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domingo, 19 de abril de 2020

93. El léprecan de la tarta de cumpleaños

Como sabe todo el mundo, Michael celebra su cumpleaños muchas veces a lo largo del verano. Este año decidió empezar por celebrarlo en el Patay-Gutom Burger de la Enana Elmira e invitó a Don Alonso y al Sr. Panza, diciéndoles que pidiesen todo lo que les apetecía. Y cuando se dio cuenta de que se abstenían de pedir cosas que él pensaba que querrían probar sólo para que su profe no se arruinase, las pidió él mismo también. Y también pidió una tarta de cumpleaños con una vela. Era de mousse de chocolate y helado de vainilla con crema de cacahuete y estaba decorada con trocitos de almendras y avellanas. Les gusto mucho a sus invitados. De hecho, todo lo que había en la hamburguesería les parecía muy exótico, y como eran gente dispuesta a la aventura no les asustaba nada comer cosas extranjerizantes. Pero a pesar de lo contentos que estaban con esta excursión, se pusieron un poco tristes al escuchar algunas de las conversaciones que grababan.
     
Había niños que asistían a la fiesta de cumpleaños de un compañero de escuela que coincidieron con otros compañeros que no habían sido invitados y eso era un poco patético.

Había una mamá que se pidió una Fiambrera Apañada, que era el menú más barato que venía con un juguete porque sus abuelos, que la habían criado, nunca pudieron comprarla ni eso cuando era pequeña y ahora, de mayor, coleccionaba esos juguetes.

Había niños que bebían todos del mismo vaso de papel y que sin duda iban a propagar el horrible catarro que dos de ellos ya tenían. Y cómo si eso no fuese suficiente, uno de estos críos tuvo la genial idea de rellenar el vaso con agua del inodoro y retar a los demás a beberla.

Pero de todas las conversaciones, la que más les conmovió fue la de tres adolescentes humanos que siempre estaban hambrientos pero no tenían suficiente dinero en ese momento para comprar un buen menú cada uno.

Los adolescentes – dos chicos y una chica – se pasaron un buen rato discutiendo que podían comprar con el poco dinero que tenían y finalmente decidieron compartir un menú de este modo: la chica se comería la ensalada para no engordar, aunque no la vendría mal hacerlo un poco. Uno de los chicos se tomaría la hamburguesa sin el pan, y el pan lo tomaría el otro chico junto con el helado del postre porque este último chico no era intolerante a la lactosa. Las patatas y la bebida las compartirían los tres.

“Tenemos un montón de sobras,” dijo Michael. “¿Se las regalamos a estos chicos? Está todo limpio. Y queda también más de la mitad de la tarta.”

Sancho y Don Alonso se alegraron de poder decir que sí a esta propuesta. Lo hubiesen sugerido ellos mismos pero no se atrevieron porque pensaron que Michael podría querer llevarse las sobras a casa. En cuanto a los adolescentes, ¡que contentos se pusieron!

Cuando Michael llegó a casa esa tarde, había en la cocina una caja y una nota de parte de Fiona. La nota decía que ella había hecho una gran tarta para la cena de cumpleaños de Michael. Michael alzó la tapa de la caja un pelín y vio que la tarta estaba cubierta de merengue verde claro y de trebolitos de azúcar de un verde más oscuro. En el centro de la tarta había una figurita no comestible de un léprecan con su marmita de oro.

Michael volvió a cerrar la caja con cuidado y la dejó donde la había encontrado. Esa noche, después de apagar las velas, quitó al léprecan de juguete antes de cortar y servir las porciones. Puso al léprecan en una tacita de té limpia pensando que estaría a salvo ahí hasta que la fiesta se acabase y pudiese recogerlo todo y encontrar un lugar mejor para guardar la figura.


Pero cuando Michael recogió después de la fiesta, el léprecan ya no estaba en la taza. Y no aparecía por ninguna parte. A Michael le extraño esto. Ninguno de sus invitados se lo hubiese llevado. De eso estaba seguro. 

“Alpin no está aquí,” pensó.  “Y no se hubiese llevado solamente al léprecan. No creo que esa figurita haya cobrado vida y se haya ido por su cuenta. ¿Qué habrá sido de ella?”

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