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miércoles, 22 de abril de 2020

57. Cinco barriles, uno de ron



El kapre que vivía en el baniano era realmente peligroso. Cuando salió reptando del árbol logró que el Sr. Finn perdiese el equilibrio, y, desgraciadamente para él, el pobre hombre se dio con la cabeza en una gran piedra al caer de las ramas. Quedó inconsciente en el acto. El kapre pirata entonces agarró una de las piernas de Alpin con la mano izquierda y con la derecha cogió por el tobillo al Sr. Finn y arrastró a ambos al interior del árbol.

Michael y yo hubiésemos podido huir mientras el pirata estaba en esto, pero no lo hicimos. Una cosa es no poder enseñarle nada a un alumno imposible y otra dejar que se lo lleven los kapres. Michael luego se negó a admitir que también se había quedado para ayudar a Alpin, insistiendo en que este se merecía cualquier cosa que le pasase. No sé por qué yo no salí corriendo. Tal vez para tener una batallita que contar o porque reaccioné ante el kapre como un mono ante una serpiente. Las personas como Michael y como yo no podemos hacer gran cosa contra los monstruos si no hemos tenido tiempo de trazar un plan. Así que enseguida estuvimos también a merced del kapre.

No hay casi nada peor para un hada que ser secuestrada. Como somos prácticamente inmortales, no nos asusta mucho la muerte. Pero la perdida de libertad nos aterra. Y el kapre resultó ser un secuestrador mucho mas desagradable que el Sr. Finn.

Para empezar, nos juró que nos comería. Esto significaba que acabaríamos presos en su maligno cerebro, porque ahí es donde acaban las hadas que son engullidas por algún monstruo sin escrúpulos.

De momento le bastó al kapre con atarnos y colgarnos de las raíces de su  árbol. Nos colgó a todos salvo al Sr. Finn. A este le sacó fuera y tras atarle a un árbol, le ordenó que vigilase el horizonte y diese aviso si alguien o algo se aproximase a la isla.

Saladito Barbamocos, pues este era el nombre del kapre, era un lector asiduo del Libro Goodley de lo Raro y Extravagante, porque él mismo figuraba en el libro por proezas tales como haber utilizado sus manos para estrangular con sus propios tentáculos a más pulpos que nadie. Por eso pudo identificar al Sr. Finn, y actuaba sabiendo exactamente con quién estaba tratando.

En cuanto a los demás, bien que se reía y burlaba de todos nosotros, sobre todo de Alpin, que nos torturaba con sus gritos exigiendo comida.

A Salty no le afectaron estos gritos. Dijo que le sonaban mejor que la música celestial y le recordaban al infierno en el que había crecido cuando era niño. Hasta se puso un poco sentimental.

Como he dicho antes, las hadas no necesitan comer mucho a no ser que tenga algún problema, como es el caso de Alpin. Pero si necesitamos beber al menos unas gotas de rocío con cierta frecuencia, y si no podemos hacerlo, pues nos lo pasamos mal.

Nuestra sed no tardó en volverse insoportable, pero Saladito, en lugar de mostrarse misericordioso, tuvo una idea diabólica. Nos amordazó a Michael, a Alpin y a mí y nos arrastró hasta el árbol al que había atado al Sr. Finn. Hizo que nos sentásemos detrás de Cascarrabias, para que este no nos pudiese ver. Entonces puso cinco barriles en fila delante del guardia analfabeto.

Los cinco barriles tenían etiquetas que detallaban su contenido. El primero a la izquierda era de ron, el siguiente de cola, el tercero de agua, el cuarto de oporto y el quinto de jerez.
                              

“Tíos, sólo os dejaré beber si este borrico puede identificar el barril que contiene agua. Ja, ja , ja, jar!” se mofó Saladito.

El pobre Sr. Finn debió sentirse fatal, pero siempre galante, aceptó el reto e intentó identificar el barril de agua. Le llevó un buen rato elegir un barril. Más que rato, aquello nos pareció una eternidad. Pero quizas sólo duró el tiempo que le hizo falta para estudiar los cinco “garabatos” dibujados en las etiquetas de los barriles.


 “Es el del centro,” dijo cuando contestó tras toser un poco.

“¡Ay va! Pero...¡no me lo puedo creer!” exclamó Saladito, muy perplejo. “¿Cómo lo has sabido?”

“He visto uno de esos garabatos miles de veces en la película esa que me dedicaba a ver. Recordé que aparecía en pantalla cuando la niña ciega jugaba con agua. Aposté por ese.”

“¿Viste la película con subtítulos?” le preguntó Saladito. “¡Hmm! Debí pensar en eso.”

¡Enhorabuena, Cascarrabias!” no pude evitar gritar cuando Saladito me quitó la mordaza. “¿Te das cuenta de lo que esto significa? ¡Significa que sabes leer!

Felicité a Michael también, aunque él insistió en que todo el mérito era de su alumno, por el gran esfuerzo que había hecho y la paciencia que había tenido.

Saladito se portó bien y cumplió su promesa de dejarnos beber. Hasta nos dejó elegir beber de cualquiera de los barriles para celebrar el triunfo de Cascarrabias sobre el analfabetismo. Dijo que ya no iba a comernos, porque todos eramos gente ilustrada y no quería intelectuales pululando por su cerebro. Eso podría afectar su libre voluntad. Lo que ahora quería era que le pagasen un peculiar rescate por nosotros. Me ordenó que escribiese una carta a mis padres narrando todos estos hechos y exigiendo que al menos uno de ellos viniese a la isla a negociar con él.  

Yo hice lo que Saladito me pidió y escribí una carta tan larga como nuestra Odisea, porque no se me da bien resumir. Saladito metió la carta en una botella y la lanzó al mar. Yo temía que tardase muchísimo tiempo en llegar a manos de alguien, pero Saladito me aseguró que los espíritus marinos eran muy cotillas y alguno seguro que leía la carta y la llevaba al pub de la Sirena Celosa, porque él la había mandado a la atención de Lira Anadiómena Ronan, Señora de Finbar O´Toora.

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