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lunes, 20 de abril de 2020

81. Jem y Min

 Mientras estábamos de camino al Polo Norte para ver al juguetero Finbar O’Toora, el Sr. Binky estaba trabajando con entusiasmo para cumplir su primera resolución para el año nuevo. Se había prometido a sí mismo mejorar su imagen. Se lo había aconsejado el pirata Barbamocos. A raíz de eso había consultado con el cirujano mágico-plástico Dr. Cameron Campbell. El doctor le ofreció a Binky más de cien nuevos looks políticos. Como no le convencía ninguno, el Sr. Binky decidió consultar con algunos de sus peores críticos, los hojitas del Bosque Triturado.

Los hojitas se emocionaron cuando el Sr. Binky les enseñó un álbum con los cientos de rostros entre los que podían elegir para su primer ministro. Se trataba de elegir la cara en la que más confiaban.
 

                                                   
                                                   
                                                   
¡Genial!” dijo Vicentico. “Con esto, es casi como si viviésemos en democracia.”

“¡Pero tonto, si vivimos en anarquía, que es mejor!” dijo Franciscus.

“Da igual. ¡Yo voto por la tía buena con los pendientes de oro!”

¡No, no! Votad por la cara que parece que le pertenece al hombre de la luna,” aconsejó Robertus, un hojita que parecía una hoja de tilo. Estas hojas tienen forma de luna creciente.

“Yo creo que el hombre que parece que se va a convertir en un lobo resulta más interesante,” musitó Leopoldo. “Hace mucho tiempo que no tenemos un hombre lobo en este bosque.”

“Deberíamos votar por la cara que nos recuerda más a nosotros mismos. Uno de nosotros siempre es la mejor elección para cualquier cargo,” dijo Malcolfus.

Pero tras horas de debate y de contar votos, el Sr. Binky pudo decir que su abuelita tenía razón.

                                 
“Abuelita me decía que para gustar a la gente hay que ser uno mismo. Parece ser que mi gente me quiere tal y como soy.”

¡No, no nos gustas nada!” gruñó Malcolfus. “Hemos decidido dejar que conserves tu careto porque odiamos el cambio. Ni sueñes que eso significa que te vamos a apoyar.”

“Oh, vaya,” suspiró el Sr. Binky, “habrá que conformarse. Por lo menos puedo tachar la primera resolución de mi lista y proseguir con el cumplimiento de la siguiente.”

Cuando el Sr. Binky se marchó, los hojitas se pusieron a susurrar entre ellos que deberían ir a ver que tal estaba el Dulajan. Aunque sólo fuese por curiosidad. Era difícil hacer amistad con alguien que daba tanto miedo como el Cochero de la Muerte.

El Sr. Dulajan no estaba nada bien. En primer lugar, su mujer y su hijo llevaban semanas desaparecidos. Eso no le importaba demasiado. Estar lejos de Alpin sentaba bien a cualquiera. Y él sabía que tanto su hijo como su mujer sabían perfectamente como cuidar de sí mismos. Era por aquellos que topasen con ellos por quienes habría que preocuparse. Pero algo dentro o fuera de su casa le estaba volviendo loco. El Dulajan oía unos misteriosos golpecitos, toc, toc, toc.

Llevaba días escuchándolos. Porque el Cochero de la Muerte es una persona educada, se había armado de paciencia y había abierto la puerta de su casa muchas veces, creyendo que estaba contestando a lo que parecían ser llamadas. Pero nunca había nadie ahí fuera que quisiese entrar.

Como los golpes persistieron incluso cuando dejó la puerta abierta de forma perenne, el Tío Ernesto, que siempre se mostraba muy amable con los animales, preguntó a las aves de su jardín si entre ellas había un pájaro carpintero. Los pajaritos son una buenísima fuente de información, pero contestaron que estaban tan intrigados por esos ruiditos como su interlocutor. Eso no sonaba como un pájaro carpintero con una capa de invisibilidad. Ninguna de las criaturas del bosque había visto nada, pero todos podían oír los golpecitos.

“Supongo que me debería tranquilizar que vosotros también los escuchéis,” dijo el Tío Ernesto. “Al menos sé que no me estoy volviendo loco, por mucho que estos ruidos me molesten.”

Convencido de que se trataba de un acto de venganza por los gritos que había estado pegando Alpin exigiendo el cheque en blanco, el Sr. Dulajan se situó en medio de su jardín y con su voz de trueno recordó a los golpeadores invisibles algo que era muy cierto.


“¡Sólo es cuestión de tiempo, idiotas!” rugió el Dulajan 
“Nadie puede esconderse para siempre del Cochero de la Muerte!”


“Así que ahora nos está amenazando,”dijo Jemanías Ansioso.


“Te está amenazando a ti,” respondió Mínafer Ominoso. “Yo ya estoy muerto.

Jem y Min estaban dando esos golpes desde muy, muy, lejos. Mínafer, regordete, rubio, de nariz puntiaguda y ojos azules era el fantasma de un victoriano tardío que en vida había sido espiritista. A veces parecía viejo y gordo, vestido con un gabán azul, pero otras veces se veía joven y delgado y tenía un bonito bronceado y llevaba camisas hawaianas.

Jemanías aún no se había convertido en un fantasma. Era un brujo al que sus rivales habían convertido en un zombi, pero se había recuperado y convertido en una extraña versión de si mismo. Su piel era ahora de un amarillo fosforescente, y luego de un verde fosforescente también. Su pelo, corto y rizado, unas veces era de un azul claro y otras de un azul oscuro, pero siempre tenía tonos parecidos a los huevos de los pájaros que ponen huevos azules. Sus ojos se habían vuelto muy saltones y sus pupilas se movían fuera de órbita. Era alto y delgado y le gustaba llevar largas y coloridas batas de algodón africano, sombreros muy vistosos, piercings extraños y amuletos vudú. Siempre resultaba interesante de ver y cuando se vestía con smoking parecía una versión más amable del Barón Sábado.

Ambos hombres casi siempre estaban de buen humor y había muy poco que les pudiese sacar de sus casillas. Vivían juntos en alguna parte del mundo mortal y se dedicaban al negocio de la adivinación. Pero también tenían fieles clientes feéricos.

“Es inútil intentar contactar con este hombre a nuestra manera. Es un analfabeto tiptológico,” dijo Mínafer.

La tiptología es un lenguaje que los fantasmas utilizan para comunicar con los vivos. Se comunica dando golpecitos sobre madera o metal.

Mínafer dejó de golpear una pequeña mesa redonda de tres patas. Era esta mesita especial la que había estado utilizando para aporrear en la puerta del Sr. Dulajan. Lo que los mediums querían decirle al Tío Ernesto era que la Sra. Dulajan, Alpin y yo estábamos atrapados bajo un montón de nieve y hielo. Esto nos sucedió porque Alpin había provocado una especie de avalancha, haciendo que la nieve que había en el tejado de la fábrica de Finbar se cayese encima de nosotros cuando empezó a quejarse a gritos que tenía frío y hambre. A gritos abominablemente fuertes, claro.  

“Bueno, creo que no merece la pena seguir con esto,” dijo Jem. “La primavera esta al llegar ahí en el Polo Norte. El sol brillará y debido al calentamiento global, al menos parte de la nieve y el hielo que retiene a estos desgraciados se derretirá. Pronto serán libres."
          

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