Muy temprano una mañana de
febrero, casi al alba, los hojitas estaban reunidos en asamblea en un árbol del
Bosque Triturado. Paquito, es decir, Franciscus, era el centinela ese día y
Vicentico, Vincentius, estaba contando a sus compañeros lo que había averiguado
sobre los planes de Binky para redecorar su oficina. Tenía una buena noticia y una
mala noticia.
“Y la buena noticia es que
no va a intentar cortar los árboles de este bosque para forrar las paredes de
su despacho con paneles de madera y hacer más estanterías y armarios. Resultó
ser que lo único que el Binky tenía que sacar de su oficina para hacerla más
agradable era a sí mismo.”
“¡Eso
es!” aplaudieron los hojitas.
“Se notaba que eso era lo
que pensaban las hadas del Feng Shui,” continuó Vicentico. “Pero fueron muy
diplomáticas y le dijeron que no había ningún problema con su oficina salvo su
manía de amontonar papeles. Sugirieron que encontrase unos cuantos contenedores
de esos para reciclar papel y que depositase ahí tres cuartas partes de lo que
tenía guardado. Y que tuviese cuidado en el futuro de no almacenar más basura.”
“Asi que los maestros del Feng
Shui resultaron ser gente sensata después de todo,” dijo Malcolfus.
“Puesto que Binky sólo
entiende lo que quiere, lo que entendió fue que se tiene que modernizar y hacer
uso de las nuevas tecnologías para almacenar sus papeles. Y la mala noticia es
que por decirle lo que todos sabemos, los chinos le han cobrado miles de
hadapeniques.”
“Los hadapeniques no
existen,” insistió Leopoldo, el más reaccionario de los hojitas conservadores. “Son
un proyecto del Binky que nunca será una verdadera realidad.”
“Desgraciadamente eso no es
exactamente así,” dijo Paquito, el hojita Franciscus. “Aunque la mayoría de las hadas no quieren
tener nada que ver con los hadapeniques, las hadas malvadas ya los están usando
demasiado.”
“Esa
gente es mala y no tiene arreglo. Acabarán convirtiéndose en malvadas brujas
medio mortales. También traficarán con dinero mortal,” dijo
Malcolfus. “A eso estamos llegando.”
“Wisteria
Tai tai, sin embargo, dijo que su abuelo, el Maestro Foo Ling, es conservador,
y prefiere cobrar en hada favores,” dijo Vicentico.
“Los
hada favores han demostrado su eficacia y no son un experimento como los
hadapeniques,” asintió Leopoldo, alabando el gusto del Maestro Foo Ling.
“Así que la chica aceptó
dinero y ahora no tenemos ni idea de lo que el viejo le va a pedir al Primer
Ministro, ni cuando va a tener que pagarle,” dijo Magnus.
“¡Pero tú sabes bien que eso
es cómo debe ser!” dijo Leopoldo, casi agresivamente.
“Pues sí, claro. Pero espero
que no pidan algo imposible o que hagan difícil el pago,” dijo Magnus,
vaticinando problemas. “Nos podrían arruinar.”
“Eso es lo peor de
intercambiar hada favores,” dijo Malcolfus. “Uno no siempre sabe lo que le van
a pedir a cambio de un favor ni cuando tendrá que devolverlo. Bueno, como dice
la Señora Estrella, que salga el sol por donde quiera. ¿Tai tai es el apellido
de Wisteria?”
“No,” dijo Vincentius. “Tai tai significa algo como doña.
Sólo que se dice después y no antes del nombre de una señora, y,” continuó,
“tras discutir la cuenta, el Binky y las hadas chinas se fueron a almorzar a La
Cataplasma.”
“¿Qué es eso de La Cataplasma ?” preguntó Iohannes.
“Un restaurante muy pijo
frecuentado por los que se comportan como mortales.”
“Pues vaya nombre más feo
para un sitio elegante.”
“Es que la comida se sirve
encima de unos envoltorios comestibles y esto recuerda un poco a las
cataplasmas, sobre todo si eres un hada vasca. El dueño lo es.”
“No digas más. Es decir,
sigue contando.”
“Al principio, yo estaba
escandalizado al ver tanto despilfarro, por todo lo que vi y oí allí, pero
empecé a sentir hambre y me fijé bien en la comida que se estaba sirviendo. Empezó
a parecerme muy apetitosa y ahora creo que comer allí tiene que ser una especie
de experiencia única e importante. Algo que hay que hacer en la vida. Si gano
la lotería del pequeño trébol, puede que reserve mesa y pruebe el menú de degustación.”
La lotería del pequeño trébol,
como la llamaba Vicentico, era un juego organizado por los gobiernos mortales.
