El barquito tenía un
agujero. Era diminuto, pero tuvimos que estas sacando agua del barco y
devolviéndola al mar hasta que espiamos otra isla.
“Eso tiene que ser la isla
Ananas,” dijo Michael. “Es pequeña y muy corriente y se supone que está
deshabitada. Podría ser seguro pasar la noche ahí en lugar de aquí controlando
el agua. Dormiremos un poquito. Mañana será otro día y encontraremos la forma
de reparar la nave y volver a casa.”
Desde
el agua, Ananas parecía desierta, pero cuando la pisamos y atravesamos un denso
muro de árboles, vimos mil lucecitas. Nos movimos con cautela hacia ellas y vimos que se trataba ce cientos de luciérnagas reunidas en un
sólo árbol, encendiéndolo como si se tratase de un árbol de Navidad. Y como
estábamos exhaustos de andar nadando, corriendo y achicando agua, nos caímos
dormidos bajo el árbol resplandeciente, cada uno pasando la noche con sus
propios sueños.
Cuando el sol amaneció en el
horizonte y sus primeros y cálidos rayos nos despertaron suavemente, Michael se
frotó los ojos, se puso en pie el primero y miró a su alrededor. Yo vi cómo se
le helaba la mirada, fijándose en el árbol que nos había dado cobijo.
“No
hagáis ruido. ¡No hagáis un sólo ruido!” susurró
ansiosamente, llevándose un dedo a los labios. “Tenemos que irnos de aquí ahora
mismo sin meter el menor ruido.”
“No me importa lo que hayas
visto,” dijo Alpin a voz en grito. “Yo he visto higos. Y no me pienso
ir hasta que no me los haya comido todos.”
“No son comestible,” siseó Michael
como una serpiente. “Este árbol es una falsa higuera estranguladora. Y nos
tenemos que ir ya. Las higueras estranguladoras están huecas por dentro y con
frecuencia son el refugio de malos espíritus. Si os quedais, vosotros seréis el
desayuno. Vamos a movernos muy despacio, cuidando donde ponemos los pies hasta
que lleguemos a la barrera de árboles que rodea este. Entonces, correremos bajo
los árboles hasta llegar a la playa.
Alpin
replicó que se iba a comer todos los higos cayese quien cayese, porque tenía
mucha hambre y un guardaespaldas. De pronto recordé algo que mi madre me había
contado.
“Sé lo que está diciendo
Michael, Alpin. Mi madre me dijo una ve que no me acercase a un baniano por
nada del mundo. En ellos habitan kapres, espíritus desterrados que no pueden
vivir en sociedad. No respetan norma alguna. No
tienen ni ética ni conciencia. Y sus corazones no son naturalmente buenos. Es
peligrosísimo tener trato con ellos porque nunca sabes cómo se van a comportar.”
“Yo sé como se va a
comportar el que vive aquí cuando nos vea,” dijo Michael. “Ademas de ser un kapre, que es el nombre que damos a los espíritus que viven en banianos, este
tipo se ha vuelto pirata. Contemplad su bandera.”
Había una especie de tendedero,
una cuerda atada a dos ramas del árbol. Dos o tres calcetines y una tela roja
colgaban de ahí.
“Eres un paranoico, ” dijo
Alpin. “Eso no es el Alegre Rogelio. Eso debe ser un trapo para sacudir el
polvo del árbol. Esa tela no tiene una calavera con dos huesos pintados en
ella. Y no es negra. Es roja.”
Michael explicó que el
auténtico Alegre Rogelio no llevaba el nombre de un tipo jocoso llamado así. En
realidad el nombre de la bandera de los piratas estaba en francés, la jolie rougier, la bonita bandera
roja. La bandera que utilizaban los auténticos piratas cuando se hartaban de
dialogar y anunciaban un inminente ataque sin cuartel, era una sencilla bandera
roja.
“Bueno,” dijo Alpin, “¿y
qué? Pienso comerme la fruta envenenada de este siniestro árbol aunque su dueño
sea un demonio de las profundidades azules porque para eso tengo un
guardaespaldas dispuesto a morir por mí. Venga.
Cascarrabias, súbete al árbol y bájame el desayuno.”
Cascarrabias
subió a lo alto del árbol de un sólo bote antes de que Michael o yo pudiésemos protestar.
Pero
sus dedos no hicieron más que rozar la primera pieza de fruta cuando la tierra
comenzó a temblar bajo nuestros pies y una voz demasiado cercana comenzó a
cantar.
"Arr!
Arrr! Arrrr!
¡Qué
bien se vive en la mar,
Pues
pirata y kapre soy!
¡Mi
autoestima es feroz!
¡Me
abro el paso con una coz!
¡Cojo
lo que quiero,
Y
tú no quieres lo que doy,
Pues
pirata y kapre soy!
¡Un
kapre con un cofre es un hombre feliz!
¡Y
llevo brillantes hasta en la nariz!
¡Arr!
¡Arrr! ¡Arrrr!
¡Qué
bien se vive en la mar!
¡Pues
pirata y kapre soy! !
No
tengo porque madrugar,
Pero
hay tiburones para desayunar,
Y
orcas asesinas para almorzar,
Y
cuando llegue la hora de merendar,
¡Te
voy a destripar!
¡Y
en ron te haré flambear!
¡Pues pirata y
kapre soy!
¡Joi,
joi!”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario