A Fiona
nunca la habían hecho una buena oferta, porque todo el mundo la tenía miedo y
eso fue lo que la hizo aceptar. Por primera vez en la vida se sintió querida y
apreciada y se preguntó si no conseguiría sentirse realizada en Isla Chichones.
Saladito sí que necesitaba a
Fiona, y su experiencia con su antiguo cocinero le había hecho ver que a los
chefs había que mimarles. Peloteaba mucho a Fiona y se abstenía todo lo que
podía de ofender a su cocinera. Pero poco a poco ella se iba dando cuenta de que las dudas
que había sentido antes de aceptar el trabajo podrían estar justificadas. Y
aunque casi nunca salía de la cocina, no podía evitar fijarse en lo poco
recomendables que eran las amistades del pirata.
Una tarde, Fiona le dijo a
Saladito que un horno que él acababa de comprar estaba dando problemas.
“Te dije que no comprases
este horno,” le recordó Fiona. “Sé está comportando como yo me temía.”
“¿Qué? Si lo elegiste
tú misma,” dijo Saladito.
“Me obligaste a elegir uno
de entre los que Urraca tenía en su tienda. Te dije que nadie puede fiarse de
los electrodomésticos que vende Urraca. Pero tú dijiste que te debía un favor y
te había hecho un buen descuento.”
“Esa pájara nunca se atrevería a
timarme a mí. Todavía hay clases. Es un horno mágico de primera. De tamaño
industrial. Más grande que una gran nevera y plagado de bandejas. Es un horno
que ha demostrado ser estupendo. Los hornos mágicos nuevos
tienen que demostrar su valía. Pero este tiene un expediente magnífico, que es
lo que uno busca cuando compra un horno mágico.”
“Sé que es mejor comprarlos
cuando han sido usados y probados. Pero este horno...yo creo que es demasiado
temperamental. Devuélvelo, Saladito. No creo que sea lo que necesitamos.”
Saladito no quería devolver
el horno. En vez, empezó a sacar sus bandejas y a mirar
dentro.
“No parece que haya nada
estropeado aquí. Probablemente se trate de unas migas que se han atascado en
algún conducto, si es que esta clase de hornos tiene conductos. Estoy seguro que podré arreglarlo soplando.”
“No, no hagas eso,” le
advirtió Fiona. “Llama a un técnico. No tienes ni idea de cómo funcionan los
hornos mágicos.”
“Sé que la única persona que
realmente sabe como funciona un aparato mágico es la que lo ha creado. ¿Y quién sabe quién ha creado esté horno?”
“Por
eso te digo que lo devuelvas. Le pediré a mi primo Finbar que nos fabrique un
horno seguro. Él creó la nevera de mi hermano Alpin. Es familia mía, no saldrá tan caro. Nos hará un buen precio.”
"Ni un céntimo para el friki valgopatodo ese," murmuró Saladito.
Pero antes de que Fiona
hubiese acabo de hablar, Saladito había saltado dentro del horno. Y la puerta
del horno se cerró de golpe tras él. Y entonces, para el
horror de Fiona, el horno empezó a funcionar.
Durante un segundo Fiona se
quedó helada, sin poder moverse ni gritar. Entonces levantó una mano tiesa,
pero antes de que pudiese tocar el horno, este se abrió sólo, igual que se
había cerrado.
Temblando, y desde una
distancia prudente, Fiona miró dentro.
“¡Es una galleta!” hipó Fiona. “¡Oh, Saladito! ¡Te
has convertido en pan de jengibre!”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario