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lunes, 20 de abril de 2020

78. Planes para otra de las fiestas de Halloween de Michael

“Tengo un plan, Cardo,” oí decir a Brezo a nuestra hermana antes de llegar a casa. “A cuatrocientos euros la noche por un guisante, nos llevará unas veinte noches cada una pagar la cuenta entera y habremos recuperado todo el dinero gastado en el restaurante para nuestros padres. Piensa en todas las hadas que podrán dejar que las secuestren para que tú y yo las salvemos.”

“¿No nos estarían pagando de menos?”dijo Cardo, que era muy práctica, contando el dinero con sus dedos. “Yo creía que los guisantes valían seiscientos euros la pieza. ¡Oh, ya veo! Los otros doscientos son la ganancia del restaurador.”



Cuando volví a ver a mis hermanas, Brezo y Cardo se estaban arrastrando a La Cataplasma. Cuando digo que se estaban arrastrando, no exagero. Casi no se podían tener en pie. Tenían un aspecto horrible. Estaban más que pálidas. Estaban grises. Y con ojeras que las llegaban hasta la punta de sus narices. Nunca había visto a mis hermanas con peor cara. En verdad, nunca las había visto con mala cara antes. Tampoco parecían poder con sus almas. Se turnaban cargando una bandejita con cuatro guisantes en ella, y al verlas hacerlo, creerías que estaban transportando un saco lleno de rocas.

Comprendí que las niñas habían estado durmiendo sobre guisantes durante dos noches seguidas y que esto realmente podía baldar a auténticas princesas.

Atónito ante lo que veía y temiendo que se desmayasen antes de llegar al restaurante, hice  que me entregasen la bandeja para cargarla yo hasta allí.

Entonces es cuando vimos el cartel que decía que el restaurante había cerrado para siempre.
                        
                 
“Lo siento, altezas,” dijo Santichu Semeurtzi, el hada vasco-española que era el dueño del restaurante. “Sé que prometí comprar los guisantes, pero no puedo cumplir  mi promesa.”

Santichu era un tiarrón alto y fuerte al que le encantaba bromear y que siempre estaba canturreando y silbando mientras trabajaba, pero ese día parecía que había estado en un funeral.

“Pues sí. En el funeral de mi restaurante. Un hada hambrona ha puesto fin a mi negocio.”

Fuera del restaurante se encontraban Michael y Fergus. Michael quería saber por qué Santichu no había reservado el derecho de admisión.

“El chico vino con el Cochero de la Muerte, que me dijo que yo tenía prejuicios por no dejar entrar a hadas hambronas en mi restaurante. Añadió que me llevaría de paseo si su hijo no entraba. Así que pensé que lo más prudente era dejarles pasar. Pero cuando habían acabado de zamparse la mitad de lo que había en mi despensa, les pedí que se fuesen. Entonces apareció Darcy el Guapo, que me pidió que dejase que su hermano terminase de comer. Como no hay quien diga que no a Darcy, se quedaron. El niño ese acabó hasta con el último grano de arroz negro que había aquí.Y entonces me dijeron que como mi comida no tenía precio, me pagarían con un hadapenique símbolico. Ni me moleste en discutir. Los hadapeniques son como dinero de juguete, una ilusión del primer ministro. Aquí todos pagan con lingotes de oro, piedras preciosas o dinero mortal. El niño dijo que había sido un placer inigualable comer aquí y que volvería a diario, convirtiéndose en mi cliente más fiel. Con una amenaza como esa colgando como un espada de Damocles sobre mi restaurante, jamás podré volver a abrir este lugar. Y ahora tendré que apuntarme al paro. ¿Ha inventado ya Binky el hadaparo?”

Y así es cómo Vicentico acabó con este lugar de reunión para gente malvada. Pero Fergus sintió pena por Santichu, que en realidad era buena persona, y decidió darle la oportunidad de recuperarse al menos un poco.


“Mi hijo va a dar una fiesta de Halloween. Lo deja todo para el último minuto y hasta la fecha no se ha ocupado del catering. ¿Podrías encargarte tú de eso, Santichu? Michael, sé amable con este cocinero desempleado y contrátalo inmediatamente.”

                        
Michael dijo que si dejaba los preparativos para el último minuto era con la esperanza de no tener que dar la fiesta de Halloween. Pero como parecía que no iba a tener más remedio que darla, Santichu podía considerarse contratado.

Y Santichu aceptó. Era cocinero de vocación y la idea de organizar una fiesta le animó mucho. Dijo que se pondría inmediatamente a buscar víveres. Estaba seguro de que encontraría calabazas, pero como no había llovido mucho, igual no había tantas setas. Y como era tarde, tal vez las ardillas ya se habrían llevado todas las nueces del Bosque Triturado. Lo que sí podía garantizar era la bebida. Tenía dos bodegas y Alpin sólo había visitado una. Puesto que nunca vendía alcohol a menores, Alpin sólo había acabado con la leche, las gaseosas y los zumos de fruta. En la segunda bodega, que Alpin no conocía, Santichu además guardaba distintas variedades de aguamiel y barriles enteros de jugo de hierba de trigo.

“¡Pero si la fiesta es de noche!” exclamó Michael, asustado. “Si sirves jugo de hierba de trigo verde los invitados se pondrán como motos. ¡Arderá Troya! ¡Lo veo venir!  


Pero Fergus y los hojitas se unieron en un enorme ¡HURRAAAAAAAAA!”

Cuando les conté a mis padres como Cardo y Brezo habían intentado ayudarles a pagar la cuenta, Papá y Mamá se conmovieron.

“Así que habéis estado sin dormir durante noches y no habéis ganado nada con eso,” dijo mi padre. “Pero estoy seguro de que es mejor que Alpin haya acabado con vuestro negocio de guisantes marca Una Princesa Durmió Sobre Mí. Tenéis un aspecto horrible con esas caras de cansadas. Titania, hay que hacer algo. Alguien las podría tomar por espantapájaros.”

“Guardaremos los cuatro guisantes en la caja fuerte, como si fuesen esmeraldas,” dijo Mamá. “Más tarde o más temprano nos podrían ser de utilidad. Siempre pensé que esa historia de que los guisantes podían causar insomnia a las princesas era absurda. ¡Qué equivocada estaba! Pero os diré algo, niñas. Algo hemos ganado. Estáis tan feas que podéis ahorrar en disfraces de Halloween. Id así como estáis a la fiesta de Michael. Los zombis se morirán de envidia.”

“¡Oh, no!” exclamó Papá.

“¿No eres tú el que siempre ve el lado alegre de la vida, Obi? ¡Pues velo!” respondió Mamá. “Si no te gusta que vayan de zombis, irán de espantapájaros, como tú has sugerido.”

“¿Yo?”

¡Sí! ¡Tú!  Tu has dicho que eso es lo que parecen. Ahora no lo niegues.”

“¿Y después de eso podremos volver a dormir todo lo que queramos y volvernos guapas otra vez?” preguntó Brezo.

“Después de la fiesta debéis dormir más de lo que os apetezca,” dijo Mamá. “No queremos hijas feas después de Halloween. No hay excusa para tenerlas. ¿Verdad, Obi?”

Papa alzó las cejas y sacudió la cabeza.

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