Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

miércoles, 22 de abril de 2020

73. Sin resentimientos

            
Una semana después yo estaba en la Biblioteca del Santo Job. Miré por una ventana y vi al nuevo rico Cascarrabias Finn. Se había construido una mansión junto a la casita de la bibliotecaria y estaba sentado en el jardín, dormitando en una tumbona de seda amatista y dorada mientras aguardaba a que le sirviesen el desayuno en bandeja de plata. Tras eso, se volvería a ir a la cama y dormiría hasta el mediodía. Eso era lo que hacía todos sus días libres. Trabajar para la Sirena Celosa le había convertido en un hombre muy rico y leer Los Tiempos Financieros Feéricos le había ayudado a triplicar la fortuna que había ganado con su trabajo.

Le saludé con la mano y me fui a elegir un libro. Entonces me senté junto a otra ventana. Lo que no sabía es que alguien me estaba observando como yo le había observado a Finn.


Pronto sentí unos golpecitos en la ventana junto a la que estaba sentado. Vi que uno de los duendes sámaras conocidos como hojitas había dado los golpecitos.

                                  
“¡Abre la ventana y déjame entrar! Te he estado buscando.”

Abrí la ventana y el hojita saltó a mi mesa.

“Soy Vincentius, por si no lo sabes. Pero me puedes llamar Vicentico. Ambos somos jóvenes.”

Asentí con la cabeza y dije que si que lo sabía. Le había oído nombrar muchas veces. No añadí que al pobre los demás le pegaban cada grito que
era de extrañar que no los oyesen hasta los humanos.

“Así que aquí te escondes. Los libros dan miedo. Yo siempre me siento como si me van a atrapar las páginas y me van a prensar y dejar aplastando entre las cubiertas.”

“No si gritas a tiempo,” le dije. “¿Qué puedo hacer por ti?”
                            

 “No te he visto en un tiempo. ¿Es que ya no vas por el bosque, eh?”
                             

                       “No desde el escándalo de los cuculatos.”

Cuando Alpin gritó que me estaban matando, y siendo yo en aquel momento incapaz de articular palabra por lo hinchadas que tenía la boca y la lengua, una muchedumbre enfurecida se congregó con el propósito de tomar el bunker y linchar a los cuculatos. Afortunadamente todavía podía escribir y cuando Michael leyó lo que puse en la libreta que siempre llevo conmigo, supieron que los cuculatos eran inocentes y estos no fueron atacados.

“Tampoco he visto a ninguno de los cuculatos por allí. ¿Qué ha sido de ellos?”

“Se prepararon para mudarse a otro bosque pero Nauta les convenció de que se quedasen. Les explicó que todo había sido un malentendido. Ellos no son monstruos. Sólo están locos por la ciencia. Lo único que quieren es investigar sin que les molesten. Pero ya no dan comida gratis como solían hacer. Es para que nadie les demande si algo resulta estar malo.”

“Otra cosa buena que se va,” suspiró Vicentico. “¿Y la envenenadora? Es decir, ¿tu novia?”

“Oh, sus manzanas jamás habían hecho daño a nadie antes, muy por el contrario. Son maravillosamente buenas para todos. No tenías que tomar una manzana al día para tener salud. Bastaba con una de las suyas al año. Se sintió desolada cuando se enteró de lo que me había pasado y juró trabajar incansablemente hasta remediar este fallo.”

Le explique al hojita que todavía la veía de vez en cuando, para que pudiese experimentar y probar los efectos de sus manzanas en mí.

“Quería ser su amante pero supongo que lo que soy es su conejillo de indias,” dije sonriendo, para no sonar demasiado trágico.

Y saqué de mi bolsillo una cajita de terciopelo negro para enseñarle a Vincentius lo que había en ella.

                                         
Había guardado el resto de la manzana que me había afectado y había hecho que el joyero de mi madre la cubriese de esmalte e incrustase topacios amarillos en donde faltaba el trozo que me llevé de un mordisco. Iba a darle esta manzana convertida en joya  a Rosina para demostrar que no estaba resentido. Podía llevarla como un broche o como un colgante si ella tampoco estaba enfadada conmigo.
 
“Muy generoso por tu parte,”dijo Vicentico. “Muy generoso. Es difícil ser romántico cuando tratas con artistas, pero tú deberías saber el lío en el que te metes si es que alguien lo sabe. Eres un chico sofisticado y por eso necesito tu ayuda.”

Quería saber si yo aún vivía en una ciudad mortal. Necesitaba visitar una ciudad humana y había oído que eran muy peligrosas. No podía ir solo, porque nunca había estado en una ciudad y como criatura del bosque que era podría no sobrevivir al viaje. ¿Sería yo su guía?”

“Cuando quieras,” le dije. “¿Pero a que ciudad quieres ir?”

Vinny sonrió.

“A una donde pueda jugar a la lotería del pequeño trébol.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario