160. ¿PHP?
Intenté regresar a Tedi Bosk, pero
aunque llegué a su entrada antes del crepúsculo, no pude penetrar pues divisé a
mis padres estacionados ante sus arbóreas puertas. Pensé en huir y esconderme
de ellos, pero resultó ser demasiado tarde para eso.
“Arley!”
chilló mi madre, que fue la primera en verme. “¡Hemos venido a verte!”
Cuando se deslizó hacía mí, su cabello
y su vestido, sedosos e iridiscentes, destellaron a la débil, rosada luz del
sol poniente y pequeñas estrellas cayeron de su varita mágica, convirtiéndose
en piedrecitas de un gris paloma al tocar la hierba.
“¿Cómo estás?” preguntó mi padre. Sus
fogosos ojos verdes mostraban algo de preocupación que su amplia sonrisa no
acababa de poder ocultar cuando me cogió por los hombros y me abrazo.
Me pregunté cómo podrían haberse
enterado tan rápidamente que yo iba a tratar con humanos. Pero no era eso lo
que les había traído al bosque. O por lo menos no dijeron que lo era.
“Tu hermana Hinojo nos ha dicho que no
haces nada más que sentarte bajo un árbol y pensar en cosas tristes todo el
santo día.”
Ah, así que Hinojo les había alertado.
Sí, Hino se había dejado caer por el bosque. Vino a por un osito que había sido
suyo de niña. Ella acababa de tener un bebé y quería recuperar el oso para su
hijito. Se trataba de un osito muy pequeño, de color rosa, que olía a fresas.
“Ya. Pues…yo no quiero que os
preocupéis por esto. Estoy bien, de verdad.”
Comencé a tranquilizarles antes de que
se les ocurriese algo que hacer conmigo. Las ideas de mis padres casi siempre
son tan estrafalarias que hay que estar en guardia por si te quieren implicar
en algo absurdísimo.
“Hemos decidido que si no quieres
volver a casa con nosotros y mostrar interés en algún pasatiempo u obsesionarte
con algo medio normal como han hecho tus hermanos los me-quedo-en-casas, por
ejemplo Timiano y su pasión por Egipto o Devin con sus ordenadores, pues, mira,
tampoco te puedes quedar aquí solito. De ningún modo,” dijo mi madre,
frunciendo el ceño, “porque no es sano.”
“Si vas a estar deprimido todo el día,
pues queremos saber por qué lo estás,” dijo Papá. “Y si es porque te siguen
dando miedo los humanos y el futuro y las cosas horribles que podrían pasar,
pues hay un lugar mucho más adecuado en el que podrías estar todo lo nervioso y
atacado de los nervios que te de la gana.”
“Estoy bien aquí,” dije yo. “No estoy
solo. Estoy rodeado de ositos. Son dulce compañía.”
Yo intentaba pensar en algo que
espantase de ahí a mis padres antes de que me propusiesen alguna locura que me
sentaría fatal y me dejase peor de lo que estaba. Pero yo sabía que nada que yo
pudiese decir les alejaría de mí ahora que se habían molestado en venir hasta
el bosque para rescatarme. Pueden ser terriblemente tercos y peligrosos cuando
se ponen de acuerdo para actuar juntos. Y entonces, de pronto, crearon un
círculo alrededor de nosotros tres y nos volvieron invisibles para cualquiera
que estuviese fuera del tal círculo. Esto es algo que suelen hacer cuando
tienen que hablar de cosas importantes y no quieren que nadie les escuche. Me
di cuenta de que lo que tenían que decir era bastante más serio de lo que
suelen tener que decir.
“Si realmente quieres dedicar tu vida
a estar asustado de todo, por lo menos deja que eso nos favorezca a los demás,”
susurró Papá.
“Hazlo donde resulte útil,” añadió
Mamá, también susurrando.
Esto era algo nuevo. No tenía ni idea
de que querían decir. ¿Cómo puede estar deprimido favorecer a alguien? Y
entonces obtuve mi respuesta.
“Únete a los Cofrades del Miedo,”
sugirió Papá.
“¿A…a
quién?” pregunté susurrando también.
“A los Te- lo- dije.”
“¡Shh!
Hablad más bajito. Tu padre se refiere a los Agoreros Ominosos.”
“Los Tenojo,” sonrió Papa.
“Los Adivinos Aterrados,” suspiró
Mamá, “las Prudentes Serpientes.”
“Los Ojos en la Oscuridad y los Oídos
en las Paredes.”
“Las Manos Invisibles.”
“Inteligencia,” dijo Papá guiñando un
ojo.
“Nuestros espías,” explicó Mamá.
“La PHP!” siseó Papá.
Yo no sabía si había dicho un nombre o
había metido un ruido.
“Eso ha sido una palabra o un ruido?”
“Esa es la idea. Que nadie se entere
de que se habla de ellos.”
“Nunca he oído hablar de esa…gente.
¿Se trata de gente, no? Yo creía que nuestros espías eran los topos.”
“¡No!
Los topos se venden a cualquiera. Esto es mucho más serio. Nadie ha oído hablar
de esta gente tan nuestra,” dijo Mamá.
“No quieren que se sepa de ellos,”
continuó Papá. “Ni vistos ni escuchados. Ese es uno de sus lemas.”
“Pero…¿De quiénes habláis? ¿De verdad existen?”
“Uy, sí,” dijeron Mamá y Papá a la vez, mirándose entre sí y afirmando con la cabeza. “Existen igual que tú existes. Y puede que quieras unirte a ellos.”
“Yo?”
“Eran hadas normales hasta que
decidieron desaparecer,” dijo Papá.
“Normales lo que se dice normales, yo
no sé si lo fueron del todo alguna vez, ¿eh?”
dijo Mamá sacudiendo la cabeza y mirando a Papá de reojo para ver qué pensaba.
“¡Venga! Dejémoslo en que eran
normales. Sí que eran normales,
Titania.”
“Me encantaría decir que os entiendo, pero
no me estoy enterando de nada,” dije yo. “Vale, no es que sienta mucha
curiosidad, pero tendré que saber de qué va esto si es que he de considerar
tomar parte en ello tal y como me estáis sugiriendo.”
¿Pero que estaba diciendo? ¿Por qué
ese día tenía todo el mundo planes para mí? Primero Alpin y ahora mis padres.
¿Y por qué estaba yo entrando al trapo? Como si estuviese motivado. ¡Pues, no,
no lo estaba!”
Papá se agachó y con una rama rota que
había en el suelo dibujo allí una especie de mapa. Una X marcaba el lugar al
que yo debía ir.
“Tienes que ir aquí. Tienes que estar
invisible cuando vayas. Al llegar, has de cavar un agujero pequeño pero
profundo en la arena. Ahí no crece nada, así que lo que se dice allí se queda
allí. Susurra en el agujero. Solo tienes que decir `Hermanos, soy Arley Fitz Oberon
y Titania, y mis padres dicen que os necesito.’ Esas son las palabras mágicas.
Luego tapa muy bien el agujero. Si les interesa, vendrán a por ti.”
“¿Y si no?”
“Te olvidas de esto y vuelves a casa
con nosotros.”
“Y te dejas de tonterías,” añadió Mamá.
“De miedos. Sus miedos, querida. Para
él son reales,” dijo Papá con tristeza.
“¡Pues claro que son reales! Pero
comportarse como un tonto los convierte en tonterías.”
“¿No me habréis estado contando
tonterías vosotros para que vuelva a casa?”
Como dije antes, hay que tener mucho
cuidado con mis padres cuando se les mete algo en la cabeza. Su terquedad y sus
delirios no se detienen ante nada. Y su sentido del humor retorcido es
legendario.
“¿No se tratará de una de vuestras
bromas?”
Mamá y Papá sacudieron la cabeza
vehementemente. Apretaron los labios y no dijeron más palabra. Y de pronto
desaparecieron. Pero no antes de que Papá hubiese borrado el mapa que había
dibujado. Se llevó con él la rama para que está no pudiese hablar.
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