Todos los años en mayo o
junio, los árboles en flor del Bosque Triturado celebran un antiguo festival. Lo
llaman La Petalia , porque en ese evento los árboles
sacuden sus ramas causando que los pétalos de sus flores salgan volando por
doquier al ritmo de pequeños tambores blancos tocados por los duendes de las
setas venenosas locales, todos ataviados de un alegre rojo. La gente mágica
viene de lejos y de cerca para disfrutar del espectáculo y recoger pétalos
frescos que luego utilizan en la artesanía y la hechicería o incluso en la cocina.
A mis padres les gusta asistir y nos llevan con ellos todos los años. Todo el
mundo aporta comida que se deposita en unas mesas de piedra muy largas y todo
el mundo la comparte. Se dice que los que bailan bajo la lluvía de pétalos
tendrán suerte en el amor al menos por un año. Pero
nunca llueve a gusto de todos.
“¡Qué
aburrimiento!” exclamó Alpin. “Debería estar lloviendo gominolas y no está bazofia
que puedes encontrar bajo tus pies cualquier día. Sólo sirve para pisarla,
porque acolchona un poco si la tierra está muy dura y hay basura suficiente
para ello. Si hay poca y llueve, lo más probable es que te haga resbalar y
acabar tumbado en el sucio suelo tú mismo.”
“Tais-toi! Tais-toi, petite bête affamée!” Gregoria regañó a Alpin.
Estábamos sentados en una de
las mesas que ofrecían toda clase de refrescos y ella estaba escogiendo lo que
le permitiría comer a Alpin.
“¿Por qué no puede está mujer
hablar un idioma que la gente civilizada pueda entender? ¿Acaso es demasiado
torpe para aprender?” protestó Alpin a su primo Finbar, creador de la
guardaespaldesa.
“Mi criatura habla doce
idiomas con gran fluencia y hasta puede contar cuentos de advertencia en verso
en cualquiera de ellos,” dijo Finbar, que no dudo en defender su trabajo. “Se
supone que tú eres el que tiene que aprender de ella.”
“Dí algo sabio para
demostrar que Finbar te hizo lista, Gregoria,” Alpin ordenó a la
guardaespaldesa.
“Estas son lentejas. Las
tomas o las dejas.”
Gregoria empujó un plato de
lentejas bajo la barbilla de Alpin y le metío una gran cucharada en la boca por
la fuerza.
Casi ahogándose, Alpin escupió
las lentejas y gritó, “¡Eh, señora! No necesito que me
animen a comer!”
“Creo que lo que te está
queriendo decir es que no habrá dulces para ti hoy,” bostezó Finbar, que
siempre se aburría cuando no estaba creando. “Espero
que puedas entender eso.”
“No importa lo que diga,”
intervine yo. “Es tan guapa que sólo verla alimenta el alma.”
Gregoria
es realmente agradable de ver y con su ancho sombrero repleto de hermosos lirios
del valle y otras flores primaverales, estaba aun más guapa ese día.
“Si te gusta tanto, ¿por qué
no me la cambias por tu cheque en blanco? Yo
estoy dispuesto. ¡Hagámoslo!”
“Tú sabes
que yo no puedo hacer eso, Alpin,” dije muy bajito. Esperaba que Gregoria no se
sintiese ofendida porque no me pudiese permitir adquirir sus servicios. Pero no
podía disponer del cheque de ese modo.
Antes de que Alpin pudiese
responder, el sonido de unos golpecitos
en el tronco de un árbol que había detrás de nosotros nos hizo volvernos para
ver que pasaba. Esperabamos ver un pájaro carpintero, pero no
se trataba de eso. De detrás de un cerezo cargado de delicadas flores blancas
asomaba una rara avis humana que nunca habíamos visto antes.
“¿Quién es ese?”susurró Alpin.
Finbar frunció el ceño.
“Buenas noches, damas y
caballeros,” dijo Jemanías Ansioso apoyandose en el cerezo. “Hola, Lira. A tu servicio.”
Llevaba flores en el pelo
también, un ramillete de pimpollos de un
lila pálido. Todos los que vienen a La Petalia llevan un tocado de flores o un
sombrero decorado con flores.
“Quiero saber si mi marido
va a conocer a alguien en esta fiesta,” dijo Lira, la sirena celosa.
“¡Sí!” exclamó Jemanías. “Nos va a
conocer a nosotros. ¿Dónde está el primer ministro Binky? Tú nos citaste
aquí y hoy con él.”
“Oh, estoy aquí mismo,” sonrió
el Sr. Binky, sacudiendo pétalos de su chaqueta mientras emergía de entre los árboles.
“¡Hola a todos! Mi segunda resolución de año
nuevo es consultar con adivinos y Lira me ha dicho que los suyos son los
mejores. ¿Me voy a llevar dos por el precio de uno?”
Mínafer Ominoso se
materializó junto a Jemanías inmerso en una lluvia de pétalos de margaritas y Binky aplaudió al ver lo bien que lo había
hecho. “¡Esplendido, esplendido!”
dijo.
“¿Qué le vamos a decir a
este individuo?” escuché al Sr. Ansioso susurrar al Sr. Ominoso.
“Algo
fácil,” Mínafer susurró de vuelta, ajustando la corona de margaritas que
llevaba en la cabeza, porque tendía a ladearse.
“Hmmm,”dijo Jemanías, “Sr.
Binky, hoy, miércoles, no es favorable. Vuelva usted mañana.”
“¿Qué?
¡Pero
si dijisteis que debía venir hoy!”
“Usted, dada su profesión,
debería entender mejor que nadie que es absolutamente necesario que le digamos
que vuelva usted mañana, y para eso le hemos citado hoy.”
“No, no vuelva usted mañana,”
Finbar aconsejó al Sr. Binky. Había estado parado ahí de pie detrás de su mujer
con cara de pocos amigos. “No hace falta que vuelvas,
Mungo. Acabas de consultar a unos futurólogos, así que has cumplido la segunda
de tus resoluciones. Ve con la tercera.”
“A usted, Sr. Finbar,” sonrió
Mínafer Ominoso, “le vemos mudando su taller a oriente.”
“Ya me han sugerido que haga
eso. Pero yo no estoy en esto por el dinero. Así
que para nada.”
“Entonces su cambio de
dirección tendrá que ver con el calentamiento global. Ahora, que nos aspen si
no somos los más profesionales. Le hemos dicho a usted, Sr.
Binky, la radiante verdad. Los astros no son propicios. Y podemos
prever que mañana tampoco lo serán. Y así se lo diremos hoy para que no tenga
que hacer usted eso que tanto le molesta de volver mañana para oir lo que
podríamos haberle dicho, y le decimos, hoy. Pero le vamos a cobrar por dos
sesiones, porque le hemos dicho dos veces que vuelva usted en otra ocasión.” Jemanias Ansioso hizo una reverencia y añadió
al alzarse, “Doscientos dólares canadienses. Eso es lo que queremos que nos
pague hoy por nuestros servicios. Incluye lo de mañana, por supuesto.”
“Nuestro consejo es que
aprenda usted a esperar, Sr. Binky,” sonrió Mínafer antes de que el Sr. Binky pudiese
abrir la boca. “Toda clase de cosas
buenas le llegan al que espera. Así de generoso es el universo. En el futuro, no nos llame. Nosotros le
llamaremos a usted cuando la ocasión sea benigna.”
“Espero que eso no sea cuando
os quedéis sin blanca,” se burló Finbar. “Aunque gracias a mi mujer
no creo que eso os pase nunca.”
“¡Eh, Sr. Finbar!” protestó
Mínafer suavemente. “¡Como si no le dijésemos la verdad a su señora!”
Finbar le devolvió la
sonrisa.
“Como si no se la dijese
yo,” respondió.
Y entonces me uní a la
conversación. No estaba seguro de que los adivinos estos fuesen auténticos
profetas, pero se veía que eran listos. Me armé de valor, y les pregunté, “Por
favor, señores, podría hacer una consulta yo?”
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