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miércoles, 22 de abril de 2020

71. Arley enamorado

Sí, algo extraño y maravilloso ocurrió. Me di cuenta de que quizás...tal vez...podría estar enamorado. ¿Podría ser que hubiese encontrado a la persona que había estado pensando buscar antes de que tuviese que evitar que Alpin dispararse al abuelo Foo Ling? Y cuando me encontré en la rosaleda de mi madre, permití que una rama de laurel rodease mis sienes, me arrodillé junto a una flor extraordinariamente bella y fragante, la rodeé con mis manos formando una copa y empecé a cantar como un ruiseñor.
                                         

“¡O Amor, envuelto en rojos pétalos!
¡Dí! ¿Qué hay en el corazón de la rosa?
¿Oro en polvo que atormentará mi frágil aliento
O un trono en el que mi anhelo ya reposa?”
                        
                             
¡Orate!” gritó Alpin. “Eso es lo que tú eres. ¡Un loco! Aléjate de esas flores antes de que te pongas a estornudar.¡Eres alérgico, memo! ¿Cómo puedes enamorarte de alguien que ni siquiera has visto? ¿Cómo sabes que debajo de esa capita roja con capucha no hay un monstruo que planea comerte vivo? Cosas como esa ocurren en los bosques. ¡Los cuentos de hadas nos advierten de peligros!”

Pero nada de lo que Alpin pudiese decir pudo disuadirme. Por una vez, yo no era el más prudente de los dos.


“Tiempo tendré de desenamorarme si no me gusta lo que encuentro. Está decidido. Penetraré en las profundidades del bosque en busca desesperada de mi verdadero amor. Irrumpiré por zarzas y zarzales, enfrentándome a espinas y cualquier otra cosa que intente detenerme y no dejaré una piedra sin levantar hasta que la encuentre.”

Como no había manera de disuadirme, Alpin me acompañó en esta aventura, pero, como dijo él, sólo por si había más comida gratis esparcida por ahí.

“Cuando encuentres a tu amorcito,” me dijo,”hazme un favor y dile a esa que sea tan amable de dejar un salero junto a los huevos duros que reparte. No me gusta tener que traer uno conmigo. Odio cargar con cosas. Si me llevo uno de la cocina de tu madre, ¿lo cargarás para mí?”


Yo accedí y entramos en el Bosque Triturado. Esta vez nos movíamos en silencio. Penetramos más y más profundamente, tan profundamente que las   hojas muertas nos llegaban a las rodillas y nuestras caras llevaban tupidas barbas de telarañas.


Susurrando le pregunté a Alpin  si le daban miedo las arañas, y el dijo que no desde que se había enterado de que la mayoría eran comestibles.  


Me di cuenta de que por eso estaba tan callado. Se estaba tragando enteras a las que entraban en su boca. Conforme avanzábamos, todo se volvía más y más oscuro. Eran las doce del mediodía de un día muy soleado, pero podría haber sido medianoche, por lo oscuro y negro que estaba aquel lugar. No se veía ni torta y avanzábamos a ciegas. Nos picaba la piel por los rasguños provocados por las ramas y por las mordeduras de los insectos. Y teníamos arañazos y heridas que se nos estaban hinchando. Fue una experiencia horrible, pero entonces no me importaba. Me parecía algo que había que hacer para merecer el amor verdadero.

Entonces vimos una luz débil, un rayo tenue que se colaba por el tremendo espesor de los árboles. Venía de una linterna encendida que había en un mantel nuevo con un cesto de picnic enorme y lleno de comida. También había mapas y un kit de primeros auxilios y más linternas, estas apagadas. Pensé que Alpin se tiraría al cesto, pero me fijé en que estaba mirando más allá del mismo.


                         “¿Crees que estará hecho de chocolate?” murmuró.

Lo que había llamado su atención era una especie de domo que parecía un huevo de pascua medio enterrado en la tierra. Estaba cubierto de grafitos de muchos colores, y los dibujos parecían ser símbolos extraños. Negros, rojos, turquesas, hacían que pareciese que estuviese envuelto el huevo en papel metálico, y sí, había algo que hacía que pareciese comestible, pero no, no creía que fuese de chocolate y así se lo hice saber a Alpin.

“Este tiene que ser el bunker de los genios encapuchados. O por lo menos la entrada al bunker,” venturé.

No podíamos ver puerta alguna. Por supuesto que podíamos intentar atravesar las paredes, pero parecía una grosería no llamar primero. Yo di en el domo un golpecito simbólico con los nudillos, aunque no pensaba que nos oirían.

Pero alguien nos oyó.

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