“Mi gato sí que tiene tres
pies,” dije yo. “Mira.”
Sancho asintió.
“Es un gato muy extraño,”
dijo. “Pero sin duda es un gato, aunque tal vez sin catalogar.”
Sí que era un gato muy
extraño. Tenía tres patitas, colocadas más como las de una persona que las de
un gato. Terminaban en pies rosados. Y tenía otras dos patas que eran más como
bracitos con manos. Pero podía sacar las uñas para defenderse como cualquier
gato. Su cara era algo más ancha y grande que la de la mayoría de los gatos,
pero era la cara de un gato. Su pelaje era gris, y más oscuro, casi negro,
alrededor de los ojos, de modo que parecía que llevaba gafas. Tenía algunas
motas o manchones negros en otras zonas también. Y podía cambiar de tamaño. La
mayor parte del tiempo le gustaba ser lo bastante pequeño como para poder
cargarlo en la palma de una mano. Le gustaba que le
cargasen, y se pasaba gran parte del tiempo subido a mi cabeza o a uno de mis
hombros.
Sancho
y yo estábamos junto a un pozo cercano a la villa del fantasma romano Nauta. Sancho estaba
allí porque le gustaba intercambiar proverbios y refranes y frases semejantes
de sabiduría popular con los gatos de Nauta. Yo estaba allí porque quería presentar a mi gato a los de Nauta.
Nauta
y Don Alonso salieron de la villa. Dos gatos les seguían.
“Mi gato negro se llama
Catón,” dijo Nauta. “Y mi gato naranja se llama Catulo.”
Se agachó un poco para
acariciar a mi gato.
“¿Qué nombre le has puesto a
tu gato?”
“Gatocatcha,”
dije orgullosamente. .
“Ese,” dijo sonriendo Don Alonso, que
había leído el gran clásico hindú titulado El Mahabharata,
“es el nombre de un elefante. Y este gato es muy pequeñito, Pero es un nombre
ingenioso, porque contiene las palabras gato y cat.”
Yo sabía que si hubiese alguien que sabría que significaba el nombre de mi gato
iba ser él, y sonreí también.
“Si quiere ser amigo de mis
gatos, debe ser coleccionista de máximas, proverbios, refranes y sabiduría
clásica y popular,” dijo Nauta. “Mis gatos se reúnen con otros aquí junto
a este pozo los jueves para intercambiarlos. El tema de hoy es, precisamente,
amigos.”
“El verano es el mejor amigo
de los pobres,” dijo Gatocatcha. Era un gato muy listo y yo sabía que no
tendría problema intercambiando proverbios ni cosas semejantes.
“Los diamantes son el mejor
amigo de una chica,” maulló Catulo con voz aterciopelada, “o eso dice mi novia.”
Tenía el pelaje de color naranja con unas cuantas rayas blanca y le gustaba
llevar pajaritas de muchos colores. Sus bigotes eran muy largos y era todo un
dandy.
“Fidite Nemini,”
dijo Augusto César. Había una estatua de él junto al pozo y el fantasma del emperador romano siempre se dejaba caer por ahí cuando
los gatos se se reunían para intercambiar proverbios. Le gustaban
más a él que a los mismos gatos. “No hay que fiarse de
nadie,” insistió. “¡Sí no lo sabré yo!”
“El mejor amigo de un hombre
es su perro,” dije yo sin pensarlo dos veces e inmediatamente me arrepentí de
haber mencionado a esos animales.
El oscuro y sobriamente
elegante Catón me miró directamente a los ojos y dijo, “¿La mejor amiga de un
chico es su madre?”
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