Una semana después yo estaba
en la Biblioteca
del Santo Job. Miré por una ventana y vi al nuevo rico Cascarrabias Finn. Se
había construido una mansión junto a la casita de la bibliotecaria y estaba
sentado en el jardín, dormitando en una tumbona de seda amatista y dorada
mientras aguardaba a que le sirviesen el desayuno en bandeja de plata. Tras
eso, se volvería a ir a la cama y dormiría hasta el mediodía. Eso era lo que
hacía todos sus días libres. Trabajar para la Sirena Celosa le había
convertido en un hombre muy rico y leer Los
Tiempos Financieros Feéricos le había ayudado a triplicar la fortuna que
había ganado con su trabajo.
Le saludé con la mano y me
fui a elegir un libro. Entonces me senté junto a otra ventana. Lo que no sabía
es que alguien me estaba observando como yo le había observado a Finn.
Pronto sentí unos golpecitos en la ventana junto a la que estaba sentado. Vi que uno de los duendes sámaras conocidos como hojitas había dado los golpecitos.
“¡Abre la ventana y déjame
entrar! Te he estado buscando.”
Abrí la ventana y el hojita
saltó a mi mesa.
“Soy Vincentius, por si no
lo sabes. Pero me puedes llamar Vicentico. Ambos somos jóvenes.”
Asentí con la cabeza y dije
que si que lo sabía. Le había oído nombrar muchas veces. No añadí que al pobre
los demás le pegaban cada grito que
era de extrañar que no los
oyesen hasta los humanos.
“Así que aquí te escondes. Los
libros dan miedo. Yo siempre me siento como si me van a atrapar las páginas y
me van a prensar y dejar aplastando entre las cubiertas.”
“No si gritas a tiempo,” le
dije. “¿Qué puedo hacer por ti?”
“No te he visto en un tiempo.
¿Es que ya no vas por el bosque, eh?”
“No desde el escándalo de los
cuculatos.”
Cuando Alpin gritó que me
estaban matando, y siendo yo en aquel momento incapaz de articular palabra por
lo hinchadas que tenía la boca y la lengua, una muchedumbre enfurecida se
congregó con el propósito de tomar el bunker y linchar a los cuculatos. Afortunadamente
todavía podía escribir y cuando Michael leyó lo que puse en la libreta que
siempre llevo conmigo, supieron que los cuculatos eran inocentes y estos no
fueron atacados.
“Tampoco he visto a ninguno
de los cuculatos por allí. ¿Qué ha sido de ellos?”
“Se prepararon para mudarse
a otro bosque pero Nauta les convenció de que se quedasen. Les explicó que todo había sido un malentendido. Ellos no son monstruos.
Sólo están locos por la ciencia. Lo único que quieren es investigar sin que
les molesten. Pero ya no dan comida gratis como solían hacer. Es para que nadie
les demande si algo resulta estar malo.”
“Otra cosa buena que se va,”
suspiró Vicentico. “¿Y la envenenadora? Es decir, ¿tu novia?”
“Oh, sus manzanas jamás habían
hecho daño a nadie antes, muy por el contrario. Son
maravillosamente buenas para todos. No tenías que tomar una manzana al día para
tener salud. Bastaba con una de las suyas al año. Se sintió
desolada cuando se enteró de lo que me había pasado y juró trabajar incansablemente
hasta remediar este fallo.”
Le explique al hojita que
todavía la veía de vez en cuando, para que pudiese experimentar y probar los
efectos de sus manzanas en mí.
“Quería ser su amante pero
supongo que lo que soy es su conejillo de indias,” dije sonriendo, para no
sonar demasiado trágico.
Y saqué de mi bolsillo una
cajita de terciopelo negro para enseñarle a Vincentius lo que había en ella.
Había guardado el resto de
la manzana que me había afectado y había hecho que el joyero de mi madre la
cubriese de esmalte e incrustase topacios amarillos en donde faltaba el trozo
que me llevé de un mordisco. Iba a darle esta manzana convertida en joya a Rosina para demostrar que no estaba
resentido. Podía llevarla como un broche o como un colgante si ella tampoco
estaba enfadada conmigo.
“Muy generoso por tu parte,”dijo Vicentico. “Muy generoso. Es difícil ser romántico
cuando tratas con artistas, pero tú deberías saber el lío en el que te metes si
es que alguien lo sabe. Eres un chico sofisticado y por eso necesito tu ayuda.”
Quería saber si yo aún vivía
en una ciudad mortal. Necesitaba visitar una ciudad humana y había oído que
eran muy peligrosas. No podía ir solo, porque nunca había estado en una ciudad
y como criatura del bosque que era podría no sobrevivir al viaje. ¿Sería yo su guía?”
“Cuando quieras,” le dije. “¿Pero
a que ciudad quieres ir?”
Vinny sonrió.
“A una donde pueda jugar a
la lotería del pequeño trébol.”
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