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miércoles, 22 de abril de 2020

51. Reclutado a la fuerza

Poco despues del juicio, mientras paseaba por el Bosque Triturado, me encontré con el Sr. Binky. Los hojitas me alertaron de su presencia, pues desde las alturas de los árboles le vieron venir antes que yo.

                                           
                                            
“Aquí viene Binky,” murmuró Vincentico con el viento, “herbicida inmisericorde y enemigo juramentado de la libre empresa.”

                                                    

“Sé que me llamáis herbicida por la cantidad de papel que utilizo,” respondió el Sr. Binky. “¿Pero desde cuándo soy enemigo de la libre empresa?”
                                                

“Desde que acabaste con el negocio de Basiliska,” le explicó el hojita Paquito.

El Sr. Binky sacudió la cabeza perplejo.

“Pero si os iba a cobrar por cada palabra que pronunciaseis. ¿Debería haber dejado que lo hiciese?”

“Bah!” se burló Vicentico. “Nunca habría podido cobrar.”

“No hacéis más que criticarme. Yo no me lo merezco. La próxima vez, dejaré que Basiliska os rompa los peciolos.”

El hojita Vicentico se agachó y miró al Sr. Binky directamente a los ojos.

“¿Por qué nos acosas?” preguntó.

“No estoy aquí para acosaros,” contestó el Sr. Binky. “Vine para acosar a Michael O’Toora. Es decir, es a Michael al que estoy buscando. ¿Sabéis cuál de estos árboles es su hogar?”

“Sí,” respondió Paquito, “pero no te lo diremos hasta que tú nos digas que es lo que quieres con él.”

El Sr. Binky no estaba solo. Tras él se arrastraba Cascarrabias Finn, muy cabizbajo.

“Recordáis cómo Titania dijo que yo tenía que educar a Cascarrabias Finn? Pues he estado intentando enseñarle a leer y a escribir durante toda esta semana y la experiencia me dice que este trabajo requiere de un profesional.”

                        
¿Qué?” exclamó Michael saliendo de su casa árbol frunciendo el ceño. “Yo no soy un maestro profesional. Estoy bajo un hechizo. No es vocacional.”

“Pero eres bueno,” insistió el  Sr. Binky. Dijo que Michael estaba haciendo una labor ímproba enseñando al Sr. Quijano y al Sr. Panza.

Michael no se dejó halagar. Insistió en que sus alumnos eran los excepcionales. De esos que aprenden por si mismos. No era mérito suyo.

“Lo que tú quieres es deshacerte de Cascarrabias porque sabes que no se le puede enseñar.”

“¡Pero, Michael! ¿Cómo puedes decir eso? Es muy fácil enseñar a Cascarrabias. Todo lo que hace falta es un poco de tiempo. Y tú tienes mucho. Yo, en cambio, siempre estoy atareado.”

“¡Pero que cara tienes!” exclamó Michael. “¿Ocupado? Será liando la vida de los demás. Y ahora quieres liar la mía. ¡Ya me ha liado bastante Glorvina!”
                                         

Al escuchar su nombre Glorvina apareció. Le dijo al Sr. Binky que cuando había tenido que hechizar a Michael obligándole a enseñar inglés, le prometió que podría elegir sus alumnos. Así que Michael tenía derecho a eso. Pero añadió que lo sentía por Cascarrabias. Era triste como nadie se quería ocupar de enseñar al pobre hombre a leer y escribir.
                                    
      
“¡Sois una panda de vagos!” gritó Alpin. Había llegado paseando por el sendero a tiempo de escuchar esta discusión. “Yo me ofrezco voluntario para hacerlo. Yo mismo enseñaré a Cascarrabias. Veréis cómo aprende conmigo.” Y recogió una rama rota que había en el suelo y la sacudió en el aire.
                             

“¡Ni te atrevas a tocar a alguien con nosotros!” gritaron los hojitas que había escondidos en la rama. “Nos revolveremos contra ti.”

