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domingo, 19 de abril de 2020

95. La fiesta de Halloween freudiana

La fiesta de Halloween que Michael dió este año es recordada por los que quieren recordarla como la fiesta freudiana de Halloween. Antes de que os explique por qué, comenzaré por contaros cómo empezó dicha fiesta.


Los primeros en llegar fueron los gatos negros. Algunos eran auténticos gatos negros. Otros eran gatos que se habían disfrazado de gatos negros para la fiesta. Vinieron de todas partes y había unos quinientos de ellos. Un bol de helado de nata esperaba a cada uno. 


Cómo invitados, resultaban muy decorativos.

                         

Luego llegaron Brezo y Cardo.Venían disfrazadas de pequeños fantasmas, tirando de una carretilla cargada de deliciosas galletas que ellas habían preparado para este evento. Las sabanas blancas que las cubrían a veces quedaban atrapadas bajo las ruedas de la carretilla, pero llegaron a su destino sin accidente.


Fiona había llegado antes que nadie porque era la encargada del catering oficial. Como ella y su hermana ya no ejercían de vampiresas, pensaron que podría resultar divertido disfrazarse de famosos miembros de su especie. Fiona era la sobrina de Drácula,  la condesa Dolingen de Gratz. Se había rizado el pelo y lo llevaba recogido en alto. Vestía con miriñaque y lucía una gargantilla y pendientes de perlas. 


Brana estaba muy guapa también. Iba de la vampiresa posisabelina Sarah Kenyon, con un vestido rojo y dorado y encaje alrededor del cuello. La palidez de su piel y la hermosura de su cabellera negra hacían resaltar sus enormes ojos de jade verde y su delicada boca. Su perrito Arcano iba disfrazado del lobo de Sarah.

Los padres de las gemelas también se disfrazaron como vampiros. Aislene iba de la dama francesa Adelina Ducayne y Ernesto del doctor que la mantenía viva con transfusiones de sangre.


El maquillaje de Aislene la hacía parecer como si hubiese envejecido con mucho estilo. Pero por alguna razón sus orejas de duende no hacían mas que deslizarse y asomar de debajo de su capa de terciopelo azul. Tal vez esto ocurría porque los chismosos locales habían venido disfrazados de ristra de ajos.


Los chismosos esa noche estaban enfrascados en poner verde a Fiona. Su repentino ascenso a dueña de un balneario de lujo asiático había provocado envidia y la envidia había provocado animosidad. La desaparición de Saladito bajo extrañas circunstancias daba a las malas lenguas una excusa para murmurar que Fiona era una mataiguales. Un mataiguales es un ser mágico que desafía y neutraliza a otro. No siempre se les ve con buenos ojos.


La Señora Parry había venido como el fantasma de una mujer emparedada. Sólo sus manos y su cabeza eran visibles. El resto se escondía tras una pared de ladrillos que debía ser de cartón piedra pero parecía muy real. Quizás por qué las paredes oyen, se enteró enseguida de lo que los cotillas iban diciendo de Fiona. Ah, pero la decana de la sociedad feérica estaba más que dispuesta a defender a la joven victima de estos infundios. Aureabel Parry era la más asidua de los clientes del spa de Fiona. Allí había encontrado alivio para sus huesos y sus nervios. Y la nueva dueña de aquel lugar le caía mucho mejor que el antiguo dueño de lo que otrora fue un casino. El pirata le había regalado un lamborghini a Henny Parry sólo para fastidiar a su madre por no promover el casino. Por lo tanto, la Señora Parry estaba más que contenta con lo que le había sucedido al maleante.

“Tú no te preocupes, nena. Yo soy quien manda aquí. Y te diré lo que tienes que hacer para que todos te acepten.”

“Pero hay más...” susrró Fiona,  que se sentía obligada a confesarle a la Señora Parry que había encontrado un bebé en el horno mágico y que lo tenía bien escondido en casa de sus padres. Pero antes de que pudiese contar su secreto, el Sr. Binky la interrumpió, decidido él también a prestar a Fiona su apoyo, pues estaba igualmente aliviado por la desaparición del pirata.

                                     
“Perdone, Sra. Parry, he de preguntarle a Fiona algo importante. Fiona, si alguna vez fundo un cuerpo de policía, ¿querrías ser tú la comisaria?”

“¿Yo?” dijo Fiona. “Pero si me quedé paralizada cuando podría haber salvado a Saladito Barbamocos.”

“Precisamente,” respondió el  Sr. Binky.

El Sr. Binky no había venido de vampiro, sin duda para evitar ser el objeto de burdas bromas por su condición de político. Por lo tanto, optó por ir disfrazado de la criatura de Frankenstein.

Creo que fue en ese momento que mis padres hicieron su gran entrada.


Oberón vino disfrazado de una araña negra. Su tela era un enorme dulce parecido a una nube. Invitó a todos a arrancar trozos de la tela y comérselos. Estaban deliciosos y eran apropiadamente pegajosos.


Los espías de mi madre la habían dicho de lo que Papá vendría disfrazado, así que para fastidiarle, ella vino de viuda negra. Llevaba un magnifico rubí con forma de reloj de arena en el pecho. Las mariposas, abejas, hormigas, flores y hojas que estaban atrapadas en su telaraña de alambre azul eran de mazapán coloreado. Eran comestibles, y también eran comestibles las oscuras y patilargas arañitas de chocolate negro que acechaban en los límites de la red.

Mamá y Papá tropezaron el uno con la otra y sus telas se engancharon. Antes de que pudiesen soltarse yo surgí del agujero de un árbol en el que les había estado esperando en silencio.

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