Para encontrar tu camino en este bosque:

Para llegar al Índice o tabla de contenidos, escribe Prefacio en el buscador que hay a la derecha. Si deseas leer algún capítulo, escribe el número de ese capítulo en el buscador. La obra se puede leer en inglés en el blog Tales of a Minced Forest (talesofamincedforest.blogspot.com)

sábado, 4 de diciembre de 2021

159. La súplica de Mari

 159. La súplica de Mari

“¡Lo prometiste! ¡Prometiste ayudar a Mari!” gritó Alpin.

Allí estaba. Con su mágico ojito que podía parecer maligno clavado en mí.

“No recuerdo haberlo hecho,”  contesté yo. “Tendré que buscarlo en mi diario. Recuerdo que le di un par de recetas para castañas. Pero creo que eso fue todo. Sí que hice algo que no debí hacer. La convertí en una persona algo mágica cuando la enseñe a entrar en nuestro lado de aquel territorio.  Lo hice para que pudiese recolectar castañas finas en vez de tener que robar  plátanos congelados.”

“No intentes rajarte ahora. Estoy seguro de que dijiste que te llamase si te necesitaba.”

“Tal y como yo lo recuerdo fuiste tú el que dijo que sólo tenía que cacarear cual gallina y tú acudirías a su rescate,” dije yo. “Siempre que te necesitase, la dijiste.”  

 “Pues necesita ayuda y lo ha hecho. ¡Ha cacareado!”

“¿Qué le pasa?”

Creo que Alpin lo sabía perfectamente pero no me lo quería contar. Al menos no la historia entera. Temía que yo no colaborase si supiese más de la cuenta.

“Escuche un cacareo,” fue todo lo que dijo. “No sonaba como Plumas. ¿Te acuerdas de mi gallinita Plumas?”

Yo asentí con la cabeza.

“Tu madre se la dio a mis hermanas Brezo y Cardo porque temía que te comiese.”

“Correcto. O que me picotease el ojo. Suena desagradecido por parte de Plumitas, ¿no te parece? Pero no lo es. No es fácil reconocerme transformado en manzana, ¿a qué no? Ni tampoco cogerme cariño. Yo no solía oler como una manzana, ¿verdad? ¿Olía yo fatal cuando era un comedor de basura?”

“Estoy de acuerdo en que no se puede culpar a la gallina.”

Pensé que Alpin estaba intentando dar pena para que colaborase con él. Yo tenía que estar en guardia para que no se saliese con la suya si se trataba de algo malo.

“Tuve una visión de Mari con mi ojito sabelotodo. Ella estaba con sus hijos en medio de lo que parecían ser un montón de máscaras de teatro griego. Las sostenían columnas que también parecían algo griegas. Sí, eran columnas muy gruesas, de tipo clásico. Terminaban en cabezas que llevaban máscaras de tragedia griega. Todas menos una. Esa tenía los labios pintados de rojo y se reía.

“¿Era como de comedia griega?”

“¡Sí! La única que se reía. Las otras todas tenían bocas tristes, de un gris blanquecino. ¿Y sabes qué más?”

 “No. ¿Qué más?”

“El suelo estaba cubierto de cáscaras de pipas de girasol.”

“¿Y no de cáscaras de plátanos o restos de piel de castañas?”

 “No. Ninguna cáscara de plátano azulinegra. Ni de ningún otro color. Y ni rastro de castañas.”

“¿Qué está pasando allí?”

“Eso es lo que tienes que averiguar.”

“¡Tú lo sabes perfectamente y no me lo estás contando! Así de mal está el patio. Estoy seguro de que eres muy consciente de todos los problemas que hemos tenido desde que tratamos con humanos por última vez. ¡Mírate, Alpin! Tratar con humanos trae mala suerte. Tú deberías saberlo mejor que nadie.”

“Pero lo que me ha pasado ha sido por comer moras mancilladas fuera de temporada. Nada tiene que ver con los humanos. El puca no es humano y él es quién me ha hecho esto. Los humanos no me convirtieron en manzana. No son los autores de esto, sólo forman parte de las consecuencias.”

“El puca odia a los humanos. Mancilla las moras por su culpa. Las hadas no recolectan moras después de la tercera cosecha. Sólo tú haces cosas así. Tú y los humanos.”

“Lo hacía. Pero jamás fui un caníbal. Tú sabes que yo nunca comía a mi propia especie. Ahora tampoco lo hago. Yo ya no como fruta de ningún tipo. ¿A que yo era un niño muy particular?”

 “Y un joven muy particular también, cuando te dio por devorar basura.”

“Pues ahora soy una manzanita atemporal y desvalida que no come nada. Tan desvalida que precisamente por eso eres tú quién va a ayudar a Mari, aunque nunca hayas prometido hacerlo. Alguien tiene que hacer esto para mí, Arley, y sólo puedo pedírtelo a ti. Nadie más me ayudaría, querido amigo.”

“Estás diciendo que yo soy el único ser tan tonto como para meterse en un lío gordo a cuenta de una humana con la que tú tuviste trato.”

“¡No! De tonto nada. Amable. Tú eres amable, Arley.”

