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miércoles, 22 de abril de 2020

54. El libro Goodley de lo raro y extravagante

Cuando Cascarrabias había visto El Milagro de Ana Sullivan noventa y tres veces sin pestañear ni entender de lo que iba esa película, los editores del Libro Goodley de lo Raro y Extravagante se pusieron en contacto con Michael. Para los que no sabéis que libro es este, pues viene a ser el equivalente feérico del Libro Guinness de los humanos.
  
Michael, que parecía estar en un trance desde que había vuelto de Lorca, sólo contestó que no tenía nada que decir sobre el dudoso honor de figurar en este libro. Poco después adelantó sus vacaciones de verano aunque todavía era primavera. Le dijo a Cascarrabias que siguiese viendo la película hasta septiembre. Finalizado el verano, comprobarían si Cascarrabias había hecho algún progreso o no.

Ese abril yo pasé por casa de los padres de Alpin con frecuencia y cada vez que me dejaba caer por ahí echaba un vistazo a la sala de audiovisuales del palacio de Alpin por ver si seguía ahí Cascarrabias. Y vaya que si seguía, sentadito todo tieso en un sillón de cuero reclinable, sus ojos clavados al televisor, viendo EL Milagro de Ana Sullivan con toda la concentración de la que era capaz.

Fuera en el caprichoso jardín de la bellísima Sra. Dulajan los hojitas del Bosque Triturado estaban intentando crear un caos en su huerto.


      “Ven aquí, Arley, muchacho. Huele las flores de este peral.”

 Hice lo que me pidieron los hojitas y olí las abundantes florecillas blancas que se movían con el viento entre las hojas de un verde primaveral bajo el reluciente cielo azul.

“¿Se supone que tienen que oler bien?” pregunté, porque no olían nada bien.

Los hojitas soltaron carcajadas enanitas, temblando y sujetando sus diminutos costados de la risa.


“¿A que huelen a calamares en su tinta?”

“Supongo que sí. No puedo decir a que huelen, pero no es un olor que le pegue a una flor.”

“Nosotros hemos hecho eso,” dijeron orgullosamente. “¡Es venganza lo que buscamos! Por todas las cosas horribles que ha hecho a nuestro bosque el niño no cambiado de Aislene.”

Una semana después de que tuviésemos esta conversación, Cascarrabias seguía viendo su película y los hojitas seguían tonteando con el huerto de la Sra. Dulajan.

“Ven aca, Arley, tesoro,” dijo la Sra. Dulajan. “Mira que fruta mas extraña están dando mis cerezos. No sé que está pasando en mi huerto, pero no es nada normal.”

No se lo conté. No quería dar lugar a una guerra abierta entre la Señorita Aislene y los hojitas. Necesitaba tiempo para pensar en alguna manera de evitar esto.

“Biguindas nos llaman,” dijeron las extrañas frutas de los cerezos. “Somos cerezas gemelas siamesas.”

Las miré de cerca y comprobé que cada cereza tenía otra más pequeñita creciendo pegada encima. Tanto las cerezas grandes como las pequeñas eran rojas y amarillas y tenía dos ojos y una boquita.

“Ahora tendré que comer cerezas mutantes,” suspiró Aislene. “¡A eso hemos llegado!”

“Mejor no lo haga,” dijeron las cerezas. “No sabemos cómo la sentaríamos, pero sí sabemos que somos buena compañía. Podríamos ser amigas.”

La Sra. Dulajan se encogió de hombros.

“Iba a hacer una tarta de cerezas, pero supongo que no la haré. Supongo que podría hacerme amiga de una cosecha de cerezas parlantes.”

“¡Podemos ser amigas! ¡Ella dice que podemos ser amigas!” gritaban las biguindas muy contentas.

                       
 La aparición en masa de biguindas...


siempre predice…                               
                        

                    
victoria en los partidos de fútbol.

En ese momento Fergus MacLob y su hermano Nil, el Hombre Gris, aparecieron. Querían saber si Ernesto estaba en casa. Iba a haber un partido de fútbol humano de importancia mundial e interés hasta en el mundo feérico. Querían ver el partido con Ernesto en la tele de Alpin, que era una de las poquísimas que hay en nuestro mundo. Fergus podría haber ido a un pub, pero llevar allí al tío Nil no era conveniente.

“No podéis usar mi tele,” dijo Alpin. “Cascarrabias está en el Libro Goodley y yo le estoy ayudando a romper su propio record. Mala suerte, titos.”

“¿Qué?” exclamó Fergus. “¿Pero es que todavía sigue eso? ¿Por qué diantres no le pidió Michael a San Patricio que obrase un milagro? Se ha hecho mucho más famoso no dejando que se produzca el milagro que si este se hubiese obrado.”

“Lo que se ha hecho es infame, no famoso. Así que nadie va a querer ser alumno suyo,” respondió Alpin. “Y eso es lo que Michael quería.”

“Bueno, pues como Michael ya tiene lo que quería, no veo porque no podemos pedirle a Finn que vea el partido con nosotros en vez de esa película que no logra entender,” dijo Ernesto Dulajan a su hijo. “Así que tú, niño, te callas y nosotros se lo decimos a Finn.”

Pero cuando le pidieron a Cascarrabias que les dejase usar la tele, el viejo gruñón se negó a cooperar.

“De ninguna manera,” dijo. “Tengo que estudiar esta película.”

“No lo puedes estar diciendo en serio,” dijo Ernesto.

“No intentes distraerme con tu palabrería necia. Yo no voy a quitar los ojos de esta pantalla.”

“Pero si no tendrás que hacerlo. Es un partido espectacular, este que queremos ver, y te gustará tanto verlo con nosotros que no levantarás la vista ni un segundo de la pantalla. Mira, que no te puedes perder. ¡Te garantizo que te tendrá pegado a la tele!” intentó convencerlo Fergus.

¡No!” vociferó Finn.

“¡Se acabó!” rugió el Hombre Gris. “¡No aguanto más sandeces!”

Abrió su gran capa y la habitación se llenó de una densa niebla que hacía imposible ver nada.

“¡Están robando el DVD!” aulló Cascarrabias. “¡Qué nadie se mueva! ¡Quietos ahí! ¡Estáis todos bajo arresto civil!”

Y entonces la Sra. Dulajan intervino. Derrochando sobre Cascarrabias Finn todo el encanto de la que una vez fue la Novia Diabólica, le suplicó que la escuchase.

“Por favor, Sr. Finn, no lo tome a mal. No tiene sentido que usted se pelee con mi marido y mis cuñados por el televisor. Recuerde ese dicho de que todo estudiar y nada de jugar entorpece a un alumno. ¿Por qué no se da un chapuzón en nuestra piscina mientras estos señores ven el partido. Si le gusta vigilar cosas, vigile a mi hijo Alpin y a su amigo Arley que están nadando ahí. Evitará usted que se ahoguen. Me haría un enorme favor si no les quita la vista de encima. Y no se preocupe por Michael, que ya le explicaré yo lo que ha pasado aquí.”

El Sr. Finn se puso un bañador morado y se metió en la piscina con nosotros y todo el mundo estaba conforme con eso salvo Alpin.

“¡Mamá! El secuestrador me está mirando con ojos de loco.”

“Cielito, el Sr. Finn ya no es un sequestrador,” le explicó la Sra. Dulajan con su dulcísima voz. “Yo le he pedido que os cuide un poco porque tus hermanas quieren pasar parte del verano en sus casas de Isla Manzana. Piensa en el Sr. Finn como si fuese tu guardaespaldas personal.”

Alpin preguntó si eso significaba que el Sr. Finn apalearía a cualquiera que se atreviese a meterse con nosotros. La Sra. Dulajan dijo que esperaba sinceramente que eso no fuese necesario y se fue porque tenía muchas cosas que hacer.

Pero aunque Alpin había dejado de quejarse, no estaba a gusto.

“No me siento seguro,” me susurró al íido. “Tenemos que escaparnos de este maleante, Arley. Bucearemos hasta lo más hondo y nos fugaremos por el desagüe.”

“Pero...¿dónde nos llevará eso?”le susurré de vuelta.
  

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