Había niños que asistían a
la fiesta de cumpleaños de un compañero de escuela que coincidieron con otros
compañeros que no habían sido invitados y eso era un poco patético.
Había una mamá que se pidió
una Fiambrera Apañada, que era el menú más barato que venía con un juguete
porque sus abuelos, que la habían criado, nunca pudieron comprarla ni eso
cuando era pequeña y ahora, de mayor, coleccionaba esos juguetes.
Había niños que bebían todos
del mismo vaso de papel y que sin duda iban a propagar el horrible catarro que
dos de ellos ya tenían. Y cómo si eso no fuese suficiente, uno de estos críos
tuvo la genial idea de rellenar el vaso con agua del inodoro y retar a los
demás a beberla.
Pero de todas las
conversaciones, la que más les conmovió fue la de tres adolescentes humanos que
siempre estaban hambrientos pero no tenían suficiente dinero en ese momento
para comprar un buen menú cada uno.
Los adolescentes – dos
chicos y una chica – se pasaron un buen rato discutiendo que podían comprar con
el poco dinero que tenían y finalmente decidieron compartir un menú de este
modo: la chica se comería la ensalada para no engordar, aunque no la vendría
mal hacerlo un poco. Uno de los chicos se tomaría la hamburguesa sin el pan, y
el pan lo tomaría el otro chico junto con el helado del postre porque este
último chico no era intolerante a la lactosa. Las
patatas y la bebida las compartirían los tres.
“Tenemos un montón de
sobras,” dijo Michael. “¿Se las regalamos a estos chicos? Está todo limpio. Y
queda también más de la mitad de la tarta.”
Sancho y Don Alonso se
alegraron de poder decir que sí a esta propuesta. Lo hubiesen sugerido ellos
mismos pero no se atrevieron porque pensaron que Michael podría querer llevarse
las sobras a casa. En cuanto a los adolescentes, ¡que contentos se
pusieron!
Cuando Michael llegó a casa
esa tarde, había en la cocina una caja y una nota de parte de Fiona. La nota
decía que ella había hecho una gran tarta para la cena de cumpleaños de
Michael. Michael alzó la tapa de la caja un pelín y vio que la tarta estaba
cubierta de merengue verde claro y de trebolitos de azúcar de un verde más
oscuro. En el centro de la tarta había una figurita no comestible de un
léprecan con su marmita de oro.
Michael
volvió a cerrar la caja con cuidado y la dejó donde la había encontrado. Esa noche,
después de apagar las velas, quitó al léprecan de juguete antes de cortar y
servir las porciones. Puso al léprecan en una tacita de té limpia pensando que
estaría a salvo ahí hasta que la fiesta se acabase y pudiese recogerlo todo y
encontrar un lugar mejor para guardar la figura.
Pero cuando Michael recogió
después de la fiesta, el léprecan ya no estaba en la taza. Y no aparecía por ninguna parte. A Michael le extraño esto. Ninguno de sus
invitados se lo hubiese llevado. De eso estaba seguro.
“Alpin no está aquí,” pensó.
“Y no se hubiese llevado solamente al
léprecan. No creo que esa figurita haya cobrado vida y se haya ido por su
cuenta. ¿Qué habrá sido de ella?”
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