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miércoles, 22 de abril de 2020

68. Quedado


Muy temprano una mañana de febrero, casi al alba, los hojitas estaban reunidos en asamblea en un árbol del Bosque Triturado. Paquito, es decir, Franciscus, era el centinela ese día y Vicentico, Vincentius, estaba contando a sus compañeros lo que había averiguado sobre los planes de Binky para redecorar su oficina. Tenía una buena noticia y una mala noticia.

“Y la buena noticia es que no va a intentar cortar los árboles de este bosque para forrar las paredes de su despacho con paneles de madera y hacer más estanterías y armarios. Resultó ser que lo único que el Binky tenía que sacar de su oficina para hacerla más agradable era a sí mismo.”

“¡Eso es!” aplaudieron los hojitas.

“Se notaba que eso era lo que pensaban las hadas del Feng Shui,” continuó Vicentico. “Pero fueron muy diplomáticas y le dijeron que no había ningún problema con su oficina salvo su manía de amontonar papeles. Sugirieron que encontrase unos cuantos contenedores de esos para reciclar papel y que depositase ahí tres cuartas partes de lo que tenía guardado. Y que tuviese cuidado en el futuro de no almacenar más basura.”


“Asi que los maestros del Feng Shui resultaron ser gente sensata después de todo,” dijo Malcolfus.

“Puesto que Binky sólo entiende lo que quiere, lo que entendió fue que se tiene que modernizar y hacer uso de las nuevas tecnologías para almacenar sus papeles. Y la mala noticia es que por decirle lo que todos sabemos, los chinos le han cobrado miles de hadapeniques.”

                                                 
“Los hadapeniques no existen,” insistió Leopoldo, el más reaccionario de los hojitas conservadores. “Son un proyecto del Binky que nunca será una verdadera realidad.”


“Desgraciadamente eso no es exactamente así,” dijo Paquito, el hojita Franciscus. “Aunque la mayoría de las hadas no quieren tener nada que ver con los hadapeniques, las hadas malvadas ya los están usando demasiado.”

“Esa gente es mala y no tiene arreglo. Acabarán convirtiéndose en malvadas brujas medio mortales. También traficarán con dinero mortal,” dijo Malcolfus. “A eso estamos llegando.”

“Wisteria Tai tai, sin embargo, dijo que su abuelo, el Maestro Foo Ling, es conservador, y prefiere cobrar en hada favores,” dijo Vicentico.

“Los hada favores han demostrado su eficacia y no son un experimento como los hadapeniques,” asintió Leopoldo, alabando el gusto del Maestro Foo Ling.
                         

“Así que la chica aceptó dinero y ahora no tenemos ni idea de lo que el viejo le va a pedir al Primer Ministro, ni cuando va a tener que pagarle,” dijo Magnus.

“¡Pero tú sabes bien que eso es cómo debe ser!” dijo Leopoldo, casi agresivamente.

“Pues sí, claro. Pero espero que no pidan algo imposible o que hagan difícil el pago,” dijo Magnus, vaticinando problemas. “Nos podrían arruinar.”

“Eso es lo peor de intercambiar hada favores,” dijo Malcolfus. “Uno no siempre sabe lo que le van a pedir a cambio de un favor ni cuando tendrá que devolverlo. Bueno, como dice la Señora Estrella, que salga el sol por donde quiera. ¿Tai tai es el apellido de Wisteria?”

 “No,” dijo Vincentius. “Tai tai significa algo como doña. Sólo que se dice después y no antes del nombre de una señora, y,” continuó, “tras discutir la cuenta, el Binky y las hadas chinas se fueron a almorzar a La Cataplasma.”


“¿Qué es eso de La Cataplasma?” preguntó Iohannes.

“Un restaurante muy pijo frecuentado por los que se comportan como mortales.”

“Pues vaya nombre más feo para un sitio elegante.”

“Es que la comida se sirve encima de unos envoltorios comestibles y esto recuerda un poco a las cataplasmas, sobre todo si eres un hada vasca. El dueño lo es.”

“No digas más. Es decir, sigue contando.”

“Al principio, yo estaba escandalizado al ver tanto despilfarro, por todo lo que vi y oí allí, pero empecé a sentir hambre y me fijé bien en la comida que se estaba sirviendo. Empezó a parecerme muy apetitosa y ahora creo que comer allí tiene que ser una especie de experiencia única e importante. Algo que hay que hacer en la vida. Si gano la lotería del pequeño trébol, puede que reserve mesa y pruebe el menú de degustación.”
                             

