“Es ese gato al que le has
regalado botas que te dió mi malintencionado primo que te está provocando
alergia,” dijo Alpin.
“Para nada,” respondí. “Esto
viene del polen de La
Petalia. Sé que no debería entrar en el bosque en primavera,
pero me perdería tanta diversión.”
“¿Diversión?
Tú
estás estornudando más de lo que respiras y uno de los árboles me atizó en un
ojo con una rama y me lo ha dejado morado. ¿A
eso le llamas diversión? Gregoria, eres nula,” dijo Alpin, volviéndose contra
su guardaespaldesa. “Dónde estabas cuando necesité tu ayuda? Tenías que
haberme vengado con un hacha.”
“Endurece o muere,” contestó
Gregoria.
“Puede que te la regale
gratis, Arley,” dijo Alpin. “Bien, si esta es la Rue de la Nouvelle Lune , ¿dónde está el número ocho? No lo veo
por ningún lado. Probablemente estaremos camino de una casa invisible o alguna
otra monería como esa. Llegarás tarde a la cita con los adivinos por tardar en
encontrarla, Arley. Y te dirán que no será favorable hasta el mes que viene.
Después de cobrarte la consulta que no pudiste hacer. Eso vaticino yo.”
Justo como había dicho Alpin,
él, Gregoria Gatocatcha y yo ibamos camino de una cita con Jemanías Ansioso y
Mínafer Ominoso. Pero su casa no era invisible. Simplemente tenía un ocho
horizontal en lugar de un ocho vertical en la puerta, como símbolo de lo
infinito. Fue Gatocatcha quién nos lo hizo ver, arañando en la puerta marrón de
una casa de ladrillos rojos.
Jemanías Ansioso contestó a
los arañazos. Llevaba una túnica blanca de algodón africano estampada con
símbolos vudú y un gorro alto a juego.
“Mínafer,
el consultante y sus amigos han llegado. ¡Qué puntuales! Justo a tiempo. Han
traído a un gatito monísimo con ellos. ¿Cómo se llama?”
“Gatocatcha. Porque es gris, y un gato y
un cat y vegetariano.”
“¡Basta de chachara! Vayamos al grano antes de
que los astros se muevan y ya no sean favorables,” dijo Alpin. “No os pagaremos
si eso sucede. Apuesto a que si no os hubiese dicho que Arley tenía un cheque
en blanco, no le hubieseis querido tener de cliente.”
“Buenos días, consultante y
compañía,” saludó Mínafer Ominoso. No llevaba el abrigo azul que había lucido
en La Petalia.
Parecía más moderno con su camisa hawaiana decorada con un
estampado de peces de colores. “Bueno, si recuerdo bien, tú querías ponerte
en contacto con el fantasma del Dr. Freud. Pues la mejor manera de lograrlo es
pasar por su casa de Londres. Estoy seguro de que allí es
muy conocido.”
Y
Alpin se pusó a gritar.
“¿Nos habéis hecho venir hasta aquí a las siete de la mañana para
decirnos eso? Pensé que ibais a
conjurar al fantasma del Dr. Freud para que pudiese hablar con nosotros a través
de vosotros. Sois mediums, ¿no? ¡Pues
mediar!”
En ese momento un teléfono
que había en una mesita de tres patas se volvió de un rojo encendido y comenzó
a dar botes y brincar de lado a lado sonando bring, ring, bring, ring.
“Con
permiso,” dijo Minafer. “Tenemos que contestar el teléfono antes de que
estalle en llamas.” Sin tocar el teléfono, que debía estar muy caliente,
Minafer lo contestó hablando en voz muy alta. “¿Os
podéis imaginar quién es?” dijo. “Es el primer ministro Binky. Sr. Binky, usted
no debería estar llamándonos.Le dijimos que todavía no era favorable.”
“Sí, le escuchamos
perfectamente,” dijo Jemanías, participando en la conversación.“Usted cree que
ha tenido una idea brillante. Dice que como somos medio humanos y conocemos
todo de antemano, somos excelentes candidatos para directores de su escuela
inexistente. ¿Has oído eso, Min?”
“Perfectamente,” respondió Mínafer.
No
hace falta decir que ninguno de nosotros oía al Sr. Binky.
“Pues no es propicio para
usted, pero sí para nosotros, así que tal vez funcione.” continuó Jem. “Sr. Binky, aceptamos, siempre que nos vaya usted a pagar, claro. ¿Qué?
¿No esperaba eso? No, no lo podemos hacer sólo por el prestigio. Somos medio
humanos. El dinero nose s importante. ¿Qué no sabe usted dónde va a encontrar
el dinero? No se preocupe. Nosotros somos expertos en encontrar cosas. ¿Lo vé?
Ya estamos trabajando para usted. Puede colgar sin preocupación alguna. Nos
ocuparemos de todo.”
Y entonces Jemanías Ansioso
se volvió a mí y me miró directamente a los ojos con sus propios ojos desequilibrados
de zombi. “Eres rico, niño. ¿Te gustaría invertir en
educación?”
“¿Yo?”
Tengo que admitir que me dio miedo. “Sólo tengo un fondo de rescate,” dije. “Pero solo puedo usarlo si me secuestran.”
“Si me canso de cuidar del
no cambiadito, que posibilidades tengo de encontrar trabajo en vuestra
escuela?” interrumpió Gregoria, haciendo notar su presencia.
Mínafer
y Jem la ignoraron por completo y se
centraron en mí.
“Arley, tienes un cheque en
blanco. ¿Por qué no te haces filántropo? Te recordarán como el benefactor que
enseñó el camino de la paz a las hadas y los mortales. ¿Puedes pensar en mejor
manera de usar tu dinero?””
“No es mi dinero,” comencé a
explicarles, pero Alpin me interrumpió.
“¡Puede pensar en cincuenta! ¡Para empezar! ¡Arley, eres un idiota!
Mira en el lío en el que te has metido. Si hubieses compartido ese cheque
conmigo cuando te lo pedí, ahora no tendrías que elegir entre tu salud mental y
el bienestar de dos mundos. Si no les das el dinero a estos caraduras todos
dirán que eres un egoísta, y si lo haces dirán que sí que necesitabas un
psiquiatra que te enseñase a ser agarrado.”
Fue Gregoria
quien nos sacó de ahí. Pitando. La debo una.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario