161. Títo Gentillluvia de la
Prudente Hermandad de Prevencionistas.
Esa noche no regresé a mi árbol en Tedi Bosk. Me volví todo lo
invisible que pude, que es totalmente invisible, y fui al lugar que me había
indicado mi padre al dibujar un mapa en el suelo. Allí me arrodillé sobre tierra que era, pero no era, arena. Y
con un palo intenté cavar un agujero. Cuando estaba listo, me agaché sobre el
agujero y susurré las palabras que debían invocar a los hermanos, fuesen
quienes fuesen. Entonces cubrí el agujerito con tanta tierra como pude y lo
aplaste prietamente, dándole un par de pisotones.
Al principio, no ocurrió nada. Dejé
que pasase un cuarto de hora. Entonces decidí que había sido lo bastante cortés
y que podía irme. Ellos tendrían que buscarme en otra parte si querían verme,
porque yo no quería permanecer más tiempo en ese lugar inhóspito. Me levanté
para dirigirme a Tedi Bosk, aunque pensaba que probablemente no podría entrar
ahí porque ya era noche cerrada.
Entonces sentí una mano en mi hombro.
Yo me había hecho invisible, pero estaba claro que había algo todavía más
invisible tirándome de la manga. Y me encontré de pronto en una gran sala con grandes
bancos de madera muy tallada alineados contra las paredes.
“¿Se me permite hablar?” dije yo.
Necesitaba hacer unas cuantas preguntas.
“Con confianza. Si no puedes hablar
aquí, no habrá lugar en el que puedas hacerlo con seguridad.”
“Yo, como susurré dentro del agujero,
soy el príncipe de las hadas Arley Fitz Oberon y Titania. Y necesito veros
porque… pues porque mis padres creen que me conviene.”
“Sabemos todo eso, príncipe de las
hadas. No te molestes en darnos explicaciones. Sabemos todo lo que se puede
saber y estamos trabajando para saber lo que no se puede.”
“Pues yo no sé nada. Quiero decir, no
sé qué estoy haciendo aquí. Ni por qué debería estar aquí. Ni dónde es aquí. No
sé nada de nada. ¿Esto es un templo? Parece uno, un poco. Exceptuando que el
altar parece estar en el centro.”
Había un bloque de piedra muy grande en
el centro de la sala. Estaba tan pulida la piedra que brillaba.
“Eso es malaquita?”
“Hoy, sí. No te preocupe no saber más.
Sabes más de lo que necesitas saber por el presente. Y mucho más que casi todo
el mundo. Casi sin casi.”
“Si ni puedo verte.”
“Y así debe ser.”
“¿Eres un cuculato o algo así?”
Me lo estaba temiendo.
“¿Un genio encapuchado? Somos bastante
listos a nuestra manera, pero no solemos llevar capuchas ni uniformes de
cualquier tipo. Para nada. No es lo nuestro. ¿Por qué lo preguntas?”
“Una vez tuve una novia que…bueno, no
me ha ido muy bien con los cuculatos.”
“¡Ah! Es por eso. O por esa. Rosina
Caperuza Roja. La nutricionista. Sí, lo sabemos todo sobre ella. Vivía en uno
de los búnkeres de los genios encapuchados. El que estaba sito en el Bosque
Triturado. Así que te recordamos a esos científicos locos que necesitan ser
controlados. Pero sólo porque les gusta esconderse. No tenemos nada más en
común. No, aquí no hay locos. En realidad, lo que intentamos hacer aquí es
permanecer cuerdos. ¡Cambiar el mundo! ¡Cambiar el mundo! Cambiar el mundo para mejor, o no lo toquéis,
pretenciosos memos encapuchados.”
“¿Estoy en un manicomio?” yo estaba en
shock. ¿Acaso mis padres me habían visto tan mal que me habían ingresado en
uno?
“¡No!
No, no, no. Todo lo contrario. Intentamos evitar que el mundo pierda la cabeza.
Pero esto no es ningún manicomio. Estamos perfectamente cuerdos y nos gustaría
seguir estándolo. Estás en la sede de la Prudente Hermandad de
Prevencionistas.”
