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miércoles, 22 de abril de 2020

61. Cartas de diciembre

La mayoría de las hadas gustan de conceder deseos. Pero también les gusta que se cumplan los suyos. Así que cuando llega diciembre se ponen a escribir cartas a uno o mas de los proveedores de regalos de navidad y otras fiestas propias de esa estación. Las afiliaciones políticas, religiosas y nacionales quedan a un lado, y cualquiera puede escribir pidiendo regalos a cualquiera de los famosos donantes.

Desde que conocimos a Don Alonso y Sancho Panza, Brezo y Cardo y Alpin y yo escribimos cartas a los Reyes Magos. Doña Estrella nos enseñó a dejar hierba y raíces para los camellos y turrón y cava para sus majestades. Y dejamos un zapato junto a una ventana para que depositen en él, o cerca de él, nuestros regalos.

Alpin siempre es el último en mandar sus cartas. Suele dejarlas para el último minuto por si se le ocurre algo más que añadir a sus interminables listas de peticiones. Sus cartas no sólo son mucho más larga que las nuestras. También van dirigidas a muchísimos más donantes. Mientras que nosotros sólo escribimos a San Nicolás y a los reyes magos, no hay donante que él conozca al que no se dirija.

Una mañana de diciembre Mamá y yo pasamos por delante de la casa de Alpin camino de hacer unas compras estacionales. Era un día frío pero soleado y Alpin y la Sra. Dulajan estaban fuera en el jardín, sentados ante una mesa de hierro forjado pintada de blanco repleta de papeles, plumas y tinta. Mamá y yo paramos a saludarles.

“¡Salve y bien halladas, hadas amigas!” cantamos Mamá y yo al unisono. A las hadas nos gusta a veces hablar como si fuésemos un coro griego, diciendo todas lo mismo y a la vez. 
      
Aislene estaba escribiendo sobre papel perfumado con esencias de canela, chocolate y naranjas y un algo misterioso que era tan cautivador como ella. Nos dijo que escribía a su sobrino Finbar, el juguetero, contándole lo mucho que necesitaba un guardaespaldas para Alpin ahora que Cascarrabias salía demasiado caro y no se lo podía permitir.                        
      
“Ah, ya lo sé,” asintió Mamá. “El exanalfabeto ese ahora trabaja para el repugnante kapre de baniano que quiere explotar una absurda isla de zoquetes y poner allí un casino o no sé que otro disparate,” asintió Mamá. “Sí, ese nuevo rico seguro que le pagará bien a Finn. Tiene fama de derrochador y de agarrado a la vez. Según de lo que se trate. 
        

“¡Qué va!” dijo la Sra. Dulajan. “Cascarrabias ha recibido una oferta todavía más lucrativa. Barbamocos me lo robó bajo mi chatita nariz y Lira se lo robó a Saladito bajo sus asquerosas napias. Finn está ganando una fortuna espiando al marido de Lira y garantizando que ninguna mujer se acerque a su supuestamente irresistible juguetero.”   

             
“El único hombre absolutamente irresistible es tu hijo Darcy,” dijo Mamá. “Supongo que ha salido a ti, todo hay que decirlo. Sobre todo si es verdad de la buena, que no lo digo para adularos.”


              
“Los jugueteros deben ganar un montón de dinero para que la mujer de Finbar haya podido mejorar la oferta de Saladito,” interrumpió Alpin.

Tenía varios rollos de papel de cocina ante él y estaba escribiendo su carta a los magos en uno. Me di cuenta de que había otros rollos dirigidos al hada italiana La Bofana, al monje japonés Hoteiosho, a San Basilio de Grecia, a la Cabra Navideña, etcétera.

Alpin, por supuesto, ya había escrito a San Nicolás de Bari, bajo todos los nombres por los que es conocido, tales como Papá Noel, Kris Kringle, Juanito de la Chimenea, Padre Invierno, Abuelito Heladas, etc. Los únicos donantes a los que Alpin no había escrito eran los Muchachos Islandeses, unos duendes golosos con los que estaba muy resentido por razones sobre las que escribiré en otra ocasión.

“Los jugueteros ganan bien,”explicó la Sra. Dulajan a su hijo, “ y Finbar gana más que cualquier otro, pero no es tu primo Finbar quién paga a Cascarrabias para que le espíe. Finbar es muy rarito, pero no está tan loco como para eso. El papá de Lira es el rey de los mares y Saladito sólo es un pirata más, por muy emprendedor que sea. Lira está muy mimada y puede pagar lo que quiera por cualquier capricho que la apetezca. Por lo tanto, Cascarrabias ahora es su empleado.”

“Bueno, pues entonces a parte de un papi pirata que me regale monos y caballos y cofres llenos de monedas de oro, que es parte de lo que voy a pedir porque Arley me leyó el libro de Pipi Calzaslargas, pediré también una novia sirena como Lira que esté dispuesta a gastar una fortuna en mí. Por cierto, ¿quién les trae regalos a las hadas marinas?”

Yo sabía que se trataba de un pececillo llamado Platino, pero dije que no tenía ni idea, porque el pobrecito ya tenía bastante con contentar a los ballenatos. Alpin entonces le dijo a su madre que le hiciese esa pregunta a Lira, ya que ninguno de nosotros parecía estar enterado.

“No quiero preguntarla esto yo mismo por si se asusta y no me lo dice,” nos explicó.

Entonces Alpin se volvió a mí porque quería saber que era lo que yo les iba a pedir a los magos por si le interesaba pedirlo a él también.

                            
“Yo...yo no creo que te interese,” tartamudeé. No era que quisiese evitar que Alpin tuviese el mismo regalo que yo. Es que no quería que nadie, sobre todo mi madre, supiese lo que realmente deseaba. Se trataba de algo muy delicado.

La Sra. Dulajan se dio cuenta de que yo estaba incomodo con la pregunta y cambió el tema invitándonos a chocolate caliente. Mamá declinó, diciendo que se hacía tarde y nos teníamos que ir, así que me libré de la curiosidad de Alpin por un tiempo.

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