159. La súplica de Mari
“¡Lo
prometiste! ¡Prometiste ayudar a Mari!” gritó Alpin.
Allí
estaba. Con su mágico ojito que podía parecer maligno clavado en mí.
“No
recuerdo haberlo hecho,” contesté
yo. “Tendré que buscarlo en mi diario. Recuerdo que le di un par de recetas
para castañas. Pero creo que eso fue todo. Sí que hice algo que no debí hacer.
La convertí en una persona algo mágica cuando la enseñe a entrar en nuestro
lado de aquel territorio. Lo hice para
que pudiese recolectar castañas finas en vez de tener que robar plátanos
congelados.”
“No intentes rajarte ahora. Estoy
seguro de que dijiste que te llamase si te necesitaba.”
“Tal y como yo lo recuerdo fuiste tú
el que dijo que sólo tenía que cacarear cual gallina y tú acudirías a su
rescate,” dije yo. “Siempre que te necesitase, la dijiste.”
“Pues necesita ayuda y lo ha hecho. ¡Ha
cacareado!”
“¿Qué le pasa?”
Creo que Alpin lo sabía perfectamente
pero no me lo quería contar. Al menos no la historia entera. Temía que yo no
colaborase si supiese más de la cuenta.
“Escuche un cacareo,” fue todo lo que
dijo. “No sonaba como Plumas. ¿Te acuerdas de mi gallinita Plumas?”
Yo asentí con la cabeza.
“Tu madre se la dio a mis hermanas
Brezo y Cardo porque temía que te comiese.”
“Correcto. O que me picotease el ojo.
Suena desagradecido por parte de Plumitas, ¿no te parece? Pero no lo es. No es
fácil reconocerme transformado en manzana, ¿a qué no? Ni tampoco cogerme
cariño. Yo no solía oler como una manzana, ¿verdad? ¿Olía yo fatal cuando era
un comedor de basura?”
“Estoy de acuerdo en que no se puede
culpar a la gallina.”
Pensé que Alpin estaba intentando dar pena
para que colaborase con él. Yo tenía que estar en guardia para que no se
saliese con la suya si se trataba de algo malo.
“Tuve una visión de Mari con mi ojito
sabelotodo. Ella estaba con sus hijos en medio de lo que parecían ser un montón
de máscaras de teatro griego. Las sostenían columnas que también parecían algo
griegas. Sí, eran columnas muy gruesas, de tipo clásico. Terminaban en cabezas
que llevaban máscaras de tragedia griega. Todas menos una. Esa tenía los labios
pintados de rojo y se reía.
“¿Era como de comedia griega?”
“¡Sí! La única que se reía. Las otras
todas tenían bocas tristes, de un gris blanquecino. ¿Y sabes qué más?”
“No. ¿Qué más?”
“El suelo estaba cubierto de cáscaras
de pipas de girasol.”
“¿Y no de cáscaras de plátanos o
restos de piel de castañas?”
“No. Ninguna cáscara de plátano azulinegra. Ni
de ningún otro color. Y ni rastro de castañas.”
“¿Qué está pasando allí?”
“Eso es lo que tienes que averiguar.”
“¡Tú lo sabes perfectamente y no me lo
estás contando! Así de mal está el patio. Estoy seguro de que eres muy
consciente de todos los problemas que hemos tenido desde que tratamos con
humanos por última vez. ¡Mírate, Alpin! Tratar con humanos trae mala suerte. Tú
deberías saberlo mejor que nadie.”
“Pero lo que me ha pasado ha sido por
comer moras mancilladas fuera de temporada. Nada tiene que ver con los humanos.
El puca no es humano y él es quién me ha hecho esto. Los humanos no me
convirtieron en manzana. No son los autores de esto, sólo forman parte de las
consecuencias.”
“El puca odia a los humanos. Mancilla
las moras por su culpa. Las hadas no recolectan moras después de la tercera
cosecha. Sólo tú haces cosas así. Tú y los humanos.”
“Lo hacía. Pero jamás fui un caníbal. Tú
sabes que yo nunca comía a mi propia especie. Ahora tampoco lo hago. Yo ya no
como fruta de ningún tipo. ¿A que yo era un niño muy particular?”
“Y un joven muy particular también, cuando te dio
por devorar basura.”
“Pues ahora soy una manzanita
atemporal y desvalida que no come nada. Tan desvalida que precisamente por eso
eres tú quién va a ayudar a Mari, aunque nunca hayas prometido hacerlo. Alguien
tiene que hacer esto para mí, Arley, y sólo puedo pedírtelo a ti. Nadie más me
ayudaría, querido amigo.”
“Estás diciendo que yo soy el único
ser tan tonto como para meterse en un lío gordo a cuenta de una humana con la
que tú tuviste trato.”
“¡No! De tonto nada. Amable. Tú eres
amable, Arley.”
“No soy tan amable como solía ser. He
perdido a mi novia. He visto a mi amigo convertirse en una manzana, No puedo
soportar ver a gente pelear, y he tenido que ver demasiado de eso. No estoy
nada contento con lo que ha estado sucediendo. Estoy…resentido. ¡Eso es!