“No soy tan amable como solía ser. He perdido a mi novia. He visto a mi amigo convertirse en una manzana, No puedo soportar ver a gente pelear, y he tenido que ver demasiado de eso. No estoy nada contento con lo que ha estado sucediendo. Estoy…resentido. ¡Eso es! Resentido.” Elegí esa palabra porque me acordé de que los ositos la habían utilizado. “Sí, eso es. Estoy amargado. Me siente peor por mí mismo que por cualquier otro. Y no recuerdo haber sido feliz desde que nuestro encontronazo con los humanos aquellos. Todo el mundo dice que trae mala suerte tener tratos con los humanos y ahora lo digo yo también. Los humanos y su maldad y todo lo que tiene que ver con ellos y sus problemas auto-infligidos trae malísima suerte.”     

“Suenas como el puca. Garth dice que los únicos humanos buenos son los humanos muertos. Y que puede que ni esos.”

“No está del todo equivocado. Una vez que se convierten en fantasmas, se parecen más a nosotros. Por supuesto que hay fantasmas buenos y fantasmas malos. Pero podemos tener amistad con fantasmas sin que esto nos traiga mala suerte necesariamente. Con Nauta, por ejemplo, o con Artemio. Una vez fueron humanos. Y eran hombres violentos. Pero ahora no lo son.”

“Tíos estupendos, los dos,” asintió Alpin. “El fantasma del Sr. Apocado también lo es. No le olvides. Él no se ha olvidado de mí. Me visita de vez en cuando y hasta ha intentado romper el hechizo bajo el que estoy con su aceite curalotodo ese. Desgraciadamente sin éxito, como podrás ver. Pero lo intentó. Y tengo que contarte un secreto. Yo estaba empezando a secarme y arrugarme, y es ese aceite lo que me mantiene gordito y jugoso. Y Tyrone Apocado, pues, viene a verme con frecuencia y me enseña fotos de los grafitos que pinta. Está en las revistas de grafiteros. Se está haciendo un nombre entre ellos. Un nombre anónimo, claro.”

“Los parahadas,” suspiré. “Sí, esos son humanos muy agradables. Nunca intentan esclavizarnos, explotarnos, abusar de nosotros. Pero este no es el caso, Alpin. No es lo que vimos cuando fuimos a ese bosque de bananos.”

Yo no quería mencionar al repulsivo Raca Rey y su horrorosa muerte y me alegre de que Alpin tampoco lo hiciese.

“Pero ayudarás a Mari de todos modos. Porque sé que no podrás evitarlo, Arley.”

Yo me temía que tuviese razón. No creía que iba a poder evitar ayudar a alguien que conocía y que estaba metido en un lío delante de mis narices. No por mucho que quisiera no ayudar. Aunque se tratase de un ser humano. Pero no quería ceder fácilmente.

“Te voy a decir qué,” le dije a Alpin. “Miraré en mi diario y si veo que prometí ayudar a Mari yo…yo mantendré mi promesa. Pero sólo si hice una.”

“La ayudarás, Arley,” dijo Alpin con voz de sabio. “No importa lo que diga tu diario. No puedes evitar hacer el bien. Eres un bienhechor nato. Del mismo modo que yo no podía evitar devorar toda la comida que veía, tú no puedes evitar ayudar. Hay gente que no puede evitar hacer el mal, por mucho que no quieran hacerlo. Tú eres la otra cara de la moneda.”

“¡Ojala no hubiese venido!” 

“Pero has venido,” dijo Alpin. “Estoy seguro de que no querías hacerlo. Pero no pudiste pasar de mí. Tenías que ser amable conmigo. Ahora ve y dile a mi madre que te de un trozo de su bizcocho de té negro, y di que vas a pensarte esto. Sé que mañana estarás otra vez aquí, diciendo que estás dispuesto a ayudar a Mari. ¡Ya me gustaría a mí poder tomar un poco de ese bizcocho!”

No le pedí a la Señorita Aislene un trozo de su mejor bizcocho porque me temía que si me lo comía jamás podría decirle que no a Alpin. Y quería decirle que no. En el fondo, no podía culpar a Alpin de todos los problemas que había causado. Él siempre había hecho cosas como comer fruta prohibida y a pesar de ello, no nos había ido mal durante mucho tiempo. Me culpaba a mí mismo por haber tenido trato con humanos. Y no quería volver a tenerlo. Es verdad que trae mala suerte. Si me decidía a ayudar a Mari, sería sin que ella lo supiese. Lo haría en secreto y tan lejos de los demás humanos como lo pudiese hacer. ¿Pero qué estaba pensando? ¡Ayudar a Mari! ¡Vaya ocurrencia! No quería pasar por otro mal rollo como el anterior. Así que salí de la casa sigilosamente, sin despedirme de la Señora Dulahan y sintiéndome mal por eso. Pero es que ahí mismo se veía. Alpin sólo había mencionado tratar con humanos y yo ya me sentía fatal.

“Volverás!” escuché la voz de la pequeña manzana gritar  tras de mí. “¡Verás cómo sí!”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario