“¡Mami!”dijo Brezo a Mamá. “¿A qué no adivinas quién ha intentado secuestrarnos hoy? ¿Recuerdas al hombre
que estaba con la mujer pollo-serpiente que secuestró a Arley? Bueno, los dos
le secuestraron, pero por separado. Sí, recuerda, cuando cenábamos en La Cataplasma. El
hombre que estaba bajo un hechizo de más guapo y se volvía más guapo cada vez
que le mirabas.”
“¡Ah! El sucio pirata que se
ha gastado una fortuna en ponerse guapo. Yo le dije que no tenía que pagar un céntimo
por estar más guapo. Con dormir un poco, todos mejoramos. Claro que ese también
se tendría que haber aseado. Pero no hay necesidad de gastar en cirujanos. Un
sueñecito que durase unos cincuenta años le hubiese arreglado a ese. Estaba
hecho un asco. Me dijo que no se podía permitir cerrar los ojos por si le
atacaba alguno de sus muchos enemigos, pillándole por sorpresa. No os quiero
cerca de ese hombre, niñas. No importa lo guapo que esté ahora, no es de fiar.”
“¡Ya lo creo!” dijo Cardo. “Quería encerrarnos en su cocina y hacernos cocinar para sus amigos caníbales.”
“¿En serio?” dijo Mamá. “Tal
vez vuestro padre debería hablar con él. Pero mejor no, porque es capaz de
quedarse a cenar con esa gentuza. Yquién sabe en lo que podría acabar eso. Papá cree que todo el mundo es bueno, niñas. Es tan inocente y crédulo. Y tonto del haba. Seguro que le acabarían estafando.”
“Barbamocos
no llegó a atacarnos porque Brezo le convenció de que se fuese, pero yo
escondía una rama enorme detrás de mí para darle un palo definitivo a la
primera señal de violencia por su parte.”
“¡Uy, que historia más horrible!” exclamó mi madre
tapándose los oídos. “¡No puedo escuchar esto!”
“Le
mandé a casa de la hermana de Alpin, porque todos piensan dos veces antes de meterse
con alguien de esa familia.”
“Sí,”
dijo Cardo. “No conviene meterse con los Dulajan. Siempre caen de pie, como los
gatos.”
“No es sólo lo brutos que
son,” asintió Mamá. “Es que si toda su fiereza les falla, siempre pueden contar
con Darcy para conseguirles la victoria.”
“¿Qué es eso que estáis
diciendo de mi familia?” preguntó Alpin.
“Hola,
Alpin,” dijo Brezo. “Tu hermana Fiona es muy valiente y hoy nos ha salvado de
convertirnos en cocineras esclavas.”
“Seriá cómo pinches pinches,”
dijo Mamá.
“¿Es eso peor que esclavas?”
preguntó Alpin.
“Supongo que depende,” dijo
Mamá. “Hay esclavas muy mimadas, pero la vida de un pinche de cocina siempre es
dura.”
Cardo
asintió. “Siempre están fregando y limpiando. Y doy fe que eso es un rollo.”
Yo interrumpí la
conversación para decirle a Mamá que yo había venido a decirle adiós.
“¿Qué?
¿Por qué? Si nunca estás en casa. ¿Dónde vas que requiera una despedida tan solemne?”
“Sólo
nos vamos a Londres, reinecita,” dijo Alpin antes de que yo pudiese decir
palabra, aquejado de un nudo en la garganta. “Quiero participar en las hadaolimpiadas y Arley tiene que visitar no sé qué museo. Queda tranquila,
majestadilla. Nuestro estandarte destacará y ondeará por lo alto. Pienso ganar cada competición a la que me
presente. Tampoco te preocupes por nuestra seguridad, porque viene con nosotros
una guardaespaldesa. Y es una bestia redomada. Hoy es su día libre, pero volverá cuando despunte el
alba o se lo descontaré de su salario.Excepto que no creo que tenga un salario.
¿Eso quiere decir que tengo una esclava?”






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