Esa mañana encontré al
maestro y Alpin conversando, pero a una distancia segura.
“Si tú consigues atraparme,
yo te daré un regalo de gran valor. ¡Je, je, je!” decía el hada conejo.
“Tú crees que yo nunca te
atraparé porque te entrenas cada mañana. Pero lo que no sabes es que ¡tengo una escopeta!” respondió Alpin.
Para
mi horror, Alpin sí estaba armado. Sacó un arma de balas de plata de detrás de un seto y apuntó
directamente al conejo, que salió disparado hacía el bosque.
“¡Detente,
Alpin!” grité. “¡Olvida al Abuelo Foo Ling! ¡Sólo está bromeando! ¡No merece la pena
perseguirle!”
“¡Muerde el polvo, conejo
inmundo!” aulló Aplin y disparó la escopeta.
“¡Socorro!” grité yo, con el corazón en
la boca. “¡Un loco armado anda
suelto!”
El abuelo y Alpin
desaparecieron entre los árboles del bosque. Pero si hay un deporte que se me
da bien, es correr. Corrí tras ellos y cuando estábamos mucho más
adentro del bosque de lo que jamás habíamos estado, tropecé con algo que podría
distraer a Alpin de aquel disparate.
“¡Comida! ¡Mira, Alpin, comida!”grité desesperadamente.
Había un mantel a cuadros en
el suelo cargado de boles y platos de fruta, huevos, queso y bollos. También
había una barra de pan y algo de beber.
Alpin
dejó de correr. Empujó una rama hacia un lado para ver mejor lo que yo señalaba.
“¡Cierto!”
dijo, distraído de la caza. “Alguien ha dejado esto aquí. Y yo estoy muerto de
hambre. Así que él que lo encuentra se
lo queda y él que lo pierde llora.”
“Tal vez no deberíamos tocar
esto,” dije yo, ya que el Abuelo Foo Ling había logrado escapar. “No mientras cargues esa pistola. Podrían acusarnos de robo armado.”
“¡Nah!”
dijo Alpin. “Apuesto a que el Abuelo Conejo ha dejado esto aquí porque sabía
que yo le iba a atrapar. Es el premio prometido.”
“Yo puse eso ahí para
vosotros,” dijo una voz de plata que salía de alguna parte detrás de nosotros. Hubo
un murmullo entre los árboles y la voz volvió a hablar. “¿Os gustaría probar una manzana muy especial?”
Una figura encapuchada
comenzó a surgir de entre los árboles.
“¡Horror!” bramó Alpin, y
salió volando del bosque. Yo recogí la escopeta y huí también.
Tras nosotros se oía un
llanto suave.
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