Glorvina le quitó la rama a Alpin y le dijo que era muy amable por su parte querer ayudar. ¿Pero realmente creía que sería capaz de enseñar a Cascarrabias a leer y escribir?

“Eh, Cascarrabias,” dijo Alpin. “¿Por que estás tan hundido? Yo no voy a perder el tiempo torturándote. Hay formas más fáciles de enseñar a los tontos. Conozco a tres señoras que guardan un pez mágico. Si lo comes, te convertirás en un genio. Desafortunadamente, aunque el pez siempre renace tras ser comido, no son muy generosas con él. Pero esto no debería constituir un problema para ti, puesto que tienes experiencia como secuestrador. Debería resultarte tirado raptar a un pez.” 
                                               

“¿Dónde tengo que ir a por él?” preguntó Cascarrabias algo más animado al oir que había una tarea que podía realizar.

“¿Realmente le convertirá en un genio?” preguntó Vicentico.

“¡Claro! Un genio del mal,” le aseguró Alpin.
                                       

Apenas había pronunciado la palabra “mal” cuando escuchamos ladrar a un perro. Se trataba de Wuf MacTecla, el westie de las Hermanas Sabias, que nos estaba enseñando sus pequeños pero afilados colmillos.

Tras Wuf se hallaban el salmón MacMor y su guardiana, Luxviminda, esta última con los brazos en jarra.

                                                     
                                              
“Acércate a menos de cien millas de mi pez, huevo podrido, y te convertiré en una tortilla incomestible!” Luxviminda amenazó a Cascarrabias.

“No se preocupe, señorita,” dijo el Sr. Binky rápidamente. “Emitiré una orden de alejamiento ahora mismo.” Bien sabía el Sr. Binky que provocar a las hermanas no era nada aconsejable.

“Vámonos, MacMor,” le dijo Luxviminda a su salmón, “que no tenemos por qué alternar con gentuza que debería estar detenida en la cárcel.”

“Luxviminda, ¿están tus hermanas por aquí contigo? Quisiera pedirle a Sabática que me conceda un año sabático,” dijo Michael, que era de la opinión que es mejor prevenir que curar.

“Ella no te puede conceder uno porque está de año sabático ella misma,” le contestó la brujita escocesa de pelo color de fresa. Luego silbó para llamar a su perrito y desaparecieron los tres en una niebla marrón y violeta, cogiendo el camino alto hasta su avellanar.  

Y entonces Glorvina comenzó a rogar a Michael que ayudase a Cascarrabias.

“Sé que no te puedo obligar a hacer esto, pero si no rehabilitas a un criminal lo más seguro es que vuelva a delinquir. ¡Pobre hombre! ¡Qué pena! ¿No queremos que eso pase, verdad?
                                          
Pero fue Fergus MacLob quien presionó a Michael hasta lograr el ansiado resultado.


“¡Vergüenza debería darte!” vociferó. “¡No eres hijo mío! Tú fuiste lo bastante listo como para devolver a Cascarrabias a las calles. ¡Tú eres responsable de lo que haga ahora si no le ayudas! Enséñale a no meterse en más líos. ¡O serás tú el que tenga que responder de sus crímenes!

Fergus consiguió que Michael se sintiese tan culpable que el pobre cedió y dijo que haría lo posible por enseñar a Cascarrabias a leer y a escribir.

“No olvides preparar un currículo personal para este alumno,” dijo el Sr. Binky. “Para que yo pueda darle el visto bueno. Hagamos las cosas bien desde el principio.”

Esta última exigencia hizo que hirviese la sangre de los hojitas.

¡Binky, Capitán Araña!” escupieron por todo el bosque con el viento entre las hojas.

“¿Cómo lo conseguís?” el Sr. Binky preguntó a Fergus y a Glorvina. “Presionasteis a Michael para que colaborase, pero a vosotros no os insulta nadie.”

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