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domingo, 19 de abril de 2020

98. Crisis en el salón del triple trono

“No tengo ni idea que ha sido de ese léprecan,” dijo Michael. “Le vi en mi tarta. Lo puse en una tacita durante la fiesta. Cuando fui a recoger la mesa, ya no estaba. Ahora todo el mundo pensará que yo he robado el cheque.”

“Nadie va a pensar eso,” dije yo. “Para empezar existe Alpin. Aunque tú y yo sabemos que no lo tiene, habrá quien piense que sí. Y Fiona tuvo el léprecan en sus manos y los que no la conocen tienden a pensar mal de ella. Y está la gente que trabaja en el balneario. Y están los invitados a tu fiesta, aunque tú y yo sabemos que ellos no harían eso. Y puede haber hecho esto un desconocido, que es lo más  probable. Yo soy el responsable de este lío y voy a ver a los magos y a contarles lo que está pasando.”

“Pero no hasta que hayamos mirado debajo de hasta la última piedra,” dijo Darcy. “Empezaré a preguntar a todos si saben algo de esto.”

Pero cuando habíamos mirado hasta debajo de la última piedra, ahí estaba yo, teniendo algo horrible que decir una vez más. Pero no fui yo quién fue a hablar con los reyes magos. Mientras Darcy interrogaba a los sospechosos, el Sr. Dulajan, Cochero de la Muerte, fue a visitar a esos tres caballeros.

                       
Condujo la Carroza de La Muerte tan hacia el este como es necesario para llegar al palacio-taller de los Magos y llamó a su puerta.
                          

Fue el paje de Baltasar, el siempre joven  Adar-Malik, quien acudió a la puerta. Miró por una ventana y vio al Tío Ernesto y se fue a contarle a sus jefes que el cobrador del frac estaba golpeando la puerta.

“Que pase,” dijo Baltasar, colocándose su enjoyado turbante para recibir bien al Sr. Dulajan. Los otros dos reyes hicieron lo mismo con sus coronas y Adar-Malik trajo a Ernesto Dulajan al salón del triple trono.

“No soy el cobrador del frac,” dijo el Tío Ernesto. “Soy el Cochero de la Muerte. Hoy llevo frac porque me he vestido para la fiesta de la oficina. Siempre damos una en Navidad, y será esta noche, cuando termine con lo que tengo que hacer aquí. He venido a por sus majestades. Se les ha acabado el tiempo. Esta noche brindarán con mi jefa.”

“¡Ah!” dijo el blanco Melchor, sacudiendo su nevada barba. “Esto tiene que ser una de esas bromas de los Santos Inocentes.”

“¿No es un poco tarde para eso?” preguntó el rojo Gaspar. “El día de las inocentadas fue ayer. Estamos a veintinueve.”

El Tío Ernesto aclaró que no se trataba de una broma. Era un asunto muy serio. Había venido a acompañar a sus majestades al otro mundo. Su estancia entre los vivos había acabado. Regalar cosas ya no era lo que había sido, sobre todo dar cheques en blanco. La Muerte había decidido que los magos ya no estaban seguros a este lado del charco. Debían recoger e irse para el otro.

“No hagan de esto un tragedia,” dijo Ernesto. “Sería peor que alguien viniese por aquí para cobrar ese cheque. Quién sabe en que manos puede haber caído, y quién podría acabar siendo el dueño de vuestro negocio. Si os vais, no podrán cobrar. Llevad todo esto con vosotros ahora que podéis.”

Los tres reyes se miraron los unos a los otros.
                                

“Dice que nos lo podemos llevar todo,” dijo Gaspar.
                                  

“Pero no podremos usarlo desde el lugar al que vamos,” dijo Baltasar.


“¿De qué nos servirá entonces?” lamentó Melchor.

Entonces Adar-Malik dejó entrar a otra persona en el salón del triple trono. No no Darcy hizo una reverencia a los reyes y se volvió hacia su padre.

“Papá, te voy a pedir que no te los lleves,”

“Para y piensa,” dijo el Sr. Dulajan a su hijo. “No es a mí a quien le estás pidiendo esto. Es a La Muerte.”

“Sólo pido un poco de tiempo,” dijo Darcy. “Sólo eso. Estoy buscando ese cheque y lo voy a encontrar. Nadie se va a dar cuenta de que estos caballeros están todavía a este lado hasta la Noche de Reyes. Dame hasta entonces. Es todo lo que pido.”

El Sr. Dulajan se encogió de hombros. 

“Bueno,” dijo, “como no puedo negarme...”

El Rey Melchor bajó con alguna dificultad del triple trono y puso una mano sobre el hombro de Darcy.

“Muchacho,” le dijo, “si encuentras ese cheque lo primero que te voy a regalar es un sombrero más grande. El que llevas es demasiado pequeño para ti. Tiene que ser incómodo balancear eso sobre la cabeza.”
                               

Darcy si que llevaba un sombrero de copa que le quedaba pequeño. Pero podía explicar por qué.

“Este sombrero se hizo para que lo llevase el mejor de los cocheros de las hadas,” dijo. “Si eres buen conductor, no se te caerá de la cabeza vayas a la velocidad que vayas, y sea tan cruenta como sea la carretera. Si alguna vez a mí se me cayese, tendría que cedérselo a otro. Pero gracias de todos modos. Sí, es incómodo.”

 “No, gracias a ti,” dijeron los magos, y le hicieron una reverencia a Darcy. Él inmediatamente se la devolvió.

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