“¡Se la ha comido! ¡Te digo que se la ha comido!” berreaba
Alpin. Estaba temblando como si estuviese gravemente conmocionado y tuve que
hacer lo que pude para sostenerlo y que no se cayera al suelo convulsionando.
Alpin no me lo estaba
contando a mí. Se lo contaba a Artemio, que había salido del bosque tras
nosotros al oír los gritos del no cambiadito. Nauta y Michael, que paseaban por
allí, se acercaron a ver que pasaba.
“Estos niños la han estado
liando en el bosque otra vez. Y este crío canalla ahora dice que ha visto el
fantasma de Caperucita Roja. ¿Quién es esa?”
“Caperucita Roja es un
personaje de un cuento de hadas,” Michael le explicó al romano que era rey del
bosque. “Se trata de una niñita que lleva una capa roja.”
“Sí,”
insistió Alpin, algo recuperado. “Y por fin se
la ha comido el lobo ese que la acosaba. Y ahora su fantasma vaga por el bosque
flotando por los aires aterrorizando a pobres niños perdidos en un intento patético
de advertirles que allí hay depredadores.”
“¡Eso es mentira! ¡Tiene que serlo!” rugió Artemio, tomando las
palabras de Alpin como un ataque a su persona. “¡Tengo a los lobos bajo
control! ¡Les alimento durante el invierno para que no salgan del bosque en
busca de comida! ¡Si se hubiesen comido a alguien, yo lo sabría!
Soy un fantasma. Sé reconocer a otro cuando lo veo. ¡Y no hay ninguna niña fantasma
pululando por aquí con una capa roja!”
“¡Te digo que la he visto! Arley dice que a lo mejor tenía buenas
intenciones, pero si las tenía, no sabe cómo hacer las cosas. Nos ha
aterrorizado con su capita y capuchita, totalmente rojas, para que no veas la
sangre. Sangre que brota de las muchas heridas que la ha hecho el lobo con sus
afilados colmillos. Su capa es oscura y está hueca por dentro, no hay nada ahí
dentro. Bueno, sí, su fantasma está ahí dentro,
supongo.”
“¿Tú que tienes que decir de
esto, Arley?” me preguntó Michael, como siempre hace cuando duda de la versión
que Alpin da de algún hecho.
“Yo...yo la vi también,” tartamudeé.
“Pero... su voz era muy dulce y nos ofreció una manzana de las que llevaba en
una cesta.”
“¿Por
qué diantres no has dicho eso para empezar?” me gritó Artemio. “Esa no era ningún personaje de cuento. Esa era la portera de los
cuculatos.”
Sólo Nauta sabía de lo que
estaba hablando.
“¿Hay genios cuculatos en el
Bosque Triturado?” preguntó el marino romano.
Artemio
dijo que sí. Había una colonia de cuculatos en las profundidades del bosque. “Y no causan ningún problema,” añadió firmemente.
Nauta
nos explicó que los genios cuculatos eran seres mágicos que nunca se dejaban
ver sin sus capas y capuchas. Vivían escondidos en los bosques y no eran nada
sociables. Nunca se metían en nada que no fuese asunto suyo, fuesen lo que
fuesen sus asuntos.
“Se creen muy listos y no
les gusta tener nada que ver con gente corriente. Dejan comida y bebida cerca
del bunker en el que se esconden para que las personas que andan perdidas no
les molesten para pedir ayuda. También suelen dejar mapas, brújulas y hasta
kits de primeros auxilios,” añadió Artemio. “La única que a veces se acerca a
los que vagan por ahí es una chica envuelta en una capa con capucha. Son rojas.
Sólo habla para ofrecer una de sus manzanas mágicas. Si te comes una, tu salud
será perfecta durante todo uno año. Pero todo esto ocurre muy deprisa. Ella
desaparece en cuanto aceptas la manzana. Si no la aceptas, también desaparece,
pero llorando y lamentándose. Yo la llamo la portera de los cuculatos porque es
la única que a veces contesta si llamas a su puerta.”
Y mientras escuchaba a
Artemio decir todo eso...algo extraño y maravilloso ocurrió.
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