El momento que había estado
esperando había llegado. Agradecí a la voz su generosidad, pero dije que yo no
había venido a comer. Le pasé el salero a Alpin que se fue hacia el mantel, dándonos
algo de privacidad.
Le dije a la voz que era
preciosa. Que me había encantado y que tuve que regresar al bosque para volver
a oírla. No dije más, porque después de todo eso era todo lo que sabía del ser
que nos hablaba.
“No
sé si lo estoy haciendo bien,” dije, intentando hacer que mi voz sonase tan
bien timbrada como podía para no ser menos, “pero te diré directamente que me
has hechizado y creo estar enamorado de ti, y me gustaría conocerte.”
“Vaya, me siento halagada,”
dijo la voz. Las ramas de los pinos que nos rodeaban crearon un murmullo al
apartarse. El perfume de rosas flotó por el aire. La figura encapuchada de rojo
apareció ante mí. La capucha cubría la parte superior de su faz. Sólo podía ver
una boca hermosa de labios rojos como las rosas.
“¿Qué te
gustaría saber de mí?”
“Todo,”
respondí. “Tu nombre, para empezar. Para que pueda cantar tus alabanzas mejor.”
“Las mujeres que se cubren
con capas rojas suelen tener nombres de rosas,”dijo ella. “Puedes llamarme Rosina. Pero si yo realmente te gustase, no
necesitarías saber mucho más. Como soy una de los genios
cuculatos, soy por definición y naturaleza misteriosa. Y un verdadero
amante del misterio no lo intenta desvelar.”
Estaba tan interesado en
cada palabra que decía que no me sentí desilusionado al oir que tal vez no
llegaría a ver que aspecto tenía.
“Nunca he pensado mucho en
el misterio,” dije, para que viese que la había comprendido, “pero lo que dices
parece tener sentido. Yo te debería adorar por lo
que eres, y eso es misteriosa. Te aceptaré como tal, sí, lo haré.”
Estuvimos los dos en
silencio durante unos segundos y entonces yo dije que esperaba poder venir a
visitarla, y pregunté si eso sería posible.
“Si quieres entrar en mi
casa, puedes. Pero tendrás que ponerte una capa con capucha primero. Y una vez
dentro no debes hablar con nadie, ni interferir con lo que los demás estén
haciendo. Tampoco debes intentar hablar con los demás, ni intentar enterarte de
que van. Nadie habla con nadie aquí y nadie se mete en los asuntos de los
otros. Valoramos nuestra privacidad por encima de casi todo.”
Por
supuesto, todo esto me pilló por sorpresa.
“¿No
podré hablar contigo? ¿Puedo al menos contemplarte?”
“Ahí dentro todos van
cubiertos y la única que no va ni de gris ni de negro soy yo. Así que supongo
que sabrías quién soy. No es lo habitual, pero si no me quejo, nadie te detendrá.
Sin embargo, sospecho que tendrás cosas mejores que hacer que obervarme a todas
horas, así que no recomiendo que lo hagas. No creo que yo misma pudiese estar
todo el rato mirando a alguien sin decir palabra. Escucha,
tengo que irme,” dijo de pronto. “Ya he hablado contigo más que con cualquiera
en toda mi vida.”
“¿Nunca necesitas hablar con
alguien?” pregunté.
“En verdad puede que sea la
única que hay ahí dentro que necesite hablar. Al menos durante un minuto o dos
cada mes o así. Mira, creo que te debes dar un tiempo para pensar en esto. Nos
despediremos como amigos. Y si necesitas volver a verme, sabes donde
encontrarme. Ten, toma una manzana.”
Sacó una cestita de mimbre
de debajo de su capa, eligió una manzanita muy pequeña y me la dio. Dijo que se
dedicaba al cultivo biológico de plantas mágicas.
“Mis últimas manzanas han
salido algo canijas y pálidas, pero son maravillosamente saludables. Cómete esta
y tendrás muy buena salud durante por lo menos un año.”
Nos dijimos adiós, y yo
prometí que regresaría en treinta días para que ella pudiese hablar conmigo
durante por lo menos dos minutos. Y ella desapareció.
Cuando
se fue, fui a por Alpin y salimos del bosque, esta vez con la ayuda de
linternas de las del mantel.
“Habla
demasiado,” dijo Alpin. “Y todo tonterías. Ya era hora de que se fuese.
Terminé de comérmelo todo hace rato, y yak, yak, seguíais parloteando yak, yak. Mira, si decides romper con
ella, nadie te culpará. No te he dicho esto antes porque estabas tan enamorado
de ella, pero la verdad es que hay mejores cocineras. Bueno, tal vez ni
siquiera cocine ella. La daremos el beneficio de la duda. Pero entonces eso
podría significar que cocina aun peor. ¿Te vas a comer esa manzana?”
Yo iba a decirle que ella
era bioquímica y no cocinera, pero cuando le oí mencionar la manzana, tuve
miedo de perder mi muestra de amor. Me hubiese gustado guardarla como una
reliquia, pero ante el miedo de que me la arrancase, me la lleve inmediatamente
a la boca y la mordí. Recuerdo haber pensado que tal vez acabaría con mi
alergia, al menos durante un año, antes de que pegase un grito.
“¡Arrghh! ¡He debido volverme alérgico a las manzanas!”
Al ver como me volvía rojo
como un rábano y me hinchaba como un globo y escuchándome jadear y pelear por
respirar, Alpin también empezó a gritar.
“¡Socorro!Los cuculatos han envenenado a Arleeeeeeeeeeeeeeeey!”
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