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lunes, 20 de abril de 2020

80. Los árboles se alzan

   
Dos días después, mi padre, que siempre lee la prensa mientras desayuna, me enseñó una foto de un árbol que había empezado a sacar sus raices de la tierra de modo que parecía que estaba haciendo un calvo.

“Esto tiene que estar pasando en la casa de ese Alpin,” dijo. “Apuesto a que es ahí donde está sucediendo esto. ¿Dónde más podría estar pasando?”

Había, junto a la foto, un artículo breve que decía que la desgracia se había cebado en un barrio que era el de los Dulajan. Los árboles del barrio estaban haciendo toda clase de gestos groseros y maleducados. Algunos parecían estar sacando la lengua, otros  hacían señales feas con sus ramitas como si fuesen dedos y uno hasta estaba haciendo un calvo. Parecía que estaban reaccionando de esta manera zafia y sin precedentes ante un ruido ensordecedor que salía de una de las viviendas del barrio. Los tapones para los oídos  se habían agotado en las farmacias y los vecinos habían pedido al comité de la zona que hablase con los dueños de la casa ruidosa. 

“A lo mejor tú puedes solucionar esto. Creo que deberías ir a ver si tu amigo está bien, ”dijo Papá. “¿Es tu amigo, no?”

“No,” dije con tristeza. “Pero yo sí soy su amigo.”

Y porque era el amigo de Alpin, fui a ver que le estaba pasando, aunque me temía que pudiese tener que ver conmigo y mi regalo de reyes.


Y así era. Alpin estaba chillando como un maníaco que quería un cheque en blanco también. Había empezado a gritar en cuanto salió del trance en el que le deje cuando me fui de su casa tras contarle lo de mi cheque.

                          
“¡Oh, Arley!” me susurró la Sra. Dulajan. “¡Menos mal que has venido! A ver si entre los dos podemos hacer que Alpin se calle. Mi marido está a punto de hacer algo horrible.”

   
“¡No aguanto más!” rugió de pronto el Cochero de la Muerte con su terrible voz. “No puedo soportar estos gritos ni un minuto más. No he oído algo tan desagradable desde que la trompeta se cargó Jericó. Alpin, ¡te voy a llevar a dar un paseo en mi carruaje!”
                 
Sólo la desesperación de la Señorita Aislene ante una amenaza como esa pudo hacerme explicar por qué yo había recibido el cheque en blanco. Mientras lo contaba, mantenía los dedos cruzados, deseando que mi madre no se enterase de lo que iba a tener que decir.  

“Pensé que no querías decirme lo que ibas a pedir a los reyes magos porque iba a tratarse de alguna tontería como la paz en la tierra o comida para los hambrientos, como si fueses una miss en un concurso de belleza,” dijo Alpin, una vez que le expliqué para qué era el cheque.“Cosas así no están en las manos de los reyes magos, asi que es inútil pedirlas. Pero te subestimé, Arley. Resultaste ser mucho más listo que yo, intrigante rata ambiciosa de doble cara. Está bien, traidor. Hay un modo de que te redimas. Dame ese cheque y estaremos en paz.”

“Alpin, ¿cómo puedes decirle cosas tan horribles a Arley?” intervino la Sra. Dulajan. “¿No ves que el pobre tiene una enfermedad muy seria y necesita curarse?”
                           

“Los magos y yo tenemos un acuerdo entre caballeros,” dije. “Me dieron el cheque porque saben que soy responsable. Puedes ir a ver al Dr. Freud en mi lugar si quieres. Pero cederte mi cita es lo más que podré hacer. No puedo darte el cheque.”

“¿Por qué iba a querer ver a un médico? Vale, estoy dispuesto a negociar. Todo lo que te  voy a pedir es que compartas el cheque conmigo. Conociendo a los psiquiatras, el doctor te cobrará una buena suma. Multiplica esa cantidad por tres cuando rellenes el cheque y dame el dinero extra a mí. Es mi mejor oferta.”

Yo me negué, sacudiendo la cabeza, y Alpin volvió a empezar a gritar.

“¡Los Reyes Magos han sido tan imbéciles como para fiarse de ti con su dinero! No se culpa de nadie más que de ellos si ahora te aprovechas de esto. ¡Están pidiendo que les timen! Saben tan bien como cualquiera que estas cosas pasan. Las hace todo el mundo. ¿Es que vas a ser el único idiota que no se aproveche de semejante oportunidad?”

“Sí,” asentí, “el único.”

“¿Sabes por qué no quieres hacer esto? ¡Por que eres un miedica! Tú crees que los magos te romperán las piernas si les timas, pero no lo harán. Son buena gente. Lo único que harán será decirte que no esperaban esto de ti. Tal vez la gente murmure durante un tiempo y te llame ladrón, pero no ocurrirá nada más. Y cuando todo eso se haya olvidado, todavía tendrás el dinero. Nunca le pasa nada a los que incumplen que una dosis de jeta y otra de paciencia no puedan arreglar.”

Bah!” dijo de pronto el Sr. Dulajan. Nos habíamos olvidado de él, pero seguía ahí de pie en medio de la cocina mirando al vacio. La campanilla de una bicicleta sonó y el Sr. Dulajan se fue a la puerta y la abrió. El Dulajan era tan grande que su espalda bloqueaba la vista de quien hubiese ahí fuera. Cogió su sombrero que estaba colgado de una percha junto a la puerta y se fue sin decir nada, sin saludar siquiera a Alegría O. Tristeza, el hada cartera, si es que no la hizo algún gesto con la cabeza que nosotros no logramos ver.

              
 Alegría O. Tristeza tenía una carta para la Señorita Aislene.

La Srta. Aislene la abrió corriendo y con gran expectación. Entonces hizo ruiditos y dió saltitos y abrazó a Alegría.

“¡Oh, Alpin!” exclamó. “Tengo algo mucho mejor para ti que cualquier cheque en blanco. Será bueno para ti también, Arley. Será bueno para todos nosotros. Pero tenemos que ir a recogerlo y el mejor momento para eso es ahora mismo. ¡Venga! ¡Nos vamos todos a ver a nuestro juguetero favorito!”

Y eso fue cuando nos fuimos todos volando al Polo Norte a visitar a Finbar O’Toora.

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