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domingo, 19 de abril de 2020

90. El horno con una actitud rara

Saladito pudo convencer a la buenorra de Fiona para que le ayudase con la inauguración de su casino en Isla Chichones. Él la prometió un montón de dinero y libertad total para organizarse como quisiera dentro de la cocina y su comida fue un éxito tal con los invitados a la inauguración que Barbamocos la prometió aún más si se quedaba con él y se hacía cargo permanente de la cocina.

A Fiona nunca la habían hecho una buena oferta, porque todo el mundo la tenía miedo y eso fue lo que la hizo aceptar. Por primera vez en la vida se sintió querida y apreciada y se preguntó si no conseguiría sentirse realizada en Isla Chichones.

Saladito sí que necesitaba a Fiona, y su experiencia con su antiguo cocinero le había hecho ver que a los chefs había que mimarles. Peloteaba mucho a Fiona y se abstenía todo lo que podía de ofender a su cocinera. Pero poco a poco ella se iba dando cuenta de que las dudas que había sentido antes de aceptar el trabajo podrían estar justificadas. Y aunque casi nunca salía de la cocina, no podía evitar fijarse en lo poco recomendables que eran las amistades del pirata.

Una tarde, Fiona le dijo a Saladito que un horno que él acababa de comprar estaba dando problemas.

                        
                
“Te dije que no comprases este horno,” le recordó Fiona. “Sé está comportando como yo me temía.”

                                     
“¿Qué? Si lo elegiste tú misma,” dijo Saladito.

“Me obligaste a elegir uno de entre los que Urraca tenía en su tienda. Te dije que nadie puede fiarse de los electrodomésticos que vende Urraca. Pero tú dijiste que te debía un favor y te había hecho un buen descuento.”
                        
“Esa pájara nunca se atrevería a timarme a mí. Todavía hay clases. Es un horno mágico de primera. De tamaño industrial. Más grande que una gran nevera y plagado de bandejas. Es un horno que ha demostrado ser estupendo. Los hornos mágicos nuevos tienen que demostrar su valía. Pero este tiene un expediente magnífico, que es lo que uno busca cuando compra un horno mágico.”


“Sé que es mejor comprarlos cuando han sido usados y probados. Pero este horno...yo creo que es demasiado temperamental. Devuélvelo, Saladito. No creo que sea lo que necesitamos.”
  
Saladito no quería devolver el horno. En vez, empezó a sacar sus bandejas y a mirar dentro.


“No parece que haya nada estropeado aquí. Probablemente se trate de unas migas que se han atascado en algún conducto, si es que esta clase de hornos tiene conductos. Estoy seguro que podré arreglarlo soplando.”

“No, no hagas eso,” le advirtió Fiona. “Llama a un técnico. No tienes ni idea de cómo funcionan los hornos mágicos.”

“Sé que la única persona que realmente sabe como funciona un aparato mágico es la que lo ha creado. ¿Y quién sabe quién ha creado esté horno?”

“Por eso te digo que lo devuelvas. Le pediré a mi primo Finbar que nos fabrique un horno seguro. Él creó la nevera de mi hermano Alpin. Es familia mía, no saldrá tan caro. Nos hará un buen precio.”

"Ni un céntimo para el friki valgopatodo ese," murmuró Saladito. 

Pero antes de que Fiona hubiese acabo de hablar, Saladito había saltado dentro del horno. Y la puerta del horno se cerró de golpe tras él. Y entonces, para el horror de Fiona, el horno empezó a funcionar.

Durante un segundo Fiona se quedó helada, sin poder moverse ni gritar. Entonces levantó una mano tiesa, pero antes de que pudiese tocar el horno, este se abrió sólo, igual que se había cerrado.

Temblando, y desde una distancia prudente, Fiona miró dentro.

                              
“¡Es una galleta!” hipó Fiona. “¡Oh, Saladito! ¡Te has convertido en pan de jengibre!”

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