La lotería del pequeño trébol, como la llamaba Vicentico, era un juego organizado por los gobiernos mortales. Vincentius había encontrado un boleto que algún humano descuidado había dejado caer en el bosque. No tenía ni idea de cómo se jugaba a eso, pero guardaba el boleto como si fuese un tesoro, por si valiese algo, aunque su fecha mostraba que había caducado.  
  
 “¡Miradle!” exclamó Leopoldo airado. “Hasta observar al poder corrompe.”
                    

“¡Bah!” se mofó Kairos, el centinela de esa madrugada. “¡Jamás ganará la lotería del pequeño trébol. ¡Mirad! Se acerca el niño de Titania.”

                                 

Pues sí, yo estaba paseando por el bosque camino de la casa de Alpin.

“Me gusta ese chico,” le oí decir a Leopoldo. “No hace daño a las plantas ni a los animales de nuestro bosque. Jamás la ha liado parda aquí.”

“Pues hoy parece triste,” comentó Malcolfus.

“Será por su alergia. Mira que sea a este a quién hagamos sufrir. Si fuese al otro,” dijo Magnus, “pero no. El sinvergüenza ese anda puede andar por aquí tan pancho. No hay polen que le afecte al no cambiadito. Ese traga veneno como traga chuches.”

“No somos los culpables,” protestó Vicentico.“Es toda la bazofia que los humanos sueltan en el medioambiente que se mezcla con la falta de cariño entre nosotros. No somos los malos. Si no nos perjudicasen, no les odiaríamos.”
                        
“¡Eh, chaval!” gritó Paquito. “¿Que te pasa?” Y cuando tardé en contestar susurró, “¿Es que es sonámbulo?”

Esto no me sorprendió en absoluto. La verdad era que yo me movía con los ojos casi cerrados.

“¡Oh, hola!” dije, saliendo de mi ensimismamiento. “Buenos días tengan todos ustedes, señores. No, no me pasa nada nuevo...a mí.”

“¿Habéis oído? Hasta nos llama señores,” susurró Leopoldo. Los hojitas pueden ser peligrosos, pero aun así rara vez son tratados con respeto. Ni siquiera por quienes han sufrido su hostilidad más amarga y efectiva.

“¿Qué es eso que escondes?” preguntó Vincentius, apuntando a un objeto rojo y con forma de corazón que yo apretaba contra mi pecho.
                           

“No escondo nada. Sólo estoy apretando algo contra mi corazón roto,” contesté. “Esto sólo es una tarjeta de San Valentín que no me he atrevido a mandar porque sé que mi amor es imposible.”

“¿Podemos preguntar para quién era?” dijo Vicentico.

“Pues para alguien mayor que yo, a la que podría amar profundamente pero que está muy enamorada de otro. Sé muy bien que no la intereso en absoluto, pero siempre ha sido muy amable conmigo y me cae muy bien, así que pensé que si la decía cómo me siento, no se enfadaría mucho. Pero pensé que no debía hacerlo porque es la madre de un amigo mío y él podría tomárselo a mal, y como no espero nada, pues, ¿para qué arriesgarme a molestar?”

“¡Vaya!” dijo Malcolfus. “Este muchacho está diciendo que se ha quedado con la novia diabólica. ¡Pues claro que sí! Es imposible frecuentarla y no caer en sus redes. Todos nosotros hemos estado enamorados de ella en ocasiones. Ni ella ni nosotros lo podemos evitar. Es fatalmente atractiva.”

“¿Os habéis dado cuenta de los maravillosa que es?” me alegraba poder hablar de ella. “Como la gente siempre la está insultando y la llaman bruja malvada, yo pensé que era el único que se había dado cuenta de lo encantadora que puede ser. Es la única persona que lee mis poemas y los comenta. Por eso sé que realmente los ha leído, porque los comenta. Y siempre que hace una tarta, guarda el trozo mejor decorado para mi, lo cual no es fácil, pues su hijo se lo zampa todo a una velocidad vertiginosa.”

“Sí,” asintió Malcolfus,“esa señora es un cielo cuando está de buenas y no encontrarás a un hombre que te diga lo contrario. Nos puede hacer felices muy fácilmente, pero el problema está en que no es nada fácil tenerla contenta a ella. Podrías haberla dado la tarjeta. Lo consideraría un gesto conmovedor. Pero creo que lo mejor es que te busques un amor más adecuado para ti. Es lo que hemos hecho todos.”

Nunca había pensado en buscar a alguien a quien amar. Yo creía que eso sólo pasaba. Pero el consejo de Malcolfus me dio que pensar.

“Tal vez debería empezar a buscar esta misma mañana, Pero prometí a Alpin que le visitaría hoy. Bueno, quizás me ayude a encontrar lo que busco.”

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