Vincentius había encontrado un boleto que algún humano descuidado había dejado
caer en el bosque. No tenía ni idea de cómo se jugaba a eso, pero guardaba el
boleto como si fuese un tesoro, por si valiese algo, aunque su fecha mostraba
que había caducado.
“¡Miradle!” exclamó Leopoldo airado. “Hasta
observar al poder corrompe.”
“¡Bah!” se mofó Kairos, el centinela de esa madrugada. “¡Jamás
ganará la lotería del pequeño trébol. ¡Mirad! Se acerca el
niño de Titania.”
Pues sí, yo estaba paseando
por el bosque camino de la casa de Alpin.
“Me gusta ese chico,” le oí
decir a Leopoldo. “No hace daño a las plantas ni a los animales de nuestro
bosque. Jamás la ha liado parda aquí.”
“Pues hoy parece triste,”
comentó Malcolfus.
“Será por su alergia. Mira
que sea a este a quién hagamos sufrir. Si
fuese al otro,” dijo Magnus, “pero no. El sinvergüenza ese anda puede andar por aquí tan
pancho. No hay polen que le afecte al no cambiadito. Ese traga veneno como traga chuches.”
“No somos los culpables,”
protestó Vicentico.“Es toda la bazofia que los humanos sueltan en el
medioambiente que se mezcla con la falta de cariño entre nosotros. No somos los malos. Si no nos perjudicasen, no les odiaríamos.”
“¡Eh,
chaval!” gritó Paquito. “¿Que te pasa?” Y cuando tardé en contestar
susurró, “¿Es que es sonámbulo?”
Esto no me sorprendió en
absoluto. La verdad era que yo me movía con los ojos casi cerrados.
“¡Oh, hola!” dije, saliendo
de mi ensimismamiento. “Buenos días tengan todos ustedes, señores. No, no me pasa nada nuevo...a mí.”
“¿Habéis
oído? Hasta nos llama señores,” susurró Leopoldo. Los hojitas pueden ser
peligrosos, pero aun así rara vez son tratados con respeto. Ni siquiera por
quienes han sufrido su hostilidad más amarga y efectiva.
“¿Qué es eso que escondes?” preguntó
Vincentius, apuntando a un objeto rojo y con forma de corazón que yo apretaba
contra mi pecho.
“No escondo nada. Sólo estoy apretando algo contra mi corazón roto,” contesté. “Esto sólo es una tarjeta
de San Valentín que no me he atrevido a mandar porque sé que mi amor es
imposible.”
“¿Podemos preguntar para
quién era?” dijo Vicentico.
“Pues para alguien mayor que
yo, a la que podría amar profundamente pero que está muy enamorada de otro. Sé
muy bien que no la intereso en absoluto, pero siempre ha sido muy amable
conmigo y me cae muy bien, así que pensé que si la decía cómo me siento, no se
enfadaría mucho. Pero pensé que no debía
hacerlo porque es la madre de un amigo mío y él podría tomárselo a mal, y como
no espero nada, pues, ¿para qué arriesgarme a molestar?”
“¡Vaya!”
dijo Malcolfus. “Este muchacho está diciendo que se ha quedado con la novia diabólica. ¡Pues claro que sí! Es imposible
frecuentarla y no caer en sus redes. Todos nosotros hemos estado enamorados de
ella en ocasiones. Ni ella ni nosotros lo podemos evitar. Es fatalmente atractiva.”
“¿Os habéis dado cuenta de
los maravillosa que es?” me alegraba poder hablar de ella. “Como la gente
siempre la está insultando y la llaman bruja malvada, yo pensé que era el único
que se había dado cuenta de lo encantadora que puede ser. Es la única persona
que lee mis poemas y los comenta. Por eso sé que realmente los ha leído, porque
los comenta. Y siempre que hace una tarta, guarda el trozo mejor decorado para
mi, lo cual no es fácil, pues su hijo se lo zampa todo a una velocidad
vertiginosa.”
“Sí,” asintió Malcolfus,“esa
señora es un cielo cuando está de buenas y no encontrarás a un hombre que te
diga lo contrario. Nos puede hacer felices muy fácilmente, pero el problema
está en que no es nada fácil tenerla contenta a ella. Podrías
haberla dado la tarjeta. Lo consideraría un gesto conmovedor. Pero creo que
lo mejor es que te busques un amor más adecuado para ti. Es lo que hemos hecho todos.”
Nunca
había pensado en buscar a alguien a quien amar. Yo creía que eso sólo
pasaba. Pero el consejo de Malcolfus me dio que pensar.
“Tal vez debería empezar a
buscar esta misma mañana, Pero prometí a Alpin que le visitaría hoy. Bueno, quizás me ayude a encontrar lo que busco.”
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