“¿Y qué hago aquí? ¿Yo tengo algo que
ver con eso?”
“Podría ser que sí algún día. Tendrás
que esperar a ver qué pasa si quieres enterarte.”
“¿Esperar?”
“Será mejor que lo hagas sentado.
Siéntate en uno de esos bancos y espera, ¿quieres?”
“¿Con quién estoy hablando? ¿No puedes
decirme ni eso?”
“Pues sí. Supongo que puedo. Y puedo
dejar que me veas también. Después de todo, eres muy parecido a nosotros. Y
además tú y yo somos familia.”
Un hombre que parecía tener unos
treinta años apareció ante mí. Tenía la cara más amable que había visto en toda
mi vida. Era lo primero en lo que te fijabas. Tan amable que ya casi no te
fijabas en otra cosa.
“Soy tu Tito Gentillluvia. Soy medio
hermano de tu madre. Y la otra mitad de mí es medio hermano de tu padre
también. Así que supongo que soy enteramente tu tío, al estar compuesto por
esas dos mitades. Desaparecí hace siglos y no hay quién necesite que le
recuerden mi existencia. Así que no lo hagas. Ahora, sé sensato y siéntate en
uno de esos bancos y espera a que te necesitemos. ¿Vale?”
Hice lo indicado y me senté en uno de
los bancos aunque no estaba seguro de si era buena idea. No estar seguro era
poco. No había modo de entender nada de lo que estaba pasando.
El hombre sonrío, más profundamente
aún de lo que había estado sonriendo.
“Tengo que irme,” dijo.
Yo tenía ganas de decir que yo también
tenía que irme, pero dije otra cosa.
“¿Me vas a dejar aquí así?”
“Sólo tienes que esperar hasta que se
te necesite.”
“¿Pero eso cuándo va a ser?
“Todavía no se sabe. Puede que nunca.”
“¿Quieres que me quede sentado aquí
para siempre sin hacer nada? ¿Para siempre jamás?”
“Esperar es un verbo. Si estás
esperando, estás haciendo algo. Es más de los que estabas haciendo debajo de
ese árbol oso. ¿O es qué estabas esperando que algo sucediese ahí?”
“Pues no,” admití yo. “Por lo menos no
era consciente de estar esperando algo. Pero Tedi Bosk es un lugar mucho más
agradable que esta sala sin ventanas, iluminada sólo por antorchas de fuego
avioletado. Allí podía ver el sol y la luna y las estrellas, y observar los
cambios de estación, y-”
De pronto me di cuenta de que había un
domo en el techo que se iluminó con estrellas como si estuviésemos en un
observatorio, en medio de una de esas charlas sobre el firmamento.
“No hace falta que cantes las alabanzas
de ese sentimental rinconcito de Juguetilandia,” rió Tito Gentillluvia
suavemente. “Si prefieres esperar allí, puedes hacerlo. Pero no te olvides de
esperar a que te necesitemos, ya que podría ocurrir. Y si vas a pasar tanto
tiempo sentado, por lo menos lee algo mientras esperas. Podrías aprender algo
útil. O teje un chal.”
“¿Tengo que esperar en un mismo sitio
siempre sin moverme?”
No sé porque hice esa pregunta. Si me
contestaba que sí, iba a ser horrible.
“No seas absurdo,” sonrió el tito,
afortunadamente. “Puedes ir a donde quieras. Y no será necesario que dejes una
reputación tras ti. Sabremos dónde encontrarte cuando nos hagas falta.”
Se fue con cara de habérselo pasado en
grande conmigo. Y conforme se iba, de pronto se volvió y me dio una última sonrisa,
la más bonita que había visto en mi vida. Cuando desapareció, yo me encontré
una vez más en el lugar en el que había invocado a la hermandad.
Me sentía como si hubiese salido de un
sueño y me estaba preguntado qué había pasado realmente. Pero vi que había una
nota pinchada en el palo que había utilizado para cavar el agujero en el que
había susurrado. Decía algo que me sorprendió y me conmovió. Y al conmoverme,
me hizo moverme, me puso en marcha.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario