Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

domingo, 7 de noviembre de 2021

158. El reclutamiento

158. El reclutamiento

Y Cespuglio fue al bosque de los ositos a por su hermano, es decir, a por mí. Esta vez vino cuando el sol aún estaba remolando en caer, y vi como el astro me sonreía detrás de Ces, mientras mi hermano y dos ositos, agazapados en un arbusto, sacudían los brazos para atraer mi atención. Cuando lo lograron, Ces  tosió un poquito y dijo en su voz grave y ronca, "Alpin Dullahan quiere verte.”

No respondí de inmediato. Y cuando hablé dije, “No estoy seguro de que yo quiera verle.”

“Estás resentido,” dijeron los ositos. “Nosotros nunca lo estamos. Siempre contestamos cuando nos llaman.”

Era rarísimo que a los pobres ositos les llamasen. Pero hay un estanquecillo allí donde a veces ven el reflejo de sus antiguos dueños recordándoles. Hay una destello de luz en el agua y una imagen aparece diciendo algo como “¿Qué fue de …?” El que habla dice el nombre del que fue su osito y los tedis se animan muchísimo, y avisan al oso que ha sido nombrado y este mira en el estanque y añade una lagrima al caudal cuando la imagen se desvanece tan rápidamente como él desaparece de la mente del que una vez fue su dueño.

“No estoy resentido,” dije yo. “No es culpa  de Alpin que yo esté triste.”

“Son cosas que suceden,” asintieron los ositos. “Pero tú estás enfadado con quién o lo que sea que haya hecho que sucedan.”

Eso no lo podía negar, así que me puse en pie y seguí a Cespuglio al hogar de los Dullahan. Cuando nos encontramos ante la puerta, de pronto pensé que sí que era culpa de Alpin que todo lo que me hacía sentir mal hubiese sucedido. Había comido moras contaminadas, fruta que nunca debió catar. Toda clase de cosas horribles habían sucedido desde que la maldición del Puca cayó sobre él. De pie frente a su casa, vaticiné que todavía más cosas horribles iban a tener lugar. La canija y grotesca manzana en la que Alpin se había convertido me metería en algún lío espantoso,  tal y como él hacía cuando era un niño flacucho y voraz sin consideración para con nadie. Sentí ganas de correr de vuelta al bosque y estuve a punto de hacerlo, pero Ces se dio cuenta y me tiró del brazo con su áspera mano. Entonces la Señora Dullahan abrió la puerta y se asomó, y yo nunca he podido resistir esos ojos como esmeraldas verdes que tiene la ex novia diabólica. Cayeron sobre mí, reluciendo y sonriendo, tan felices de ver que yo había acudido a su llamada. Temiendo lo peor, entré en su casa.

“¡Oh, Arley, amor mío! ¡Cuánto tiempo sin verte, mi cielo! Pareces un poco ajado por la intemperie.”

“Dejado y asilvestrado,” admití.

“Ah, pero ahí está tu carita de plata,” dijo, retirando mi cabello alborotado de mi frente, “tan deleitable como pan dulce recién horneado y con esos tiernos ojitos color nuez.” 

“¿Son marrones hoy?” dije sonriendo, A veces eran verde bosque, y otras veces muy rojos, por mi alergia al polen. “Los tuyos siempre brillan como esmeraldas de primera ley,” dije, “y hoy encantan como siempre.”

Aislene sonrió misteriosamente, como si supiese que sus ojos eran prodigiosos pero no quería hablar de ello.  “No pienses que no han llorado,” susurró.

“No lo podemos permitir,” dije al instante.

“Mi hijo quiere verte,” dijo con cara de satisfacción. “Y yo estoy tan feliz porque él quiere eso  y porque tú estás aquí para verle. Me parte el corazón verle sentadito en un bol sobre la credenza, sin pedir nada a la vida más que poder cerrar su ojito y dormir tan inanimado como una fruta de cera. ¡Y de pronto ha dicho que quería verte! Eso es todo lo que ha dicho en años, excepto felices fiestas durante la navidad, cuando nos reunimos frente a la chimenea, y lo dice haciendo un gran esfuerzo y solo para contentarnos. ¡Y ahora estás aquí! ¡Eres tan complaciente, niño amable!”  Y se volvió a Cespuglio y le preguntó, “¿Quién más apartaría sus asuntos para acudir al antojo de una manzana? ¡Solo este niño afectuoso y leal, capaz de ser amigo de una fruta!” 

Ces sonrió. Tosió un poquito. Se notaba que estaba algo cortado y no dijo ni una palabra. Pero estaba claro que los encantos de la señora le habían hechizado tanto como a mí.

“No puedo agradecerte lo suficiente que hayas traído aquí a tu hermano,” dijo la Señorita Aislene, mientras sus ojos sopesaban a Ces, probablemente para saber cómo manipularle más adelante.

“¿Qué puedo hacer por Alpin?” pregunté.

“No tengo ni idea. Tendrá que decírtelo él mismo. ¿Dejarás que lo haga, tesoro?”

Asentí con la cabeza y ella me condujo al comedor formal con su mano de marfil que era tan suave como la seda pero algo más fría de lo que debía estar. Pero eso no disminuía su encanto. Sólo lograba que quisieses calentar esa mano. Apuntó a un mueble bajo de madera con cuatro puertas que tenían girasoles amarillos tallados en ellas. Sobre él había un mantelito de encaje y sobre eso, cubierto por una urna de cristal, descansaba un bol de porcelana lleno de frutas de cera. Entre ellas se hallaba Manzanita Alpin, su único ojo cerrado, pareciendo más una mácula sobre esa fruta que el poderoso talismán que era.

“Pensar que puede estar ahí sentado sin zamparse toda esa fruta aunque sea artificial,” dijo la Señora Dullahan tristemente. “Siempre estaba vacío ese bol cuando él estaba vivo. ¡Oh!” Aislene se tapó la boca horrorizada. “No debí decir eso. ¡Claro que está vivo mi pequeño! ¡El menor de mis queridos hijos, pobre criatura desvalida y embrujada!"

La Señora Dullahan alzó el cristal que cubría el bol y lo apartó. “Despierta, mi amor,” le dijo a Alpin dulcemente. “Tu mejor amigo ha venido a verte.”


No hay comentarios.:

Publicar un comentario