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domingo, 19 de abril de 2020

96. Ventrílocuo y muñeco


“¡Arley! ¡Prueba mi telaraña! Esta hecha con algodón de azucar y malvaviscos,” me saludó Papá. “¿Por qué no vas disfrazado?”

                                       
“He venido de ventrílocuo,”dije, intentando no tartamudear. “Este es mi muñeco.”

De mi bolsillo derecho saqué la mano y una marioneta de dedo. La marioneta iba vestida con un traje de chaqueta gris, llevaba gafas negras pintadas y tenía una barba blanca.

“¡Pero si la marioneta es el Dr. Freud!” dijo Titania, acercándose para ver el muñeco que llevaba en el dedo indice. “¿Nos vas a entretener?”

“Sí. Sobre todo a ti y a Papá. No sé si sabéis que este verano, cuando estuve en Londres durante las hadaolimpíadas visité al Dr. Freud en su casa de allí, que ahora es un museo.”

Papá y Mamá sacudieron la cabeza en negación. No tenían ni idea de lo que les esperaba.

“Como todo el mundo sabe, tengo persistentes pesadillas que no me permiten disfrutar de la vida como cualquier otra hada y pensé que era hora de que me enterase que significaban. Así que las navidades pasadas pedí a los reyes magos que me regalasen una consulta con el Dr. Freud y el regalo que me dieron fue un cheque para pagar al doctor. Pero yo también quería ayudar al Sr. Binky dándole dinero para financiar su escuela, ya que tanto le importa, tal y como me sugirieron que hiciese los futurólogos Jemanías Ansioso y Mínafer Ominoso. No podía hacer las dos cosas honradamente. Así que decidí que si los honorarios del Dr. Freud eran altos, daría ese dinero al Sr. Binky, pero si eran bajos, y por lo tanto insuficientes para financiar la escuela, consultaría al doctor y le pagaría con el cheque.”

“Muy razonable,” asintió Papá.

“El Dr. Freud estaba en su casa de Londres cuando le fui a visitar porque nunca baja al infierno los fines de semana. Es allí donde la mayoría de sus pacientes se empeñan en habitar hasta que el los cura y se van para otra parte más agradable. Pregunté al doctor cuanto me cobraría por analizar un sueño. Pensé que me cobraría mucho, porque los psiquiatras tienen fama de caros, pero no había subido el precio de una consulta desde el año en que murió.”

“Muy amable por su parte,” dijo mi padre.

“Era absurdo pensar que iba a poder financiar una escuela con esa suma, así que le pedí una cita al doctor. Él dijo que podía recibirme en ese mismo momento, porque era domingo. Dijo que él podía trabajar en domingo porque había sido judío en vida y descansaba los sábados. Nunca bajaba al infierno durante el fin de semana, 
            


Me tumbé en su diván y le conté mis pesadillas y él enseguida dijo que estaba todo clarísimo. Dijo que no había visto un caso tan claro como el mío desde que analizó el de Hamlet. No quiso aceptar dinero alguno por analizar mi sueño. Dijo que era un caso elegante y me preguntó si yo le permitiría utilizarlo como ejemplo. Respetaría mi anonimato.”

“¿Un caso de qué ?” dijo mi madre. Sería sugestión, pero me pareció que desconfiaba.

“Con su permiso, dejaré que hable el Dr. Freud y os explique sus conclusiones sobre mis pesadillas.”

Y la marionetita comenzó a hablar.
                 

“El paciente se queja de que no puede dormir cuando está en su casa de Isla Manzana sin tener una pesadilla recurrente. Sólo puede evitar tener esta pesadilla cuando duerme en un coche aparcado en el garaje de una señora humana. Ahora, que yo sepa, Isla Manzana es un proyecto de viviendas. Una vivienda ideal para cada miembro de la gran familia de las hadas. Esa es la idea básica de este proyecto de la reina Titania. La reina tiene la intención de proteger a todos sus súbditos como una madre protege a sus hijos cuando están en su vientre. Y puesto que el paciente no puede dormir tranquilamente en Isla Manzana, está claro que cree que no debería estar en ese vientre. Cree que debería estar en el de una mujer humana. De ahí el coche y el garaje de la señora que le da cobijo. Para acabar con su pesadilla, debe averiguar cual es su verdadero lugar.”

El Dr. Freud había hablado. Miré a mi madre. No se había desmayado ni nada. Me miraba como si no estuviese segura de cómo iba a acabar aquello.


“Cuando mi pesadilla comienza, “ dije yo, “estoy dentro de una caja con la tapa medio alzada, La caja se mueve muy rápido hacía delante en el espacio. Yo me siento un poco raro porque está oscuro y no sé donde voy, Miro hacia arriba y veo algo redondo y blanco que deja caer su luz sobre mí.
                       
                  
Y ahora sé que es la luna, pero en la pesadilla no lo sé porque nunca la he visto antes. Como si nunca hubiese salido de noche antes y estuviese preguntándome que era aquello. Siento...sé, que hay gente a mi alrededor, pero todos están muy callados. Nos movemos silenciosamente, avanzando, en un silencio terrible, pesado como el plomo. Y de pronto la luna y el silencio estallan en pedazos como un cristal.
                       

Lo que oigo es llorar. Es un llanto furioso, enrabietado. Un llanto exigente que se vuelve más y más fuerte hasta que llega a ser insoportable. Alguien está furibundo, pero no dice, o no puede decir por qué. Mis oidos me duelen.Y cuando creo que no voy a poder soportarlo más, la caja en la que viajo frena en seco con un bote y un chirrido.Y la voz de una mujer se alza sobre todo y aúlla, `¡Sobre mi cadaver os vais a llevar a mi hijo!’

Un ejercito de mortales aparece de la nada y nos ataca como si fuesen zombis. Los nuestros se defienden, y encadenan en una larga cola a los mortales, por la cintura, porque les han cortado los brazos. Y todo es horrible de ver. Y yo me despierto bañado en sudor frío.”

¡Esa era yo!” anunció Aislene, empujando a todos los que me rodeaban para llegar hasta mí. “Aullé que jamás cedería a mi bebé cuando íbamos a cambiar a Alpin por un niño humano.”
                        

¿Eras tú? ¡Yo creí que era mi madre humana!” exclamé.



“¡Ay, mi pobre Arley! Todo este tiempo has pensado que eras el bebé que nos íbamos a llevar a cambio de Alpin,” sollozó Aislene.

“Titania,” dijo mi padre, “ya te dije que no deberíamos haber llevado a Arley con nosotros esa noche. La primera vez que ves la luna debe ser una experiencia hermosa. Deberías verla llena ahí arriba en el cielo pero también reflejada en un cubo de agua para que pienses que la puedes coger. Es una buena idea probar tu primer helado cuando te presentan a la luna. De vainilla ha de ser, claro, es más ligero para los niños.”

“Tú sólo piensas en comer. Y no te acerques a mí con esa telaraña pegajosa,” respondió mi madre. “Me llevé a Arley conmigo porque no podía soportar la idea de que alguien me lo robase mientras estábamos fuera de casa cambiando a Alpin. ¿Por qué crees que cedí cuando Aislene se negó a entregarnos a su hijo? Sí, sí, cedí. Saltándome siglos de tradición.”

“¿Entonces soy realmente tuyo, Mamá?” la pregunté. “¿No tengo que irme a buscar a mi familia humana y volver con ella para hacer feliz a esa gente?”


¡Ja, ja, ja!” rió mi padre. “¡Pero que imaginación tiene esta criatura!”


“¡No tiene gracia, memo!” regañó Mamá. “¡Deja de reír ahora mismo! Y tú, Arley, tanto tú como Alpin estáis con nosotros. ¿Cómo has podido pensar que nos íbamos a llevar un niño sin dejar otro en su lugar? Ningún hada decente haría eso. Los ogros y sus semejantes, bueno, ya sabemos cómo son. Pero las hadas decentes nunca harían eso. ¿Por qué íbamos a raptar a un niño si no íbamos a deshacernos de Alpin?”
                    

“Pensé que tal vez ya habíais elegido un niño que sustituiría a Alpin y le tuvisteis lastima porque no iba a tener la oportunidad de convertirse en mejor que humano, así que os lo llevasteis de todos modos. ¿Pero acaso es decente cambiar a un niño horrible por uno bueno? ¿Sin dejar que los padres del bueno tengan nada que decir? No estoy seguro de que eso esté bien…”

“Siempre hemos tenido nuestras dudas,” dijo Papá. “Pero hay razones históricas que explican esta costumbre. Siempre mandamos al exilio a las hadas que no saben convivir con las demás. Y parece ser que al principio nos deshicimos de gente que degeneró hasta convertirse en la raza humana. Creemos que los egoístas que nacen entre nosotros se encontrarán más a gusto entre los humanos, que se parecen más a ellos que a nosotros.”

Se aclaró la garganta un poco y siguió explicando las tradiciones sobre los cambiaditos.

