La fiesta de Michael se
celebró y fue un explosivo exitazo ese año también gracias a los cócteles de
hierba de trigo verde que preparó Santichu.
Pronto llegó diciembre y el
Sr. Binky se regaló a si mismo la modernización de su oficina, apuntándose a
las nuevas tecnologías. Nuestro hermano Devin hizo un pastón ayudándolo a
defenderse en ese mundo.
El Sr. Binky repetía y repetía
que este iba a ser su año. Estaba tan contento que nos permitió a mis hermanas
y a mí decorar su oficina con un árbol de navidad hecho con algunos de sus
papeles, casi todos procedentes de las papeleras de su oficina. Hasta hicimos
estrellas con carpetas amarillentas.
Pero el Sr. Binky se agobió un poco cuando se puso a anotar sus resoluciones para el año nuevo. Preparó una
lista interminable, tan interminable que él mismo se dio cuenta de que lo era. Pero nosotros conseguimos
tranquilizarle ayudando a reducir la lista a aquellas resoulciones que más
probabilidades tenían de cumplirse y se volvió a animar.
Al verle tan contento, sentí
que el año entrante podría ser bueno para mi también, y finalmente me atreví a
escribir a los Reyes Magos pidiéndoles lo que había deseado que me regalasen
durante tanto tiempo. Era un regalo inusual. Yo no sé de
nadie que haya pedido lo mismo que pedí yo.
Ojeando los libros de la
biblioteca descubrí uno titulado La Interpretación de los Sueños. Lo había escrito un tal Dr.
Sigmund Freud, gran psiquiatra. Se me ocurrió que este hombre podría poner fin
a las pesadillas recurrentes que yo sufría
sobre humanos invadiendo el mundo feérico, apoderándose de él y convirtiéndolo
en el mismo lugar horrible que el suyo. Creo que ya he explicado que cuando
tengo esta pesadilla varias noches seguidas me voy a dormir al coche que tiene
en su garaje una viejecita humana que es muy buena gente. Sólo cuando he dormido allí durante varias
noches sin tener esta pesadilla puedo empezar a pensar en dormir en cualquier
otra parte.
Se me ocurrió que tal vez el
Dr. Freud podría interpretar mi sueño y ayudarme a no tenerlo nunca más. Pero
no quería decirles a mis padres que necesitaba consultar a un psiquiatra. Me
puse a investigar sobre este doctor vienés y leí que achacaba la mayoría de los
problemas de las personas que trataba a trastornos en la relación de los
pacientes con sus madres. No estaba seguro si mi madre se tomaría a bien que yo
tuviese un problema con ella. Así que pensé que no les pediría a mis padres
dinero mortal para ver al Dr. Freud. Por eso acudí a los Reyes Magos.
¿Por qué elegí escribir a
los magos en vez de a otros donantes de regalos? Por una parte habían llegado a
ser amigos personales míos, gracias a que nos presentó Don Alonso. Y por otra
parte mis hermanos y yo siempre escribíamos las cartas a San Nicolás juntos y
bajo la supervisión de nuestros padres. Ellos las solían leer para ver que
pedíamos, pero nunca habían leído las cartas que escribíamos por nuestra cuenta
a otros donantes. Cómo he dicho antes, tenía razones para que ellos no supiesen
lo que iba a pedir en esta ocasión.
¿Qué fue lo que encontré en
mi zapato el seis de enero? Un sobre blanco con tres pequeñas coronas doradas
en la esquina superior izquierda y mi nombre en letras mayúsculas el centro.
Dentro del sobre había una nota y un cheque en blanco. El cheque había sido
firmado por los tres reyes, y también llevaba los tres sellos de sus tres
anillos de sello. La nota decía que habían dejado el cheque en blanco porque no
tenían ni idea de que cobraría el Dr. Freud por curarme, pero se fiaban de mí y
estaban seguros de que yo rellenaría el cheque poniendo la cantidad exacta,
fuese la que fuese.
Aunque fui muy discreto en
lo tocante a mi regalo de reyes, la información de que se trataba de un cheque
en blanco se filtró. Sólo había pedido dinero para pagar los honorarios del Dr.
Freud, así que cuando Alpin me preguntó que me habían traído los Reyes, no
tenía nada que decir. Por lo tanto, dije “nada.” Alpin no se lo podía creer. Dijo que yo era
un niño repelentemente bueno y que a los magos les encantaban los críos así. Si
regalaban carbón de azúcar hasta a los niños malos, era imposible que a mí no
me hubiesen traído nada. Insistió en que me tenían que haber traído algo
incluso aunque se me hubiese olvidado hacer un pedido. Eramos
amigos.
Cuando tuvimos está
conversación estábamos sentados en la cocina de la Señora Dulajan. Ella estaba
allí también, hablando con Darcy sobre algo importante. Alpin empezó a gritar y a acusarme de mentir. Se puso tan histérico que
Darcy, con la mente en otra parte, me pidió que por favor hiciese algo para
calmarle. Y no me quedó otra que contarle a Alpin lo del cheque en blanco,
porque no se le puede negar nada a No no Darcy.
Alpin dejó de gritar mientras
yo le contaba la historia de mi regalo. Se
quedó ahí mirándome con la boca abierta.
“Adiós, Alpin, tengo que irme,”
contesté antes de que pudiese reaccionar y me marché de la casa de los Dulajan
lo más rápidamente que pude.



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