“Nadie va a pensar eso,” dije
yo. “Para empezar existe Alpin. Aunque tú y yo sabemos que
no lo tiene, habrá quien piense que sí. Y Fiona tuvo el léprecan en
sus manos y los que no la conocen tienden a pensar mal de ella. Y está la gente
que trabaja en el balneario. Y están los invitados a tu fiesta, aunque tú y yo sabemos que
ellos no harían eso. Y puede haber hecho esto un desconocido, que es lo más probable. Yo soy el responsable de este lío y
voy a ver a los magos y a contarles lo que está pasando.”
“Pero no hasta que hayamos
mirado debajo de hasta la última piedra,” dijo Darcy. “Empezaré a preguntar a
todos si saben algo de esto.”
Pero cuando habíamos mirado
hasta debajo de la última piedra, ahí estaba yo, teniendo algo horrible que
decir una vez más. Pero no fui yo quién fue a hablar con los reyes magos.
Mientras Darcy interrogaba a los sospechosos, el Sr. Dulajan, Cochero de la Muerte , fue a visitar a
esos tres caballeros.
Condujo la Carroza de La Muerte tan hacia el este
como es necesario para llegar al palacio-taller de los Magos y llamó a su
puerta.
“Que pase,” dijo Baltasar,
colocándose su enjoyado turbante para recibir bien al Sr. Dulajan. Los otros
dos reyes hicieron lo mismo con sus coronas y Adar-Malik trajo a Ernesto
Dulajan al salón del triple trono.
“No soy el cobrador del
frac,” dijo el Tío Ernesto. “Soy el Cochero de la Muerte. Hoy llevo frac porque
me he vestido para la fiesta de la oficina. Siempre damos una en Navidad, y
será esta noche, cuando termine con lo que tengo que hacer aquí. He venido a
por sus majestades. Se les ha acabado el tiempo. Esta noche
brindarán con mi jefa.”
“¡Ah!”
dijo el blanco Melchor, sacudiendo su nevada barba. “Esto tiene que ser una de
esas bromas de los Santos Inocentes.”
“¿No es un poco tarde para
eso?” preguntó el rojo Gaspar. “El día de las inocentadas fue ayer. Estamos a veintinueve.”
El Tío Ernesto aclaró que no
se trataba de una broma. Era un asunto muy serio. Había venido a acompañar a
sus majestades al otro mundo. Su estancia entre los vivos había acabado. Regalar
cosas ya no era lo que había sido, sobre todo dar cheques en blanco. La Muerte
había decidido que los magos ya no estaban seguros a este lado del charco. Debían
recoger e irse para el otro.
“No hagan de esto un
tragedia,” dijo Ernesto. “Sería peor que alguien viniese por aquí para cobrar
ese cheque. Quién sabe en que manos puede haber caído, y quién podría acabar
siendo el dueño de vuestro negocio. Si os vais, no podrán cobrar. Llevad todo
esto con vosotros ahora que podéis.”
Los
tres reyes se miraron los unos a los otros.
“Dice que nos lo podemos llevar
todo,” dijo Gaspar.
“Pero no podremos usarlo
desde el lugar al que vamos,” dijo Baltasar.
“¿De qué nos servirá entonces?” lamentó
Melchor.
Entonces Adar-Malik dejó
entrar a otra persona en el salón del triple trono. No no Darcy hizo una
reverencia a los reyes y se volvió hacia su padre.
“Papá, te voy a pedir que no
te los lleves,”
“Para y piensa,” dijo el Sr.
Dulajan a su hijo. “No es a mí a quien le estás pidiendo esto. Es a La Muerte.”
“Sólo pido un poco de tiempo,”
dijo Darcy. “Sólo eso. Estoy buscando ese cheque y lo voy a
encontrar. Nadie se va a dar cuenta de que estos caballeros están todavía a este
lado hasta la Noche
de Reyes. Dame hasta entonces. Es todo lo que pido.”
El Sr. Dulajan se encogió de
hombros.
“Bueno,” dijo, “como no puedo negarme...”
El Rey Melchor bajó con
alguna dificultad del triple trono y puso una mano sobre el hombro de Darcy.
“Muchacho,” le dijo, “si
encuentras ese cheque lo primero que te voy a regalar es un sombrero más
grande. El que llevas es demasiado pequeño para ti. Tiene
que ser incómodo balancear eso sobre la cabeza.”
Darcy
si que llevaba un sombrero de copa que le quedaba pequeño. Pero podía explicar
por qué.
“Este sombrero se hizo para
que lo llevase el mejor de los cocheros de las hadas,” dijo. “Si eres buen
conductor, no se te caerá de la cabeza vayas a la velocidad que vayas, y sea
tan cruenta como sea la carretera. Si alguna vez a mí se me cayese, tendría que
cedérselo a otro. Pero gracias de todos modos. Sí, es incómodo.”
“No, gracias a ti,” dijeron los magos, y le
hicieron una reverencia a Darcy. Él inmediatamente se la devolvió.
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