“Aquí viene Binky,” murmuró Vincentico con el viento, “herbicida
inmisericorde y enemigo juramentado de la libre empresa.”
“Sé que me llamáis herbicida
por la cantidad de papel que utilizo,” respondió el Sr. Binky. “¿Pero desde cuándo soy enemigo de la libre empresa?”
“Desde que acabaste con el
negocio de Basiliska,” le explicó el hojita Paquito.
El Sr. Binky sacudió la
cabeza perplejo.
“Pero si os iba a cobrar por
cada palabra que pronunciaseis. ¿Debería haber dejado que lo hiciese?”
“Bah!” se burló
Vicentico. “Nunca habría podido cobrar.”
“No hacéis más que
criticarme. Yo no me lo merezco. La próxima vez, dejaré que Basiliska os rompa
los peciolos.”
El hojita Vicentico se
agachó y miró al Sr. Binky directamente a los ojos.
“¿Por qué nos acosas?”
preguntó.
“No estoy aquí para
acosaros,” contestó el Sr. Binky. “Vine para acosar a Michael O’Toora. Es
decir, es a Michael al que estoy buscando. ¿Sabéis
cuál de estos árboles es su hogar?”
“Sí,” respondió Paquito, “pero
no te lo diremos hasta que tú nos digas que es lo que quieres con él.”
El
Sr. Binky no estaba solo. Tras él se arrastraba Cascarrabias Finn, muy
cabizbajo.
“Recordáis cómo Titania dijo
que yo tenía que educar a Cascarrabias Finn? Pues he estado intentando
enseñarle a leer y a escribir durante toda esta semana y la experiencia me dice
que este trabajo requiere de un profesional.”
“¿Qué?” exclamó Michael saliendo de su casa árbol frunciendo el
ceño. “Yo no soy un maestro profesional. Estoy bajo un
hechizo. No es vocacional.”
“Pero eres bueno,” insistió
el Sr. Binky. Dijo que Michael estaba
haciendo una labor ímproba enseñando al Sr. Quijano y al Sr. Panza.
Michael
no se dejó halagar. Insistió en que sus alumnos eran los excepcionales. De
esos que aprenden por si mismos. No era mérito suyo.
“Lo que tú quieres es
deshacerte de Cascarrabias porque sabes que no se le puede enseñar.”
“¡Pero,
Michael! ¿Cómo puedes decir eso? Es muy fácil enseñar a Cascarrabias. Todo lo
que hace falta es un poco de tiempo. Y tú tienes mucho. Yo, en cambio, siempre estoy atareado.”
“¡Pero que cara tienes!” exclamó
Michael. “¿Ocupado? Será liando la vida de los demás. Y ahora quieres
liar la mía. ¡Ya me ha liado bastante Glorvina!”
Al escuchar su nombre Glorvina
apareció. Le dijo al Sr. Binky que cuando había tenido que hechizar a Michael
obligándole a enseñar inglés, le prometió que podría elegir sus alumnos. Así que Michael tenía derecho a eso. Pero añadió que lo sentía por
Cascarrabias. Era triste como nadie se quería ocupar de enseñar al pobre hombre a leer
y escribir.
“¡Sois una panda de vagos!”
gritó Alpin. Había llegado paseando por el sendero a tiempo de escuchar esta
discusión. “Yo me ofrezco voluntario para hacerlo. Yo mismo
enseñaré a Cascarrabias. Veréis cómo aprende conmigo.” Y recogió una
rama rota que había en el suelo y la sacudió en el aire.
“¡Ni te atrevas a tocar a
alguien con nosotros!” gritaron los hojitas que había escondidos en la rama. “Nos revolveremos contra ti.”
Glorvina
le quitó la rama a Alpin y le dijo que era muy amable por su parte querer
ayudar. ¿Pero realmente creía que sería capaz de enseñar a Cascarrabias a leer
y escribir?
“Eh,
Cascarrabias,” dijo Alpin. “¿Por que estás tan hundido? Yo no voy a perder el
tiempo torturándote. Hay formas más fáciles de
enseñar a los tontos. Conozco a tres señoras que guardan un pez mágico. Si
lo comes, te convertirás en un genio. Desafortunadamente, aunque el pez siempre
renace tras ser comido, no son muy generosas con él. Pero esto no debería constituir
un problema para ti, puesto que tienes experiencia como secuestrador. Debería
resultarte tirado raptar a un pez.”
“¿Dónde tengo que ir a por
él?” preguntó Cascarrabias algo más animado al oir que había una tarea que podía
realizar.
“¿Realmente le convertirá en
un genio?” preguntó Vicentico.
“¡Claro! Un genio del mal,”
le aseguró Alpin.
Apenas había pronunciado la
palabra “mal” cuando escuchamos ladrar a un perro. Se trataba de Wuf MacTecla,
el westie de las Hermanas Sabias, que
nos estaba enseñando sus pequeños pero afilados colmillos.
Tras Wuf se hallaban el
salmón MacMor y su guardiana, Luxviminda, esta última con los brazos en jarra.
“Acércate a menos de cien
millas de mi pez, huevo podrido, y te convertiré en una tortilla incomestible!”
Luxviminda amenazó a Cascarrabias.
“No se preocupe, señorita,”
dijo el Sr. Binky rápidamente. “Emitiré una orden de alejamiento ahora mismo.” Bien
sabía el Sr. Binky que provocar a las hermanas no era nada aconsejable.
“Vámonos, MacMor,” le dijo
Luxviminda a su salmón, “que no tenemos por qué alternar con gentuza que
debería estar detenida en la cárcel.”
“Luxviminda, ¿están tus
hermanas por aquí contigo? Quisiera pedirle a Sabática que me conceda un año
sabático,” dijo Michael, que era de la opinión que es mejor prevenir que curar.
“Ella no te puede conceder
uno porque está de año sabático ella misma,” le contestó la brujita escocesa de
pelo color de fresa. Luego silbó para llamar a su perrito y desaparecieron los
tres en una niebla marrón y violeta, cogiendo el camino alto hasta su avellanar.
Y entonces Glorvina comenzó
a rogar a Michael que ayudase a Cascarrabias.
“Sé que no te puedo obligar
a hacer esto, pero si no rehabilitas a un criminal lo más seguro es que vuelva
a delinquir. ¡Pobre hombre! ¡Qué pena! ¿No queremos que
eso pase, verdad?”
Pero fue Fergus MacLob quien
presionó a Michael hasta lograr el ansiado resultado.
“¡Vergüenza debería darte!” vociferó. “¡No eres hijo mío! Tú fuiste lo
bastante listo como para devolver a Cascarrabias a las calles. ¡Tú eres responsable de lo que haga ahora si
no le ayudas! Enséñale a no meterse en más líos. ¡O
serás tú el que tenga que responder de sus crímenes!”
Fergus consiguió que Michael
se sintiese tan culpable que el pobre cedió y dijo que haría lo posible por
enseñar a Cascarrabias a leer y a escribir.
“No olvides preparar un
currículo personal para este alumno,” dijo el Sr. Binky. “Para que yo pueda
darle el visto bueno. Hagamos las cosas bien desde
el principio.”
Esta última exigencia hizo
que hirviese la sangre de los hojitas.
“¡Binky, Capitán Araña!” escupieron por todo el bosque con el viento
entre las hojas.
“¿Cómo lo conseguís?” el Sr.
Binky preguntó a Fergus y a Glorvina. “Presionasteis a Michael para que
colaborase, pero a vosotros no os insulta nadie.”
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