“Cuando damos a unos padres humanos un niño malo y nos llevamos uno bueno, al principio parece que han salido perdiendo porque el niño malo les complica la vida. Pero eso no dura mucho tiempo. Cuando el niño malo se da cuenta de que sus padres humanos no tienen nada más que darle, se escapa y continúa siendo malo en otra parte. Pero piensa en todo lo que hacemos para el niño bueno que su familia humana no podría hacer.  Y nos encargamos de que siga siendo bueno. Hasta los mejores niños humanos pueden convertirse en seres odiosos si les influyen ciertos mortales. Pero el niño que nosotros cuidamos se vuelve más considerado y con frecuencia ayuda a su familia humana muchísimo cuando se entera de que existe, cosa que suele ocurrir cuando cumple los siete años. No pasa tanto tiempo. Eso debería compensar. Bien está lo que bien acaba, ¿eh, Arley?” terminó Papá.

“Supongo que sí, pero...”

“¡Ya basta!” interrumpió Mamá. “No es tu caso, Arley. Pon fin a tus absurdas dudas. Estamos en una fiesta y la gente quiere divertirse, no escuchar tus ideas delirantes.”
                          

“¿Se le ha ocurrido a alguien preguntarme a mí lo que pienso de todo esto?” gritó de pronto Alpin.

Se acercó a donde estaban mis padres y sacudió un dedo acusador amenazándoles.

“Pues yo no tengo dudas, por si a alguien le interesa. Estoy segurísimo de que me siento muy ofendido. No soy un ser tan despreciable. Ni es Arley un niño tan majo. ¡Mirad el follón que ha montado este psicópata! Soy yo el que debería estar traumatizado con todos estos insultos. ¿Qué me vais a dar para compensarme? Pienso demandar.”

“Eso es lo que saco por ser amable,” dijo Mamá a Papá. “No debí ceder. Me voy. Estaba radiante cuando llegué pero ahora necesito dormir. Estoy segura de que me he ajado. Me ocuparé de esto pasado mañana.”

Papá sacudió la cabeza pero antes de que pudiese hablar, No no Darcy se le adelantó.


“No se preocupe para nada, señora,” dijo Darcy, empujando a su hermano menor detrás de él. “Le pediré a Alpin que se olvide de demandarles. Todo esto es más nuestra culpa que vuestra.”

Y entonces mi hermana Cardo se arrancó la sabana que la convertía en un fantasma casi invisible y se dirigió a Darcy.


“No te comprendo, Darcy,” dijo Cardo. Si nadie te puede decir que no, ¿por qué no le pides a Alpin que deje de ser un incordio y no lo fastidie todo para todos? ¿O a Arley que no sea tan tiquismiquis?”

Darcy hincó la rodilla en el suelo para poder mirar a Cardo directamente a los ojos verdes al dar su respuesta.

“Porque no tengo ni idea de lo que podría ocurrir si lo hiciese,” dijo, muy serio. “Alpin podría necesitar comer tan vorazmente para sobrevivir. Y Arley puede que tenga derecho a  expresar sus dudas y ser escuchado. No puedo pedir lo primero que se me ocurra. Cardo, tengo que ser responsable, como cualquiera. Tal vez más.”

“Pero tú haces todo lo que Mamá te pide.”

“Tu madre y yo tenemos un trato. Yo la prometí mi apoyo a cambio de que dejase que Alpin viviese entre nosotros. Ella prometió hacer sólo buen uso de mi promesa. Si no hubiésemos hecho un pacto, mi madre se hubiese exilado con Alpin y hubiese abandonado a sus demás hijos. O nos hubiésemos tenido que ir todos a vivir entre malhechores, no siendo nosotros tan malos. Mi padre habría tenido que dejar su trabajo y todos podríamos haber ido a mucho peor. Cardito, mi don puede hacer que mi vida parezca un lecho de rosas. Pero las rosas tienen espinas.”

Darcy se encogió de hombros y Cardo lo hizo también.

“Yo podría decir que tú también eres un tiquismiquis, como mi hermano. Pero supongo que podrías pedirme que dejase de decirte cómo usar tu don,” dijo Cardo. “Así que lo haré. Pero...mi hermana y yo preparamos una carretilla llena de galletas para esta fiesta y tu hermano se ha comido todas. Brezo y yo queremos llenar un trineo de galletas para repartir en Navidad. ¿Podrías decirle a tu hermano que sólo se coma la mitad de eso?”

“Eso lo puedo y lo voy a hacer,” sonrió Darcy, poniéndose en pie. Y como sucede siempre que sonríe, todo a su alrededor brilló.

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