Mientras estábamos de camino
al Polo Norte para ver al juguetero Finbar O’Toora, el Sr. Binky estaba
trabajando con entusiasmo para cumplir su primera resolución para el año nuevo.
Se había prometido a sí mismo mejorar su imagen. Se lo había aconsejado el
pirata Barbamocos. A raíz de eso había consultado con el cirujano
mágico-plástico Dr. Cameron Campbell. El doctor le ofreció a Binky más de cien
nuevos looks políticos. Como no le convencía ninguno, el Sr. Binky decidió
consultar con algunos de sus peores críticos, los hojitas del Bosque Triturado.
Los hojitas se emocionaron
cuando el Sr. Binky les enseñó un álbum con los cientos de rostros entre los
que podían elegir para su primer ministro. Se trataba de elegir la cara en la
que más confiaban.
“¡Genial!”
dijo Vicentico. “Con esto, es casi como si viviésemos en democracia.”
“¡Pero tonto, si vivimos en
anarquía, que es mejor!” dijo Franciscus.
“Da igual. ¡Yo voto por la
tía buena con los pendientes de oro!”
“¡No, no! Votad por la cara que parece
que le pertenece al hombre de la luna,” aconsejó Robertus, un hojita que
parecía una hoja de tilo. Estas hojas tienen forma de
luna creciente.
“Yo creo que el hombre que
parece que se va a convertir en un lobo resulta más interesante,” musitó
Leopoldo. “Hace mucho tiempo que no tenemos un hombre
lobo en este bosque.”
“Deberíamos votar por la
cara que nos recuerda más a nosotros mismos. Uno de nosotros siempre es la
mejor elección para cualquier cargo,” dijo Malcolfus.
Pero tras horas de debate y
de contar votos, el Sr. Binky pudo decir que su abuelita tenía razón.
“Abuelita me decía que para
gustar a la gente hay que ser uno mismo. Parece ser que mi gente me quiere tal
y como soy.”
“¡No, no nos gustas nada!” gruñó Malcolfus. “Hemos decidido dejar
que conserves tu careto porque odiamos el cambio. Ni
sueñes que eso significa que te vamos a apoyar.”
“Oh,
vaya,” suspiró el Sr. Binky, “habrá que conformarse. Por lo menos puedo tachar la
primera resolución de mi lista y proseguir con el cumplimiento de la siguiente.”
Cuando el Sr. Binky se
marchó, los hojitas se pusieron a susurrar entre ellos que deberían ir a ver
que tal estaba el Dulajan. Aunque sólo fuese por curiosidad. Era difícil hacer
amistad con alguien que daba tanto miedo como el Cochero de la Muerte.
El Sr. Dulajan no estaba
nada bien. En primer lugar, su mujer y su hijo llevaban semanas desaparecidos. Eso no le importaba demasiado. Estar lejos de Alpin sentaba bien a
cualquiera. Y él sabía que tanto su hijo como su mujer sabían perfectamente como
cuidar de sí mismos. Era por aquellos que topasen con ellos por quienes habría
que preocuparse. Pero algo dentro o fuera de su casa le estaba
volviendo loco. El
Dulajan oía unos misteriosos golpecitos, toc,
toc, toc.
Llevaba
días escuchándolos. Porque el Cochero de la Muerte es una persona
educada, se había armado de paciencia y había abierto la puerta de su casa
muchas veces, creyendo que estaba contestando a lo que parecían ser llamadas. Pero nunca había nadie ahí fuera que quisiese entrar.
Como los golpes persistieron
incluso cuando dejó la puerta abierta de forma perenne, el Tío Ernesto, que
siempre se mostraba muy amable con los animales, preguntó a las aves de su jardín
si entre ellas había un pájaro carpintero. Los pajaritos son una buenísima
fuente de información, pero contestaron que estaban tan intrigados por esos
ruiditos como su interlocutor. Eso no sonaba como un pájaro carpintero con una
capa de invisibilidad. Ninguna de las criaturas del bosque había visto nada,
pero todos podían oír los golpecitos.
“Supongo que me debería
tranquilizar que vosotros también los escuchéis,” dijo el Tío Ernesto. “Al
menos sé que no me estoy volviendo loco, por mucho que estos ruidos me
molesten.”
Convencido de que se trataba
de un acto de venganza por los gritos que había estado pegando Alpin exigiendo
el cheque en blanco, el Sr. Dulajan se situó en medio de su jardín y con su voz
de trueno recordó a los golpeadores invisibles algo que era muy cierto.
“¡Sólo es cuestión de
tiempo, idiotas!” rugió el Dulajan
“Nadie puede esconderse para
siempre del Cochero de la
Muerte !”
“Así que ahora nos está
amenazando,”dijo Jemanías Ansioso.
“Te está amenazando a ti,”
respondió Mínafer Ominoso. “Yo ya estoy muerto.
Jem y
Min estaban dando esos golpes desde muy, muy, lejos. Mínafer, regordete, rubio,
de nariz puntiaguda y ojos azules era el fantasma de un victoriano tardío que
en vida había sido espiritista. A veces parecía viejo y gordo, vestido con un
gabán azul, pero otras veces se veía joven y delgado y tenía un bonito
bronceado y llevaba camisas hawaianas.
Jemanías aún no se había
convertido en un fantasma. Era un brujo al que sus rivales habían convertido en
un zombi, pero se había recuperado y convertido en una extraña versión de si
mismo. Su piel era ahora de un amarillo fosforescente, y luego de un verde
fosforescente también. Su pelo, corto y rizado, unas veces era de un azul claro
y otras de un azul oscuro, pero siempre tenía tonos parecidos a los huevos de
los pájaros que ponen huevos azules. Sus ojos se habían vuelto muy saltones y
sus pupilas se movían fuera de órbita. Era alto y delgado y le gustaba llevar
largas y coloridas batas de algodón africano, sombreros muy vistosos, piercings
extraños y amuletos vudú. Siempre resultaba interesante de ver y cuando se
vestía con smoking parecía una versión más amable del Barón Sábado.
Ambos hombres casi siempre
estaban de buen humor y había muy poco que les pudiese sacar de sus casillas.
Vivían juntos en alguna parte del mundo mortal y se dedicaban al negocio de la
adivinación. Pero también tenían fieles clientes feéricos.
“Es inútil intentar
contactar con este hombre a nuestra manera. Es un analfabeto tiptológico,” dijo
Mínafer.
La tiptología es un lenguaje
que los fantasmas utilizan para comunicar con los vivos. Se comunica dando golpecitos sobre madera o metal.
Mínafer
dejó de golpear una pequeña mesa redonda de tres patas. Era esta mesita
especial la que había estado utilizando para aporrear en la puerta del Sr. Dulajan.
Lo que los mediums querían decirle al Tío Ernesto era que la Sra. Dulajan , Alpin y
yo estábamos atrapados bajo un montón de nieve y hielo. Esto nos sucedió porque
Alpin había provocado una especie de avalancha, haciendo que la nieve que había
en el tejado de la fábrica de Finbar se cayese encima de nosotros cuando empezó
a quejarse a gritos que tenía frío y hambre. A gritos abominablemente fuertes,
claro.
“Bueno, creo que no merece
la pena seguir con esto,” dijo Jem. “La primavera esta al llegar ahí en el Polo
Norte. El sol brillará y debido al calentamiento global, al menos parte de la
nieve y el hielo que retiene a estos desgraciados se derretirá. Pronto serán libres."
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