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sábado, 25 de abril de 2020

9. El asunto de la barrita de chocolate frita

Unos días después de su desafortunado encuentro con los duendes malotes,  Alpin protagonizó otro incidente en el Bosque Triturado.

  
Encontró una barrita de chocolate Mars en estado perfecto que algún humano había abandonado allí junto a restos be basura bajo un árbol de cigarros. Decidió comérsela rebozada y frita, que es como mejor saben, según dicen los muy golosos. Para poder freírla ahí mismo, se fue a casa y volvió con todo lo necesario, sartén, masa para rebozar, aceite y, por supuesto, cerillas.   

Entonces encendió una hoguerita bajo el árbol y no redujo el bosque a cenizas porque Glorvina, la mujer hada que se había visto obligada a convertir a Michael en profe de inglés, saltó gritando de detrás de unos setos al oler el primer humo. Justo a tiempo. 

Glorvina, cuyo nombre significa voz bella, pertenecía a la hermandad de las banshís, hadas lloronas. No es que las banshís estén llorando siempre. Pero predicen y anuncian tragedias, y por eso muchos recelan de ellas, sobre todos los humanos, pues sólo se manifiestan ante ellos para cumplir con su lúgubre cometido. Tradicionalmente las banshís lloran y se lamentan de forma espeluznante y con picudas voces de prima donnas momentos antes de que se produzca la muerte de personas que pertenecen a ciertas familias irlandesas y escocesas. Pero últimamente, quizás porque la gente ahora es más longeva, o tal vez porque ellas desean hacer más, se están interesando por la ecología. Dicen que temen que los humanos acaben con el planeta tierra y no quieren tener que lamentar su muerte.   


Glorvina llevaba un tiempo queriendo hacer algo para proteger al Bosque Triturado. Por eso se había citado con el Sr. Binky, primer y único ministro del pueblo de las hadas, ahí mismo. Estoy seguro de que el Sr. Binky querría que yo dijese ahora y aquí que había concedido audiencia a Glorvina y estaba en el bosque con ella porque es muy cercano y accesible y siempre está dispuesta a escuchar a la plebe. La plebe, por supuesto, es cualquiera menos él. Aunque él nunca llamaría plebeyo a nadie a la cara, sospecho que eso es lo que los demás somos todos para él.

El Sr. Binky es el único funcionario que existe en el mundo de las hadas. Otras hadas trabajan para el rey y la reina y forman parte de su corte, pero sólo lo hacen porque les resulta divertido. Las damas que atienden a mi madre, Titania, se parecen más a los fans de una estrella que a funcionarias o sirvientas. Mi padre tiene a Puck, que siempre está dispuesto a hacer todo lo que Papá le pide, pero sólo porque Puck es leal e hiperactivo y muy sencillo, mientras que mi padre tiene la mente muy fértil y nunca le faltan ideas. En resumen, nada de contratos, sólo se trata de relaciones informales, basadas en la buena voluntad de las partes y en una admiración mutua.
     
En cambio el Sr. Binky jamás haría nada sin haber firmado un documento escrito antes. Cuando sugirió que las hadas deberían tener un primer ministro y se ofreció para ocupar el puesto, le llevó seis meses redactar el documento en que se nombraba a sí mismo primer ministro, y eso a pesar de que llevaba seis años meditando sobre lo que debía decir. 

Fue mi padre quien lo firmó. Mi madre nunca firma nada que no lee antes y se niega a leer letra menuda. Por eso el Sr. Binky ha dejado por imposible conseguir que Mamá le firme nada.

Lo que el Sr. Binky estaba haciendo detrás de los setos de los que salió gritando Glorvina era intentar hacerla entender que antes de que él pudiese ayudarla a proteger el bosque tendría que especificar muy claramente exactamente qué era lo que se iba a proteger. Quería que ella hiciese un inventario de cada árbol, arbusto e incluso bledo de hierba, etc. que había en el Bosque Triturado. Pero antes de mandarle a él esa lista, ella tenía que contactar con un doctor vegetal que tendría que hacer un certificado del estado de salud de cada árbol, arbusto, bledo de hierba, etc., que había en el bosque. Todos esos certificados tendrían que llegarle al Sr. Binky como anexos a la lista.

El Sr. Binky concebía a los doctores vegetales como licenciados en medicina y en botánica. Jamás había sabido de la existencia de uno, pero esperaba saber de ellos en cuanto publicase anuncios en los periódicos feéricos solicitando se presentase alguno. De no aparecer ninguno, sería mentira eso de que había mucho desempleo.

Mientras el Sr. Binky se lamentaba de que no había ocupado el cargo suficiente tiempo como para haber creado un cuerpo de bomberos, Glorvina se puso a echar cubo tras cubo de agua sobre la hoguera de Alpin, y a pisar ferozmente sobre la misma hasta que quedó apagada del todo.

Debo decir que muchos de los hojitas, hadas diminutas que toman la forma de flores, frutas y hojas, hicieron lo que pudieron para ayudar, cargando con cáscaras de nueces llenas de agua y de rocío, formando filas para pasarlas de unos a otros hasta llegar a verter su contenido en el fuego.


Mientras Glorvina apagaba el fuego, renegaba y gritaba como una loca, con su aterradora voz aguda que hiela la sangre. Alpin también gritaba como un loco, pero protestando porque estaban fastidiando su merienda.

Dicen que en noches sin luna todavía se pueden escuchar horribles ecos de los gritos de la banshi y el No Cambiadito, para terror de los que pasan por el bosque a horas intempestivas y molestia de los vecinos que intentan dormir ahí en sus casas.


En cuanto a Alpin, lo menos que le puede pasar a alguien que provoca un incendio es que si no se quema, se moja.       

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