En el rincón más apartado del pub, tan lejos del
jaleo como era posible, había una oblongada mesa de café ante un sofá de cuero,
acompañado por dos sillones a juego. En uno de estos sillones estaba sentado,
muy tieso, el Sr. Binky. Barbamocos había elegido plantar su trasero cómodamente
en el sofá. Sus intenciones aún estaban por revelar.
“Binquito, ahora que nos hemos tomado un par
de tragos y pensamos tomarnos otros más,
ha llegado el momento de brindar!” Barbamocos alzó su bebida favorita,
un cuba libre, y gritó, “¡Por tu nueva escuela y su recién hallado director!”
“¿Cascarrabias Finn?” preguntó el Sr. Binky, tras
tomar cautelosamente un sorbito de su humeante té de calabaza especiada. “ Sé
que ahora puede leer y escribir, pero no estoy seguro de que se trate de la
persona adecuada para el puesto. No se trata de vigilar a los humanos. Se trata
de explicarlos. Esta no es una escuela que necesite que vigilen de cerca a sus
alumnos. Es para que las hadas aprendan a coexistir con los humanos.”
“¡Ya, ya, dándoles la razón
en todo!” dijo Saladito. “Sé cómo te las gastas.”
El Sr. Binky fingió no
oírle.
“¿Qué sabe Finn de la
coexistencia pacífica?”
“¡Cascarrabias!” rugió Saladito, partiéndose de risa. “¡Rabietitas Finn! ¡Menuda idea!” Lagrimas empezaron a caer por las
barbudas mejillas del pirata, mezclándose con los mocos atrapados entre los
encarnados cabellos faciales del pirata.
La risa de Saladito no parecía
tener fin. Pero no era contagiosa. El Sr. Binky
comenzó a pensar que tendría que lanzar su té a la cara del pirata para
calmarle. Se sintió muy aliviado cuando Saladito enmudeció de pronto.
Pero en cuando se había
recuperado del ataque de risa, Barbamocos empezó a clavar su dedo índice en el
pecho del Sr. Binky. Tras unas cuantas embestidas, sacudió ese mismo dedo delante
de las narices de Binky repetidas veces. Y
finalmente volvió el dedo hacía si mismo. Y se lo metió en la nariz. Y se lo sacó. Y se lo limpió en la barba.
“Hablo del hombre al que
tienes delante, Mungo John. Yo. Yo mismo. El mismísimo
Saladito Barbamocos. ¡Yo soy el hombre!”
Los ojos del Sr. Binky se
abrieron más de lo que hubiese querido, pero era demasiado pronto para que
tomase en serio al pirata. Después de todo, Barbamocos
había estado, y seguía, bebiendo.
Percibiendo incredulidad,
Barbamocos comenzó a enumerar sus méritos.
“Yo enseñe a Cascarrabias a
leer. Yo le dí motivo para aprender. La motivación es el
truco. Yo soy un hombre de mundo. De mundos. Sí, con la s del plural. He tratado y negociado con esos ladrones mentirosos
que tú llamas humanos toda mi vida de hada, Binky!” De
pronto, Saladito comenzó a cantar. “¡Soy el mejor!
¡El no va más de los maestros! ¡Soy el
brandy Napoleón y la Mona Lisa
y la torre de Pisa y todo ese… jazz!”
“Oh,” dijo el Sr. Binky, intentando parecer tranquilo. “Oh, ya veo. ¿Qué puedo decir? Eh, estoy seguro de que eres
un maestro nato, Barbamocos, y uno con mucha experiencia también. Pero del
mismo modo que te doy crédito a ti, también debo dárselo a Michael, que enseñó
a Cascarrabias a ver la milagrosa película y a Cascarrabias, que tuvo la
paciencia y el valor de verla más de mil veces.Y no pretendo ofenderte, pero
necesito a alguien que de la impresión de ser un poco más… respetable. No es
que tu no impongas respeto, que sí que lo haces. Sé que eres el mejor en lo
tuyo, el acme de la piratería, pero…” El Sr. Binky siempre
intenta ser diplomático.
“Binquín,” dijo el pirata,
agarrando al primer ministro de las solapas de su chaqueta gris y dirigiéndose
a él con la voz muy seria, “Esa es justo la razón por la que quiero ser
director. Quiero volverme respetable. Siempre pensé que llegaría el día en que
me volvería respetable, y ese día ha llegado. “Sólo
pongo una condición. No me importa el salario. He robado lo bastante para
estar forrado por toda la eternidad. Mi única condición es que esos que
fracasen, sean comidos. Por boas constrictoras, cocodrilos, tiburones del mar
azul, o por mí mismo. Tu eliges. No hay otra forma de hacer las cosas porque
está es la única que va a funcionar. Aprueba o se devorado. Así funciona la
motivación.”
“No veo cómo voy a poder
acceder a ese requisito,” tosió el Sr. Binky. “No parece justo hacer que la
escuela sea obligatoria y luego devorar a los suspensos.”
“¡Dí otra manera de lograr
que la gente aprenda cuando no quiere aprender!” el pirata sacudió las solapas
del Sr. Binky y las soltó. Entonces se hundió hacia atrás en el sofa. Doblo sus
piernas y las subió al sofá, recostándose de lado. “Sabes, a mí no me gusta que
me desilusionen. Si no ves las cosas como las veo yo, lo más probable es que me
ofenda, Binquito. Y si me siento rechazado, probablemente me consuele pensar
que tú no eres lo bastante listo como para comprenderme. Y eso te convertirá en
un perdedor, como los alumnos suspensos. Y en
mi terreno, el que fracasa es devorado.”
“Camarero, traiga otra
botella de ron y una caja de botellas de dos litros de cola,” dijo el Sr. Binky,
esperando que el pirata cayese redondo si seguía bebiendo. Y que despertase la
mañana siguiente con amnesia.
Barbamocos sonrió como el
pillo que era.
“No sólo yo me voy a sentir
ofendido. Hay muchos ahí fuera como yo que querrán saber por qué no soy lo
bastante bueno para ti y tu tonta escuela. El Club de Villanos Viciosos querrá
saber por qué no puedo ser director de tu preciada escuela. Presentarán una
queja. Y no intentes emborracharme más de lo debido pensando que no me acordaré
de esto mañana. Tal y como te he dicho, soy hombre de mundo. Cuando tu vienes, yo vuelvo.”
El Club de Villanos Viciosos
es un sindicato de malhechores consumados y presuntos. Aunque se hallan
fanáticos entre sus miembros, dedicados en cuerpo y alma a la destrucción de la
bondad, cualquiera que pague la cuota de miembro es bienvenido. No necesitas haber hecho el mal para asociarte. Ni siquiera
necesitas tener intención de hacerlo en algún momento futuro para ser aceptado.
Lo único que quieren de ti es tu dinero.
El pirata bostezó y apoyó la
cabeza en un brazo del sofa, observando al Sr. Binky con ojos entreabiertos.
El Sr.
Binky cogió la tetera y se sirvió un poco más de té.
De pronto, Barbamocos,
estalló en carcajadas. Reía como un loco. Agarró un mullido cojín y lo puso debajo de
su cabeza, y cogió otro y se lo puso sobre la barriga. Comenzó a extender su barba llena de mocos por el
segundo cojín, riéndose sólo todo el rato.
“Ohh, Binky, tú no entiendes
mi sentido del humor,” suspiró finalmente.
Con un brillo en los ojos el
kapre añadió, “Te estás poniendo pálido como un muerto. ¡Si estoy de broma,
coleguilla! ¡Alguién como yo tiene cosas mucho mejores que hacer que ser
director de un cole!”
El Sr.
Binky no estaba seguro si el pirata había estado bromeando antes o había
empezado a tomarle el pelo ahora.
“Puesto que te has portado
como un taimado y me has emborrachado, voy a revelarte mis planes secretos,”
susurró Barbamocos. “Será mi manera de agradecer las copas a las que me has
invitado. Pienso llevar el gas y la electricidad a Isla Chichones. Voy a
levantar centrales allí para que esos memos puedan vivir de noche sin perder más
neuronas. En una isla soleada como esa nadie necesita de gas ni electricidad. Bastaría con la solar. Así que estaré vendiendo hielo a los esquimales.
Pero como los Chichones son idiotas, que paguen recibos bien altos y me hagan
todavía más rico.”
Cascarrabias Finn se acercó silenciosamente y se sentó en la otra butaca, la vacía.
Desde que había aprendido a
leer, no leía más que El Economista
Feérico y Los Tiempos Financieros
Feéricos. Sin decir palabra, Finn cerró una de estas publicaciones, la
colocó sobre sus rodillas y se puso a escuchar atentamente al ministro y al
pirata.
Finn resultó ser cómplice del pirata Barbamocos. Cuando tuvo la oportunidad
de decir palabra, explicó al Sr. Binky que él iba a supervisar la construcción de las centrales
y vigilar bien para que nada fuese robado. Una vez construidas dichas centrales,
él pasaría a encargarse de la seguridad en la isla. A cambio, Saladito le daría
un porcentaje de los beneficios.
“¡Cascarrabias,
tío bueno!” siseó Basiliska, escuchando a su ex novio y acercándose para
morderle la oreja. “¡Qué gusto volver a verte!”
“Voy a llamar a esto
progreso, Binky,” dijo Barbamocos, guiñando un ojo al primer ministro. “¿Quieres invertir?”
Pero Basiliska no fue la
única que escuchó esta conversación. Si tenía que ver con Binky, los hojitas
siempre estaban en guardia.
“Binky está conspirando con promotores!” susurró el hojita Tadeus. “¡A por ellos!”
Por supuesto, como Michael le
explicó a su cuñada Lira cuando se presentó para pagar por la fiesta y los
daños causados durante la misma, no habría sido una de sus fiestas de Halloween
si no hubiese habido una batalla campal.
La hermosa Lira sintió pena
por su cuñado.
“No tienes que pagar por los
desperfectos. Estamos acostumbrados a broncas aquí,” mintió para reconfortarle.
Mentía, pues no hay pub más
tranquilo que el de la
Sirena Celosa. Los mares siempre son tranquilos ahí, y rara
es una tormenta. Salvo cuando se celebra una fiesta de Halloween de Michael,
claro.
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