Resentido.” Elegí esa palabra porque me acordé de que los ositos la habían
utilizado. “Sí, eso es. Estoy amargado. Me siente peor por mí mismo que por
cualquier otro. Y no recuerdo haber sido feliz desde que nuestro encontronazo
con los humanos aquellos. Todo el mundo dice que trae mala suerte tener tratos
con los humanos y ahora lo digo yo también. Los humanos y su maldad y todo lo
que tiene que ver con ellos y sus problemas auto-infligidos trae malísima
suerte.”
“Suenas como el puca. Garth dice que
los únicos humanos buenos son los humanos muertos. Y que puede que ni esos.”
“No está del todo equivocado. Una vez
que se convierten en fantasmas, se parecen más a nosotros. Por supuesto que hay
fantasmas buenos y fantasmas malos. Pero podemos tener amistad con fantasmas
sin que esto nos traiga mala suerte necesariamente. Con Nauta, por ejemplo, o
con Artemio. Una vez fueron humanos. Y eran hombres violentos. Pero ahora no lo
son.”
“Tíos estupendos, los dos,” asintió
Alpin. “El fantasma del Sr. Apocado también lo es. No le olvides. Él no se ha
olvidado de mí. Me visita de vez en cuando y hasta ha intentado romper el
hechizo bajo el que estoy con su aceite curalotodo ese. Desgraciadamente sin éxito,
como podrás ver. Pero lo intentó. Y tengo que contarte un secreto. Yo estaba
empezando a secarme y arrugarme, y es ese aceite lo que me mantiene gordito y
jugoso. Y Tyrone Apocado, pues, viene a verme con frecuencia y me enseña fotos
de los grafitos que pinta. Está en las revistas de grafiteros. Se está haciendo
un nombre entre ellos. Un nombre anónimo, claro.”
“Los parahadas,” suspiré. “Sí, esos
son humanos muy agradables. Nunca intentan esclavizarnos, explotarnos, abusar
de nosotros. Pero este no es el caso, Alpin. No es lo que vimos cuando fuimos a
ese bosque de bananos.”
Yo no quería mencionar al repulsivo
Raca Rey y su horrorosa muerte y me alegre de que Alpin tampoco lo hiciese.
“Pero ayudarás a Mari de todos modos.
Porque sé que no podrás evitarlo, Arley.”
Yo me temía que tuviese razón. No
creía que iba a poder evitar ayudar a alguien que conocía y que estaba metido
en un lío delante de mis narices. No por mucho que quisiera no ayudar. Aunque
se tratase de un ser humano. Pero no quería ceder fácilmente.
“Te voy a decir qué,” le dije a Alpin.
“Miraré en mi diario y si veo que prometí ayudar a Mari yo…yo mantendré mi
promesa. Pero sólo si hice una.”
“La ayudarás, Arley,” dijo Alpin con
voz de sabio. “No importa lo que diga tu diario. No puedes evitar hacer el
bien. Eres un bienhechor nato. Del mismo modo que yo no podía evitar devorar
toda la comida que veía, tú no puedes evitar ayudar. Hay gente que no puede
evitar hacer el mal, por mucho que no quieran hacerlo. Tú eres la otra cara de
la moneda.”
“¡Ojala no hubiese venido!”
“Pero has venido,” dijo Alpin. “Estoy
seguro de que no querías hacerlo. Pero no pudiste pasar de mí. Tenías que ser
amable conmigo. Ahora ve y dile a mi madre que te de un trozo de su bizcocho de
té negro, y di que vas a pensarte esto. Sé que mañana estarás otra vez aquí,
diciendo que estás dispuesto a ayudar a Mari. ¡Ya me gustaría a mí poder tomar
un poco de ese bizcocho!”
No le pedí a la Señorita Aislene un
trozo de su mejor bizcocho porque me temía que si me lo comía jamás podría
decirle que no a Alpin. Y quería decirle que no. En el fondo, no podía culpar a
Alpin de todos los problemas que había causado. Él siempre había hecho cosas
como comer fruta prohibida y a pesar de ello, no nos había ido mal durante
mucho tiempo. Me culpaba a mí mismo por haber tenido trato con humanos. Y no
quería volver a tenerlo. Es verdad que trae mala suerte. Si me decidía a
ayudar a Mari, sería sin que ella lo supiese. Lo haría en secreto y tan lejos
de los demás humanos como lo pudiese hacer. ¿Pero qué estaba pensando? ¡Ayudar
a Mari! ¡Vaya ocurrencia! No quería pasar por otro mal rollo como el anterior.
Así que salí de la casa sigilosamente, sin despedirme de la Señora Dulahan y sintiéndome
mal por eso. Pero es que ahí mismo se veía. Alpin sólo había mencionado tratar
con humanos y yo ya me sentía fatal.
“Volverás!” escuché la voz de la pequeña manzana gritar tras de mí. “¡Verás cómo sí!”
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