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miércoles, 22 de abril de 2020

70. La Cuculata

El sol se estaba poniendo cuando salimos del bosque. Y ya era marzo.  

                   
“¡Se la ha comido! ¡Te digo que se la ha comido!” berreaba Alpin. Estaba temblando como si estuviese gravemente conmocionado y tuve que hacer lo que pude para sostenerlo y que no se cayera al suelo convulsionando.  

Alpin no me lo estaba contando a mí. Se lo contaba a Artemio, que había salido del bosque tras nosotros al oír los gritos del no cambiadito. Nauta y Michael, que paseaban por allí, se acercaron a ver que pasaba.

  
“Estos niños la han estado liando en el bosque otra vez. Y este crío canalla ahora dice que ha visto el fantasma de Caperucita Roja. ¿Quién es esa?”
                     

“Caperucita Roja es un personaje de un cuento de hadas,” Michael le explicó al romano que era rey del bosque. “Se trata de una niñita que lleva una capa roja.”

“Sí,” insistió Alpin, algo recuperado.  “Y por fin se la ha comido el lobo ese que la acosaba. Y ahora su fantasma vaga por el bosque flotando por los aires aterrorizando a pobres niños perdidos en un intento patético de advertirles que allí hay depredadores.”

¡Eso es mentira! ¡Tiene que serlo!” rugió Artemio, tomando las palabras de Alpin como un ataque a su persona. “¡Tengo a los lobos bajo control! ¡Les alimento durante el invierno para que no salgan del bosque en busca de comida! ¡Si se hubiesen comido a alguien, yo lo sabría! Soy un fantasma. Sé reconocer a otro cuando lo veo. ¡Y no hay ninguna niña fantasma pululando por aquí con una capa roja!”

¡Te digo que la he visto! Arley dice que a lo mejor tenía buenas intenciones, pero si las tenía, no sabe cómo hacer las cosas. Nos ha aterrorizado con su capita y capuchita, totalmente rojas, para que no veas la sangre. Sangre que brota de las muchas heridas que la ha hecho el lobo con sus afilados colmillos. Su capa es oscura y está hueca por dentro, no hay nada ahí dentro. Bueno, sí, su fantasma está ahí dentro, supongo.”

“¿Tú que tienes que decir de esto, Arley?” me preguntó Michael, como siempre hace cuando duda de la versión que Alpin da de algún hecho.
                     

“Yo...yo la vi también,” tartamudeé. “Pero... su voz era muy dulce y nos ofreció una manzana de las que llevaba en una cesta.”

“¿Por qué diantres no has dicho eso para empezar?” me gritó Artemio. “Esa no era ningún personaje de cuento. Esa era la portera de los cuculatos.”

Sólo Nauta sabía de lo que estaba hablando.

                           
“¿Hay genios cuculatos en el Bosque Triturado?” preguntó el marino romano.

Artemio dijo que sí. Había una colonia de cuculatos en las profundidades del bosque. “Y no causan ningún problema,” añadió firmemente.

Nauta nos explicó que los genios cuculatos eran seres mágicos que nunca se dejaban ver sin sus capas y capuchas. Vivían escondidos en los bosques y no eran nada sociables. Nunca se metían en nada que no fuese asunto suyo, fuesen lo que fuesen sus asuntos.


“Se creen muy listos y no les gusta tener nada que ver con gente corriente. Dejan comida y bebida cerca del bunker en el que se esconden para que las personas que andan perdidas no les molesten para pedir ayuda. También suelen dejar mapas, brújulas y hasta kits de primeros auxilios,” añadió Artemio. “La única que a veces se acerca a los que vagan por ahí es una chica envuelta en una capa con capucha. Son rojas. Sólo habla para ofrecer una de sus manzanas mágicas. Si te comes una, tu salud será perfecta durante todo uno año. Pero todo esto ocurre muy deprisa. Ella desaparece en cuanto aceptas la manzana. Si no la aceptas, también desaparece, pero llorando y lamentándose. Yo la llamo la portera de los cuculatos porque es la única que a veces contesta si llamas a su puerta.”

Y mientras escuchaba a Artemio decir todo eso...algo extraño y maravilloso ocurrió.

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