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miércoles, 22 de abril de 2020

69. Comida gratis

El Abuelo Foo Ling, que era un guasón, y que disfrutaba haciendo rabiar a niños malcriados, se había aficionado a provocar a Alpin. Desde que mi amigo se había zampado toda la fruta de su tienda, el hada china paraba por la casa de Alpin camino a hacer tai chi en el bosque. Mordisqueaba las lechugas y zanahorias del huerto de la Sra. Dulajan y por mucho que lo intentase, Alpin nunca lograba atraparle.

Esa mañana encontré al maestro y Alpin conversando, pero a una distancia segura.


“Si tú consigues atraparme, yo te daré un regalo de gran valor. ¡Je, je, je!” decía el hada conejo.

                     


“Tú crees que yo nunca te atraparé porque te entrenas cada mañana. Pero lo que no sabes es que ¡tengo una escopeta!” respondió Alpin.
                                    

Para mi horror, Alpin sí estaba armado. Sacó un arma de balas de plata de detrás de un seto y apuntó directamente al conejo, que salió disparado hacía el bosque.
                          

“¡Detente, Alpin!” grité. “¡Olvida al Abuelo Foo Ling! ¡Sólo está bromeando! ¡No merece la pena perseguirle!”
                          

“¡Muerde el polvo, conejo inmundo!” aulló Aplin y disparó la escopeta.                        
                 

¡Socorro!” grité yo, con el corazón en la boca. “¡Un loco armado anda suelto!”


El abuelo y Alpin desaparecieron entre los árboles del bosque. Pero si hay un deporte que se me da bien, es correr. Corrí tras ellos y cuando estábamos mucho más adentro del bosque de lo que jamás habíamos estado, tropecé con algo que podría distraer a Alpin de aquel disparate.


¡Comida! ¡Mira, Alpin, comida!”grité desesperadamente.


Había un mantel a cuadros en el suelo cargado de boles y platos de fruta, huevos, queso y bollos. También había una barra de pan y algo de beber.

Alpin dejó de correr. Empujó una rama hacia un lado para ver mejor lo que yo señalaba.

                           

“¡Cierto!” dijo, distraído de la caza. “Alguien ha dejado esto aquí. Y yo estoy muerto de hambre. Así que él  que lo encuentra se lo queda y él que lo pierde llora.”

“Tal vez no deberíamos tocar esto,” dije yo, ya que el Abuelo Foo Ling había logrado escapar. “No mientras cargues esa pistola. Podrían acusarnos de robo armado.”


“¡Nah!” dijo Alpin. “Apuesto a que el Abuelo Conejo ha dejado esto aquí porque sabía que  yo le iba a atrapar. Es el premio prometido.”

“Yo puse eso ahí para vosotros,” dijo una voz de plata que salía de alguna parte detrás de nosotros. Hubo un murmullo entre los árboles y la voz volvió a hablar. “¿Os gustaría probar una manzana muy especial?”


Una figura encapuchada comenzó a surgir de entre los árboles.


¡Horror! bramó  Alpin, y salió volando del bosque. Yo recogí la escopeta y huí también.

Tras nosotros se oía un llanto suave.

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