivamente, y su voz estaba ronca de rabia.

Yo también creí oportuno hablar, y en cuanto terminamos de explicarnos, Aislene, la madre de Alpin, aulló “¡Juicio feérico!”

Puesto que el secuestro es probablemente el más serio de los crímenes entre las hadas, que prefieren morir a perder su libertad, a Aislene la secundaron diversas de las hadas presentes, y pronto toda la muchedumbre aullaba enardecida “¡Juicio feérico! ¡Justicia feérica! ¡Tribunal feérico!   

“Será mejor que hagamos algo antes de que linchen a alguien,” Papá le susurró a Mamá.

“¿Sugieres que no estoy haciendo nada? Porque he sido la primera en gritar Juicio feérico!” espetó Mamá.

“No, esa fue Aislene. Ella fue la primera. Es mejor calcetera que tú. ¿Lo negarás?”

“¿Estás diciendo que soy vulgar? ¿Por defender a mi hijo con dientes y uñas?”

El Sr. Binky intervino para poner fin a la discusión entre mis padres y organizar el juicio.

“Nos llevará algún tiempo encontrar el jurado adecuado para este juicio. Sugiero que sus majestades dejen a un lado sus diferencias y colaboren para que podamos avanzar.”


Mamá chasqueó los dedos y ella y Papá aparecieron vestidos con togas negras y pelucas blancas de esas del siglo XVIII que llevan algunos jueces.


Mi padre chasqueó los dedos y una sala apareció ahí mismo en el parque, delante de la biblioteca del Santo Job.

“Primero tenemos que nombrar un fiscal,” dijo el Sr. Binky.


“Yo seré el fiscal,” gruño Ernesto Dulajan, Cochero de la Muerte.

“¡Ni hablar!” cloqueó Basiliska, cual gallina histérica. “Es el padre de una de las supuestas victimas y por lo tanto no será objetivo.”

“Pues los jueces son los padres del otro niño raptado,” comentó el Sr. Binky.

“No me importa que esos sean jueces,” dijo Basiliska. “Son más incompetentes que severos y eso me podría favorecer. ¡Uy! Lo que quiero decir es que son más clementes. ¿No es así, majestades? Ustedes son muy clementes.”

El Sr. Binky ignoró el comentario de Basiliska y miró a su alrededor. Fueron los hojitas los que llamaron su atención, ya que estaban saltando ansiosos por todas partes.

“¿Tal vez alguno de ustedes, caballeros...?” preguntó.

“Puedes ahorcar a Basiliska si lo ves bien,” replicó Malcolfus, “pero ninguno de nosotros va a acusar a Cascarrabias Finn, bondadosísimo benefactor de nuestras tribus.”

¿Qué? ¿Cuándo ha hecho Cascarrabias algo por vosotros?” preguntó atónito mi padre. Él y el Sr. Binky intercambiaron miradas perplejas.

“Desde que ha metido al No Cambiadito en una jaula, que es donde debería estar, lejos y sin acceso a las nueces y bayas de nuestro maltratado bosque. Gracias a Finn este año estamos disfrutando de  buenas cosechas, y hemos podido llenar nuestras pequeñas despensas de reservas para el duro y pelado invierno. Eso es más de lo que usted o su bonita esposa han hecho por nosotros.”

“Ah. Ya veo,” dijo Papá. “Pero Finn ha secuestrado a mi hijo también. Y a ese librito inocente que revolotea junto a él, pobrecillo. Si hay algo que me repugna es el secuestro de libros. Si algo debe ser libre, ha de ser la literatura. ¡Qué vuele la imaginación!”

“Quiero dejar una cosa clara,” interrumpió el Sr. Binky, “y es que no vamos a ahorcar a nadie. Lo más que puede hacer nuestra justicia es desterrar a los ofensores.”
  
“Yo voy a ser fiscal y voy a llevar a esos criminales en mi carruaje a donde acostumbro a llevar a la gente. ¡Y no se hablé más!” rugió el Cochero de la Muerte.  

“Bueno, pues sea usted fiscal. Cualquiera se lo discute. Ahora tenemos que nombrar un abogado defensor,” dijo el Sr. Binky. Miró a su alrededor buscando a la persona adecuada para llevar la defensa y una vez más vio saltar y brincar por doquier a los hojitas.

“¡Yo! ¡Yooooooooo!” gritaban los hojitas del Bosque Triturado. “¡Yo, por favor! ¡Uno de nosotros! ¡Cualquiera de nosotros!”

“No, no lo creo,” dijo el Sr. Binky. “Sois demasiado emocionales. Vuestros esfuerzos podrían provocar el resultado contrario al que buscáis. Podríais echar la defensa a perder.”

“Entonces que el defensor sea Fergus MacLob O’Toora. Le pagaremos con tantas bellotas de nuestras despensas como nos pida. Por una vez están llenas, y todo gracias a Cascarrabias.”

“No, tampoco lo creo,” dijo el Sr. Binky. “Nadie que Fergus haya  defendido ha sido condenado. No habría posibilidad de una condena y eso no sería justo. ¡Ya lo sé! Nombraremos a Michael O’Toora. El hijo de Fergus nunca ha defendido un caso, así que no tendremos ni idea de cuál podría ser el veredicto.”

“¡Protesto! Soy una de las victimas de Cascarrabias,” exclamó Michael.  “Me ha dado con un ladrillo en toda la frente.Y ha llovido ladrillos sobre mi casa árbol. Eso es acoso y agresión con lesiones, ¿no es así?”

“Sabe de lo que habla,” dijo el Sr. Binky. “Esa es una buena señal. Michael, tú eres el defensor público.”

                             
“Procuraré tomarme esto con calma,” dijo Michael con resignación.

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